Signos Literarios
Una historia de navidad
EDNA POZZI (*)
Lo que voy a contar no es ni siquiera una historia. Es más bien una suma de conjeturas y sensaciones que me han dejado el recuerdo de una extraña ternura.
Nos sabíamos reunir, hace unos años, en un café de la Recoleta. Éramos un grupo de amigos que al decir de uno de ellos “padecíamos una fuerte vocación literaria”. Para matar el tiempo (cosa desde ya imposible) nos contábamos historias que con un poco de gracia y estilo podían convertirse en un cuento memorable. La realidad es siempre más potente que la ficción, de tal manera que estas historias podían haber sucedido o no, pero nadie discutía su inserción en el tejido blando de la vida. Ese 23 de diciembre el calor era sofocante y se veía gente que entraba y salía con paquetes coronados con cintas rojas, traspiraciones y sonrisas. Un mundo armonioso y amable. Uno de los mellizos Albarracín intentaba fastidiarme – y lo lograba – con la crítica de mi última novela, recién publicada. Sostenía que ese narrador omnisciente, desatendido del turbio destino de sus criaturas, era para decirlo amablemente, un tanto antiguo y en definitiva estructuraba una novela prescindible, donde hacía decir a sus desvalidos personajes lo que yo no me animaba a confesar públicamente. Atendiendo a mi ira progresiva, Coleman, a quien todos nombrábamos Carlitos, hizo un gesto con la mano, colocando el índice sobre sus labios, como en el retrato de las enfermeras de los hospitales, justo en el momento en que estaba por responder airadamente. Coleman era el mayor y el más sabio de un grupo que rondaba la cincuentena con excepción de Julio, a quien llamábamos Don Julio – tendría por entonces no más de 28 ó 29 años – para distinguirlo de su padre, el famoso Julito Cáceres, que desde su nacimiento hasta su previsible final, se apropió del diminutivo. En el silencio que siguió a la perorata del mellizo, fue Don Julio quien con su voz débil dijo: Me atrevería a contarles una historia de Navidad y todos asistimos alborozados, no sin antes pedir otra botella de vino blanco helado y algunos trozos de queso. Esto fue lo que dijo: En casa la Navidad comenzaba el 8 de diciembre, fecha en que mi abuela o una vaga tradición, no se bien, había elegido para bajar las grandes cajas sumergidas en los placares que contenían las estrellas, los muñequitos y las guirnaldas del año anterior. Entonces arrastraba penosamente desde el jardín un pinito que crecía en una maceta y lo colocaba frente a la chimenea, mientras los chicos comenzábamos a desenvolver las figuritas de cristal y las bolas plateadas y doradas y por ahí, en una caja especial, las imágenes de San José y la Virgen María, con los consabidos bueyes y asnos. Fue en la Navidad de hace veinte años, yo tendría 8 ó 9, cuando en el trámite de los preparativos nos dimos cuenta que de la caja prolijamente rotulada “Pesebre”, faltaba nada menos que la imagen del Niño Dios. Ustedes conocieron a mi padre, dijo Don Julio, por supuesto que lo conocieron, pero no saben nada de mi abuela. Era una asturiana alta y maciza con unos ojos de un verde tan profundo que debía haber enloquecido a los hombres en su juventud y que todavía conservaban intacta su belleza. La abuela miró con furia a cada uno de sus nietos, convertidos en precarios ayudantes, preguntando cuál de los traviesos malvados había escondido la imagen, nada menos que el Niño del Pesebre, sin la cual no habría Navidad y aleccionó que se trataba de una joya de porcelana, hecha vaya a saber porqué ignotos artesanos de su tierra. El estupor nos había paralizado. La abuela abría otras cajas por si acaso una equivocación, aparecían guirnaldas de lucecitas de colores, hilos de plata trenzados, casitas de porcelana con nieve en los tejados, para nada del Niño Dios. Desesperanzada, la abuela se irguió y buscó su sillón hamaca, donde comenzó a balancearse en silencio, actitud que siempre presagiaba el disgusto o la tristeza – lo pienso ahora – dijo Don Julio mirándonos. Ustedes saben – prosiguió – la situación de esa familia peculiar que constituíamos. El padre muerto, ese Julito Cáceres hermoso como un dios, mujeriego, jugador, aventurero, que terminó sus días en una avioneta particular que se desplomó a la altura de Morón y que desde entonces fue la leyenda de Buenos Aires, el señor, el amante furtivo, el gozador y la madre – nuestra madre – harta de aventuras amorosas de su compañero, harta de ese hombre-niño que siempre sería Julito, se fue a vivir a Francia desde nunca más volvió. De tal manera que la abuela, que había amado a ese hijo como un icono, se encontró de improviso con cinco huérfanos desmañados