Opinión
El miedo, el pánico, el vértigo
PADECERES MODERNOS (*)
Hoy se escucha hablar de las nuevas formas de la angustia, y si bien sabemos que la angustia carece de forma, se corporiza muchas veces a través del miedo, el pánico y el vértigo. La angustia carece de forma, pero afecta a las formas.
Son sus manifestaciones, los modos de defensa frente a ella, las que producen “formas”, aquellas formas o cuerpos o topografías o localizaciones o agujeros que el psicoanálisis y los discursos sociales encuentran en su práctica. El miedo, el pánico y el vértigo son también modos de aprehensión del mundo; constituyen en el hombre los objetos de su interés. Es decir que son también coordenadas que ubican al sujeto en su época, su modo de captar y quedar captado por aquello contemporáneo que lo habita. Roger Caillois, escritor, antropólogo y ensayista francés, en su libro Fisiología de Leviatán, plantea que, en el siglo XX, “ninguna prohibición se halla bien delimitada y, en un universo en el que todo parece sólido, en realidad todo se encuentra secretamente alterado. Las palabras ya no responden a los actos ni las conductas a los discursos”. Y agrega: “La sociedad no existe más que para el control y la administración. Sólo actúa entre límites forzosamente indecisos y sin que su vigilancia pueda revelarse siempre eficaz. Su función no consiste más que en prohibir. Eleva barreras, deja abiertas ciertas vías, prohíbe el acceso a otras. Uno se encuentra en verdad ante una extravagante y peligrosa aventura: las palabras usadas no por el sentido que tienen, sino por el efecto que producen”. Caillois se pregunta: cuando las palabras pierden su claridad, cuando se emplean unas por otras, “¿qué punto de referencia, qué medida común permite a los hombres el menor intercambio en que la mala inteligencia no esté presente?”. Ya no hay enseñanza que pueda transmitirse o aprenderse. Es lo que se define como una era donde la palabra es libre, donde nada de lo que se dice tiene necesariamente consecuencias, como efecto del desencadenamiento de esa palabra, anunciado por Lacan, que nos ubica frente a la encrucijada de una clínica diversa de la de Freud, en la época victoriana de los comienzos del psicoanálisis. Es una palabra que Jacques-Alain Miller ubica en el contexto actual como instrumentalizada en función de la urgencia. Según Guillermo Belaga, en La urgencia generalizada, “si existe la consulta de urgencia frente al acontecimiento, es porque previamente algo “resistía bien”, existía una subjetividad organizada en un imaginario firme que permitía funcionar sin sobresaltos, hacer lazo social, e incluso lograr que se pueda no consultar, “no tener urgencias”. A esta construcción, que puede relacionarse con los aspectos narcisistas del individuo moderno, se la describe como “imaginario de seguridad””. Se dice que preguntaron a Confucio qué medida aconsejaría al príncipe Ling de Wei para restaurar la paz y las buenas costumbres en su reino, donde la anarquía había llegado a su colmo: “Corregir las denominaciones”, respondió. Y explicó: “Cuando las denominaciones son incorrectas, las razones son incoherentes; cuando las razones son incoherentes, los negocios están comprometidos; cuando los negocios están comprometidos, no se cultivan la música ni los ritos; cuando no se cultivan la música ni los ritos, las penas y castigos son inadecuados, el pueblo no sabe con qué pie bailar ni qué hacer con sus diez dedos”. Y Caillois agrega: “Vence aquel que, por los procedimientos más groseros, sabe mejor servirse de ellos (de esas palabras hechas signo), no en lo que significan, sino como otros tantos incentivos para provocar las pasiones y todo lo que pueden administrar para un fin determinado. Todo se reduce a la técnica”. Es éste, por desdicha, el caso de la mayoría de las palabras para la mayoría de los hombres. No hicieron más que oírlas, leerlas y repetirlas de la manera que les parece más verosímil. Tal vocabulario no representa de ningún modo un aumento de instrucción. Al contrario, constituye un grave peligro. Desarma al hombre. Embrolla su juicio. Hace al mismo tiempo, de esa criatura desconcertada, una presa fácil para el charlatán o para el ingeniero. Jacques Lacan, desde el comienzo de su enseñanza, elabora su propia teoría de lo mental, la manera en que cada uno se apropia del mundo que lo rodea. Para el sujeto, hay algo que falla en la manera de comprender las coordenadas