Opinión
Los héroes de la República
ALBERTO MEDINA MENDEZ (*)
Una república implica división de poderes. Ese principio supone la capacidad de interrelacionarse de esos poderes, de funcionar en equipo actuando como contrapesos unos de otros y controlándose en forma cruzada.
Para ello, resulta imprescindible la autarquía de los mismos. El concepto de independencia es un criterio relativo. Se es independiente en relación a algo diferente, en este caso respecto de otro poder y de las organizaciones políticas. La Argentina lleva unos cuantos años de democracia que ha sabido sostener con tropiezos. Sin embargo, nos cuesta aún comprender como ciudadanos la importancia de defender no solo la democracia sino la República. La una sin la otra, tiene poco sentido. El ejercicio del gobierno suele, inexorablemente, derivar en abusos de autoridad. Siempre es posible que el mandamás de turno se tiente con hacer uso de esa fuerza incontenible, con esa impunidad casi legitimada, que cree que se deriva de una decisión electoral. No entiende que se trata solo de un “préstamo”, de una delegación transitoria de facultades al mandatario que tiene, en realidad, más obligaciones que derechos. Para evitar esa eventual concentración del poder, resulta preciso acudir a los inteligentes e imperfectos mecanismos que propone la República. Aún con sus defectos, esta institución puede aportar “los frenos” a los exabruptos del poderoso de turno. Es trascendente que la República funcione, que los poderes se encuentren debidamente balanceados, que nadie consiga aglutinar decisiones, que todos deban rendir cuentas y que puedan ser cuestionados, auditados y hasta despojados de sus atribuciones, cuando ejerzan de modo incorrecto el mandato delegado por los votantes. El juego de la democracia y de la república tiene sentido, en tanto y en cuanto, consigue evitar un poder incontrolable. Se trata de lograr consensos y no de imponer formas ni decisiones. Para evitar las atrocidades, están justamente los mecanismos institucionales. Sin embargo la Argentina, como algunos otros países de estas latitudes, tiene un comportamiento históricamente autoritario y mesiánico. Ciertas sociedades pretenden un líder fuerte, que decida acerca de todo. No solo sobre lo que eventualmente le pudiera corresponder, sino también en relación a las leyes y la justicia. Es demasiado frecuente escuchar a gente inteligente e instruida reclamando al titular del poder ejecutivo que tome decisiones legislativas o judiciales. Esto NO tiene que ver con desinformación, sino con una marcada ausencia de convicciones republicanas. Tal vez no creamos en la República. Quizás solo hayamos registrado esa observación evidente que nos muestra que quien detenta la autoridad conferida por el sistema democrático es aquel que se sienta en el sillón del titular del ejecutivo y que luego hace y deshace con absoluta discrecionalidad. Un intendente, un gobernador o un presidente, define en ese modelo, no solo sus tareas, sino que establece la agenda legislativa y también la judicial. Salvo honrosas excepciones, decide que normas serán aprobadas y cuales otras rechazadas, y hasta define que fallos judiciales deben demorarse y cuales tomar mayor impulso. Del otro lado, los serviles de la republiqueta, legisladores y funcionarios judiciales de diferente rango, aceptan mansamente “el empleo”, que fuera acordado en un sistema de lealtades atado a la suerte del propietario de la firma que suscribe las decisiones. Para que esta payasada funcione como tal se precisan unos cuantos responsables y otros tantos cómplices necesarios. Un ambicioso con ínfulas de monarca, una secta de alcahuetes y traidores en potencia, y una sociedad sin convicciones. Seguramente no será fácil librarse de los que están trabajando para constituirse en el próximo Mesías, ni de los aduladores profesionales. La especie humana está plagada de personajes como ellos. Sin embargo, una comunidad puede adquirir la confianza suficiente en un sistema imperfecto, pero claramente superador de la perversidad actual. Buena parte de esa sociedad cree que la República esta dibujada, que es solo una institución ideal. Por eso sigue apostando a fuertes liderazgos. Pero puede y debe animarse a confiar en los mecanismos que otros países han aprendido con esfuerzo y diversa efectividad. Para ello, resulta