Signos Literarios
La rutinización de la indiferencia ética y el aplanamiento de los valores en la argentina actual
JOAQUÍN E. MEABE (*)
El círculo vicioso en la ética material en la Argentina del siglo XXI y sus peligrosas consecuencias. La moralidad práctica o, mejor aun, el estándar ético material, en la Argentina contemporánea (si es que se nos permite hablar en esos términos) se asemeja a un barco a la deriva cuyo destino interesa menos que el derrotero circunstancial que permite, en todo caso, evitar las tormentas que provocan el naufragio social.
Puede también decirse que en la Argentina actual, en conjunto y como agregado social interactivo o sociedad global, lo que se insinúa o lo que cualquier observador más o menos atento percibe, en orden a la moralidad práctica, es una generalizada desorientación como ocurre cuando se ha perdido el objetivo. No se trata, por cierto, de una desorientación completa o absoluta o una total carencia de objetivos. Mas bien lo que se percibe es una relativización que desconecta a los individuos de cualquier programa común, dando lugar a una suerte de desplazamiento de la moralidad práctica hacia lo particular, ocasional y contingente. Algunos seguramente no van a aceptar semejante labilidad en la caracterización de sus comportamientos; aunque, de momento, tampoco parece que el conjunto de esas determinaciones – de las que tampoco tenemos la suficiente evidencia de sus extensiones e impactos posibles -, alcancen realmente a modificar el cuadro general de relativización en el que se inscriben los tratos sociales vinculados con la moralidad práctica en la Argentina actual. Se sigue entonces, de todo esto, que, haya o no objetivos que sirvan para orientar nuestra moralidad práctica, su reconocimiento o su atención parecen estar fuera de agenda. En consecuencia, respecto a la moralidad práctica la controversia misma, acerca de si se ha perdido o no el objetivo, ya no importaría (o no importaría demasiado, lo que es prácticamente lo mismo), porque las urgencias se impondrían y la prisa no dejaría margen para detenerse a considerar pautas de comportamiento que se apoyen en estándares, programas o fórmulas estrictas o en eventuales exigencias absolutas derivadas de decálogos religiosos como los diez mandamientos o de plataformas seculares como las declaraciones de derechos del hombre y del ciudadano. De este modo las rutinas de las prácticas de oportunidad se transmiten a las acciones y su repetición regulariza las pautas de adaptación a los estados o posiciones establecidas, frente a las cuales, por otra parte, se considera inoportuno el juicio estricto o absoluto sobre lo apropiado o inapropiado del comportamiento, fuera de las circunstancias que se invocan como motivos particulares, impuestos por la necesidad, la conveniencia o la conformidad que genera el mismo sujeto y que no va más allá de si mismo. Esta notable rutinización de lo particular y ocasional en el comportamiento moral se interioriza como valor positivo produciendo al mismo tiempo un decidido aplanamiento general de todas las escalas de valores y una generaliza indiferencia ética para todo lo que excede al marco de oportunidades circunstanciales que afectan al propio sujeto antes que a sus creencias o a sus adscripciones. La regularidad de lo relativo, al uniformarse como pauta interiorizada, torna irregular o revocable cualquier estándar; y la subsecuente reproducción continuada forma un curioso hábito, orientado a revocar y disolver cualquier patrón de moralidad práctica asociado a las creencias institucionalizadas, sea cual fuere la extensión o el reconocimiento que esas mismas creencias presentan en el imaginario social. El fenómeno tiende a desenvolverse con una completa independencia de los sujetos que detentan la potestad para establecer la canónica de las creencias relegando su autoridad a una función puramente declarativa en un marco de irreverencia generalizada. Seguramente a este tremendo fenómeno de la vida social argentina, que en parte no es nuevo y que, al parecer ha venido edificándose con persistencia a lo largo del siglo XX, nadie lo ha caracterizado mejor que Enrique Santos Discépolo en su famoso tango Cambalache. El autor no niega que el mundo fue y será una porquería, pero es en este siglo XX donde advierte que Vivimos revolcaos en un merengue Y en el mismo lodo Todos manoseaos Hoy resulta que es lo mismo Ser derecho que traidor!