que rodean a ese sujeto, y unas ciertas creencias que no coinciden con ese mundo, lo que hace que el sujeto sufra de su propia falla del pensamiento. Hoy en día, nos encontramos con un mundo donde la construcción del sujeto de la ciencia es correlativa a la caída de los grandes relatos legitimadores, impotentes para regular lo desencadenado por el abroquelamiento obstinado del capitalismo, la ciencia y la técnica, que lleva al extremo lo descripto por Caillois a mediados del siglo XX. Según Lacan, en su relación con el saber, el sujeto se encuentra inmerso en “la misma ambigüedad que manifiestan los efectos de la ciencia en el universo contemporáneo”, el desconocimiento absoluto acerca de los efectos que su discurso produce sobre ese mundo. La moral civilizadora de la época victoriana, que orientaba y regulaba las relaciones entre los hombres, poniendo barreras y prohibiciones, hoy no tiene efectos como en ese entonces. Incluso, varios son los que acusan a la civilización actual de echar a perder las costumbres, en un llamado a un padre terrorífico, llamado al que debemos oponernos enfáticamente; pero el diccionario sostiene que desmoralizar no significa corromper, sino desalentar, “perder las esperanzas”. Esperanzas del conocimiento defraudadas por estructura, y por insistencia incluso de la ciencia, atada como está a la ideología del progreso que tanto prometió. Para Lacan, parafraseando a Epicuro, “la fe nació de la observación mil veces repetida de que la mayoría de nuestros actos no alcanzan su objetivo. Siempre queda necesariamente un margen entre nuestros designios mejor concebidos y su cumplimiento; permanecemos así en la incertidumbre, madre de la esperanza y del temor”, presos del miedo con el que no sólo nos protegemos, sino que adquirimos alguna certeza sobre qué hacer con una existencia que por estructura es injustificable, concurriendo en su ayuda esos relatos que de algún modo otorgan un ser en el mundo. El miedo organiza una topografía social. Ubica con precisión aquello a qué temer, creando al mismo tiempo el objeto de temor, localizando y precisando la angustia en un punto definido y claro. La seguridad se convierte así en el motor de lo social, y de allí a la paranoia generalizada hay un solo paso. Lo amenazante queda identificado con un objeto del mundo, mientras que la angustia, lo que no engaña, es un punto de captura del sujeto en aquello más propio, aquella falla estructural, que define al sujeto en relación con una decepción radical respecto de aquello que uno creía ser. De aquí surgen “los decepcionados del deber ser”, como llama Miller a aquellos sujetos que llegan al analista porque quisieran ser diferentes de lo que son, en clara relación con el Ideal. Pero ¿qué sucede cuando ese miedo atrae y el vértigo es lo que manda? Cuando, en vez de huir, el sujeto se ve conminado a caer en él, a buscarlo, a sentirse atraído por ese fuego, quedando paralizado, arrastrado a su pérdida; y, por la visión misma de su propio anonadamiento, convencido de no resistir a aquello que lo seduce por medio del terror, muchas veces en la posición esclavizada de quien, sin voluntad ni posibilidad de decidir, queda seducido por el consentimiento a lo irremediable del estrago, como tipo eminente de efecto de toda práctica humana. Este vértigo destruye la autonomía del ser, que la sociedad capitalista dice proteger. En esta aspiración por un abismo, una inoportuna parálisis que invade a quien se entrega a su fascinación. Se quieren hacer los movimientos que separan del peligro pero se hacen los que corren hacia el objeto de su espanto, en un pasaje al acto, hoy a la orden del día, donde la certeza subjetiva se constata a nivel de la pulsión, esto es: un acto gracias al cual el sujeto, en vez de ser, hace, para liberarse de los efectos del significante. Eric Laurent plantea que, en esta época, “el sujeto prefiere su goce antes que su autoconservación”, en una búsqueda desesperada por la “presencia del Otro en nosotros”, en lo que también define como una sobredosis generalizada, un empuje al goce desenfrenado. Es la época de la desvergüenza frente al goce, y Miller dice que “nos encontramos en el punto donde el discurso dominante prescribe no tener más vergüenza del goce. De lo demás, sí. Del deseo, sí, pero no del goce”. (*) Fragmento del prólogo a Una práctica de la época. El psicoanálisis en lo contemporáneo, por Alejandra Glaze (comp.), ed. Grama.
