Opinión
Falacias sobre la re-estatización de YPF
AGUSTÍN LAJE (*)
Si hiciéramos un corte temporal que fuera desde la reelección de Cristina hasta la semana pasada, habría bastante de razón en sostener que el gobierno venía experimentando un decrecimiento sostenido en términos de popularidad. Tanto es así, que en el mes de marzo la consultora Management & Fit, en coincidencia con dos estudios similares, informaba sobre la caída de la imagen de la presidente en 17%.
Las medidas de quita de subsidios y ajustes varios, sumado al tan insufrible como permanente aumento de precios por un lado e inseguridad por el otro, y sin olvidar los costos políticos de la tragedia de Once y las causas de corrupción que afectan a funcionarios de primera línea como Amado Boudou, estaban minando en algún grado aquella luna de miel que los kirchneristas decían tener con “el pueblo”. O al menos con el 54% de éste.
La pregunta en el seno del poder se tornó evidente: ¿Cómo dar un golpe de timón y volver a “enamorar” a la masa? Malvinas primero, e YPF después, se constituyeron así en las dos maneras más efectivas de hacer uso de eso que siempre, inexorablemente, incluso en gobiernos dictatoriales, da buenos resultados políticos: “las causas nacionales”.
Frente a las “causas nacionales” la gente se solidariza y el ambiente político se hegemoniza; la idea de unión se superpone a la de disenso, todo cuestionamiento es tachado prácticamente de “traición a la patria” o “cipayismo”, y muchas veces la realidad termina siendo sesgada. ¡Y qué mejor para el kirchnerismo que hegemonizar y sesgar!
Las consecuencias de este plan maestro no podrían haber sido mejores para el oficialismo: la popularidad de Cristina volvió a subir; Amado Boudou ahora puede respirar y dormir tranquilo porque su caso ya quedó tras una nueva cortina de humo; y no sólo el 54% está aplaudiendo la medida tomada, sino que incluso aquellos que no votaron a Cristina también lo están haciendo, y baste ver el penoso papel que está jugando al respecto la propia oposición.
Esta nueva “causa nacional” está, sin embargo, rodeada de falacias que resulta conveniente analizar en virtud de las siguiente reflexiones.
Primero. Hay un error lógico y una mentira fáctica en pensar que la escasez de combustible será inmediatamente solucionada tras poner a YPF en manos del Estado. Error lógico, puesto que no existe implicancia lógica alguna entre estatización y aumento de la productividad; mentira fáctica, puesto que los datos históricos dan cuenta de todo lo contrario: si por algo se han caracterizado las empresas públicas en Argentina, eso es por su ineficiencia. Piense en la ENTeL del alfonsinismo por ejemplo, o más actualmente en las Aerolíneas Argentinas del kirchnerismo, y entenderá que nada asegura que YPF, sólo por ser estatal, aumente su productividad.
Para clarificar esto un poco más, sería interesante preguntarse acerca del desempeño de la petrolera en cuestión antes de 1992, esto es, cuando el Estado manejaba la compañía. La respuesta es dilapidaria: YPF era la única petrolera en el mundo que daba pérdidas (pérdidas que las pagaban no los políticos que jugaban a ser empresarios, sino la gente en general), y su déficit llegó a superar los cinco mil millones de dólares que dejaron a la empresa destruida.
¿Por qué tuvo déficit una empresa que actúa en un mercado donde es virtualmente imposible tener pérdidas? Pues porque se rigió no con criterio económico, tal como lo hacen los agentes privados en mercados libres, sino que lo hizo, tal como lo hacen los Estados en mercados intervenidos, con criterio político: 45 mil empleados trabajando allí (cuando se necesitaban 5 mil), y el uso sistemático que hizo el gobierno de YPF para pedir dinero prestado afuera son pruebas de ello.
Segundo. Cierto es que YPF no ha gozado de inversiones privadas. Pero esto no es causa, sino consecuencia. ¿Consecuencia de qué? Consecuencia de la inexistencia de seguridad jurídica en la Argentina.
Cuando el kirchnerismo alega la falta de inversiones como una razón para intervenir, está ocultando que esa falta de inversión es precisamente el resultado de una intervención anterior. En efecto, si no ha habido inversiones eso fue, entre otras cosas, porque el Estado se dedicó a controlar el mercado, obligando a los empresarios a vender el petróleo en precios artificialmente baratos. ¿Y dónde van a invertir las empresas? Pues donde haya condiciones económicas más favorables. Así de simple.
