Signos Literarios
Del ultimo libro de Pedro Martínez Corada “Nunca llueve sobre el Sahara”
TODOS ERAN IGUALES, MENOS UNO (*)
Nos gustaban los pueblos abandonados. Bien por razones opuestas o por parejos sentimientos, todos ansiábamos que llegara el sábado para desaparecer en alguna ladería silenciosa. Recorrer aquellas casas solitarias formaba parte de nuestra idiosincrasia, supongo que eran la representación del deseo de vivir de otra manera, aunque no supiéramos de cuál.
—No sólo es el asesinato del paisaje —dijiste en una ocasión, mirando un inútil lavadero ausente de comadres—, es el símbolo del fin de esta sociedad. —El último símbolo que ha habido y habrá, fue la muerte de Jesucristo. —No seas cínico —respondiste. Y qué podía decirte yo, tener un carné del Partido en el bolsillo nunca ha garantizado la pureza ideológica de nadie, tampoco la mía. Cuando llovía, dormíamos en la casa más limpia que encontráramos, después de recorrer calles que jamás tuvieron adoquines. En las casas veíamos somieres espinosos, sillas destripadas, botellas llorando cera, calendarios de vírgenes tristes y llaves de hierro picado por la viruela del tiempo. A veces, en lo que fue una escuela o un ayuntamiento, hallábamos arcones fajados por herrajes roñosos; como si fueran tumbas egipcias habían sufrido la visita de los saqueadores y dentro encontrábamos, las menos de ellas, papeles terrosos con cuentas escritas en donde las pesetas tenían céntimos y el debe y el haber estaban escritos en colores rojo y azul —como los de la guerra civil, dirías tú—, o algún ejemplar abarquillado de El Magisterio Español que nadie quiso, salvo Roberto, ese tío enteco que lo guardaba todo y con el que era imposible que tú fueras feliz. Roberto había perdido la asertividad en algún lugar de los Carabancheles, pero tú afirmabas que le querías por lo sensible que era. Las noches parecían más largas entre los restos de aquella memoria hecha añicos. Félix, un grandullón que no sabía hacer algo sin escuchar música, posaba divertido para la cámara de Roberto. No he visto ninguna de aquellas fotos que zumbaban entre nuestras cabezas mientras escuchábamos Songs Of Love And Hate o imaginábamos a Satán entreteniéndose en inspirar la canción Sympathy For The Devil. —Deberían legalizar el hachís. Sería el gesto más progresivo para con la humanidad… después del descubrimiento del vino, por supuesto —dijo Félix, rodeado por un humo azulado. —Nunca debieron prohibirlo —aduje, mientras esperábamos turno para fumar. Y el viento y la lluvia sacudían los postigos de las casas. Fantasmas de madera carcomida, hijos de las ilusiones perdidas. Más deshabitados estábamos nosotros, te susurraba en la oscuridad, mientras Roberto dormía al otro lado de tu saco. Ruido de pisadas de ratas en el sobrado, roces de cucarachas en los viejos vasares, crujidos de gusanos devorando la madera podrida de las vigas; sonidos que subyacen en el aparente silencio de la noche, una entelequia hermana del tiempo. Las sombras se tornaban sustantivas y yo huía del amanecer cuando observaba cómo dormías. —¿Por qué te gustan los cementerios? Levanté la vista del bloc y te contemplé. Pensé que debería dibujarte a ti pero el carboncillo y el difumino se rendirían ante tus cabellos bermejos. Tenías el pie izquierdo apoyado sobre una piedra y el pantalón vaquero te ceñía las caderas y delimitaba la planicie de tu vientre. La brisa despertó a la mañana y se oyeron disparos de escopetas en algún coto lejano, en el campo de exterminio dominical decorado con uniformes paramilitares. —La muerte es lo único que interesa de verdad al ser humano. Te acercaste, dejé el cuaderno sobre la lápida en la que estaba sentado y nos miramos. Cada amanecer de domingo me acompañabas, observabas mis dibujos, respirábamos juntos la humedad del trigo verde y de las silvas. Cogí tus manos y, pomposo, declamé: «Rosa, oh contradicción pura, placer, de no ser sueño de nadie debajo de tantos párpados». (1) —No me gusta ese poema… —susurraste, bajando la cabeza. Sentí cómo tus manos apretaron las mías. —A mí tampoco… —y reímos. El sonido de nuestras risas se esparció entre los nichos, sobrevoló la campiña y acalló, por un momento, el tac tac de los disparos. Las perdices y los conejos huían de la pólvora y los perros. Un buitre planeaba en el cielo atento al posible botín, indiferente a nuestro abrazo. Nos gustaba la aventura. Llueve sobre Segovia. Será que viene el invierno. Las ventanas del bar están empañadas, también los cristales del coche en el que acabamos de llegar a la plaza del pueblo. Los domingos por la tarde nos resistíamos a volver. Una última parada antes de las pendientes de Somosierra nos despertaba la ilusión de que nunca regresaríamos. Félix pide orujo y charla con el tabernero quien también se irá dentro de poco, quizá con los hijos, camino de Madrid. Pero todavía hay tiempo para echar algunas partidas de