Opinión
Algo de integridad, algo de grandeza
ALBERTO MEDINA MENDEZ (*)
Un reciente incidente, anecdótico por cierto, tuvo como protagonista a la actual Presidente y al Vicepresidente de nuestra Argentina. El hecho, menor sin dudas, sirve para analizar lo que nos pasa, en tiempos de reflexión, tan propios de estas fechas.
El hecho puntual, el desaire, la incomunicación, la ausencia del saludo civilizado e institucional que lleva la diferencia de ideas al terreno del irrespeto personal, no es más que una muestra adicional de la falta de grandeza e integridad de nuestra clase dirigente. Pareciera que las discrepancias son motivo suficiente para evitar un intercambio cordial, el estrechar la mano, el mirarse a los ojos. Es como que los dirigentes han perdido la brújula y no entienden que disentir es parte de la esencia humana, que no estamos obligados a acordar siempre y en todo, que sostener diferencias es sano, y que el discurso único es la antesala de la dictadura y el autoritarismo. En este episodio, nos han mostrado la cara mas mezquina de la política, esa que provoca violencia verbal, exacerba las diferencias, promueve el resentimiento, se concentra en lo peor de nosotros mismos y no se enfoca en las múltiples coincidencias. Es paradójico que esto haya ocurrido en un ámbito de fe, en tiempos de festividades religiosas, allí donde reina el discurso del perdón. También es sintomático que suceda justamente cuando se intenta recordar hechos históricos que permitieron abandonar posiciones bélicas con países hermanos, gracias a la mediación de los que acercan las partes, se concentran en la paz y dejan de lado las discrepancias circunstanciales. El tema importa, no por el suceso en si mismo, que seguramente pasará inadvertido para la historia del país. Una Presidente y un Vicepresidente que no se saludan, después de todo, no es un hecho relevante, sino solo un síntoma de lo que nos pasa. Tiene que ver con lo que somos como sociedad, y mucho más aún, con lo que esperamos que nos pase de aquí en más. Hasta aquí, solo nos quedamos con lo ocurrido, pero esto sirve en la medida que seamos capaces de reflexionar. La actitud chiquilina de nuestros dirigentes, que actúan como adolescentes para ver quien declina primero, quien da el brazo a torcer para ver quien es más fuerte, no solo muestra la mezquindad que abunda en esa casta, sino la ausencia de inteligencia. Lo que mas preocupa es algo que no se compra en la feria. Asusta la ausencia de grandeza. La historia de las naciones las construyen los hombres y mujeres GRANDES, esos que se pueden dar el lujo de equivocarse y arrepentirse, esos que son capaces de ejercer su humildad tendiendo la mano al adversario de turno. Pero solo tienen GRANDEZA, aquellos que poseen convicciones suficientemente sólidas como para evitar la mirada corta del incidente menor. Ser grandes es una actitud que solo poseen algunos pocos. Para ello, es imprescindible tener principios, seguridad en si mismos. Solo los débiles, los inseguros, los que no califican para el rol que les asignó la sociedad muestran los colmillos. Su avaricia moral, es propia de sus personalidades inseguras y frágiles. Estamos cansados de ver “mutar” a quienes en campaña se muestran como tolerantes y democráticos, pero que luego, al asumir sus cargos, muestran su perfil más autoritario. Son los mismos que exigen igualdad de oportunidades desde la oposición, denuncian la ausencia de libertad de prensa porque no tienen acceso al aparato de prensa estatal y para-estatal, pero que cuando su rol les obliga a ejercer el poder, cierran las puertas del debate republicano y acallan las voces diferentes. Esos mercantilistas del poder, son solo eso, oportunistas. Les falta integridad. Les falta grandeza. El 2009 es un año electoral, no solo en Argentina, sino en buena parte de América Latina. Y todos nos estamos preguntando como revertir aquello que hacemos mal como sociedad y que la política muestra como costado mas débil día a día. Se trata de desplazar a los déspotas de turno, a los ineficientes del presente. Pero lamentablemente, como en tantos otros ordenes de la vida, seguimos discutiendo lo incorrecto. Nos cuesta enfocarnos en lo importante. Así nos pasamos debatiendo entre nosotros buscando las características ideales de nuestros nuevos dirigentes. En esa búsqueda, creemos haber