… Ignorante, sabio o chorro, Generoso o estafador ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! ¡Lo mismo un burro que un gran profesor! No hay aplazaos Ni escalafón, Los inmorales Nos han igualao. Si uno vive en la impostura Y otro roba en su ambición ¡da lo mismo que si es cura colchonero, rey de bastos, caradura o polizón! Cualquiera puede alegar que esto es universal, pero hay más de un dato que indica que este es nuestro siglo veinte como lo son Carnera y San Martín Y lo que sigue es ya peculiar e idiosincrásicamente argentino porque solo entre nosotros puede decirse que: Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida, y herida por un sable sin remaches ves llorar la Biblia contra un calefón El horizonte de aplanamiento ético concluye con una intensidad en los últimos versos que marcan la impronta de la indiferencia moral donde: El que no llora no mama Y el que no mama es un gil! El dictamen consumado es así una directiva estrictamente referida a la moralidad práctica, tal como esta se presenta con un incuestionable aplanamiento que autor describe con una cruel y dolorosa ironía cuando finalmente dice: !Dale nomás! ¡Dale que va! ¡Que allá en el horno nos vamo a encontrar! ¡No pienses más, sentate a un lao, que a nadie importa si naciste honrao! Es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o esta fuera de la ley. La cabal compresión de este enmarañado y notable proceso de adaptación y redireccionamiento social de la moralidad práctica requiere, para una correcta apreciación de los hechos, un acotado dispositivo teórico que las disciplinas que se ocupan de la ética como discurso filosófico no han desarrollado y que, sin embargo, se ha mostrado muy fecundo en ámbitos colindantes como el de las ciencias sociales y la teoría política, en particular durante los primeros dos tercios del siglo XX y antes de que el formalismo, el empirismo abstracto y las simplificaciones en torno a los nuevo conflictos de un orden internacional unipolar desplazara el debate hacia cuestiones tan ambiguas e inconsistentes como el sofístico problema del fin de la historia y la superficial fraseología del choque de civilizaciones. De aquella fecunda etapa, de intensa controversia en el plano de la filosofía social, precisamente procede la noción de rutinización, que Max Weber aplica al examen del carisma y que a nosotros se nos ofrece como un excelente instrumento conceptual de cara al enfoque teórico indispensable para un completo acotamiento de los hechos que torne inteligible su función y, al mismo tiempo, sirva para su necesario pronóstico crítico. Ahora bien, para algunos, como por ejemplo W. Mommsen, los ideales normativos de la ética que aquí estamos considerando en relación con el rango de los valores en la ética material así como en los estándares de la moral interactiva y su eventual aplanamiento concreto en el caso de la Argentina actual, solo alcanzarían, en el pensamiento de Weber, una posición vinculante a causa de las determinaciones personales, lo que dejaría sujeto el dispositivo moral a las nudas creencias de los individuos en un contexto vacío por la inexistencia de jerarquías, estándares o escalas. Sin embargo, la simplificación que implica este punto de vista, directamente pasa por alto el programa weberiano, marcado por una estricta objetividad científica tal como se expone, no sin prevención, en su famoso y detallado artículo Die “Objektivität” sozialwissenschaftlicher und sozialpolitischer Erkenntnis al tiempo que, también, desatiende lo el gran sociólogo sostiene y acota en su complementario artículo acerca Der Sinn der “Werfreiheit” del soziologischen und ökonomischen Wissenschaftsen, en el que se demarca el alcance con el que cabe tratar a los valores de cara a esos mismos estándares. Desde ya, sea cual fuere la interpretación sociológica, lo cierto es que la clave de cualquier implicancia social, en orden a la ética y a sus posibles estandarizaciones, se localiza en la diferencia entre comprobación empírica y valoración práctica, de lo que, para Weber, solo se sigue, en sentido estricto, una imposibilidad de fundamentación científica de las opciones valorativas pero no la inexistencia de jerarquías valorativas o estándares como insinúa Mommsen y como también ha sostenido con anterioridad en otro contexto, Leo Strauss , al que, por otra parte, ya había criticado de modo muy preciso y con definitivo acierto Arnold Brecht a fines de los años cincuenta del pasado siglo. Advertimos entonces que, de un lado, para Weber, la ciencia orientará su vocación a la más estricta objetividad, lo que solo impide pronunciarse científicamente acerca de rangos o estándares, mientras que la ética, que en parte se atribuirá esa pretensión de manera estricta y ostensible, resultará consecuentemente desglosada en una ética de la responsabilidad, característica del político, y otra ética de la convicción, propia del que se sujeta a las exigencias morales absolutas de una determina escala de valores como, por ejemplo, los diez mandamientos de la Biblia. No obstante Weber deja en claro su distancia de toda simplificación cuando dice que es infinitamente conmovedora la actitud de un hombre maduro (de pocos o de muchos años, que eso no importa), que siente realmente y con toda su alma esta responsabilidad por las consecuencias y actúa conforme a una ética de la responsabilidad, y