futbolín. Cinco duros, siete bolas. Para que no haya empates. Las figurillas que representan a los futbolistas son de madera, con ellas se puede jugar en serio. Las cabezas de las figuras son todas iguales: el pelo está pintado de un negro brillante; la boca es una insensible línea recta de color rojo; los ojos, círculos negros sin el color del iris. Hay una figura que, sin embargo, es distinta: uno de los porteros. Debió romperse y fue sustituida por una pieza de otro modelo, lleva una gorra y el pelo es de color beige. Me gustaba jugar en su campo. Félix bebe de su segundo orujo, nunca le gustó el futbolín. Roberto y tú, contra mí. Son las ocho y echamos la última partida. Vamos empatados a tres, tras el gol que acabo de meterte después de un fino pase desde la media. Con el delantero pisé la bola, la acaricié, la desplacé de izquierda a derecha y cuando pensabas que tiraría por allí lo hice al otro hueco, con suavidad. Te quedaste quieta, observaste cómo la bola entraba, sin saber reaccionar, y reíste. Los pocos parroquianos que había en la taberna se admiraron con el compás de tus pechos subiendo y bajando dentro del jersey. Roberto te pide el cambio: quiere ganar a toda costa y él se cree mejor portero que tú. Última bola. La saco desde el centro y peleo contigo por la posesión. La paso entre dos de tus jugadores y la retengo con mi extremo izquierdo. Félix se acerca y nos trae unas cervezas. —Dale, tío. Es todo tuyo… —dice Félix con sorna. Me excita el tono de su voz. Me exalta cómo tú me miras. Me enardece ver a Roberto mirando con fijeza la bola, tenso sobre las dos barras de la defensa. Del extremo paso la bola al delantero centro y la aprisiono con la parte de detrás de la figura. Esta vez el tiro es de muñequilla. Giro un poco la madera y la bola se mueve unos milímetros hacia la derecha, después hago que la pieza oscile de atrás hacia delante para dar el mazazo. La bola entra por el centro del hueco de la portería, sin remisión, y el estruendo retumba en todo el bar. —Félix, tío, mira a ver si le he hecho un agujero a la mesa… Tiempo después compré el futbolín, antes de que el viejo tabernero echara el cierre y subiera también las cuestas de Somosierra. Lo tengo en el cuarto de estar, con las barras bien engrasadas, y he pintado en las caras de las figuras una sonrisa. Salvo en la de mi portero. No resistiría verlo sonreír. Nadie juega ahora conmigo. Silencios de comida en la nevera, de televisores encendidos, de coches que creen saber a donde van. Alguna vez, echo una bola y la paso desde la defensa a la media, desde la media hasta la delantera y la acaricio como cuando jugaba contigo, de izquierda a derecha, y viceversa, para después introducirla en alguna de las esquinas, con suavidad, tal y como ha pasado todo este tiempo durante el cual las casas abandonadas, más olvidadas que nunca, continuarán derrumbándose mientras los disparos de los domingos estremecen a los cementerios. (1) Poema de Rainer María Rilke, escrito para el epitafio de su propia tumba. (*) Recibido por Corrientes al Día de Pedro Martínez Corada; Para Óscar Portela y el mundo que nos queda El autor es pintor, fotografo, escultor y narrador- dirige entre otras actividades el Portal Almiar de Literatura de Madrid España. El presente cuento que nos complacemos en dar a conocer pertenece a su último libro “Nunca llueve sobre el Sahára”.
En honor a los 120 años del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado entre Argentina y Japón el 3 de Febrero de 1898, se lanzará el jueves próximo desde el Jardín Japonés (Buenos Aires) el primer concurso internacional de Poesía Japonesa “Tierra de Haikus”. La iniciativa es impulsada por la Fundación E Jendú Arte y Cultura, Imagen Diplomática, la Fundación “Andresito de las Misiones” y el Observatorio Social por la Paz y cuenta con el auspicio de la Embajada Japonesa en Argentina.
Las organizaciones que impulsan el certamen desarrollan sus actividades con miras a la reafirmación y expansión en todo el mundo de la Cultura de paz, con especial atención a la filosofía y los objetivos de Naciones Unidas, representados en sus distintos estamentos y agencias, como así también en sus diversos Programas, Fondos y Organismos, que tienen por principal causa el derecho de todos los pueblos del universo a la paz duradera y definitiva.
Este Primer Concurso Internacional tiene como objetivo principal la exaltación de la poesía en general y de la poesía japonesa en particular; al mismo tiempo que busca reafirmar el espíritu de confraternidad y amistad entre el Japón y la Argentina, en Honor y Homenaje a los 120 años del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado entre ambos países el 3 de Febrero de 1898
Vale señalar que el milenario Haiku, es una composición poética japonesa que consta consecutivamente de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas (diecisiete en total).