descubierto la pólvora cuando decimos que tenemos que elegir políticos honestos. La probidad, un curriculum intachable, y alguna cuota de prefabricada humildad fabrican al candidato ideal. Luego pretendemos gente con claras condiciones de liderazgo. Allí encontramos seres carismáticos cuya atracción personal, simpatía, discurso, oratoria y adhesión popular los convierte en los circunstanciales elegidos del momento. El marketing suele hacer lo propio para que la sociedad apoye a estos mesiánicos ocasionales. Luego nos superamos a nosotros mismos como comunidad, cuando decimos que precisamos hombres y mujeres con ideas, con propuestas. Sobreviene allí el discurso racional, el que pretende que la política aporte soluciones y que los dirigentes sean individuos preparados para asumir sus responsabilidades. Y nos volvemos a superar como ciudadanos cuando hablamos de eficiencia y gestión como atributos esenciales para asumir los nuevos desafíos. Hacemos un culto de lograr resultados, como si esto fuera un torneo deportivo. Para esta versión de la demanda social, solo cabe decir que muchas veces esperamos resultados eficientes, y termina importando más el resultado que el camino elegido. Así pretendemos una buena administración de los recursos económicos, pero evitamos preguntarnos para que recaudar tanto. Solo aspiramos a administrar bien lo que se recauda. Después de todo, preguntarnos para qué, sería meternos en un embrollo ideológico, que implica discutir el tamaño del Estado y sus funciones. Eso es políticamente incorrecto y por lo tanto incompatible con nuestra dirigencia partidaria. En ese contexto resulta más prudente discutir de administración eficiente de lo que hay, antes que preguntarnos para qué recauda tanto dinero el Estado. Tal vez la fórmula sea tan simple como la vida misma. Después de todo, intentamos relacionarnos con gente integra, individuos que tengan valores morales arraigados, que probablemente coincidan con los propios. No se trata de elegir seres infalibles, ni perfectos, muy por el contrario, el desafío es seleccionar seres humanos, con virtudes y defectos, pero capaces de albergar una característica mayúscula, LA GRANDEZA. Solo con hombres y mujeres que dispongan de generosidad, que sean capaces de acertar y de equivocarse, pero fundamentalmente con amplitud de criterio y con profundas creencias democráticas y republicanas podemos hacer un país diferente. Suponer que líderes carismáticos, honestos y eficientes nos sacarán de este callejón sin salida es desconocer la historia de las naciones que cambiaron el curso de los acontecimientos. Hace falta mucho más que eso para revertir años de desesperanza. Tal vez no sea necesario que cuando debamos enfrentar el próximo desafío electoral, tengamos en cuenta, las mesiánicas dotes del candidato. Es probable que tampoco debamos exigirle a los postulantes a ocupar cargos, que dispongan de frondosas propuestas y ampulosos discursos elaborados por los gurúes del marketing político. Inclusive, es posible que no sea imprescindible que deban convencernos de que administrarán el gobierno con eficiencia demostrada en alguna anterior gestión. Tal vez sea más simple y solo sea necesario que seleccionemos con idéntico criterio al que utilizamos en la vida cotidiana. Necesitamos probablemente dirigentes con GRANDEZA, que al menos puedan mostrar una cuota de INTEGRIDAD. Posiblemente así, podamos asistir al cambio que tanto ansiamos y que tan distante parece. Si no elegimos gente capaz de tender la mano al adversario, de discutir con tolerancia, de abrir las puertas al debate democrático, de exponerse públicamente para que los ciudadanos puedan supervisarlo en forma transparente, si solo seguimos repitiendo la historia de elegir a mezquinos personajes, llenos de soberbia y autoritarismo, carentes de humildad, integridad y grandeza, el resultado será, con certeza, más de lo mismo. Hace falta bastante para cambiar el rumbo. Pero tal vez se un buen primer paso identificar a los hombres y mujeres de la política que puedan ofrecerle a la sociedad, algo de integridad, algo de grandeza. (*) Recibido por Corrientes al Día de Alberto Medina Méndez. amedinamendez@gmail.com 03783 – 15602694. Corrientes – Corrientes – Argentina
Dijo en San Juan el presidente Fernández: “lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres”.