que al llegar a un cierto momento dice “no puedo hacer otra cosa, aquí me detengo”. Esto sí es algo auténticamente humano y esto sí cala hondo. Esta situación puede, en efecto presentársenos en cualquier momento a cualquiera de nosotros que no esté muerto interiormente. Desde este punto de vista la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción no son términos absolutamente opuestos, sino elementos complementarios que han de concurrir a formar al hombre auténtico, al hombre que puede tener “vocación política”. La complejidad de la trama social y las peculiaridades con las que cabe abordar el estudio de los estándares o programas impone, además de las prevenciones señaladas por el propio Weber, un atento desglose entre aquellos asuntos cruciales y las modalidades meramente accesorias que carecen de suficiente impacto en el imaginario institucional al que se remite la convivencia interactiva concreta. Justamente aquellos aspectos cruciales son los que, por lo general un observador no perspicaz o un extranjero que está de paso o en viaje de turismo no ve o no toma en cuenta, porque es lo que queda fuera de sus expectativas y, también, lo que va más allá de los eventos interactivos puntuales y aún mucho más lejos de las noticias que lo registran y que, de ordinario, sesgan la información en línea con lo que mas impacta o lo que, eventualmente, pueda llamar la atención del publico. La relativización, sin duda, colorea éticamente todo el imaginario social concreto; pero, también, produce un cierto efecto de atmósfera que lleva a tomar sus extensiones o ejecuciones materiales como resultados casi naturales de las propias conductas generando en los hábitos ocasionales sus propios antiestándares. En consecuencia, al quedar aplanadas las escalas de valores ya no hay ningún desideratum ético socialmente posible porque nada esta por encima, pues todo tiene el mismo rango; y, lo que es peor aún, ningún valor ético tiene ya rango superior o relevante respecto de los demás valores morales o de sus negaciones y la función crucial de la estimativa queda huérfana de toda posibilidad confrontativa al carecer de escalas éticas de referencia que podría ser, al menos, parcialmente vinculantes en el imaginario interactivo. Ya no se trata de un reemplazo de escalas de valores sujetas a principios absolutos (como los diez mandamientos o la declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano) por otras escalas que solo inordinan, en el orden de rango, valores de oportunidad, conveniencia o supremacía material. Directamente el aplanamiento suprime los rangos y homologa una nivelación ética en los tratos interactivos, desinteresándose de cualquier posibilidad de confrontación estimativa que, por otra parte, solo puede ejecutarse de cara a las escalas de valores institucionalidades por la sociedad, generalmente implícitas como todo el dispositivo de creencias, aunque completamente reconocibles en el perfil de la identidad colectiva que proporcionan las adscripciones confesionales o lo que se consigna como programa en la propia carta de navegación de la sociedad representada por su Constitución. La rutinización resulta entonces, en este caso, algo así como una moneda de dos caras. En una de esas caras se registra la indiferencia ética y en la otra el aplanamiento de las escalas. El resultado es concomitante a las interacciones y a las perspectivas asumidas de modo que los actores individuales solo se detienen o perciben valores puntuales en un escenario plano y unidimensional, escenario al que se accede por preferencias o en el que solo algunos participan y nada más que en la medida de sus propias opciones. Incluso los disvalores se tornan ambiguos al punto que lo que para unos es circunstancialmente malo para otros es circunstancialmente bueno y viceversa, lo que confirma como resultado el punto de partida de la indiferencia moral. Conviene, sin embargo, no confundir esta indiferencia moral que, en sentido estricto, es una neutralización deliberada de toda estimación o juicio moral concreto orientado a desobligar al sujeto de cualquier deber eventual medible por medio de una escala ética de valores de referencia, con la anomia que una modalidad particular de la tendencia, en el comportamiento social interactivo, a incumplir reglas y que ha sido objeto de un extenso estudio por parte de C. S. Nino hace más de una década. Esa tendencia a la ajuridicidad, que es en realidad un efecto y no una causa, se percibe, sobre todo para Nino, en la informalidad económica, la evasión impositiva, la decidida corporativización de la economía, la ingente corrupción, la despreocupación por el medio ambiente, la venta sin control de medicamentos en las farmacias, la ausencia de controles continuos de calidad y eficiencia en la elaboración de una amplia gama de productos industriales, la desjerarquización académica, el caos en el tránsito