Dijo en San Juan el presidente Fernández: “lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres”.
Esto es tan falso, tan terriblemente insultante para la inteligencia, que es difícil decidir por dónde empezar a analizarlo. Sólo diré que Steve Jobs (Apple), Bill Gates (Windows), Jeff Bezos (Amazon) y Marcos Galperin (Mercado Libre), son algunas de las fortunas más grandes del mundo y de Argentina, y NINGUNO fue hijo de rico. Este pelotudismo socrático y retrógrado ha sido totalmente superado en los países desarrollados… ¡Y PRECISAMENTE PORQUE LO SUPERARON SON DESARROLLADOS!
Luego invocó a Alberdi y Sarmiento, reinterpretándolos con un pensamiento tan retorcido que los vuelve irreconocibles. Dijo admirarlos porque “vislumbraron la importancia de la educación pública, que nada es más importante que el conocimiento humano” y del sanjuanino aseguró que “en un gesto inigualable de igualdad, resolvió que todos los que estudian en la escuela pública calcen un guardapolvo blanco para que las diferencias sociales allí donde se aprende no aparezcan. Con todo eso nos dijo que el estado debe estar muy presente en el desarrollo humano y que finalmente lo que más vale es la igualdad, es propender a un sistema más igualitario”.
Pobres Alberdi y Sarmiento. Si pensamos cuales referentes históricos argentinos estuvieron absolutamente en contra de la intromisión del estado (que debía ser pequeño) en el quehacer cotidiano de los ciudadanos, fueron sin dudas estas dos inmensas figuras de nuestra patria. Hacer semejantes distorsiones de su pensamiento es una ofensa a sus memorias y, como se hacía en la escuela, debería lavarse la boca con jabón para limpiar sus palabras.
Alberdi decía que “la omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual” y que “la grandeza del vecino, forma parte elemental e inviolable de la nuestra”, LO OPUESTO al igualitarismo y el desconocimiento del mérito.
¿Y qué pensaba Sarmiento?, al que dijo admirar. El sanjuanino dijo: “las cumbres se alcanzan doblando el empeño” y “toda la historia de los progresos humanos es la simple imitación del genio”; Don Domingo era un ferviente defensor del mérito, concepto que el señor presidente denigra.
Es increíble que en la actualidad, con lo fácil que es conocer la realidad de otros países, todavía existan personas “educadas” (en realidad son apenas instruidas, la educación implica pensamiento crítico algo que les es ajeno) que sean tan ciegas como para dejarse engañar así.
El presidente habla de defender el federalismo y a las provincias del “pulpo” del puerto, cuándo el mayor héroe de esta gente fue Rosas, quien prohibió los puertos del Paraná para que todo el comercio exterior pasara por Buenos Aires, empobreciendo a las otras provincias. Obsesión rosista por el monopolio del puerto porteño que condujo a la muerte a valerosos patriotas en la Vuelta de Obligado, sacrificio disfrazado con la mentira de la “defensa de soberanía”.
Valga la apostilla: ese fue el mismo Rosas que le quitó los sueldos a los docentes de las escuelas y universidades estatales, hundiendo en la ignorancia a los pobres y yendo en contra de la tan mentada “igualdad de oportunidades” con la que se llenan la boca.
¿Habla del federalismo y de trato igualitario para todas las provincias?, cuando el peronismo fue el mayor promotor del crecimiento del conurbano bonaerense y que le otorgó tantos subsidios a la luz, el gas y a los combustibles, que hacía que en Buenos Aires se pagara hasta 5 veces más barato los servicios públicos que en el resto del país. ¿En serio? ¿Se puede ser tan caradura? Y lo peor, ¿se puede ser tan idiota como para creerles?
También dijo Fernández: “lo que uno más debería desear como argentino, es que cada argentino tenga la oportunidad de nacer…”, ¿oportunidad de nacer?, ¿de qué oportunidad de nacer habla quien defiende el aborto?, ¿se puede ser más cínico y contradictorio? “…Y de morirse feliz después de haber vivido bien, en la provincia donde ha nacido”, ¿morirse feliz?, ¿Cómo Solange que murió sin ver a su padre?, ¿o Facundo Astudillo?, ¿o Franco Martínez?, ¿o Franco Isorni?, ¿o Luis Espinoza?, todos desaparecidos y muertos en democracia en este 2020.