Esto es tan falso, tan terriblemente insultante para la inteligencia, que es difícil decidir por dónde empezar a analizarlo. Sólo diré que Steve Jobs (Apple), Bill Gates (Windows), Jeff Bezos (Amazon) y Marcos Galperin (Mercado Libre), son algunas de las fortunas más grandes del mundo y de Argentina, y NINGUNO fue hijo de rico. Este pelotudismo socrático y retrógrado ha sido totalmente superado en los países desarrollados… ¡Y PRECISAMENTE PORQUE LO SUPERARON SON DESARROLLADOS!
Luego invocó a Alberdi y Sarmiento, reinterpretándolos con un pensamiento tan retorcido que los vuelve irreconocibles. Dijo admirarlos porque “vislumbraron la importancia de la educación pública, que nada es más importante que el conocimiento humano” y del sanjuanino aseguró que “en un gesto inigualable de igualdad, resolvió que todos los que estudian en la escuela pública calcen un guardapolvo blanco para que las diferencias sociales allí donde se aprende no aparezcan. Con todo eso nos dijo que el estado debe estar muy presente en el desarrollo humano y que finalmente lo que más vale es la igualdad, es propender a un sistema más igualitario”.
Pobres Alberdi y Sarmiento. Si pensamos cuales referentes históricos argentinos estuvieron absolutamente en contra de la intromisión del estado (que debía ser pequeño) en el quehacer cotidiano de los ciudadanos, fueron sin dudas estas dos inmensas figuras de nuestra patria. Hacer semejantes distorsiones de su pensamiento es una ofensa a sus memorias y, como se hacía en la escuela, debería lavarse la boca con jabón para limpiar sus palabras.
Alberdi decía que “la omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual” y que “la grandeza del vecino, forma parte elemental e inviolable de la nuestra”, LO OPUESTO al igualitarismo y el desconocimiento del mérito.
¿Y qué pensaba Sarmiento?, al que dijo admirar. El sanjuanino dijo: “las cumbres se alcanzan doblando el empeño” y “toda la historia de los progresos humanos es la simple imitación del genio”; Don Domingo era un ferviente defensor del mérito, concepto que el señor presidente denigra.
Es increíble que en la actualidad, con lo fácil que es conocer la realidad de otros países, todavía existan personas “educadas” (en realidad son apenas instruidas, la educación implica pensamiento crítico algo que les es ajeno) que sean tan ciegas como para dejarse engañar así.
El presidente habla de defender el federalismo y a las provincias del “pulpo” del puerto, cuándo el mayor héroe de esta gente fue Rosas, quien prohibió los puertos del Paraná para que todo el comercio exterior pasara por Buenos Aires, empobreciendo a las otras provincias. Obsesión rosista por el monopolio del puerto porteño que condujo a la muerte a valerosos patriotas en la Vuelta de Obligado, sacrificio disfrazado con la mentira de la “defensa de soberanía”.
Valga la apostilla: ese fue el mismo Rosas que le quitó los sueldos a los docentes de las escuelas y universidades estatales, hundiendo en la ignorancia a los pobres y yendo en contra de la tan mentada “igualdad de oportunidades” con la que se llenan la boca.
¿Habla del federalismo y de trato igualitario para todas las provincias?, cuando el peronismo fue el mayor promotor del crecimiento del conurbano bonaerense y que le otorgó tantos subsidios a la luz, el gas y a los combustibles, que hacía que en Buenos Aires se pagara hasta 5 veces más barato los servicios públicos que en el resto del país. ¿En serio? ¿Se puede ser tan caradura? Y lo peor, ¿se puede ser tan idiota como para creerles?