vehicular y las actitudes de relativización de los propios comportamiento frente a la ley o a sus resultados. La diversidad de todos estos comportamientos no puede uniformarse con arreglo a sus resultados y, por cierto, el apartamiento o la desobediencia a las reglas no es solo un hábito ni cabe medirlo así o como un mero hecho social. No obstante el detallado análisis casuístico de Nino, más allá de su inconsistencia teórica, constituye un importante y serio esfuerzo orientado al abordaje de los problemas cruciales de la vida social argentina y se inscribe en una sostenida tradición que ha dado obras como El hombre mediocre de José Ingenieros, Radiografía de la Pampa y La Cabeza de Goliat de Ezequiel Martínez Estrada y Los Profetas del odio de Arturo Jauretche, entre otros. Y, desde ya, el sesgo ensayístico de toda esa literatura no debería menospreciarse en cualquier examen de nuestro asunto y, menos aun, cuando se estudia el itinerario histórico de los patrones de comportamiento ético en la vida social argentina. Ahora bien, en ese escenario aplanado los rigoristas y los pudorosos por lo general se van a apartar, con prudencia, de las zonas donde las opciones éticas dejan poco o ningún espacio para su vergüenza o su integridad. No obstante, también estos sujetos homologan, con esas modalidades de comportamiento autorestrictivo, la rutinización descripta más arriba, de manera que su puntual apartamiento se transforma en otra confirmación de la indiferencia ética, y esto ocurre no a pesar de la afirmación subjetiva de su moralidad sino, precisa y paradójicamente, por el ejercicio estricto que ellos hacen de esa opción. Quizá el rigorista o el pudoroso no podrían actuar de otro modo en el caso concreto o, tal vez, no estaría dispuesto a compartir y, menos aun, convivir con disposiciones éticas antagónicas, pues no le resultaría posible mantenerse en silencio ante un comportamiento inapropiado o una acción inmoral. Sin embargo, al apartarse colacionan su conciencia social en la conciencia individual desobligandose éticamente del conjunto y remitiendo el deber moral como el enfermo que acude regularmente a los analgésicos para remitir, atenuar o aliviar su dolor. De ese modo algunos espacios, como el espacio en el que se interactúa en relación a la puja política por el control de los aparatos gubernamentales, al tiempo que expulsan la población inasimilable que, desde ya, no está dispuesta a realizar conductas inapropiadas, también perfeccionan su homogeneidad ética inapropiada (o perversa o corrupta) al compartir el mismo patrón de conducta estimada o aprobada que se homologa en el trato de oportunidad, transacción y ventaja contingente. A veces esto se hace con extremo cinismo como hemos visto en la década de los noventa en la Argentina cuando los funcionarios del gobierno de turno se jactaban de acumular procesos penales en su contra como el deportista que se destaca por acumular medallas en las grandes competencias atléticas. Otros espacios sociales resultan menos homogéneos de cara a este aplanamiento de la valoración ética pero no por eso dejan de presentar claro signos de indiferencia moral y de degradación que el conjunto de los participes homologa como condición necesaria de integración al dispositivo de tratos ocasionales. Es lo que se percibe en el espacio social de la educación y la cultura en el que los individuos conviven en situaciones de extrema tensión ética por la inevitable circulación y el continuo trato interactivo sobre todo en las universidades o en el Conicet por la circunstancia de coincidir en una actividad docente o por la dependencia de evaluaciones en las que intervienen, en desigual distribución y presencia, los que ajustan su comportamiento a la conducta apropiada y los que actúan con indiferencia ética o con ostensible falta de decoro o incluso con acentuada maldad moral. El registro de los espacios sociales es complejo porque se trata de ámbitos de interacción que a veces se superponen con la misma amplitud con la que se registran las variaciones en los roles y estatus de los individuos. Esta misma complejidad hace difícil el uso de conceptos como el de clase social o el de ideología para formular juicios éticos concretos y para hacer un examen concreto que tome los hechos morales como realidades puntuales mensurables, cuya estimativa cabe ordenar necesariamente por rangos. Sobran ejemplos de individuos que participan de espacios políticos, deportivos y económicos o que convergen en espacios religiosos, culturales o mediáticos y en cada caso se impone una desagregación muy puntual para que el juicio ético tenga relativa pertinencia y algún valor como juicio crítico. Todo esto ni siquiera forma parte de la agenda de la reflexión ética y filosófica en nuestro país y eso se percibe claramente en las divagaciones de profesores y escritores que parlotean con un nivel de irrealidad que