Opinión
Los monopolios inmorales.
ALBERTO MEDINA MÉNDEZ (*)
El presente de Aerolíneas Argentinas puso nuevamente en la escena uno de esos temas que vuelven recurrentemente al ruedo. En estas latitudes, durante décadas, hemos sido empujados a discutir acerca de la falsa dicotomía entre empresas estatales y privadas.
Los fundamentalistas de siempre, nos han invitado, con excesiva facilidad, a ingresar a este debate estéril, que nos plantea un dilema inexistente, forzándonos a discutir acerca de la soberanía que representan unas y la supuesta eficiencia que ofrecen las otras. Nada nos aleja más de la realidad que caer en las redes de ese discurso, que además de perimido, esconde las más profundas motivaciones que movilizan a quienes toman esas decisiones desde su posición de gobernantes. El populismo demagógico, estatiza graciosamente, condenando a los ciudadanos que jamás utilizarán los servicios de esa empresa, ni accederán a los beneficios de sus eventuales ganancias, a pagar la fiesta en la que deciden dirigentes sindicales y circunstanciales funcionarios públicos. Estas historias ya las conocemos demasiado. Un grupo de mercantilistas, disfrazados de empresarios, concesiones monopólicas mediante, se apropian de clientes cautivos que no pueden siquiera elegir. Luego, una combinación de ineficiencias propias y perversos marcos regulatorios, hacen lo suyo. El Estado entonces aparece así, casi heroicamente, como el salvador de la patria, defendiendo sus intereses superiores. Este hipócrita nacionalismo nos coloca en la irresponsable actitud de pretender administrar lo público como privado, olvidando así las más básicas reglas que rigen la actividad empresaria, el lucro y el riesgo. En el caso de las empresas aeronáuticas, se agrava más la cuestión por tratarse de un servicio para los que más tienen. Asistimos entonces, a otro capítulo más, de esa crónica y perversa transferencia de recursos desde los sectores más débiles, hacia los que más tienen. El subsidio, en su más retorcida expresión, se hace presente. Del otro lado, la participación privada en empresas que fueron públicas, subyace detrás de muy poco transparentes pliegos licitatorios que se acuerdan en escritorios de funcionarios. Para completar el escenario, son las embajadas las que dan el cierre al trato, cual negocio transnacional, dándole entidad a los intereses de los Estados, escondiendo así, meros acuerdos comerciales, enmarcados en alianzas políticas de gobiernos afines. Se nos empuja, una y otra vez, a elegir entre el monopolio estatal y el monopolio privado. Así también nos impusieron esta fantasía en otra década, diciéndonos que lo privatizado funcionaría y lo estatal siempre seria perdidoso. En realidad, nunca debió importar demasiado esta cuestión. Solo fueron argumentos utilizados para, bajo la mascara de ideologizar el debate, hacernos discutir sobre la eficiencia de uno y otro régimen. En el estatal perderíamos dinero y los servicios serian realmente pésimos. En la gestión privada, desaparecerían las perdidas, estas empresas generarían tributos al fisco por sus ingresos y todo funcionaría casi a la perfección. Algo parecido a todo esto sucedió. Las empresas estatales perdieron dinero y fueron pésimamente administradas durante años. Nos dejaron como herencia, solo malos servicios, una corrupción monumental, tecnología anticuada y deudas por doquier, que debimos pagar todos al momento de privatizar las empresas y estatizar sus pasivos. Las empresas privadas vinieron a ocupar ese espacio. Lograron revertir parcialmente la situación. Llego la modernidad, las inversiones y mejores servicios. Ese resultado y el falso discurso que subyace, ganaron esa primera batalla. Nos manipularon para que finalmente discutiéramos en término de eficiencia. Y así lo hicimos, pero nos olvidamos del problema de fondo. Esta nunca fue una cuestión de eficiencia, ni siquiera de pérdidas o ganancias. Omitieron decirnos, seguro que intencionalmente, que lo que nunca estuvo en sus planes fue hablar de desregulación, de competencia. Siempre privilegiaron conceder un monopolio y