Esta mujer de labios carnosos y figura voluptuosa empezó una nueva vida en Miami y Madrid lejos del “baby doll” rojo y la actitud de pantera.

Una pijama rosada de ositos cafés que solo deja descubiertas las manos y el cuello, unas medias blancas y el pelo con el aire salvaje que deja una gratificante lucha con la almohada. Con esa imagen me recibió Renata González, la Playboy eterna, la que tantos sueños húmedos ha protagonizado en este país. Eran las 10 de la mañana y la invitación para desayunar, que parecía inicialmente una provocación, no era otra cosa que la cita con una mujer bella, una escultural colombiana que recién salida de su cama, sin gota de maquillaje y con una sonrisa tranquila, se veía bella. Pocos seres humanos se ven tan bellos apenas se levantan. Renata era una aparición que derrumbaba los clichés que la cita con una coneja puede armar en la mente de cualquiera. Con su pijama de ositos, con ese cuello largo y bronceado, con ese movimiento de boca del que salía un hola honey, no hacían falta estereotipos. La Playboy era sexy por naturaleza y mis ojos no podían apartarse de su cuello largo y de sus manos finas. Ahora entiendo por qué durante los tiempos medievales los hombres se masturbaban con solo ver los tobillos blanquísimos y apenas asomados por las largas faldas de las doncellas. “La sensualidad va con uno. Siempre me siento sexy y me considero sensual. Ahora me visto distinto, más clásica. Eso tiene que ver con la Renata que soy ahora. Antes, cuando era Playboy, todos querían ver otra cosa. Por ejemplo, yo no iba a una entrevista con pantalón largo y cuello tortuga”. Cuando habla, mueve las manos. Las medias blancas están a un lado del sofá, la pedicurista le remoja las uñas y me siento en el Medioevo. Cuando era niña, doña Ángela, su mamá, le escondía los cepillos y las peinetas. “Tenía miedo de que se quedara calva de tanto peinarse”. Y entonces también, con un extraño e innato gusto por la estética, sabía cómo combinar su ropa. “No se ponía nada, por bonito que fuera, si no le gustaba”. Suena el teléfono y Renata me pasa el aparato. “No estoy”, dice moviendo los labios y sin emitir sonido. “Buenas, es de la Floristería Don Eloy, queremos confirmar la dirección para mandarle unas flores a esta niña Renata, pero no queremos dañarle la sorpresa”. Se escucha la voz de una señora que se adivina gorda, mayor, reposada, al otro lado de la línea. La coneja está de cumpleaños, para eso llegó la noche anterior, para eso vino a dormir a su cama y regresó a su centro. ¿Y cómo lo piensas celebrar? Tonta pregunta. “Ya lo estoy celebrando, estoy con mi familia, con mis amigos, no necesito una gran fiesta, ni regalos costosos, solo comer en mi casa y volver, siempre volver”. Fueron tres horas y media de viaje la tarde anterior. Llegó de Miami, donde está uno de sus dos centros de operaciones, el otro es Madrid, donde estuvo la semana pasada modelando para El Corte Inglés. “Ayer estrenaron en Miami mi programa, espero que me lo hayan grabado y que me lo manden”. Es la conductora del semanal Cine de las estrellas, un espacio de Telefutura, cadena hermana de Univisión. Es una especie de Cine arte, el que aquí presentan Bernardo Hoyos y Diana Rico, donde exhiben una película y en los cortes, los conductores comentan la cinta y apartes de la vida de los artistas. La reina de los gatos Uno amarillo y otro blanco con negro, de madera. Esos fueron los primeros de las docenas de gatos que adornan el apartamento que hasta hace cinco meses compartió con sus papás. En la pared, otros dos, color mostaza, pero pintados al óleo por su tía Rubelia, la que vive en Manizales y a la que de niña le pedía que la llevara a ver la luna. Comenzó a llenarse de ellos hace unos seis años. Y la colección ha aumentado por los amigos alcahuetes que de cada viaje le traen alguno. “No comparto esa idea de que sean traicioneros, sino que tienen y hacen respetar su espacio, son independientes. Son como todos, con sus días buenos y malos, esos en los que quieren que los apechichen o en los que prefieren estar solos. Pero ellos saben cuál es su casa, donde tienen leche y cariño, y siempre vuelven. El que salgan y a veces