Entiendo (no comparto) que los que “están prendidos” defiendan “el modelo”… ¿pero el resto?, ¿el laburante que deja más de la mitad de su sueldo en impuestos para mantener punteros y para que le den por sus impuestos la porquería de salud, educación, seguridad y justicia que tenemos?, ¿el profesional que como universitario debería ser capaz de ver más allá de las mentiras de los demagogos? Cómo decía Sarmiento y se aplica a los “educados” que egresan de la universidad: “era el que más sabia… Pero el que menos entendía”.
Lo cierto es que a decir del gran sanjuanino: “la ignorancia es atrevida”, pero aún es más atrevida la avaricia, la soberbia y el despotismo de quienes conducen hoy el destino de nuestra patria y que lejos están de seguir el siguiente principio rector del cuyano: “fui criado en un santo horror por la mentira, al punto que el propósito de ser siempre veraz ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de ello dan testimonio todos los actos de mi vida”.
Quienes creemos en la Libertad, en la igualdad ante la Ley y no por la Ley, y en el Respeto por la vida y la propiedad del prójimo, no solo tenemos el deber ético y moral, sino también la impostergable necesidad de oponernos y manifestarnos en contra de los atropellos que se están cometiendo contra los argentinos y contra la República.
El momento es YA… antes de que terminen de hundirnos y de someternos, antes de que no quede nada por salvar.
(*) Rogelio López Guillemain
La pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto profundo en nuestras sociedades. Además de la crisis sanitaria, ha afectado la educación, la vida social y los medios de subsistencia. A una economía difícil, esto lo ha profundizado aún más.
Para nuestros jóvenes muchos de estos impactos será a largo plazo y multidimensionales: Por ejemplo, 191 países han implementado el cierre de escuelas a nivel nacional o local, y 1,5 mil millones de personas no pueden asistir a la escuela ya que no disponen de tecnología básica para acceder a las plataformas educativas.
Sin embargo, hay muchos jóvenes liderando esta crisis y no se han quedado de brazos cruzados. Hay una Juventud que está apoyando el diseño y la ejecución de programas sociales pensando en caminos creativos y de respuesta.
También debemos destacar la variedad de emprendimientos que han surgido adaptando propuestas comerciales a estos nuevos tiempos donde se pudo ver la creatividad y el desarrollo de productores locales.
Es fundamental continuar apoyando estos proyectos para que tengan continuidad formulando estrategias competitivas, incentivando y se conviertan en micro empresas sustentables económicamente.
Sumar programas de recuperación en base a economías locales y ver como su fuerza creativa comienza a enriquecer a instituciones, proyectos sustentables y caminos nuevos para salir adelante.
Pienso que un camino de desarrollo es no solo fortalecer las economías regionales sino volver a los oficios, capacitarnos y tener herramientas prácticas para generar recursos propios.
Estamos atravesando un momento de reinvención muy grande y donde más que nunca necesitamos estar unidos, sacar nuestras fortalezas y trabajar juntos como sociedad pensando en lo que queremos construir, diseñando la sociedad futura, poniendo foco en nuestros recursos y liderar.
Es fundamental generar herramientas para crear una sociedad más igualitaria y solidaria y no solo como respuesta a la pandemia sino también pensando a largo plazo y abordando todos el compromiso de crear un cambio duradero.
Recuerda una crónica del diario perfil: “Eduardo Lorenzo Borocotó el 23 octubre de 2005 obtuvo una banca. Pero antes de asumir algo cambió. El 9 de noviembre visitó la Casa Rosada, acompañado por su hijo. ¿Con quién tenía cita? Con el actual presidente Alberto Fernández, quien era jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Borocotó se reunió con los dos. A Kirchner no lo conocía. A Fernández, sí.
El mismo día del encuentro en la Rosada, Borocotó anunció su partida del bloque macrista: armó un mono-bloque independiente, afín al kirchnerismo. Alberto Fernández explicó la jugada: "Tenemos que ser amplios. Hay muchos votantes y dirigentes de ARI que están descontentos con Carrió, por ejemplo. Y nosotros estamos abiertos a recibirlos, así como a los radicales, peronistas y a todos los que crean en el proyecto del Presidente".