nos entramparon con el debate de lo estatal o privado. Es que se enrolaron, por ignorancia o perversidad, en las filas de quienes sostienen que muchos servicios públicos deben ser monopólicos para ser viables. Afirmación tan temeraria como inexacta, sostenida sobre la base de casi ninguna comprobación real. El “negocio” de la privatización de los servicios públicos ha sido, justamente, entregar una concesión monopólica. Ofrecer un mercado desregulado, competitivo, donde habría que abrirse paso como en buena parte del universo de actividades económicas, no hubiera permitido vender “las joyas de la abuela”. Su precio casi no hubiera existido. Pero cuando hicieron esto también nos entregaron a los ciudadanos como rehenes y nos condenaron a una condición inaceptable. Los reyes de la redistribución en este país, con esta decisión solo han logrado redistribuirnos a los ciudadanos argentinos una deuda que NO supimos conseguir. Nos la endosaron a cambio de la romántica idea de tener una línea de bandera, como si ello nos hiciera más patriotas. Cuando la vuelvan a privatizar, condiciones monopólicas mediante, volverán a entregarla sin deuda. Quedará así en nuestra suma de pasivos. Esos sobre los cuales después debemos poner excesiva presión fiscal, cuando no inflacionaria, para terminar pagándola de todos modos. Como siempre el proceso es desprolijo, discrecional y arbitrario. Y para no perder el hábito, la oposición nuevamente cuestiona solo el procedimiento, las formas, pero no el fondo. Comparte la infantil ideología de tener una empresa aeronáutica propia. El cuestionamiento de fondo, otra vez estuvo ausente. Es que estas ideologías sostienen que este tipo de empresas no puede quebrar. Que bajo el manto de la protección estatal es preferible que los empobrecidos ciudadanos argentinos salgan a rescatar a los desprotegidos empleados de la empresa estatal en pos de defender los intereses sindicales y patrióticos. Cabe preguntarse cuantas empresas gozan del privilegio de ser rescatadas del barranco en pleno proceso de caída, para evitar cesantías, y una quiebra segura. Evidentemente esta no es la equidad y justicia de la que tanto habla nuestra clase dirigente. No es cierto que el gobierno este obligado a estatizar Aerolíneas. Esa afirmación oculta la falta de valor para tomar las decisiones correctas. Es que las otras opciones no seducen a las mentes de nuestros gobernantes. Sí los entusiasma la idea de controlar la línea aérea, manejarla con criterio político, sin dar demasiadas explicaciones, para que se convierta en otra herramienta para someter a propios y extraños. Es por eso que no se han puesto siquiera un plazo para abandonar la aventura empresaria de un Estado que debe abocarse a aquello para lo que fue concebido, y que tan mal hace cotidianamente. Las múltiples responsabilidades que la sociedad le ha delegado al Estado, hacen que muchos acepten con naturalidad esta descabellada idea. Que el Estado haya vuelto a ese rol de propietario de emprendimientos comerciales es patético, pero además, es básicamente inmoral, porque su naturaleza y el motivo de su existencia es resolver aquello que los individuos no podemos solucionar por nuestros propios medios. No es su rol. No le corresponde. Es solo una intromisión ausente de criterio y tremendamente regresiva, lo que profundiza su perversidad. Nos han vuelto a invitar al debate inadecuado. Empresa estatal o privada, pero por sobre todas las cosas, monopólica. La desregulación, la posibilidad de que cualquier empresa pueda ingresar al mercado sin restricciones especiales, no está en la agenda. La competencia es mala palabra para la ideología imperante, tanto de oficialistas como de opositores. Este monopolio ficticio que han creado con dudosas intenciones, nos sigue obligando a discutir sobre falsas opciones. Aerolíneas se suma así a la lista de los monopolios inmorales. (*) Recibido por Corrientes al Día de Alberto Medina Méndez; amedinamendez@gmail.com; Corrientes (Argentina)
Dijo en San Juan el presidente Fernández: “lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres”.