se pierdan no quiere decir que no quieran su casa”. Sobre su paso por Playboy está clara. Sabe que fue su trampolín, que fue su opción para lograr popularidad cuando no le permitieron ir a Cartagena a representar al Tolima. Cuando le embolataron el nombramiento en su departamento y la hicieron llorar. “Me sentí muy mal. Uno siempre se siente robado cuando le pasa algo así. Ahora creo que tal vez hubiera pasado sin pena ni gloria en el reinado, tenía 19 años y me faltaba madurez. Hoy sé que cuando se cierra una puerta se abren otras mejores y por eso no me estreso, por eso aprendí a esperar; pues lo que es de uno es de uno”. En ese momento, cuando ganó la corona nacional Catalina Acosta (1999), Renata, cuyo nombre es una adaptación del nombre paterno, de René, se dedicó a su universidad. “Al principio tenía miedo a aceptar el ofrecimiento de Playboy. Me parecía muy fuerte, pensaba lo que piensa todo el mundo. Pero a las participantes nos mandan videos de los detrás de cámaras y nos explican de qué se trata. Las producciones son impecables y muy bonitas. Y sé que seré Playboy para toda la vida, eso nadie me lo va a quitar”. Y es una de las dos únicas Playmates colombianas, la otra fue María Checa. Su familia fue el apoyo en su decisión de posar desnuda. “¡Qué vergüenza iba a sentir! Si ellos me habían visto desde chiquita”. Con esa misma convicción, hoy ha dicho “No” a nuevas propuestas para mostrarse en cueros. “No digo que de esa agua no beberé, pero ya superé esa etapa. Incluso me ofrecieron ser Playmate para Estados Unidos y dije que no”. También dijo que no a una revista colombiana. “Si lo hice por buena plata para la mejor revista masculina del mundo, no lo iba a hacer gratis para ninguna otra”. No lo dice con soberbia, sino con la franqueza de quien ya superó una prueba de la que salió victoriosa. Y de sexo, de eso habla sin problemas, como siempre han hablado en su casa y no por haber sido Playboy. “Es la expresión de muchas cosas, sobre todo del amor. Y nada mejor que sexo con amor. Cuando uno tiene buen sexo, puede comenzar a enamorarse. Está comprobado que un buen porcentaje de los casos de infidelidad tienen que ver con la incomprensión sexual”. Fiel. Así se define y también derrumba el otro mito que imagina a una coneja como devoradora de hombres. Sale poco, siempre con sus pocos buenos amigos y no contesta el teléfono cuando no identifica el número. “Yo no camino así o miro así para que me miren. Yo solo soy así”, recalca, y uno entiende que habla de esa sensualidad que, incluso enfundada en la anti sexy pijama de ositos cafés, no se puede esconder. Renata, que con otro nombre no se sentiría igual de sensual, vive entre Miami y Madrid con el hombre al que le juró amor, el productor Miguel Sierralta, al que conoció hace dos años en Cartagena, durante el reinado al que fue de espectadora. Ex bailarina folclórica y ex jugadora de baloncesto, mientras la pedicurista se ocupa de sus manos, interrumpe un rato la charla para referirse a su hermana, Diva Viviana, y señalarle con pudor la foto de metro y medio que la muestra en traje de baño, la que sus papás tienen en el centro de la sala: “Ahora estoy más flaca. Ya no hago pesas. Mi cuerpo es más delgado y atlético. Ya no soy tan voluptuosa. Soy la nueva Renata”. Una nueva Renata más provocadora que la mostrada por los fantásticos desnudos. “Si hubiera seguido viviendo en Colombia, tal vez no tendría las oportunidades que ahora se me presentan. Aquí todo es tabú y juzgan mal a una Playboy para siempre. Creen que uno solo sirve para quitarse la ropa”. Y algo de ese trabajo de limpieza de imagen ya había hecho durante su paso por La isla de los famosos, donde les dio sopa y seco a tantos y dejó callados a otros prejuiciados. La despedida se acerca, la pedicurista guarda sus implementos y Renata se calza las medias blancas de algodón. Ahora, en la memoria, más que las fotos o los videos que la convirtieron en sueño erótico, tengo la imagen de la encantadora pijama rosada de ositos cafés que dejaba todo, excepto los pies, los tobillos y las manos, a la imaginación medieval. La nueva Renata, ni recatada ni mojigata, es ahora inmensamente más sensual.