Lo que se está proponiendo con la expropiación, en definitiva, es combatir problemas generados por el estatismo con más estatismo, en un contexto mundial caracterizado nada menos que por los paradigmas de la globalización. Valga advertir al respecto que destruir la seguridad jurídica en un marco donde la interrelación económica entre los países constituye el punto central de la realidad que el mundo atraviesa, es lo mismo que vivir en tiempos remotos y prácticamente devenir en un Estado suicida.
Quejarse de no recibir inversiones, vale decir, de no tener seguridad jurídica, y al mismo tiempo aplaudir medidas que destruyen la misma seguridad jurídica, es cuando menos una contradicción flagrante.
Tercero. Más que una “causa nacional”, la expropiación de YPF es una “causa gubernamental”. En efecto, la gente tiende a confundir los conceptos de Estado, gobierno y nación. De manera muy sintética, estos vocablos significan lo siguiente: el primero refiere al organismo que en un determinado territorio tiene el monopolio de la fuerza; el segundo refiere al conjunto de hombres que maneja al Estado durante un tiempo dado; y el tercero refiere a la comunidad unida por su historia, lengua y cultura en común.
Nos han dicho y remarcado, pues, que una empresa que pasa a manos del Estado, pasa por ello “a manos del pueblo”. Nada más falso que eso: el Estado no es el pueblo (la nación es en todo caso el pueblo), y tanto es así, que ni usted ni yo recibiremos los eventuales beneficios de YPF de manera directa, aunque paradójicamente sí aportaremos como contribuyentes cada vez que deba inyectarse dinero. La lógica estatista es clara: el Estado somos todos sólo cuando hay que desembolsar, y son sólo algunos (el gobierno) cuando hay que recolectar. Aerolíneas Argentinas, con sus dos millones de dólares diarios de pérdidas constituye un ejemplo contundente de lo antedicho: entre todos sostenemos el déficit, aunque no todos gocemos de sus “beneficios”, indiscutiblemente concentrados, a modo de botín político, en los muchachos de La Cámpora y los amigos del poder.
La confusión entre Estado, gobierno y nación es lo que lleva a muchos nacionalistas a sentir tensión interna al advertir que aquel kirchnerismo que condenaban -enemigo de las Fuerzas Armadas y de la Iglesia Católica- hoy lleva adelante movimientos que, en apariencia (pura apariencia), guardan relación con sus ideas, aunque lo cierto sea que la perorata patriotera no la han desplegado por beneficio de la nación, sino por beneficio del gobierno: por beneficio de ellos mismos.
Cuarto. Cristina pretende darle aún más legitimidad al proyecto de expropiación, haciendo uso de su marido muerto -como en tantas otras ocasiones- alegando que “El soñaba con estatizar YPF”. Desgraciadamente lo que no aclaró es por qué entonces en 1992 la empresa petrolera se privatizó a instancias del difunto (en tiempos en que éste se abrazaba efusivamente con Menem), y por qué ella misma en aquel entonces logró que la Cámara de Diputados santacruceña votara por la federalización de los recursos petrolíferos en el marco de la privatización de la compañía. “En lo económico posibilita la mejora de nuestras cuentas y en lo institucional, nos torna creíbles y respetables en cuanto damos cumplimiento a la palabra empeñada”, aseguraba por aquel entonces.
De ello podría deducirse que la estatización no responde a una convicción ideológica, sino más bien a una conveniencia coyuntural.
Si los kirchneristas se escandalizan por el “vaciamiento” de YPF y el dinero que “nos quitaron”, deberíamos entonces los ciudadanos escandalizarnos más aún en razón de que el gobierno desde el 2003 hasta la fecha haya aprobado cada uno de los balances de la empresa que nos “vaciaba” y “robaba”.
En 1992 la privatización benefició a los Kirchner con los cientos de millones de dólares que pronto se convirtieron en los famosos -aunque ya olvidados- “desaparecidos” fondos de Santa Cruz. La pregunta que hoy debemos formularnos es: ¿qué beneficios les dará la re-estatización de YPF 20 años después?
