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Opinión

“Kirchner furioso”

MARCOS AGUINIS

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“Kirchner le ha dado estabilidad a una Argentina que se balanceaba sobre el precipicio, después de una brutal crisis y sucesivos relevos en la Casa Rosada, pero ¿quién es este político justicialista?, ¿cuál es su verdadero rostro?, ¿podrá devolver su país a la senda de la prosperidad de que gozó en el pasado? Éste es el perfil del hombre que gobierna la Argentina.


Se atribuye al periodista y político George Clemenceau una reflexión ofensiva pero cierta, que no sólo es aplicable a mi país: ” La Argentina crece gracias a que sus políticos y gobernantes dejan de robar cuando duermen”. “Nosotros nos encargamos de añadirle una coda: “El país es destruido de día y se restablece durante la noche. “Cantinflas manifestó, luego de visitarnos: “La Argentina está compuesta por millones de habitantes que quieren hundirla, pero no lo logran.” También se escucha la aseveración de que la Argentina funciona con piloto automático, porque se recuperó algo de su crisis pese a los gruesos errores que han cometido y siguen cometiendo quienes la gobiernan. El presidente Néstor Kirchner nos ha llevado de sorpresa en sorpresa. Pero tras los entusiasmos iniciales ahora se impone una creciente ansiedad. De él se han afirmado muchas cosas y no es fácil consensuar un retrato psicológico. Se dice que es misterioso, y con ello cunde la resignación a detenerse en el análisis. Sin embargo, abundan sonoros calificativos que algunos consideran insultos y otros una irrefutable verdad. Se lo ha llamado “adolescente” e “impostor”, por ejemplo. Adolescente por su conducta pública de confrontación incesante, su rechazo a abotonarse la chaqueta y su perseverancia en violar las normas del protocolo, sus ataques de ira contra casi todo el mundo, la aparente irresponsabilidad de muchas decisiones, su dificultad para el diálogo que ha cerrado los contactos con la prensa, su desconfianza incluso con sus ministros -a los que nunca concentró en una reunión de gabinete, lo cual obliga a que todas las decisiones sean radiales y pasen por su filtro personal-, su tendencia a poner siempre la culpa afuera, su resentimiento ubicuo e insaciable, sus berrinches. Se lo ha calificado de impostor porque no es lo que intenta parecer: afirma que establece una nueva política mientras repite los peores vicios del peronismo con su patológica tendencia hegemónica y movimientista, encabeza a los “progres” y se niega a efectuar cambios estructurales, combate a los empresarios y él mismo es un capitalista que amasó fortunas, defiende los derechos humanos… pero de hace tres décadas se proclama democrático y extorsiona a la prensa, afirma terminar con la corrupción pero protege a personajes de su círculo más íntimo, que ya son señalados por la sociedad como corruptos. Kirchner ha obtenido en las elecciones de 2003 sólo el veintidós por ciento de los votos, por debajo de la cifra que consiguió el ex presidente Carlos Menem, la más baja de la historia nacional. Este último se negó a una segunda vuelta y Kirchner fue consagrado presidente. Su debilidad inicial explicaba su inmediato e ímprobo afán por ganar poder. Debemos reconocer que lo ha conseguido. La investidura presidencial estaba dañada y anémica después de la crisis que derrumbóa De la Rúa y a una seguidilla de presidentes provisionales. Kirchner le inyectó potencia. ¿Cómo lo hizo? Reproduzco a continuación una de las hipótesis más difundidas. Usó el sistemático y público ataque a enemigos desacreditados, débiles. Es una técnica antigua y eficaz. No pasaba semana sin lanzar un nuevo ataque. El procedimiento no implicaba riesgos, sino seguras ganancias. Primero abofeteó a las Fuerzas Armadas mediante el más grosero descabezamiento que registran los anales del país; las Fuerzas Armadas ya sufrían una desactivación intensa desde los tiempos de Menem, que les fue quitando el oxígeno presupuestario y, además, ya no disfrutaban de popularidad por su condenable desempeño en las dictaduras del pasado. Estaban incapacitadas para reaccionar. Después agredió a la Corte Suprema de Justicia, sin importarle que él, como jefe del Poder Ejecutivo, debía mantener cierta distancia de otra jurisdicción de la República. No le importó ese detalle y utilizó los medios de comunicación masiva para exigir la destitución de jueces que se habían sometido al gobierno de Menem. La Corte también estaba desprestigiada y la eliminación de un juez tras otro le cosechó aplausos. Con poco disimulo instaló en las butacas desocupadas a gente afín, conformando una nueva Corte que ya no tenía aprecio por el ex presidente, sino por el nuevo. A continuación pegó a las empresas extranjeras, que el imaginario popular consideraba culpables del empobrecimiento