justifica plenamente el diagnóstico de León Rozitchner acerca de la inexistencia de la filosofía en la Argentina actual. Como la ética es una parte central de cualquier reflexión filosófica basta confrontar todo estas reflexiones precedentes con el parloteo libresco y mediático actual para advertir que el implacable dictamen de Rozitchner es extraordinariamente exacto. Rozitchner, por cierto, lo sabe pues es uno de los pocos filósofos verdaderos que tiene hoy la Argentina y uno de los pocos que piensa en sentido socrático. Se que todo esto es muy complejo y arduo y que hay mucho más que decir como nos recuerda Francisco Madariaga cuando, en Los Terrores de la suerte, y frente a su horizonte de incertidumbre, sostiene Yo no tengo país, Tengo isletas voladas por el agua Desde ya que la intensidad de esta incertidumbre es abismal; pero, al menos, uno puede insistir con algunos rasgos cruciales como el hecho del aplanamiento ético porque ese aspecto que, quizá el desprevenido o el extranjero no alcancen a ver, desborda completamente la trama social y nos involucra continuamente, aunque que para percibir su peculiaridad se tiene que vivir e interactuar aquí por un tiempo más o menos prolongado para no confundir el rango escalar del individuo que participan de diversos valores con el dispositivo social de interacciones donde este convive y donde ya no se advierte la presencia de ninguna escala de valores más o menos representativa como dispositivo de rangos institucionalizados que permita dirimir y reconocer el pronunciamiento moral. Al aplanarse la ética el juicio de valor pierde ya toda posibilidad de objetividad de modo que ese mismo juicio, en caso de que se considere pertinente formularlo – lo que por otra parte ya no resultará necesario y menos aún urgente o siquiera oportuno – quizá pueda tomarse o considerarse como un juicio subjetivo de un individuo segregado del entorno en el que edifican las escalas de valores éticos y que, en todo caso, puede ofrecerse como ejemplo, pero que no será nunca tomado como un patrón de moralidad media como ocurre con el spoudaius en la ética aristotélica. Nuestra sociedad ha conseguido, a finales del siglo XX, establecer este antidesideratum ético y ha sido exitoso al punto que la indiferencia ética ha dejado de ser censurable para servir solo de elemento demarcativo de las opciones personales. ¿A donde puede ir una sociedad en esas condiciones éticas? Creo que la respuesta es evidente. Va hacia el lugar en el que estamos como sociedad. O en otras palabras produce el perfecto hysteron próteron: o sea el círculo vicioso moral en la secuencia histórica. Por cierto este no es un diagnóstico derrotista sino una percepción objetiva de una situación grave. Y seguramente muchos van a reaccionar ante el insoportable hecho del aplanamiento ético cuyas consecuencias políticas son aun mas graves y cuyo debate se impone, además, como algo perentorio y necesario. Además, semejante emergencia se remonta a una concepción de la política que ha marchado, con creciente intensidad, en la Argentina desde mediados del siglo pasado, pero que, particularmente, ha adquirido una hegemonía absoluta en este nuevo milenio cuando ya se considera a esta actividad como una mera incumbencia de oportunidad y astucia o, si se quiere, como una técnica y un consecuente oficio, ocupación o actividad profesionalizada relativa a la gestión gubernamental y a la ocupación de cargos gubernamentales y legislativos que, más que nada, remite a un escenario regido por la dicotomía amigo-enemigo. No parece, por cierto, que para la opinión general de nuestra sociedad, en lo que va de este nuevo milenio, importe demasiado si esa propiedad resulta o no la caracterización de lo peculiar o idiosincrásico de la política. Simplemente esto es lo que hoy en la Argentina se percibe como tal y lo que cualquier observador inteligente descubre a través de las manifestaciones de los actores involucrados. Y si se tuviera que profundizar en los presupuestos que informan o acotan teóricamente estas modalidades seguramente se va a encontrar una notable afinidad con los presupuestos de Nicolás Maquiavelo, Thomas Hobbes y Carl Smith o, al menos, con las simplificaciones que se han generalizado a partir de sus opiniones. Tales simplificaciones tienen, además, una curiosa contrapartida en el famoso Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice Joly que registra el escenario del poder con inocultable cinismo al que nada no le es ajeno, ni siquiera, la decepción. En las antípodas de ese horizonte Aristóteles caracterizaba a la política antes que como una mera técnica o un simple dispositivo instrumental, como algo más complejo, que de ordinario está más allá de las técnicas y que, a diferencia de cada una de estas, no solo registra los procedimientos de su disposición y las modalidades de ejecución instrumental sino que, además, se orienta