y torpes que invadieron la casa grande y a los que había que educar y alimentar. Pasaron los días y el 23 de diciembre precisamente – dijo Don Julio – amanecimos en una casa alborotada con gente que corría y familiares que hace rato no veíamos. La mucama bañó a los más chicos y fuimos vestidos y acicalados como si se tratara de ir a una fiesta. Después los cinco hermanos fuimos llevados al dormitorio de la abuela, en el segundo piso. Cuando entramos había mucha gente alrededor del lecho, médicos, enfermeras, primos lejanos y la abuela yacía, pálida y con los ojos cerrados, en la gran cama matrimonial. Alguien nos dijo que la abuela había muerto y que le diéramos un beso de despedida. Nos acercamos con aprensión. De pronto el más chico, Lolito, de 4 años, soltó la mano de la enfermera y corrió escaleras abajo. Al ratito volvió a subir. Estábamos rodeando el lecho de la abuela y él se acercó jadeando y se subió a la cama de la muerta, donde tantas noches había buscado cobijo y consuelo. Atrajo para sí las manos de la abuela y puso entre sus dedos algo, la figurita del Niño Dios. Su vocecita se escuchó en el silencio. “Despertate, abuela, el Niñito Dios había ido a buscar a mamá”. Don Julio calló. Eso es todo, dijo. Uno de los mellizos Albarracín estuvo a punto de hablar, pero Carlitos le hizo una seña para que desistiera. Entonces, Don Julio, dijo: – Bueno, casi todo -. Tomó su portafolio de una silla cercana y sacó un bulto pequeño, cuidadosamente envuelto en papel de color. Lo desenvolvió y puso en el centro de la mesa del bar, la hermosa figurita de porcelana, el Niño Dios en su cuna de paja, una pierna doblada, los bracitos alzados y unos ojos de un celeste profundo, casi azul. Nadie dijo una palabra. Absortos miramos esa figura en el centro de la mesa que por efectos de la luz parecía desprender haces de plata, una intensidad desconocida. Lo robé de las manos de la muerta, dijo Don Julio y todos estos años lo he llevado conmigo. Ya se que hay objetos a los cuales puede traspasarse eso que llamamos alma pero no sabía hasta entonces que hay objetos que traspasan el alma de quien los toca. Mirábamos esa figurita y todos pensábamos en la vida, los años perdidos, el dolor, la esperanza, teníamos por primera vez en los brazos el bulto del hijo, cerrábamos los ojos de la muerta querida, recordábamos el despilfarro del sol, la tierra, una playa distante y mientras mirábamos ese extraño Niño, un dolor dulce, como una ternura, una tristeza sabia, nos traspasó. No le preguntamos a Don Julio si su madre al fin había vuelto de Francia, nunca lo sabríamos. Éramos como desconocidos que por primera vez se miran a los ojos, se acompañan. Fue Carlitos el que levantó lentamente la copa y dijo ¡Feliz Navidad! Y créanme, nunca he sentido que esas dos palabras significaran tanto, estuvieran llenas de hojas, de perfumes, de alas de pájaros, de cosas buenas y hasta sagradas. No se. Pero se me llenaron los ojos de lágrimas y ustedes saben que hace años que no lloraba. (*) Recibido por Corrientes al Día. Edna Pozzi, Navidad del año 2007. A mis amigos, en el reparo de mi corazón. Buenos Aires
En honor a los 120 años del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado entre Argentina y Japón el 3 de Febrero de 1898, se lanzará el jueves próximo desde el Jardín Japonés (Buenos Aires) el primer concurso internacional de Poesía Japonesa “Tierra de Haikus”. La iniciativa es impulsada por la Fundación E Jendú Arte y Cultura, Imagen Diplomática, la Fundación “Andresito de las Misiones” y el Observatorio Social por la Paz y cuenta con el auspicio de la Embajada Japonesa en Argentina.
Las organizaciones que impulsan el certamen desarrollan sus actividades con miras a la reafirmación y expansión en todo el mundo de la Cultura de paz, con especial atención a la filosofía y los objetivos de Naciones Unidas, representados en sus distintos estamentos y agencias, como así también en sus diversos Programas, Fondos y Organismos, que tienen por principal causa el derecho de todos los pueblos del universo a la paz duradera y definitiva.
Este Primer Concurso Internacional tiene como objetivo principal la exaltación de la poesía en general y de la poesía japonesa en particular; al mismo tiempo que busca reafirmar el espíritu de confraternidad y amistad entre el Japón y la Argentina, en Honor y Homenaje a los 120 años del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado entre ambos países el 3 de Febrero de 1898
Vale señalar que el milenario Haiku, es una composición poética japonesa que consta consecutivamente de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas (diecisiete en total).