argentino. También blandió su espada contra el Fondo Monetario Internacional en forma dura, lo que excitó el entusiasmo de quienes suponían que los organismos financieros internacionales eran los principales culpables de la crisis. Pero sus palabras no tenían correlación con las decisiones verdaderas, porque al Fondo Monetario Kirchner le paga con rigor mientras no tuvo clemencia con los tenedores particulares de bonos, muchos de los cuales son argentinos que no podían hacerle frente de manera exitosa. También ejerció el pugilato contra algunos obispos hasta llegar a serios enfrentamientos con la Iglesia. Pero ese pugilato terminaba al cabo de una fiebre transitoria, como si nada hubiese pasado, y los medios de comunicación debían correr para informar sobre el ataque a otro sector. Kirchner quedaba como un gladiador infatigable que nunca cede ante nada ni nadie. No frena su lengua cuando reprocha a los empresarios que no quieren convertirse en instrumentos de su causa. Los humilla en público, mirándolos a los ojos, apuntándoles con el índice, dejándolos sin habla. No parece tener en cuenta que esto ahuyenta la inversión. O quizás no le importe, porque sus planes y estrategia no dependen de la inversión ni del enriquecimiento genuino del país, como iremos viendo. Su imagen de hombre fuerte se completa con las ofensas que aplica sin misericordia a quienes osan desafiarlo, sea en el gobierno o el resto de la sociedad. Se considera con derecho a azotar donde se le antoje. El ejemplo más notable ha sido su compañero de fórmula, el vicepresidente Scioli, quien ensayaba una suerte de acercamiento con franjas que podían estimular la inversión productiva, y que no estaban contentos con el trato del presidente. Por ese pecado fue apaleado groseramente y se llegó a suponer que presentaría la renuncia; pero Scioli prefirió callarse y aguardar tiempos mejores en los que tal vez podrá gozar su desquite. Trascendidos de palacio aseguran que Kirchner usa a menudo la palabra “doblegar” cuando se refiere al procedimiento que se debería aplicar contra personas o instituciones que lo irritan. Ha sido asombroso advertir que no lo detiene la violación de sus propias leyes, como si estuviera por encima de ellas. El ejemplo más notable lo proporciona la última campaña electoral, que debía empezar recién sesenta días antes del comicio. Kirchner se lanzó a la campaña mucho antes de la fecha legal, y cuando le señalaron la infracción repuso con burla: “Sí, estoy en campaña, ¿y qué?” Tampoco le preocupó reparar en el hecho de que se trataba de elecciones legislativas ante las cuales el jefe del Poder Ejecutivo debería mantener una digna equidistancia. Por el contrario, decidió convertirlas en un plebiscito a su gestión de gobierno, con lo cual borraba más que nunca la frontera entre los poderes que caracteriza a una verdadera república. Otro rasgo poco edificante de Néstor Kirchner son sus carencias en materia de gratitud. No tiene sensibilidad alguna hacia quienes le han servido o lo han ayudado cuando se pone en juego su ambición. Como prueba bastan dos gestos de ingratitud que alcanzan una elevada dimensión. La primera es con el ex presidente Eduardo Duhalde, quien a su vez fue ingrato con Carlos Menem, que a su vez fue ingrato con Domingo Cavallo, estableciendo una cadena que al Dante le habría dado placer ubicar en uno de sus círculos del Infierno. En efecto, Duhalde brindó a Kirchner su gente, su aparato político y sus influencias cuando era el jefe de Estado para que Kirchner pudiera alcanzar el veintidós por ciento de los votos, de lo contrario no llegaba ni a menos de la mitad y jamás habría podido acceder a la Casa Rosada. Convertido en presidente, Kirchner no tuvo escrúpulos en aplastar a Duhalde. Aunque en política no es infrecuente la deslealtad, aquí el hecho era demasiado grosero y sucedía demasiado pronto. Otra manifestación de ingratitud la acaba de ejecutar con su ministro de Economía, Roberto Lavagna, quien había sido ministro de Duhalde y timoneó la economía nacional con mano prudente y hábil hasta conseguir la actual estabilización. Pero se afirma que Kirchner no toleraba las objeciones de Lavagna a muchas de sus actitudes y menos toleraba que la sociedad viera en el ministro al arquitecto del relativo bienestar. Eran dos amargas papillas que no lograba digerir. Es fácil comprender, por lo dicho hasta ahora en este artículo, que su carácter suscite temor. Los corrillos de palacio se refieren al miedo que tienen ministros, secretarios, subsecretarios y hasta quienes le sirven el café. La imagen de un hombre que no frena sus accesos de cólera y azota sin piedad, no obstante, le reditúa beneficios, porque la sociedad argentina, como las demás de nuestro subcontinente, están aún dominadas por siglos de autoritarismo que nos han contaminado el alma. Para ilustrar ese miedo baste