(*) Recibido por www.corrientesaldia.com.ar de Agustín Laje, autor del libro “Los mitos setentistas”. Email: agustin_laje@hotmail.com | Twitter: @agustinlaje
Dijo en San Juan el presidente Fernández: “lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres”.
Esto es tan falso, tan terriblemente insultante para la inteligencia, que es difícil decidir por dónde empezar a analizarlo. Sólo diré que Steve Jobs (Apple), Bill Gates (Windows), Jeff Bezos (Amazon) y Marcos Galperin (Mercado Libre), son algunas de las fortunas más grandes del mundo y de Argentina, y NINGUNO fue hijo de rico. Este pelotudismo socrático y retrógrado ha sido totalmente superado en los países desarrollados… ¡Y PRECISAMENTE PORQUE LO SUPERARON SON DESARROLLADOS!
Luego invocó a Alberdi y Sarmiento, reinterpretándolos con un pensamiento tan retorcido que los vuelve irreconocibles. Dijo admirarlos porque “vislumbraron la importancia de la educación pública, que nada es más importante que el conocimiento humano” y del sanjuanino aseguró que “en un gesto inigualable de igualdad, resolvió que todos los que estudian en la escuela pública calcen un guardapolvo blanco para que las diferencias sociales allí donde se aprende no aparezcan. Con todo eso nos dijo que el estado debe estar muy presente en el desarrollo humano y que finalmente lo que más vale es la igualdad, es propender a un sistema más igualitario”.
Pobres Alberdi y Sarmiento. Si pensamos cuales referentes históricos argentinos estuvieron absolutamente en contra de la intromisión del estado (que debía ser pequeño) en el quehacer cotidiano de los ciudadanos, fueron sin dudas estas dos inmensas figuras de nuestra patria. Hacer semejantes distorsiones de su pensamiento es una ofensa a sus memorias y, como se hacía en la escuela, debería lavarse la boca con jabón para limpiar sus palabras.
Alberdi decía que “la omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual” y que “la grandeza del vecino, forma parte elemental e inviolable de la nuestra”, LO OPUESTO al igualitarismo y el desconocimiento del mérito.
¿Y qué pensaba Sarmiento?, al que dijo admirar. El sanjuanino dijo: “las cumbres se alcanzan doblando el empeño” y “toda la historia de los progresos humanos es la simple imitación del genio”; Don Domingo era un ferviente defensor del mérito, concepto que el señor presidente denigra.
Es increíble que en la actualidad, con lo fácil que es conocer la realidad de otros países, todavía existan personas “educadas” (en realidad son apenas instruidas, la educación implica pensamiento crítico algo que les es ajeno) que sean tan ciegas como para dejarse engañar así.
El presidente habla de defender el federalismo y a las provincias del “pulpo” del puerto, cuándo el mayor héroe de esta gente fue Rosas, quien prohibió los puertos del Paraná para que todo el comercio exterior pasara por Buenos Aires, empobreciendo a las otras provincias. Obsesión rosista por el monopolio del puerto porteño que condujo a la muerte a valerosos patriotas en la Vuelta de Obligado, sacrificio disfrazado con la mentira de la “defensa de soberanía”.
Valga la apostilla: ese fue el mismo Rosas que le quitó los sueldos a los docentes de las escuelas y universidades estatales, hundiendo en la ignorancia a los pobres y yendo en contra de la tan mentada “igualdad de oportunidades” con la que se llenan la boca.
¿Habla del federalismo y de trato igualitario para todas las provincias?, cuando el peronismo fue el mayor promotor del crecimiento del conurbano bonaerense y que le otorgó tantos subsidios a la luz, el gas y a los combustibles, que hacía que en Buenos Aires se pagara hasta 5 veces más barato los servicios públicos que en el resto del país. ¿En serio? ¿Se puede ser tan caradura? Y lo peor, ¿se puede ser tan idiota como para creerles?
También dijo Fernández: “lo que uno más debería desear como argentino, es que cada argentino tenga la oportunidad de nacer…”, ¿oportunidad de nacer?, ¿de qué oportunidad de nacer habla quien defiende el aborto?, ¿se puede ser más cínico y contradictorio? “…Y de morirse feliz después de haber vivido bien, en la provincia donde ha nacido”, ¿morirse feliz?, ¿Cómo Solange que murió sin ver a su padre?, ¿o Facundo Astudillo?, ¿o Franco Martínez?, ¿o Franco Isorni?, ¿o Luis Espinoza?, todos desaparecidos y muertos en democracia en este 2020.