imprescindible, tener una escala de valores y creer incondicionalmente en ella. En el proceso habrá, muchas veces, que privilegiar esas creencias por sobre las supuestas y tentadoras soluciones simplistas. No tenemos República porque no hemos sido capaces de defenderla. No hemos tomado nota que el poder en pocas manos es peligroso, y que la esencia de la equidad es el equilibrio de las fuerzas. Aquel que todo lo puede, siempre tendrá sus preferencias y las ejercerá con la discrecionalidad e impunidad que la sociedad le permita. Por eso, cuando vemos a legisladores capaces de resistir, remando contra la corriente, pidiendo informes y luchando por la transparencia, exigiendo a los demás poderes que hagan lo suyo y aportando las normas para que el ejecutivo las aplique, tenemos la responsabilidad de respaldarlos, aun en las diferencias. Cuando los fiscales y los jueces son capaces de arriesgar su comodidad para investigar al poder, o fallar en contra de sus lineales intereses, cabe apoyarlos en forma irrestricta. Si realmente se entiende el concepto de República, debemos defender a capa y espada, a aquellos hombres y mujeres que son capaces de resistir la tentación de buscar los calores del poder, que entienden que son empleados de la República y no de quienes eventualmente los promovieron en la lucha política. En esa escala de valores, los hombres que se dedican a la cosa pública, deben comprender que su único compromiso es con la sociedad y con los derechos de cada ciudadano. Si no pueden sumar a esa causa, si solo son títeres del poderoso de turno, tal vez deban dar un paso al costado, revisando sus atrofiados e inconfesables principios. Asumir ciertas responsabilidades implica tener la grandeza suficiente para ocupar esos lugares. Esas posiciones, la del legislador, la del fiscal o la del juez, están reservados para gente INTEGRA. Los “escribanos” de decisiones ajenas, los que esperan la llamada telefónica con la orden actualizada, no merecen ni el espacio ni el respeto de la sociedad. No solo no hacen su tarea, sino que son mediocres a los que la historia no les tiene reservado ningún lugar de privilegio. Ni siquiera sus hijos podrán enorgullecerse del patético rol irrelevante que cumplieron, dejando pasar la oportunidad de hacer algo útil por sus vidas y su dignidad para dejarles un legado ejemplar a sus sucesores. Hay que defender a los jueces que trabajan bien, a los fiscales, a los legisladores, a los que son capaces de establecer los indispensables contrapesos. Ellos son los héroes, muchas veces anónimos, de esta República anémica que supimos conseguir. Cuando un fiscal investiga las denuncias de corrupción que recaen sobre el poder de turno, cuando un juez es capaz de darle impulso a una causa antipática para los gobernantes, cuando un legislador pide informes exigiendo transparencia, debemos apoyarlos como sociedad, sosteniendo públicamente a los que buscan verdades. No se trata de potenciar esas denuncias, sino de imprimirles idéntica fuerza para evitar caer en el “clásico” de las causas frenadas de esta bendita tierra. Nuestra evidente ausencia de convicciones como sociedad, tal vez no nos haga merecedores de tanta entrega republicana. Pero alguien debe animarse a dar la batalla moral. Esos, ellos, los que están dispuestos a arriesgar su comodidad, merecen mucho más que nuestro respeto, porque están mostrando el camino correcto. Nosotros, como comunidad, aún no comprendimos la importancia de sostener las instituciones. Ellos, definitivamente son la reserva moral de esta sociedad. Con su lucha, defienden las instituciones. Sin dudarlo, son los héroes de la República. (*) Recibido por Corrientes al Día de Alberto Medina Méndez. Corrientes – Corrientes – Argentina. amedinamendez@gmail.com
Dijo en San Juan el presidente Fernández: “lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres”.
Esto es tan falso, tan terriblemente insultante para la inteligencia, que es difícil decidir por dónde empezar a analizarlo. Sólo diré que Steve Jobs (Apple), Bill Gates (Windows), Jeff Bezos (Amazon) y Marcos Galperin (Mercado Libre), son algunas de las fortunas más grandes del mundo y de Argentina, y NINGUNO fue hijo de rico. Este pelotudismo socrático y retrógrado ha sido totalmente superado en los países desarrollados… ¡Y PRECISAMENTE PORQUE LO SUPERARON SON DESARROLLADOS!