señalar que uno de los más importantes empresarios argentinos, Enrique Pescarmona, cuando tuvo que responder al diario oficialista Página 12, lo hizo de una forma que da vergüenza. El periodista le preguntó qué opinaba sobre las injurias que el presidente lanzaba contra algunos empresarios y Pescarmona respondió vacilante: “Él es el presidente y el presidente puede hacer lo que quiere.” Su terror le impedía recordar que estamos en una democracia (por ahora), no en una monarquía absoluta ni en una dictadura militar El proyecto de Néstor Kirchner parece inexistente, porque nunca dijo qué país sueña para cuando deba irse, o de aquí a diez o veinte años. Tampoco le ha interesado consensuar políticas de Estado, o realizar reformas estructurales. Se llama progresista, pero es ultraconservador. Por los cambios ministeriales que acaba de efectuar, algunos dicen que ha girado hacia la izquierda. Quizás, a una izquierda involutiva, anacrónica, pueril, anclada en los años setenta. Pero lo más notable es que ha puesto en evidencia que su proyecto de fondo es la hegemonía unipersonal, ni siquiera de un partido político. Quiere todo el poder concentrado en su persona. No deja lugar para el mínimo disenso. Los ingredientes más preocupantes residen en las mordazas que quiere imponer a la prensa y la justicia. Contra la prensa ya son muchos y reiterados los casos de extorsión, amenazas y manipulación, que hasta ahora han tratado de funcionar de modo subrepticio. Contra la justicia alarma el proyecto de su esposa, la senadora Cristina Fernández de Kirchner, quien pretende reducir el Consejo de la Magistratura a casi la mitad de sus miembros; sería bueno reducir sus miembros, claro, pero no eliminar a los representantes del derecho para darle preeminencia a los políticos que responden al presidente. De esa forma, la designación de nuevos jueces quedará contaminada por la obsecuencia de que, antes de asumir, juren al Poder Ejecutivo. Una prensa y una justicia debilitadas crearán la impunidad que necesita la corrupción de los gobernantes, como ya se está señalando. Se afirma que la expulsión del ministro Lavagna se debió sobre todo a su denuncia de la “cartelización” de la obra pública, que timonea uno de los ministros más cercanos a Kirchner, llamado también su “cajero”. Kirchner ha venido condenando la corrupción desde la campaña presidencial y ese pecado provocaría un desencanto mayúsculo entre sus adherentes; nada le molesta tanto como percibir que algunos se lo empiezan a atribuir, aunque con extremada cautela aún. Pese a la complicidad de la justicia y la autocensura de la prensa, es posible que sea cada vez más difícil ocultar ciertas pruebas. Debemos reconocer que el piloto automático que dirige a la Argentina ha conseguido que diminuya la desocupación y que algunos índices marchen bien. Pero no aumenta en forma significativa la inversión productiva, lo cual desembocará en la resurrección de un temido visitante: la inflación. Hemos padecido demasiadas inflaciones y sus consecuencias devastadoras para no temerle. Por eso Kirchner ha dispuesto tomar medidas voluntaristas, como el control oficial de precios, a los que añade la presión de los grupos de choque piqueteros, que no ocultan su ranciedad fascista. Como toda izquierda, desde la moderada a la estalinista, Kirchner -cuyo izquierdismo es una mezcla de chicha y limonada, como fue el movimiento Montoneros con el que estuvo identificado- tiende al control. Esa necesidad de control es eurítmica con su personalidad paranoide. Prefiere controlar a permitir que la fisiología social ordene el curso de la vida. Si no se afanase en controlar tanto, es posible que la inflación no crecería mucho y el dólar bajaría algo su cotización. Pero no quiere soltar la manija o reducir su protagonismo, y vuelve a querer controlar los precios con técnicas que se reiteraron en nuestra historia y siempre terminaron mal. Respecto al dólar, lo prefiere alto, aunque sea en forma artificial; no responde esa política al deseo de aumentar la exportación, sino a asegurar al fisco un crecimiento del superávit primario a través de las retenciones, lo que le da poder político manipulador, porque es dueño de la llamada “caja” nacional; también responde al propósito de mantener la sustitución de importaciones que beneficia a industrias ineficientes, porque éstas aseguran ciertas fuentes de trabajo, aunque esas fuentes de trabajo terminarán por cerrarse debido a su falta de competitividad. No le importa: su mirada no tiende al mediano ni largo plazo, sólo anhela beneficios coyunturales, aunque sean ilusorios, porque aumentan su poder unipersonal. Kirchner merece ser considerado un político hábil, pero carente de la madera que caracteriza a un estadista. Ojalá no se convierta en otro fracaso, porque ya tuvimos muchos y cada uno deja una dolorosa cicatriz”.