Entiendo (no comparto) que los que “están prendidos” defiendan “el modelo”… ¿pero el resto?, ¿el laburante que deja más de la mitad de su sueldo en impuestos para mantener punteros y para que le den por sus impuestos la porquería de salud, educación, seguridad y justicia que tenemos?, ¿el profesional que como universitario debería ser capaz de ver más allá de las mentiras de los demagogos? Cómo decía Sarmiento y se aplica a los “educados” que egresan de la universidad: “era el que más sabia… Pero el que menos entendía”.
Lo cierto es que a decir del gran sanjuanino: “la ignorancia es atrevida”, pero aún es más atrevida la avaricia, la soberbia y el despotismo de quienes conducen hoy el destino de nuestra patria y que lejos están de seguir el siguiente principio rector del cuyano: “fui criado en un santo horror por la mentira, al punto que el propósito de ser siempre veraz ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de ello dan testimonio todos los actos de mi vida”.
Quienes creemos en la Libertad, en la igualdad ante la Ley y no por la Ley, y en el Respeto por la vida y la propiedad del prójimo, no solo tenemos el deber ético y moral, sino también la impostergable necesidad de oponernos y manifestarnos en contra de los atropellos que se están cometiendo contra los argentinos y contra la República.
El momento es YA… antes de que terminen de hundirnos y de someternos, antes de que no quede nada por salvar.
(*) Rogelio López Guillemain
La pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto profundo en nuestras sociedades. Además de la crisis sanitaria, ha afectado la educación, la vida social y los medios de subsistencia. A una economía difícil, esto lo ha profundizado aún más.
Para nuestros jóvenes muchos de estos impactos será a largo plazo y multidimensionales: Por ejemplo, 191 países han implementado el cierre de escuelas a nivel nacional o local, y 1,5 mil millones de personas no pueden asistir a la escuela ya que no disponen de tecnología básica para acceder a las plataformas educativas.
Sin embargo, hay muchos jóvenes liderando esta crisis y no se han quedado de brazos cruzados. Hay una Juventud que está apoyando el diseño y la ejecución de programas sociales pensando en caminos creativos y de respuesta.
También debemos destacar la variedad de emprendimientos que han surgido adaptando propuestas comerciales a estos nuevos tiempos donde se pudo ver la creatividad y el desarrollo de productores locales.
Es fundamental continuar apoyando estos proyectos para que tengan continuidad formulando estrategias competitivas, incentivando y se conviertan en micro empresas sustentables económicamente.
Sumar programas de recuperación en base a economías locales y ver como su fuerza creativa comienza a enriquecer a instituciones, proyectos sustentables y caminos nuevos para salir adelante.
Pienso que un camino de desarrollo es no solo fortalecer las economías regionales sino volver a los oficios, capacitarnos y tener herramientas prácticas para generar recursos propios.
Estamos atravesando un momento de reinvención muy grande y donde más que nunca necesitamos estar unidos, sacar nuestras fortalezas y trabajar juntos como sociedad pensando en lo que queremos construir, diseñando la sociedad futura, poniendo foco en nuestros recursos y liderar.
Es fundamental generar herramientas para crear una sociedad más igualitaria y solidaria y no solo como respuesta a la pandemia sino también pensando a largo plazo y abordando todos el compromiso de crear un cambio duradero.
Recuerda una crónica del diario perfil: “Eduardo Lorenzo Borocotó el 23 octubre de 2005 obtuvo una banca. Pero antes de asumir algo cambió. El 9 de noviembre visitó la Casa Rosada, acompañado por su hijo. ¿Con quién tenía cita? Con el actual presidente Alberto Fernández, quien era jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Borocotó se reunió con los dos. A Kirchner no lo conocía. A Fernández, sí.
El mismo día del encuentro en la Rosada, Borocotó anunció su partida del bloque macrista: armó un mono-bloque independiente, afín al kirchnerismo. Alberto Fernández explicó la jugada: "Tenemos que ser amplios. Hay muchos votantes y dirigentes de ARI que están descontentos con Carrió, por ejemplo. Y nosotros estamos abiertos a recibirlos, así como a los radicales, peronistas y a todos los que crean en el proyecto del Presidente".
