Capitán y emblema de Los Pumas, el más internacional -y pintón- de los rugbiers argentinos nos recibió en su “casa/refugio” de Buenos Aires. A los 32, más que relajado, habló de todo: desde sus enfrentamientos con los directivos locales -que en nada empañaron los logros deportivos-, y de su vida en Francia, hasta sus ansiados planes de casamiento.

Revista Luz. Escena 1: 11 de noviembre de 2006. Kelvin Deaker, árbitro neozelandés, sentencia el resultado en el emblemático estadio Twickenham de Londres y por primera vez en su historia, Los Pumas se imponen frente al seleccionado inglés en su misma casa. Escena 2: un grupo de jugadores de ese equipo, encabezados por el capitán, hacen públicas sus disidencias con los directivos locales y, combativos, deciden ir a fondo en la pelea por la profesionalización del deporte. Escena 3: luego de una raid de vuelos, traslados y compromisos, Agustín Pichot llega a Buenos Aires en una de las pocas jornadas (menos de diez en 2006) de descanso en su suelo natal. Instalado en el living de su casa, por donde corren sus hijas Valentina (6), y Joaquina (2), el jugador repensará las experiencias de un año que lo tuvo como protagonista, hablará de su pasado como prototipo de rugbier y se animará a proponerle casamiento a su mujer. -El triunfo en Londres fue una gran ayuda para que el rugby deje de ser amateur, ¿qué obstaculiza el paso definitivo? -La idiosincrasia del rugby argentino, la forma de pensar de un montón de gente que, como mi viejo, le tiene miedo al cambio. -¿Cómo fue enfrentarte con tu papá -y de forma tan pública-, en ese tema? Durísimo. Sobre todo porque yo también estaba educado de esa forma. Por suerte, antes de su muerte, terminó entendiendo que yo quería ser el mejor y que, dado como estaban las cosas, acá no lo iba a lograr nunca. -¿Lograste ser el mejor? -(Sonríe) No. Uno jamás llega a ser el mejor. Lo sigo buscando, ahora con menos piernas y más experiencia. Si no fuera así, hubiese dejado de jugar. -¿Cómo ves al equipo para el mundial de Francia (en septiembre de este año)? -Si clasificamos luego de esa zona difícil (Argentina deberá enfrentarse al local y a Irlanda) puede pasar cualquier cosa. A mí me encanta soñar y además, nunca voy a ir a un mundial sin mentalidad ganadora… -¿Vas a seguir jugando después del certamen? -Por ahora, quiero llegar bien al mundial; después veré cómo continúan las cosas. Igual estoy casi seguro de que no seguiré. -Este año se cumplen diez (seis en Londres y cuatro en París) de tu partida del país ¿cómo es vivir en el exterior tanto tiempo? -Una mezcla de sensaciones. Por un lado, valoro haber crecido afuera; por el otro, siento la impotencia de haber vivido desde lejos muchas cosas, como la crisis de 2001, por ejemplo. -París es la capital de la moda, ¿te enganchás con las nuevas tendencias fashion? -Disfruto mucho de la ciudad en ese aspecto, aunque no soy un adicto a la moda. Sí me gusta mirar y estar al tanto de todo, pero con límites en tiempo y dedicación. -Hacés campañas publicitarias, te invitan a los eventos top, tenés fotos con todas las estrellas… ¿nunca se te subió la fama a la cabeza? -Al principio, un poco. Entonces llegué a preguntarme: “¿Realmente soy tan gracioso y copado como me pintan?” Después, te das cuenta de que todo es parte del show. Mis amigos me cargaban y me decían “El marketinero”. Gracias a ellos y a mi familia, el mareo me duró muy poco. -¿Cómo fue que conociste a Florencia, tu mujer? -¡Sabés que no me acuerdo! (ríe sonrojado). “Flor, ¿dónde te conocí?” (ríe y ella responde: “De toda la vida”). Nos conocimos de toda la vida, de las fiestas del colegio… Mucho tiempo después nos volvimos a encontrar y ya llevamos siete años juntos. Ahora estamos esperando instalarnos acá, juntar a todos los amigos y formalizar definitivamente. Flor, ¿te casás conmigo este año? -¿Extrañás el folklore del deporte, repleto de chicas ávidas de conocer rugbiers? -No. Disfruté muchísimo de toda esa época, pero es una etapa cumplida. En las fiestas del club yo era disc-jockey, así que de pique empezamos mal (ríe por la ironía). Lo que nunca me gustó fue el tema patoteril del rugby. No me va la violencia, nos peleamos una sola vez y me pareció horrible. -Capitanéas una selección que llenó River y fuiste uno de los primeros en romper con la imagen del rugbier acartonado. ¿Te sentís un pionero? -(Sonríe) No sé si pionero, pero sí me encanta lograr cambios y en eso entra lo de romper con los moldes del elitisimo. De chico iba a los partidos con el pelo largo y cuanto más me insultaban las madres, más me gustaba.