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Cuando el mérito no importa

OPINIÓN (*)

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Dijo en San Juan el presidente Fernández: “lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres”.


Esto es tan falso, tan terriblemente insultante para la inteligencia, que es difícil decidir por dónde empezar a analizarlo.  Sólo diré que Steve Jobs (Apple), Bill Gates (Windows), Jeff Bezos (Amazon) y Marcos Galperin (Mercado Libre), son algunas de las fortunas más grandes del mundo y de Argentina, y NINGUNO fue hijo de rico.  Este pelotudismo socrático y retrógrado ha sido totalmente superado en los países desarrollados… ¡Y PRECISAMENTE PORQUE LO SUPERARON SON DESARROLLADOS!

 

Luego invocó a Alberdi y Sarmiento, reinterpretándolos con un pensamiento tan retorcido que los vuelve irreconocibles.  Dijo admirarlos porque “vislumbraron la importancia de la educación pública, que nada es más importante que el conocimiento humano” y del sanjuanino aseguró que “en un gesto inigualable de igualdad, resolvió que todos los que estudian en la escuela pública calcen un guardapolvo blanco para que las diferencias sociales allí donde se aprende no aparezcan.  Con todo eso nos dijo que el estado debe estar muy presente en el desarrollo humano y que finalmente lo que más vale es la igualdad, es propender a un sistema más igualitario”.