por la razón a la prosecución del bien y la genuina felicidad del conjunto social que, por otra parte, se impone como deber a todo el que la práctica. Aquí, desde luego, no hace falta detenerse en el examen de detalle de estos dos modos dispares de entender la política, aunque tampoco conviene pasar por alto sus diferencias en relación a lo que estamos considerando. La sobrextensión de aquella modalidad de la política, entendida como una técnica de gobierno desplegada en un escenario regido por la dicotomía amigo-enemigo, es uno de los rasgos, de cara a nuestra situación actual, que informa esa dirección inquietante apuntada más arriba. Esta modalidad argentina de la política, decididamente técnica, moralmente indiferente y excluyentemente agonal, tiende a saturar todo los ámbitos de convivencia y trato de manera tal que ningún ámbito escapa a su desbordante hegemonía. Tenemos así una educación y una ciencia sujeta a los vaivenes de las relaciones amigo-enemigo del mismo modo que también tenemos un periodismo regido por ese antagonismo donde la prensa adicta se opone a la prensa adversaria. Y lo mismo ocurre con la industria y los demás agentes económicos que se presentan como allegados al gobierno o como perjudicados por este. La cultura y el deporte no escapa, por cierto a ese desborde; y ni siquiera la iglesia o los militares quedan fuera de ese tire y afloje, en el que se puja por imponer las propias expectativas o se insiste en rechazar los resultados adversos a esas mismas expectativas. La ciencia y la educación dejan así de ser un escenario objetivo de investigación y de adquisición del saber para dar lugar a la puja de cargos y oportunidades de la misma manera que toda o casi toda la actividad de los agentes económicos marcha al ritmo de la política gubernamental, al punto que incluso el mercado mismo no es mas que un péndulo que oscila entre las resoluciones adoptadas por el estado y los nichos o negocios que el mismo estado regentea en orden a los precios, a las divisas o a las exportaciones. Las primeras reemplazan sibilinamente a la oferta y las últimas deforman y enervan permanentemente la demanda. Todo lo demás reproduce esta degradante sustitución de las posibilidades espontáneas por el rígido control del que tiene capacidad para torcer la dirección de comportamiento del oponente. Y el resultado es la disolución de la política misma o su degradación como desempeño epitécnico. Algo de esto es lo que ha pasado en el episodio del incendio del local bailable que ha ocasionado un tremendo estrago y gran cantidad de muertos y que ha culminado con el juicio y la destitución del Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. La misma sobrextensión señalada mas arriba ha teñido toda la trama de relaciones sociales colocando las más diversas situaciones en el mismo escenario de puja regido por la articulación antagónica entre amigos y enemigos. De esta manera el reclamo o el reproche da lugar a cualquier clase de permisos para los sujetos enfrentados; y, así, de una parte, la responsabilidad se disuelve en la política y, para otros, la justicia simplemente se transforma en venganza. Para unos aquella disolución de la responsabilidad en la mediatización de la política termina por enterrar el sentido común, el decoro y la autoestima porque no se quiere renunciar al lugar alcanzado, al cargo y a las oportunidades eventuales o futuras. Y para los otros el odio reemplaza al respeto, enerva la ley y degrada toda posible proporción en las consecuencias de la responsabilidad. El amor, la solidaridad y el anhelo directamente han desaparecido de ese escenario en el que cualquier cosa vale para imponer las expectativas más narcisistas expectativas y los deseo más patéticos. Se llega entonces a ese excluyente lugar en el que todos son amigos o enemigos, donde cualquier variedad, cualquier criterio o cualquier valor, quedan sesgados por la impronta dominante de lo particular. Hace algún tiempo he caracterizado a este proceso como hiperpolitización y me ha parecido entonces que representaba una tendencia peligrosa en la que posiblemente todos pierden, porque para todos se tornan posibles sus no siempre controlados impulsos, sus más triviales sensaciones o sus más oscuros deseos. Y, por cierto, la indeseada meta de todo esto no es otra que el bellum omnium contra omnes o sea la guerra de todos contra todos. Todo esto, además, hace recordar aquella descripción no muy distinta que Ingmar Bergman nos ha dado en esa extraordinaria película titulada El huevo de la Serpiente donde se retratan, con morosa intensidad, los prolegómenos sobre los que luego se edificará el orden nazi, obra que, seguramente, solo podrá compararse con el Macbeth de Willian Shakespeare. El ver de nuevo tan singular película muchas inconexas percepciones de nuestro degradado presente convergieron en mi mente y luego se transformaron es esta