Esto es tan falso, tan terriblemente insultante para la inteligencia, que es difícil decidir por dónde empezar a analizarlo. Sólo diré que Steve Jobs (Apple), Bill Gates (Windows), Jeff Bezos (Amazon) y Marcos Galperin (Mercado Libre), son algunas de las fortunas más grandes del mundo y de Argentina, y NINGUNO fue hijo de rico. Este pelotudismo socrático y retrógrado ha sido totalmente superado en los países desarrollados… ¡Y PRECISAMENTE PORQUE LO SUPERARON SON DESARROLLADOS!
Luego invocó a Alberdi y Sarmiento, reinterpretándolos con un pensamiento tan retorcido que los vuelve irreconocibles. Dijo admirarlos porque “vislumbraron la importancia de la educación pública, que nada es más importante que el conocimiento humano” y del sanjuanino aseguró que “en un gesto inigualable de igualdad, resolvió que todos los que estudian en la escuela pública calcen un guardapolvo blanco para que las diferencias sociales allí donde se aprende no aparezcan. Con todo eso nos dijo que el estado debe estar muy presente en el desarrollo humano y que finalmente lo que más vale es la igualdad, es propender a un sistema más igualitario”.
Pobres Alberdi y Sarmiento. Si pensamos cuales referentes históricos argentinos estuvieron absolutamente en contra de la intromisión del estado (que debía ser pequeño) en el quehacer cotidiano de los ciudadanos, fueron sin dudas estas dos inmensas figuras de nuestra patria. Hacer semejantes distorsiones de su pensamiento es una ofensa a sus memorias y, como se hacía en la escuela, debería lavarse la boca con jabón para limpiar sus palabras.
Alberdi decía que “la omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual” y que “la grandeza del vecino, forma parte elemental e inviolable de la nuestra”, LO OPUESTO al igualitarismo y el desconocimiento del mérito.
¿Y qué pensaba Sarmiento?, al que dijo admirar. El sanjuanino dijo: “las cumbres se alcanzan doblando el empeño” y “toda la historia de los progresos humanos es la simple imitación del genio”; Don Domingo era un ferviente defensor del mérito, concepto que el señor presidente denigra.
Es increíble que en la actualidad, con lo fácil que es conocer la realidad de otros países, todavía existan personas “educadas” (en realidad son apenas instruidas, la educación implica pensamiento crítico algo que les es ajeno) que sean tan ciegas como para dejarse engañar así.
El presidente habla de defender el federalismo y a las provincias del “pulpo” del puerto, cuándo el mayor héroe de esta gente fue Rosas, quien prohibió los puertos del Paraná para que todo el comercio exterior pasara por Buenos Aires, empobreciendo a las otras provincias. Obsesión rosista por el monopolio del puerto porteño que condujo a la muerte a valerosos patriotas en la Vuelta de Obligado, sacrificio disfrazado con la mentira de la “defensa de soberanía”.
Valga la apostilla: ese fue el mismo Rosas que le quitó los sueldos a los docentes de las escuelas y universidades estatales, hundiendo en la ignorancia a los pobres y yendo en contra de la tan mentada “igualdad de oportunidades” con la que se llenan la boca.
¿Habla del federalismo y de trato igualitario para todas las provincias?, cuando el peronismo fue el mayor promotor del crecimiento del conurbano bonaerense y que le otorgó tantos subsidios a la luz, el gas y a los combustibles, que hacía que en Buenos Aires se pagara hasta 5 veces más barato los servicios públicos que en el resto del país. ¿En serio? ¿Se puede ser tan caradura? Y lo peor, ¿se puede ser tan idiota como para creerles?
También dijo Fernández: “lo que uno más debería desear como argentino, es que cada argentino tenga la oportunidad de nacer…”, ¿oportunidad de nacer?, ¿de qué oportunidad de nacer habla quien defiende el aborto?, ¿se puede ser más cínico y contradictorio? “…Y de morirse feliz después de haber vivido bien, en la provincia donde ha nacido”, ¿morirse feliz?, ¿Cómo Solange que murió sin ver a su padre?, ¿o Facundo Astudillo?, ¿o Franco Martínez?, ¿o Franco Isorni?, ¿o Luis Espinoza?, todos desaparecidos y muertos en democracia en este 2020.