 

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Pobres Alberdi y Sarmiento.  Si pensamos cuales referentes históricos argentinos estuvieron absolutamente en contra de la intromisión del estado (que debía ser pequeño) en el quehacer cotidiano de los ciudadanos, fueron sin dudas estas dos inmensas figuras de nuestra patria.  Hacer semejantes distorsiones de su pensamiento es una ofensa a sus memorias y, como se hacía en la escuela, debería lavarse la boca con jabón para limpiar sus palabras.

 

Alberdi decía que “la omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual” y que “la grandeza del vecino, forma parte elemental e inviolable de la nuestra”, LO OPUESTO al igualitarismo y el desconocimiento del mérito.

 

¿Y qué pensaba Sarmiento?, al que dijo admirar.  El sanjuanino dijo: “las cumbres se alcanzan doblando el empeño” y “toda la historia de los progresos humanos es la simple imitación del genio”; Don Domingo era un ferviente defensor del mérito, concepto que el señor presidente denigra.

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Es increíble que en la actualidad, con lo fácil que es conocer la realidad de otros países, todavía existan personas “educadas” (en realidad son apenas instruidas, la educación implica pensamiento crítico algo que les es ajeno) que sean tan ciegas como para dejarse engañar así.

 

El presidente habla de defender el federalismo y a las provincias del “pulpo” del puerto, cuándo el mayor héroe de esta gente fue Rosas, quien prohibió los puertos del Paraná para que todo el comercio exterior pasara por Buenos Aires, empobreciendo a las otras provincias.  Obsesión rosista por el monopolio del puerto porteño que condujo a la muerte a valerosos patriotas en la Vuelta de Obligado, sacrificio disfrazado con la mentira de la “defensa de soberanía”.

 

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Valga la apostilla: ese fue el mismo Rosas que le quitó los sueldos a los docentes de las escuelas y universidades estatales, hundiendo en la ignorancia a los pobres y yendo en contra de la tan mentada “igualdad de oportunidades” con la que se llenan la boca.

 

¿Habla del federalismo y de trato igualitario para todas las provincias?, cuando el peronismo fue el mayor promotor del crecimiento del conurbano bonaerense y que le otorgó tantos subsidios a la luz, el gas y a los combustibles, que hacía que en Buenos Aires se pagara hasta 5 veces más barato los servicios públicos que en el resto del país.  ¿En serio?  ¿Se puede ser tan caradura?  Y lo peor, ¿se puede ser tan idiota como para creerles?

 

También dijo Fernández: “lo que uno más debería desear como argentino, es que cada argentino tenga la oportunidad de nacer…”, ¿oportunidad de nacer?, ¿de qué oportunidad de nacer habla quien defiende el aborto?, ¿se puede ser más cínico y contradictorio?  “…Y de morirse feliz después de haber vivido bien, en la provincia donde ha nacido”, ¿morirse feliz?, ¿Cómo Solange que murió sin ver a su padre?, ¿o Facundo Astudillo?, ¿o Franco Martínez?, ¿o Franco Isorni?, ¿o Luis Espinoza?, todos desaparecidos y muertos en democracia en este 2020.

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Entiendo (no comparto) que los que “están prendidos” defiendan “el modelo”… ¿pero el resto?, ¿el laburante que deja más de la mitad de su sueldo en impuestos para mantener punteros y para que le den por sus impuestos la porquería de salud, educación, seguridad y justicia que tenemos?, ¿el profesional que como universitario debería ser capaz de ver más allá de las mentiras de los demagogos?  Cómo decía Sarmiento y se aplica a los “educados” que egresan de la universidad: “era el que más sabia… Pero el que menos entendía”.

 

Lo cierto es que a decir del gran sanjuanino: “la ignorancia es atrevida”, pero aún es más atrevida la avaricia, la soberbia y el despotismo de quienes conducen hoy el destino de nuestra patria y que lejos están de seguir el siguiente principio rector del cuyano: “fui criado en un santo horror por la mentira, al punto que el propósito de ser siempre veraz ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de ello dan testimonio todos los actos de mi vida”.