Luego invocó a Alberdi y Sarmiento, reinterpretándolos con un pensamiento tan retorcido que los vuelve irreconocibles. Dijo admirarlos porque “vislumbraron la importancia de la educación pública, que nada es más importante que el conocimiento humano” y del sanjuanino aseguró que “en un gesto inigualable de igualdad, resolvió que todos los que estudian en la escuela pública calcen un guardapolvo blanco para que las diferencias sociales allí donde se aprende no aparezcan. Con todo eso nos dijo que el estado debe estar muy presente en el desarrollo humano y que finalmente lo que más vale es la igualdad, es propender a un sistema más igualitario”.
Pobres Alberdi y Sarmiento. Si pensamos cuales referentes históricos argentinos estuvieron absolutamente en contra de la intromisión del estado (que debía ser pequeño) en el quehacer cotidiano de los ciudadanos, fueron sin dudas estas dos inmensas figuras de nuestra patria. Hacer semejantes distorsiones de su pensamiento es una ofensa a sus memorias y, como se hacía en la escuela, debería lavarse la boca con jabón para limpiar sus palabras.
Alberdi decía que “la omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual” y que “la grandeza del vecino, forma parte elemental e inviolable de la nuestra”, LO OPUESTO al igualitarismo y el desconocimiento del mérito.
¿Y qué pensaba Sarmiento?, al que dijo admirar. El sanjuanino dijo: “las cumbres se alcanzan doblando el empeño” y “toda la historia de los progresos humanos es la simple imitación del genio”; Don Domingo era un ferviente defensor del mérito, concepto que el señor presidente denigra.
Es increíble que en la actualidad, con lo fácil que es conocer la realidad de otros países, todavía existan personas “educadas” (en realidad son apenas instruidas, la educación implica pensamiento crítico algo que les es ajeno) que sean tan ciegas como para dejarse engañar así.
El presidente habla de defender el federalismo y a las provincias del “pulpo” del puerto, cuándo el mayor héroe de esta gente fue Rosas, quien prohibió los puertos del Paraná para que todo el comercio exterior pasara por Buenos Aires, empobreciendo a las otras provincias. Obsesión rosista por el monopolio del puerto porteño que condujo a la muerte a valerosos patriotas en la Vuelta de Obligado, sacrificio disfrazado con la mentira de la “defensa de soberanía”.
Valga la apostilla: ese fue el mismo Rosas que le quitó los sueldos a los docentes de las escuelas y universidades estatales, hundiendo en la ignorancia a los pobres y yendo en contra de la tan mentada “igualdad de oportunidades” con la que se llenan la boca.
¿Habla del federalismo y de trato igualitario para todas las provincias?, cuando el peronismo fue el mayor promotor del crecimiento del conurbano bonaerense y que le otorgó tantos subsidios a la luz, el gas y a los combustibles, que hacía que en Buenos Aires se pagara hasta 5 veces más barato los servicios públicos que en el resto del país. ¿En serio? ¿Se puede ser tan caradura? Y lo peor, ¿se puede ser tan idiota como para creerles?
También dijo Fernández: “lo que uno más debería desear como argentino, es que cada argentino tenga la oportunidad de nacer…”, ¿oportunidad de nacer?, ¿de qué oportunidad de nacer habla quien defiende el aborto?, ¿se puede ser más cínico y contradictorio? “…Y de morirse feliz después de haber vivido bien, en la provincia donde ha nacido”, ¿morirse feliz?, ¿Cómo Solange que murió sin ver a su padre?, ¿o Facundo Astudillo?, ¿o Franco Martínez?, ¿o Franco Isorni?, ¿o Luis Espinoza?, todos desaparecidos y muertos en democracia en este 2020.