En nuestras democracias actuales, se debería empezar a pensar en que los ciudadanos, en vez de elegir a personas que encarnen proyectos, ideologías, o letras muertas de lo establecido en partidos políticos, votemos directamente, proyectos, propuestas, modelos o formas de hacer las cosas y que la ejecución de las mismas, pase a ser un tema totalmente secundario, esto sí podría denominarse algo que genere una revalidación de lo democrático, pero no estamos en condiciones de hacerlo actualmente, primordialmente porqué el gobierno de ese pueblo, está en manos de uno sólo, a lo sumo, en cogobierno por un legislativo (con flagrantes problemas en relación a la representatividad, que sería todo un capítulo aparte el analizarlo) y supeditado a un judicial, que siempre falla, de fallar en todas sus acepciones, liberar la opción de ese pueblo, para que elija su gobierno, mediante las ideas que se le propongan, sin que sea esto eclipsado por la figura de un líder o lo que fuere, en tanto y en cuanto siga siendo uno, recién podrá ser posible, cuando su vínculo con la vida y la muerte, no tenga que ser anatematizado mediante la creencia o no creencia, que como vimos son las dos caras de una misma moneda, en un ser único y todo poderoso, creador de este mundo y de todos los otros, los posibles como los imposibles.
La violencia del estado que en la actualidad se traduce en su sobre-presencia en ciertos sectores a costa de la ausencia del mismo en vastas áreas y bolsones, la sobreactuación de un supuesto sentir o hacer democrático, en donde sólo se ejerce una dudosa aclamatoria de mayorías (sistemas de preselección de candidatos cerrada, como internas que no se llevan a cabo, que transfieren el sentido de elegir por el de optar, entre quiénes ellos, de acuerdo a sus reglas disponen que tengamos que optar, es decir elegir condicionados) debería estar tipificado en la normativa, como uno de los delitos más flagrantes contra las instituciones y el pleno ejercicio de la libertad, de tal manera, la ciudadanía no tendría excusas como para no levantarse en puebladas, en manifestaciones que dan cuenta de la total y absoluta anomia, en que la incapacidad de cierto sector de la clase política nos puede volver a conducir en cualquier otro momento u oportunidad. Propuestas es lo que sobra, se precisa de predisposición de estos para hacerles sentir a la ciudadanía que algo determinan, con el pago de sus impuestos y con sus votos. En tiempos electorales, una práctica que debería ser desterrada y que es una muestra expresa del democraticidio, es la compra de votos, sea mediante una dádiva, prebenda, por intermedio de corte de chapas, dinero, mercadería, merca o lo que fuere, como de las mentiras flagrantes e inconsistentes las que ofrecen por doquier. Como también lo es la no sanción de los hechos de corrupción, o la dilación en demasía para resolver los mismos, perpetrados por hombres que hayan pertenecido al funcionariado público.
Si somos presa de políticos corruptos seguiremos encarcelados en el imperativo de una sociedad penalizada y penalizante para sancionar delitos y no para reconvertir conductas que no nos lleven a ellas.
Hasta aquí sí se quiere, nada nuevo bajo el sol, o desconocido para todos aquellos a quiénes, Alfonsín nos prometió que con “la democracia se educa, se come, se cura, no necesitamos nada más, que nos dejen de mandonear…” la nueva modalidad, de estas suertes de “democraticidios” que nos afectan, es que el poder unipersonal del ejecutivo nacional, pasó a un sistema, tal como lo definió un constitucionalista “vicepresidencialista” y por tanto, Alberto, el creador del “borocotismo”, tal como Víctor Frankenstein, pasó a ser víctima de su propia creación, de su mutación práctica de lo representativo.
En la aceleración, profundización o intensificación del cristinismo, camporismo o kirchnerismo recargado, en el que recayó Alberto, no quedaría otro espacio en la historia para él, que un título de un libro escrito por Miguel Bonasso, acerca de Héctor Cámpora; “El presidente que no fue”.
La mayoría que se construyó a tales efectos, con una propagación mayor que la de un virus desconocido y contagioso, se reconstituye con proverbial dinámica y en las próximas elecciones demostrará cuán cerca o lejos puede estar de un poder político, en la actualidad, “borocotizado”.
(*) Por Francisco Tomás González Cabañas.