 

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Quienes creemos en la Libertad, en la igualdad ante la Ley y no por la Ley, y en el Respeto por la vida y la propiedad del prójimo, no solo tenemos el deber ético y moral, sino también la impostergable necesidad de oponernos y manifestarnos en contra de los atropellos que se están cometiendo contra los argentinos y contra la República.   

 

El momento es YA… antes de que terminen de hundirnos y de someternos, antes de que no quede nada por salvar.

(*)  Rogelio López Guillemain

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Opinión

Reconvertir proyectos e innovar

POR MARIA EUGENIA MANCINI

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La pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto profundo en nuestras sociedades. Además de la crisis sanitaria, ha afectado la educación, la vida social y los medios de subsistencia. A una economía difícil, esto lo ha profundizado aún más.


Para nuestros jóvenes muchos de estos impactos será a largo plazo y multidimensionales: Por ejemplo, 191 países han implementado el cierre de escuelas a nivel nacional o local, y 1,5 mil millones de personas no pueden asistir a la escuela ya que no disponen de tecnología básica para acceder a las plataformas educativas.

 

Sin embargo, hay muchos jóvenes liderando esta crisis y no se han quedado de brazos cruzados. Hay una Juventud que está apoyando el diseño y la ejecución de programas sociales pensando en caminos creativos y de respuesta.

 

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También debemos destacar la variedad de emprendimientos que han surgido adaptando propuestas comerciales a estos nuevos tiempos donde se pudo ver la creatividad y el desarrollo de productores locales.

Es fundamental continuar apoyando estos proyectos para que tengan continuidad formulando estrategias competitivas, incentivando y se conviertan en micro empresas sustentables económicamente.

 

Sumar programas de recuperación en base a economías locales y ver como su fuerza creativa comienza a enriquecer a instituciones, proyectos sustentables  y caminos nuevos para salir adelante.

 

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Pienso que un camino de desarrollo  es no solo fortalecer las economías regionales sino volver a los oficios, capacitarnos y tener herramientas prácticas para generar recursos propios.

 

Estamos atravesando un momento de reinvención muy grande y donde más que nunca necesitamos estar unidos, sacar nuestras fortalezas y trabajar juntos como sociedad pensando en lo que queremos construir, diseñando la sociedad futura, poniendo  foco en nuestros recursos y liderar.

 

Es fundamental generar herramientas para crear una sociedad más igualitaria y solidaria y no solo como respuesta a la pandemia sino también pensando a largo plazo y abordando todos  el compromiso de crear un cambio duradero.

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Opinión

La “borocotización” de Alberto

(*) OPINIÓN

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Recuerda una crónica del diario perfil: “Eduardo Lorenzo Borocotó el 23 octubre de 2005 obtuvo una banca. Pero antes de asumir algo cambió. El 9 de noviembre visitó la Casa Rosada, acompañado por su hijo. ¿Con quién tenía cita? Con el actual presidente Alberto Fernández, quien era jefe de gabinete de Néstor Kirchner.  Borocotó se reunió con los dos. A Kirchner no lo conocía. A Fernández, sí.


El mismo día del encuentro en la Rosada, Borocotó anunció su partida del bloque macrista: armó un mono-bloque independiente, afín al kirchnerismo. Alberto Fernández explicó la jugada: "Tenemos que ser amplios. Hay muchos votantes y dirigentes de ARI que están descontentos con Carrió, por ejemplo. Y nosotros estamos abiertos a recibirlos, así como a los radicales, peronistas y a todos los que crean en el proyecto del Presidente".