Entiendo (no comparto) que los que “están prendidos” defiendan “el modelo”… ¿pero el resto?, ¿el laburante que deja más de la mitad de su sueldo en impuestos para mantener punteros y para que le den por sus impuestos la porquería de salud, educación, seguridad y justicia que tenemos?, ¿el profesional que como universitario debería ser capaz de ver más allá de las mentiras de los demagogos? Cómo decía Sarmiento y se aplica a los “educados” que egresan de la universidad: “era el que más sabia… Pero el que menos entendía”.
Lo cierto es que a decir del gran sanjuanino: “la ignorancia es atrevida”, pero aún es más atrevida la avaricia, la soberbia y el despotismo de quienes conducen hoy el destino de nuestra patria y que lejos están de seguir el siguiente principio rector del cuyano: “fui criado en un santo horror por la mentira, al punto que el propósito de ser siempre veraz ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de ello dan testimonio todos los actos de mi vida”.
Quienes creemos en la Libertad, en la igualdad ante la Ley y no por la Ley, y en el Respeto por la vida y la propiedad del prójimo, no solo tenemos el deber ético y moral, sino también la impostergable necesidad de oponernos y manifestarnos en contra de los atropellos que se están cometiendo contra los argentinos y contra la República.
El momento es YA… antes de que terminen de hundirnos y de someternos, antes de que no quede nada por salvar.
(*) Rogelio López Guillemain
La pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto profundo en nuestras sociedades. Además de la crisis sanitaria, ha afectado la educación, la vida social y los medios de subsistencia. A una economía difícil, esto lo ha profundizado aún más.
Para nuestros jóvenes muchos de estos impactos será a largo plazo y multidimensionales: Por ejemplo, 191 países han implementado el cierre de escuelas a nivel nacional o local, y 1,5 mil millones de personas no pueden asistir a la escuela ya que no disponen de tecnología básica para acceder a las plataformas educativas.
Sin embargo, hay muchos jóvenes liderando esta crisis y no se han quedado de brazos cruzados. Hay una Juventud que está apoyando el diseño y la ejecución de programas sociales pensando en caminos creativos y de respuesta.
También debemos destacar la variedad de emprendimientos que han surgido adaptando propuestas comerciales a estos nuevos tiempos donde se pudo ver la creatividad y el desarrollo de productores locales.
Es fundamental continuar apoyando estos proyectos para que tengan continuidad formulando estrategias competitivas, incentivando y se conviertan en micro empresas sustentables económicamente.
Sumar programas de recuperación en base a economías locales y ver como su fuerza creativa comienza a enriquecer a instituciones, proyectos sustentables y caminos nuevos para salir adelante.
Pienso que un camino de desarrollo es no solo fortalecer las economías regionales sino volver a los oficios, capacitarnos y tener herramientas prácticas para generar recursos propios.
Estamos atravesando un momento de reinvención muy grande y donde más que nunca necesitamos estar unidos, sacar nuestras fortalezas y trabajar juntos como sociedad pensando en lo que queremos construir, diseñando la sociedad futura, poniendo foco en nuestros recursos y liderar.
Es fundamental generar herramientas para crear una sociedad más igualitaria y solidaria y no solo como respuesta a la pandemia sino también pensando a largo plazo y abordando todos el compromiso de crear un cambio duradero.
Recuerda una crónica del diario perfil: “Eduardo Lorenzo Borocotó el 23 octubre de 2005 obtuvo una banca. Pero antes de asumir algo cambió. El 9 de noviembre visitó la Casa Rosada, acompañado por su hijo. ¿Con quién tenía cita? Con el actual presidente Alberto Fernández, quien era jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Borocotó se reunió con los dos. A Kirchner no lo conocía. A Fernández, sí.
El mismo día del encuentro en la Rosada, Borocotó anunció su partida del bloque macrista: armó un mono-bloque independiente, afín al kirchnerismo. Alberto Fernández explicó la jugada: "Tenemos que ser amplios. Hay muchos votantes y dirigentes de ARI que están descontentos con Carrió, por ejemplo. Y nosotros estamos abiertos a recibirlos, así como a los radicales, peronistas y a todos los que crean en el proyecto del Presidente".