Signos Literarios
Otra publicación en revista internacional para teórico correntino
FRANCISCO TOMÁS GONZÁLEZ CABAÑAS
La propuesta de reforma democrática, “El voto anticipado” del autor Francisco Tomás González Cabañas fue publicada por la prestigiosa Revista española de la transparencia, ISSN-e 2444-2607, Nº. 6, del año 2018, en las págs. 102-104. Para el creador del índice democrático, herramienta que mide las prácticas democráticas en los distintos poderes de los distritos auditados, se trata de la publicación número quince por parte de revistas internacionales que imponen estándares de exigencia y de calidad para publicar desarrollos teóricos, que como en otras elaboraciones de González Cabañas (voto compensatorio, gabinete ciudadano, cámara de dipunadores) sostienen novedosos criterios o categorías para remozar la democracia como la experiencia que puede, o debe, seguir siendo mejorada para representar, palmariamente, el gobierno del pueblo o de los ciudadanos.
“Al establecer la posibilidad de un voto anticipado, se conseguirían modificaciones sustanciales, giros copernicanos en la política cotidiana, que al constituirse en concomitantes, complementarias o en paralelo, con el voto o sufragio clásico y tradicional, de ningún modo significara una ruptura conflictiva, una instancia revolucionaria traumática, sino simple y llanamente la consolidación de la democracia misma, resignificando, desde lo electoral su definición histórica como etimológica.
El voto anticipado, permitirá que el ciudadano, en los tiempos actuales en donde considera un valor positivo el compartir sus gustos, preferencias y elecciones, ante sus semejantes, por intermedio de plataformas virtuales o de redes, haga lo propio con su preferencia electoral o política. El voto o sufragio clásico, que en varias aldeas occidentales, sigue amparado por ley, para que se lo respete en su condición secreta, fungió con utilidad hace décadas atrás, cuando las realidades sociales y existenciales no habían sido gravitadas por la explosión del mundo digital y de la cada vez más influyente inteligencia artificial. Sería más que una falta de tino el señalar, como se vio modificada la vida diaria del occidental promedio, de dos décadas a esta parte, más bien, es incomprensible como aún no se haya generado, hasta esta oportunidad, la posibilidad para que el ciudadano moderno, pueda hacer visible, pueda exteriorizar sus elecciones políticas, y en el caso de que lo decida que lo comparte y difunda, tal como lo hace con todos los otros (al menos tiene tal posibilidad) aspectos de su vida que no solo son considerados públicos, sino también áreas o zonas privadas”.
Estos párrafos que hacen mención al desarrollo teórico de Francisco Tomás González Cabañas, publicados por la revista internacional de marras, evidencian el grado de audacia teórica, de arriesgada creatividad, sostenidas en giros arguméntales y en razonamientos acendrados en la historia del pensamiento que lo preceden al correntino, construyendo para sus consideraciones y categorías un sendero en donde seguramente tantos más que vengan con él o detrás suyo, erigirán bajo estos pilares una nueva consideración de lo político como de lo democrático.
El texto “Crónicas de Bosque” de Francisco Tomás González Cabañas, fue publicado en la Revista editada en el Perú “Dúnamis”, en su número 8 del año 9, correspondiente a Septiembre del año en curso.
Con la presente el autor suma 8 publicaciones en revistas internacionales (la mayoría de ellas especializadas en filosofía) en menos de un año, como dos libros de filosofía política publicados, uno de ellos (El Voto Compensatorio) editado en Alemania, y la aceptación a más de una veintena de diferentes congresos internacionales de diversas ponencias oportunamente enviadas y aceptadas.
Crónicas de Bosque, es un relato ficcional, que vislumbra una crítica social que encierran al autor en sinuosos laberintos de persecución e indiferencia por parte de quienes pretenden una sociedad sesgada, en donde las decisiones son tomadas por facciones con poder circunstancial y por tanto el ejercicio ciudadano y la vida democrática, pasan también a ser literatura o filosofía ficcional.
CRÓNICAS DE BOSQUE
Se estima que tiempo antes de la existencia de los guaraníes nuestras tierras fueron habitadas por una civilización que ha dejado muy pocos rastros de su existencia. Alcanzando el grado de mito, como la célebre Atlantis, daremos cuenta, de la información que contamos acerca de la cultura que podríamos dar en llamar como de los “Gentereí”.
En un tiempo no precisado de la historia, en lo que actualmente se conoce como el litoral argentino, una cultura de peculiares características, tuvo su apogeo y extinción, bajo sinuosidades sociales y políticas, que en la actualidad nos pueden parecer, casi familiares y cotidianas, por lo que no es demasiado arriesgado suponer, que pese a los siglos transcurridos y por más que las evidencias materiales no sean contundentes, tenemos una carga genética o arrastramos signos de quiénes serían nuestros antepasados directos; los Gentereí.