 

En nuestras democracias actuales, se debería empezar a pensar en que los ciudadanos, en vez de elegir a personas que encarnen proyectos, ideologías, o letras muertas de lo establecido en partidos políticos, votemos directamente, proyectos, propuestas, modelos o formas de hacer las cosas y que la ejecución de las mismas, pase a ser un tema totalmente secundario, esto sí podría denominarse algo que genere una revalidación de lo democrático, pero no estamos en condiciones de hacerlo actualmente, primordialmente porqué el gobierno de ese pueblo, está en manos de uno sólo, a lo sumo, en cogobierno por un legislativo (con flagrantes problemas en relación a la representatividad, que sería todo un capítulo aparte el analizarlo) y supeditado a un judicial, que siempre falla, de fallar en todas sus acepciones, liberar la opción de ese pueblo, para que elija su gobierno, mediante las ideas que se le propongan, sin que sea esto eclipsado por la figura de un líder o lo que fuere, en tanto y en cuanto siga siendo uno, recién podrá ser posible, cuando su vínculo con la vida y la muerte, no tenga que ser anatematizado mediante la creencia o no creencia, que como vimos son las dos caras de una misma moneda, en un ser único y todo poderoso, creador de este mundo y de todos los otros, los posibles como los imposibles.

 

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La violencia del estado que en la actualidad se traduce en su sobre-presencia en ciertos sectores a costa de la ausencia del mismo en vastas áreas y bolsones, la sobreactuación de un supuesto sentir o hacer democrático, en donde sólo se ejerce una dudosa aclamatoria de mayorías (sistemas de preselección de candidatos cerrada, como internas que no se llevan a cabo, que transfieren el sentido de elegir por el de optar, entre quiénes ellos, de acuerdo  a sus reglas disponen que tengamos que optar, es decir elegir condicionados) debería estar tipificado en la normativa, como uno de los delitos más flagrantes contra las instituciones y el pleno ejercicio de la libertad, de tal manera, la ciudadanía no tendría excusas como para no levantarse en puebladas, en manifestaciones que dan cuenta de la total y absoluta anomia, en que la incapacidad de cierto sector de la clase política nos puede volver a conducir en cualquier otro momento u oportunidad. Propuestas es lo que sobra, se precisa de predisposición de estos para hacerles sentir a la ciudadanía que algo determinan, con el pago de sus impuestos y con sus votos. En tiempos electorales, una práctica que debería ser desterrada y que es una muestra expresa del democraticidio, es la compra de votos, sea mediante una dádiva, prebenda, por intermedio de corte de chapas, dinero, mercadería, merca o lo que fuere, como de las mentiras flagrantes e inconsistentes las que ofrecen por doquier. Como también lo es la no sanción de los hechos de corrupción, o la dilación en demasía para resolver los mismos, perpetrados por hombres que hayan pertenecido al funcionariado público.

 

Si somos presa de políticos corruptos seguiremos encarcelados en el imperativo de una sociedad penalizada y penalizante para sancionar delitos y no para reconvertir conductas que no nos lleven a ellas.

 

Hasta aquí sí se quiere, nada nuevo bajo el sol, o desconocido para todos aquellos a quiénes, Alfonsín nos prometió que con “la democracia se educa, se come, se cura, no necesitamos nada más, que nos dejen de mandonear…” la nueva modalidad, de estas suertes de “democraticidios” que nos afectan, es que el poder unipersonal del ejecutivo nacional, pasó a un sistema, tal como lo definió un constitucionalista “vicepresidencialista” y por tanto, Alberto, el creador del “borocotismo”, tal como Víctor Frankenstein, pasó a ser víctima de su propia creación, de su mutación práctica de lo representativo.

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En la aceleración, profundización o intensificación del cristinismo, camporismo o kirchnerismo recargado, en el que recayó Alberto, no quedaría otro espacio en la historia para él, que un título de un libro escrito por Miguel Bonasso, acerca de Héctor Cámpora; “El presidente que no fue”.

 

La mayoría que se construyó a tales efectos, con una propagación mayor que la de un virus desconocido y contagioso, se reconstituye con proverbial dinámica y en las próximas elecciones demostrará cuán cerca o lejos puede estar de un poder político, en la actualidad, “borocotizado”.

 

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(*) Por Francisco Tomás González Cabañas.

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