En nuestras democracias actuales, se debería empezar a pensar en que los ciudadanos, en vez de elegir a personas que encarnen proyectos, ideologías, o letras muertas de lo establecido en partidos políticos, votemos directamente, proyectos, propuestas, modelos o formas de hacer las cosas y que la ejecución de las mismas, pase a ser un tema totalmente secundario, esto sí podría denominarse algo que genere una revalidación de lo democrático, pero no estamos en condiciones de hacerlo actualmente, primordialmente porqué el gobierno de ese pueblo, está en manos de uno sólo, a lo sumo, en cogobierno por un legislativo (con flagrantes problemas en relación a la representatividad, que sería todo un capítulo aparte el analizarlo) y supeditado a un judicial, que siempre falla, de fallar en todas sus acepciones, liberar la opción de ese pueblo, para que elija su gobierno, mediante las ideas que se le propongan, sin que sea esto eclipsado por la figura de un líder o lo que fuere, en tanto y en cuanto siga siendo uno, recién podrá ser posible, cuando su vínculo con la vida y la muerte, no tenga que ser anatematizado mediante la creencia o no creencia, que como vimos son las dos caras de una misma moneda, en un ser único y todo poderoso, creador de este mundo y de todos los otros, los posibles como los imposibles.
La violencia del estado que en la actualidad se traduce en su sobre-presencia en ciertos sectores a costa de la ausencia del mismo en vastas áreas y bolsones, la sobreactuación de un supuesto sentir o hacer democrático, en donde sólo se ejerce una dudosa aclamatoria de mayorías (sistemas de preselección de candidatos cerrada, como internas que no se llevan a cabo, que transfieren el sentido de elegir por el de optar, entre quiénes ellos, de acuerdo a sus reglas disponen que tengamos que optar, es decir elegir condicionados) debería estar tipificado en la normativa, como uno de los delitos más flagrantes contra las instituciones y el pleno ejercicio de la libertad, de tal manera, la ciudadanía no tendría excusas como para no levantarse en puebladas, en manifestaciones que dan cuenta de la total y absoluta anomia, en que la incapacidad de cierto sector de la clase política nos puede volver a conducir en cualquier otro momento u oportunidad. Propuestas es lo que sobra, se precisa de predisposición de estos para hacerles sentir a la ciudadanía que algo determinan, con el pago de sus impuestos y con sus votos. En tiempos electorales, una práctica que debería ser desterrada y que es una muestra expresa del democraticidio, es la compra de votos, sea mediante una dádiva, prebenda, por intermedio de corte de chapas, dinero, mercadería, merca o lo que fuere, como de las mentiras flagrantes e inconsistentes las que ofrecen por doquier. Como también lo es la no sanción de los hechos de corrupción, o la dilación en demasía para resolver los mismos, perpetrados por hombres que hayan pertenecido al funcionariado público.
Si somos presa de políticos corruptos seguiremos encarcelados en el imperativo de una sociedad penalizada y penalizante para sancionar delitos y no para reconvertir conductas que no nos lleven a ellas.
Hasta aquí sí se quiere, nada nuevo bajo el sol, o desconocido para todos aquellos a quiénes, Alfonsín nos prometió que con “la democracia se educa, se come, se cura, no necesitamos nada más, que nos dejen de mandonear…” la nueva modalidad, de estas suertes de “democraticidios” que nos afectan, es que el poder unipersonal del ejecutivo nacional, pasó a un sistema, tal como lo definió un constitucionalista “vicepresidencialista” y por tanto, Alberto, el creador del “borocotismo”, tal como Víctor Frankenstein, pasó a ser víctima de su propia creación, de su mutación práctica de lo representativo.
En la aceleración, profundización o intensificación del cristinismo, camporismo o kirchnerismo recargado, en el que recayó Alberto, no quedaría otro espacio en la historia para él, que un título de un libro escrito por Miguel Bonasso, acerca de Héctor Cámpora; “El presidente que no fue”.
La mayoría que se construyó a tales efectos, con una propagación mayor que la de un virus desconocido y contagioso, se reconstituye con proverbial dinámica y en las próximas elecciones demostrará cuán cerca o lejos puede estar de un poder político, en la actualidad, “borocotizado”.
(*) Por Francisco Tomás González Cabañas.