Entiendo (no comparto) que los que “están prendidos” defiendan “el modelo”… ¿pero el resto?, ¿el laburante que deja más de la mitad de su sueldo en impuestos para mantener punteros y para que le den por sus impuestos la porquería de salud, educación, seguridad y justicia que tenemos?, ¿el profesional que como universitario debería ser capaz de ver más allá de las mentiras de los demagogos? Cómo decía Sarmiento y se aplica a los “educados” que egresan de la universidad: “era el que más sabia… Pero el que menos entendía”.
Lo cierto es que a decir del gran sanjuanino: “la ignorancia es atrevida”, pero aún es más atrevida la avaricia, la soberbia y el despotismo de quienes conducen hoy el destino de nuestra patria y que lejos están de seguir el siguiente principio rector del cuyano: “fui criado en un santo horror por la mentira, al punto que el propósito de ser siempre veraz ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de ello dan testimonio todos los actos de mi vida”.
Quienes creemos en la Libertad, en la igualdad ante la Ley y no por la Ley, y en el Respeto por la vida y la propiedad del prójimo, no solo tenemos el deber ético y moral, sino también la impostergable necesidad de oponernos y manifestarnos en contra de los atropellos que se están cometiendo contra los argentinos y contra la República.
El momento es YA… antes de que terminen de hundirnos y de someternos, antes de que no quede nada por salvar.
(*) Rogelio López Guillemain
La pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto profundo en nuestras sociedades. Además de la crisis sanitaria, ha afectado la educación, la vida social y los medios de subsistencia. A una economía difícil, esto lo ha profundizado aún más.
Para nuestros jóvenes muchos de estos impactos será a largo plazo y multidimensionales: Por ejemplo, 191 países han implementado el cierre de escuelas a nivel nacional o local, y 1,5 mil millones de personas no pueden asistir a la escuela ya que no disponen de tecnología básica para acceder a las plataformas educativas.
Sin embargo, hay muchos jóvenes liderando esta crisis y no se han quedado de brazos cruzados. Hay una Juventud que está apoyando el diseño y la ejecución de programas sociales pensando en caminos creativos y de respuesta.
También debemos destacar la variedad de emprendimientos que han surgido adaptando propuestas comerciales a estos nuevos tiempos donde se pudo ver la creatividad y el desarrollo de productores locales.
Es fundamental continuar apoyando estos proyectos para que tengan continuidad formulando estrategias competitivas, incentivando y se conviertan en micro empresas sustentables económicamente.
Sumar programas de recuperación en base a economías locales y ver como su fuerza creativa comienza a enriquecer a instituciones, proyectos sustentables y caminos nuevos para salir adelante.
Pienso que un camino de desarrollo es no solo fortalecer las economías regionales sino volver a los oficios, capacitarnos y tener herramientas prácticas para generar recursos propios.
Estamos atravesando un momento de reinvención muy grande y donde más que nunca necesitamos estar unidos, sacar nuestras fortalezas y trabajar juntos como sociedad pensando en lo que queremos construir, diseñando la sociedad futura, poniendo foco en nuestros recursos y liderar.
Es fundamental generar herramientas para crear una sociedad más igualitaria y solidaria y no solo como respuesta a la pandemia sino también pensando a largo plazo y abordando todos el compromiso de crear un cambio duradero.
Recuerda una crónica del diario perfil: “Eduardo Lorenzo Borocotó el 23 octubre de 2005 obtuvo una banca. Pero antes de asumir algo cambió. El 9 de noviembre visitó la Casa Rosada, acompañado por su hijo. ¿Con quién tenía cita? Con el actual presidente Alberto Fernández, quien era jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Borocotó se reunió con los dos. A Kirchner no lo conocía. A Fernández, sí.
El mismo día del encuentro en la Rosada, Borocotó anunció su partida del bloque macrista: armó un mono-bloque independiente, afín al kirchnerismo. Alberto Fernández explicó la jugada: "Tenemos que ser amplios. Hay muchos votantes y dirigentes de ARI que están descontentos con Carrió, por ejemplo. Y nosotros estamos abiertos a recibirlos, así como a los radicales, peronistas y a todos los que crean en el proyecto del Presidente".