breves, nerviosas y agitadas líneas que expresan una parte del desahogo de mi incertidumbre ante los interrogantes de un futuro peligrosamente hobbesiano que se perfila en cualquiera de las alternativas consideradas por el fundador de la moderna orientación antiaristotélica. Solo me cabe agregar una curiosa coincidencia pues en día que empecé a escribir la primera versión de este trabajo, el 11 de marzo de 2007, se cumplieron 34 años de triunfo de Héctor Cámpora como presidente luego de un largo interregno de proscripciones y violencia. Y este triunfo, por cierto, no fue más que el anticipo de un desorden generalizado que condujo a la Proceso de Reorganización Nacional, la dictadura militar más horrorosa de toda la historia argentina que produjo entre 1976 y 1982 una fenomenal tragedia de muerte, horror, maldad y salvajismo fanático que nadie podría comparar con un estrago de un centro de entretenimiento de desafortunados y fatales resultados, si no mediara ese notable aplanamiento ético que libera el juicio moral de las más elementales restricciones que impone el respeto a los rangos en cualquier escala de valores morales. Parece, pues, que en más de 34 años nuestros compatriotas no han aprendido siquiera de la experiencia, lo que, casi podría decirse, se insinúa como una peculiar constante de nuestro imaginario histórico, edificado en la práctica del doble mensaje y sostenida al incesante ritmo de las oportunidades que despierta la ocasión y cuya impronta fundamental se manifiesta bajo una modalidad uniforme de aplanamiento e indiferencia moral que ya no distingue entre el anhelo de justicia y el deseo de venganza. Por cierto, si alguien pregunta por las alternativas seguramente sobran los ejemplos que hacen casi innecesario teorizar, lo que tampoco debería desdeñarse porque la teoría, como lo demostró Kant hace ya mucho tiempo, hace, ante todo, referencia a la selectiva aptitud para observar la realidad y captar sus posibles derroteros. Se puede, sin embargo, dejar de momento la teoría, y empezar solo con los ejemplos de nuestros propios vecinos. Tres al menos se nos ofrecen como espejos de una madurez que sirve de contraste suficiente: Brasil, Uruguay y Chile. Los estándares de comparación están al alcance de cualquiera y no hace falta más que leer los periódicos. Seguramente se puede ir más adelante en este ejercicio e intentar mirarnos en espejo de Europa, y en particular de los países escandinavos o de Canadá, o incluso de los mismos EE.UU. que son mucho más complejos de lo que de ordinario se imagina el que se deja llevar de apuro por la ideología. El lector tiene aquí su propio desafío para remontar este cul de sac tan insatisfactorio como agobiante y perverso ante el cual, como bien anotaba Discépolo, uno no puede sino decir ¡ Que falta de respeto, que atropello a la razón ! Si ha llegado hasta aquí hasta me atrevería a decir que está dispuesto a hacerlo, porque sabe que es, antes que nada, un excelente ejercicio de higiene mental e, incluso, una necesidad de cara al inquietante presente argentino donde, como el autor de Cambalache agregaba, pareciera que ¡ Cualquiera es un señor ¡ Cualquiera es un ladrón! (*) Recibido por Corrientes al Día desde el Instituto de Teoría General del Derecho Facultad de Derecho – UNNE Tucumán 644 CP 3400 Corrientes – Argentina Tel:+ 54 (03783) 430886 E-mail: jmeabegigaredcom@gmail.com
En honor a los 120 años del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado entre Argentina y Japón el 3 de Febrero de 1898, se lanzará el jueves próximo desde el Jardín Japonés (Buenos Aires) el primer concurso internacional de Poesía Japonesa “Tierra de Haikus”. La iniciativa es impulsada por la Fundación E Jendú Arte y Cultura, Imagen Diplomática, la Fundación “Andresito de las Misiones” y el Observatorio Social por la Paz y cuenta con el auspicio de la Embajada Japonesa en Argentina.
Las organizaciones que impulsan el certamen desarrollan sus actividades con miras a la reafirmación y expansión en todo el mundo de la Cultura de paz, con especial atención a la filosofía y los objetivos de Naciones Unidas, representados en sus distintos estamentos y agencias, como así también en sus diversos Programas, Fondos y Organismos, que tienen por principal causa el derecho de todos los pueblos del universo a la paz duradera y definitiva.
Este Primer Concurso Internacional tiene como objetivo principal la exaltación de la poesía en general y de la poesía japonesa en particular; al mismo tiempo que busca reafirmar el espíritu de confraternidad y amistad entre el Japón y la Argentina, en Honor y Homenaje a los 120 años del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado entre ambos países el 3 de Febrero de 1898
Vale señalar que el milenario Haiku, es una composición poética japonesa que consta consecutivamente de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas (diecisiete en total).