Signos Literarios
Otra publicación en revista internacional para teórico correntino
FRANCISCO TOMÁS GONZÁLEZ CABAÑAS
La propuesta de reforma democrática, “El voto anticipado” del autor Francisco Tomás González Cabañas fue publicada por la prestigiosa Revista española de la transparencia, ISSN-e 2444-2607, Nº. 6, del año 2018, en las págs. 102-104. Para el creador del índice democrático, herramienta que mide las prácticas democráticas en los distintos poderes de los distritos auditados, se trata de la publicación número quince por parte de revistas internacionales que imponen estándares de exigencia y de calidad para publicar desarrollos teóricos, que como en otras elaboraciones de González Cabañas (voto compensatorio, gabinete ciudadano, cámara de dipunadores) sostienen novedosos criterios o categorías para remozar la democracia como la experiencia que puede, o debe, seguir siendo mejorada para representar, palmariamente, el gobierno del pueblo o de los ciudadanos.
“Al establecer la posibilidad de un voto anticipado, se conseguirían modificaciones sustanciales, giros copernicanos en la política cotidiana, que al constituirse en concomitantes, complementarias o en paralelo, con el voto o sufragio clásico y tradicional, de ningún modo significara una ruptura conflictiva, una instancia revolucionaria traumática, sino simple y llanamente la consolidación de la democracia misma, resignificando, desde lo electoral su definición histórica como etimológica.
El voto anticipado, permitirá que el ciudadano, en los tiempos actuales en donde considera un valor positivo el compartir sus gustos, preferencias y elecciones, ante sus semejantes, por intermedio de plataformas virtuales o de redes, haga lo propio con su preferencia electoral o política. El voto o sufragio clásico, que en varias aldeas occidentales, sigue amparado por ley, para que se lo respete en su condición secreta, fungió con utilidad hace décadas atrás, cuando las realidades sociales y existenciales no habían sido gravitadas por la explosión del mundo digital y de la cada vez más influyente inteligencia artificial. Sería más que una falta de tino el señalar, como se vio modificada la vida diaria del occidental promedio, de dos décadas a esta parte, más bien, es incomprensible como aún no se haya generado, hasta esta oportunidad, la posibilidad para que el ciudadano moderno, pueda hacer visible, pueda exteriorizar sus elecciones políticas, y en el caso de que lo decida que lo comparte y difunda, tal como lo hace con todos los otros (al menos tiene tal posibilidad) aspectos de su vida que no solo son considerados públicos, sino también áreas o zonas privadas”.
Estos párrafos que hacen mención al desarrollo teórico de Francisco Tomás González Cabañas, publicados por la revista internacional de marras, evidencian el grado de audacia teórica, de arriesgada creatividad, sostenidas en giros arguméntales y en razonamientos acendrados en la historia del pensamiento que lo preceden al correntino, construyendo para sus consideraciones y categorías un sendero en donde seguramente tantos más que vengan con él o detrás suyo, erigirán bajo estos pilares una nueva consideración de lo político como de lo democrático.
El texto “Crónicas de Bosque” de Francisco Tomás González Cabañas, fue publicado en la Revista editada en el Perú “Dúnamis”, en su número 8 del año 9, correspondiente a Septiembre del año en curso.
Con la presente el autor suma 8 publicaciones en revistas internacionales (la mayoría de ellas especializadas en filosofía) en menos de un año, como dos libros de filosofía política publicados, uno de ellos (El Voto Compensatorio) editado en Alemania, y la aceptación a más de una veintena de diferentes congresos internacionales de diversas ponencias oportunamente enviadas y aceptadas.
Crónicas de Bosque, es un relato ficcional, que vislumbra una crítica social que encierran al autor en sinuosos laberintos de persecución e indiferencia por parte de quienes pretenden una sociedad sesgada, en donde las decisiones son tomadas por facciones con poder circunstancial y por tanto el ejercicio ciudadano y la vida democrática, pasan también a ser literatura o filosofía ficcional.
CRÓNICAS DE BOSQUE
Se estima que tiempo antes de la existencia de los guaraníes nuestras tierras fueron habitadas por una civilización que ha dejado muy pocos rastros de su existencia. Alcanzando el grado de mito, como la célebre Atlantis, daremos cuenta, de la información que contamos acerca de la cultura que podríamos dar en llamar como de los “Gentereí”.
En un tiempo no precisado de la historia, en lo que actualmente se conoce como el litoral argentino, una cultura de peculiares características, tuvo su apogeo y extinción, bajo sinuosidades sociales y políticas, que en la actualidad nos pueden parecer, casi familiares y cotidianas, por lo que no es demasiado arriesgado suponer, que pese a los siglos transcurridos y por más que las evidencias materiales no sean contundentes, tenemos una carga genética o arrastramos signos de quiénes serían nuestros antepasados directos; los Gentereí.