En nuestras democracias actuales, se debería empezar a pensar en que los ciudadanos, en vez de elegir a personas que encarnen proyectos, ideologías, o letras muertas de lo establecido en partidos políticos, votemos directamente, proyectos, propuestas, modelos o formas de hacer las cosas y que la ejecución de las mismas, pase a ser un tema totalmente secundario, esto sí podría denominarse algo que genere una revalidación de lo democrático, pero no estamos en condiciones de hacerlo actualmente, primordialmente porqué el gobierno de ese pueblo, está en manos de uno sólo, a lo sumo, en cogobierno por un legislativo (con flagrantes problemas en relación a la representatividad, que sería todo un capítulo aparte el analizarlo) y supeditado a un judicial, que siempre falla, de fallar en todas sus acepciones, liberar la opción de ese pueblo, para que elija su gobierno, mediante las ideas que se le propongan, sin que sea esto eclipsado por la figura de un líder o lo que fuere, en tanto y en cuanto siga siendo uno, recién podrá ser posible, cuando su vínculo con la vida y la muerte, no tenga que ser anatematizado mediante la creencia o no creencia, que como vimos son las dos caras de una misma moneda, en un ser único y todo poderoso, creador de este mundo y de todos los otros, los posibles como los imposibles.
La violencia del estado que en la actualidad se traduce en su sobre-presencia en ciertos sectores a costa de la ausencia del mismo en vastas áreas y bolsones, la sobreactuación de un supuesto sentir o hacer democrático, en donde sólo se ejerce una dudosa aclamatoria de mayorías (sistemas de preselección de candidatos cerrada, como internas que no se llevan a cabo, que transfieren el sentido de elegir por el de optar, entre quiénes ellos, de acuerdo a sus reglas disponen que tengamos que optar, es decir elegir condicionados) debería estar tipificado en la normativa, como uno de los delitos más flagrantes contra las instituciones y el pleno ejercicio de la libertad, de tal manera, la ciudadanía no tendría excusas como para no levantarse en puebladas, en manifestaciones que dan cuenta de la total y absoluta anomia, en que la incapacidad de cierto sector de la clase política nos puede volver a conducir en cualquier otro momento u oportunidad. Propuestas es lo que sobra, se precisa de predisposición de estos para hacerles sentir a la ciudadanía que algo determinan, con el pago de sus impuestos y con sus votos. En tiempos electorales, una práctica que debería ser desterrada y que es una muestra expresa del democraticidio, es la compra de votos, sea mediante una dádiva, prebenda, por intermedio de corte de chapas, dinero, mercadería, merca o lo que fuere, como de las mentiras flagrantes e inconsistentes las que ofrecen por doquier. Como también lo es la no sanción de los hechos de corrupción, o la dilación en demasía para resolver los mismos, perpetrados por hombres que hayan pertenecido al funcionariado público.
Si somos presa de políticos corruptos seguiremos encarcelados en el imperativo de una sociedad penalizada y penalizante para sancionar delitos y no para reconvertir conductas que no nos lleven a ellas.
Hasta aquí sí se quiere, nada nuevo bajo el sol, o desconocido para todos aquellos a quiénes, Alfonsín nos prometió que con “la democracia se educa, se come, se cura, no necesitamos nada más, que nos dejen de mandonear…” la nueva modalidad, de estas suertes de “democraticidios” que nos afectan, es que el poder unipersonal del ejecutivo nacional, pasó a un sistema, tal como lo definió un constitucionalista “vicepresidencialista” y por tanto, Alberto, el creador del “borocotismo”, tal como Víctor Frankenstein, pasó a ser víctima de su propia creación, de su mutación práctica de lo representativo.
En la aceleración, profundización o intensificación del cristinismo, camporismo o kirchnerismo recargado, en el que recayó Alberto, no quedaría otro espacio en la historia para él, que un título de un libro escrito por Miguel Bonasso, acerca de Héctor Cámpora; “El presidente que no fue”.
La mayoría que se construyó a tales efectos, con una propagación mayor que la de un virus desconocido y contagioso, se reconstituye con proverbial dinámica y en las próximas elecciones demostrará cuán cerca o lejos puede estar de un poder político, en la actualidad, “borocotizado”.
(*) Por Francisco Tomás González Cabañas.