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Otra publicación en revista internacional para teórico correntino
FRANCISCO TOMÁS GONZÁLEZ CABAÑAS
La propuesta de reforma democrática, “El voto anticipado” del autor Francisco Tomás González Cabañas fue publicada por la prestigiosa Revista española de la transparencia, ISSN-e 2444-2607, Nº. 6, del año 2018, en las págs. 102-104. Para el creador del índice democrático, herramienta que mide las prácticas democráticas en los distintos poderes de los distritos auditados, se trata de la publicación número quince por parte de revistas internacionales que imponen estándares de exigencia y de calidad para publicar desarrollos teóricos, que como en otras elaboraciones de González Cabañas (voto compensatorio, gabinete ciudadano, cámara de dipunadores) sostienen novedosos criterios o categorías para remozar la democracia como la experiencia que puede, o debe, seguir siendo mejorada para representar, palmariamente, el gobierno del pueblo o de los ciudadanos.
“Al establecer la posibilidad de un voto anticipado, se conseguirían modificaciones sustanciales, giros copernicanos en la política cotidiana, que al constituirse en concomitantes, complementarias o en paralelo, con el voto o sufragio clásico y tradicional, de ningún modo significara una ruptura conflictiva, una instancia revolucionaria traumática, sino simple y llanamente la consolidación de la democracia misma, resignificando, desde lo electoral su definición histórica como etimológica.
El voto anticipado, permitirá que el ciudadano, en los tiempos actuales en donde considera un valor positivo el compartir sus gustos, preferencias y elecciones, ante sus semejantes, por intermedio de plataformas virtuales o de redes, haga lo propio con su preferencia electoral o política. El voto o sufragio clásico, que en varias aldeas occidentales, sigue amparado por ley, para que se lo respete en su condición secreta, fungió con utilidad hace décadas atrás, cuando las realidades sociales y existenciales no habían sido gravitadas por la explosión del mundo digital y de la cada vez más influyente inteligencia artificial. Sería más que una falta de tino el señalar, como se vio modificada la vida diaria del occidental promedio, de dos décadas a esta parte, más bien, es incomprensible como aún no se haya generado, hasta esta oportunidad, la posibilidad para que el ciudadano moderno, pueda hacer visible, pueda exteriorizar sus elecciones políticas, y en el caso de que lo decida que lo comparte y difunda, tal como lo hace con todos los otros (al menos tiene tal posibilidad) aspectos de su vida que no solo son considerados públicos, sino también áreas o zonas privadas”.
Estos párrafos que hacen mención al desarrollo teórico de Francisco Tomás González Cabañas, publicados por la revista internacional de marras, evidencian el grado de audacia teórica, de arriesgada creatividad, sostenidas en giros arguméntales y en razonamientos acendrados en la historia del pensamiento que lo preceden al correntino, construyendo para sus consideraciones y categorías un sendero en donde seguramente tantos más que vengan con él o detrás suyo, erigirán bajo estos pilares una nueva consideración de lo político como de lo democrático.
El texto “Crónicas de Bosque” de Francisco Tomás González Cabañas, fue publicado en la Revista editada en el Perú “Dúnamis”, en su número 8 del año 9, correspondiente a Septiembre del año en curso.
Con la presente el autor suma 8 publicaciones en revistas internacionales (la mayoría de ellas especializadas en filosofía) en menos de un año, como dos libros de filosofía política publicados, uno de ellos (El Voto Compensatorio) editado en Alemania, y la aceptación a más de una veintena de diferentes congresos internacionales de diversas ponencias oportunamente enviadas y aceptadas.
Crónicas de Bosque, es un relato ficcional, que vislumbra una crítica social que encierran al autor en sinuosos laberintos de persecución e indiferencia por parte de quienes pretenden una sociedad sesgada, en donde las decisiones son tomadas por facciones con poder circunstancial y por tanto el ejercicio ciudadano y la vida democrática, pasan también a ser literatura o filosofía ficcional.
CRÓNICAS DE BOSQUE
Se estima que tiempo antes de la existencia de los guaraníes nuestras tierras fueron habitadas por una civilización que ha dejado muy pocos rastros de su existencia. Alcanzando el grado de mito, como la célebre Atlantis, daremos cuenta, de la información que contamos acerca de la cultura que podríamos dar en llamar como de los “Gentereí”.
En un tiempo no precisado de la historia, en lo que actualmente se conoce como el litoral argentino, una cultura de peculiares características, tuvo su apogeo y extinción, bajo sinuosidades sociales y políticas, que en la actualidad nos pueden parecer, casi familiares y cotidianas, por lo que no es demasiado arriesgado suponer, que pese a los siglos transcurridos y por más que las evidencias materiales no sean contundentes, tenemos una carga genética o arrastramos signos de quiénes serían nuestros antepasados directos; los Gentereí.