En nuestras democracias actuales, se debería empezar a pensar en que los ciudadanos, en vez de elegir a personas que encarnen proyectos, ideologías, o letras muertas de lo establecido en partidos políticos, votemos directamente, proyectos, propuestas, modelos o formas de hacer las cosas y que la ejecución de las mismas, pase a ser un tema totalmente secundario, esto sí podría denominarse algo que genere una revalidación de lo democrático, pero no estamos en condiciones de hacerlo actualmente, primordialmente porqué el gobierno de ese pueblo, está en manos de uno sólo, a lo sumo, en cogobierno por un legislativo (con flagrantes problemas en relación a la representatividad, que sería todo un capítulo aparte el analizarlo) y supeditado a un judicial, que siempre falla, de fallar en todas sus acepciones, liberar la opción de ese pueblo, para que elija su gobierno, mediante las ideas que se le propongan, sin que sea esto eclipsado por la figura de un líder o lo que fuere, en tanto y en cuanto siga siendo uno, recién podrá ser posible, cuando su vínculo con la vida y la muerte, no tenga que ser anatematizado mediante la creencia o no creencia, que como vimos son las dos caras de una misma moneda, en un ser único y todo poderoso, creador de este mundo y de todos los otros, los posibles como los imposibles.
La violencia del estado que en la actualidad se traduce en su sobre-presencia en ciertos sectores a costa de la ausencia del mismo en vastas áreas y bolsones, la sobreactuación de un supuesto sentir o hacer democrático, en donde sólo se ejerce una dudosa aclamatoria de mayorías (sistemas de preselección de candidatos cerrada, como internas que no se llevan a cabo, que transfieren el sentido de elegir por el de optar, entre quiénes ellos, de acuerdo a sus reglas disponen que tengamos que optar, es decir elegir condicionados) debería estar tipificado en la normativa, como uno de los delitos más flagrantes contra las instituciones y el pleno ejercicio de la libertad, de tal manera, la ciudadanía no tendría excusas como para no levantarse en puebladas, en manifestaciones que dan cuenta de la total y absoluta anomia, en que la incapacidad de cierto sector de la clase política nos puede volver a conducir en cualquier otro momento u oportunidad. Propuestas es lo que sobra, se precisa de predisposición de estos para hacerles sentir a la ciudadanía que algo determinan, con el pago de sus impuestos y con sus votos. En tiempos electorales, una práctica que debería ser desterrada y que es una muestra expresa del democraticidio, es la compra de votos, sea mediante una dádiva, prebenda, por intermedio de corte de chapas, dinero, mercadería, merca o lo que fuere, como de las mentiras flagrantes e inconsistentes las que ofrecen por doquier. Como también lo es la no sanción de los hechos de corrupción, o la dilación en demasía para resolver los mismos, perpetrados por hombres que hayan pertenecido al funcionariado público.
Si somos presa de políticos corruptos seguiremos encarcelados en el imperativo de una sociedad penalizada y penalizante para sancionar delitos y no para reconvertir conductas que no nos lleven a ellas.
Hasta aquí sí se quiere, nada nuevo bajo el sol, o desconocido para todos aquellos a quiénes, Alfonsín nos prometió que con “la democracia se educa, se come, se cura, no necesitamos nada más, que nos dejen de mandonear…” la nueva modalidad, de estas suertes de “democraticidios” que nos afectan, es que el poder unipersonal del ejecutivo nacional, pasó a un sistema, tal como lo definió un constitucionalista “vicepresidencialista” y por tanto, Alberto, el creador del “borocotismo”, tal como Víctor Frankenstein, pasó a ser víctima de su propia creación, de su mutación práctica de lo representativo.
En la aceleración, profundización o intensificación del cristinismo, camporismo o kirchnerismo recargado, en el que recayó Alberto, no quedaría otro espacio en la historia para él, que un título de un libro escrito por Miguel Bonasso, acerca de Héctor Cámpora; “El presidente que no fue”.
La mayoría que se construyó a tales efectos, con una propagación mayor que la de un virus desconocido y contagioso, se reconstituye con proverbial dinámica y en las próximas elecciones demostrará cuán cerca o lejos puede estar de un poder político, en la actualidad, “borocotizado”.
(*) Por Francisco Tomás González Cabañas.