También dijo Fernández: “lo que uno más debería desear como argentino, es que cada argentino tenga la oportunidad de nacer…”, ¿oportunidad de nacer?, ¿de qué oportunidad de nacer habla quien defiende el aborto?, ¿se puede ser más cínico y contradictorio? “…Y de morirse feliz después de haber vivido bien, en la provincia donde ha nacido”, ¿morirse feliz?, ¿Cómo Solange que murió sin ver a su padre?, ¿o Facundo Astudillo?, ¿o Franco Martínez?, ¿o Franco Isorni?, ¿o Luis Espinoza?, todos desaparecidos y muertos en democracia en este 2020.
Entiendo (no comparto) que los que “están prendidos” defiendan “el modelo”… ¿pero el resto?, ¿el laburante que deja más de la mitad de su sueldo en impuestos para mantener punteros y para que le den por sus impuestos la porquería de salud, educación, seguridad y justicia que tenemos?, ¿el profesional que como universitario debería ser capaz de ver más allá de las mentiras de los demagogos? Cómo decía Sarmiento y se aplica a los “educados” que egresan de la universidad: “era el que más sabia… Pero el que menos entendía”.
Lo cierto es que a decir del gran sanjuanino: “la ignorancia es atrevida”, pero aún es más atrevida la avaricia, la soberbia y el despotismo de quienes conducen hoy el destino de nuestra patria y que lejos están de seguir el siguiente principio rector del cuyano: “fui criado en un santo horror por la mentira, al punto que el propósito de ser siempre veraz ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de ello dan testimonio todos los actos de mi vida”.
Quienes creemos en la Libertad, en la igualdad ante la Ley y no por la Ley, y en el Respeto por la vida y la propiedad del prójimo, no solo tenemos el deber ético y moral, sino también la impostergable necesidad de oponernos y manifestarnos en contra de los atropellos que se están cometiendo contra los argentinos y contra la República.
El momento es YA… antes de que terminen de hundirnos y de someternos, antes de que no quede nada por salvar.
(*) Rogelio López Guillemain
La pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto profundo en nuestras sociedades. Además de la crisis sanitaria, ha afectado la educación, la vida social y los medios de subsistencia. A una economía difícil, esto lo ha profundizado aún más.
Para nuestros jóvenes muchos de estos impactos será a largo plazo y multidimensionales: Por ejemplo, 191 países han implementado el cierre de escuelas a nivel nacional o local, y 1,5 mil millones de personas no pueden asistir a la escuela ya que no disponen de tecnología básica para acceder a las plataformas educativas.
Sin embargo, hay muchos jóvenes liderando esta crisis y no se han quedado de brazos cruzados. Hay una Juventud que está apoyando el diseño y la ejecución de programas sociales pensando en caminos creativos y de respuesta.
También debemos destacar la variedad de emprendimientos que han surgido adaptando propuestas comerciales a estos nuevos tiempos donde se pudo ver la creatividad y el desarrollo de productores locales.
Es fundamental continuar apoyando estos proyectos para que tengan continuidad formulando estrategias competitivas, incentivando y se conviertan en micro empresas sustentables económicamente.
Sumar programas de recuperación en base a economías locales y ver como su fuerza creativa comienza a enriquecer a instituciones, proyectos sustentables y caminos nuevos para salir adelante.
Pienso que un camino de desarrollo es no solo fortalecer las economías regionales sino volver a los oficios, capacitarnos y tener herramientas prácticas para generar recursos propios.
Estamos atravesando un momento de reinvención muy grande y donde más que nunca necesitamos estar unidos, sacar nuestras fortalezas y trabajar juntos como sociedad pensando en lo que queremos construir, diseñando la sociedad futura, poniendo foco en nuestros recursos y liderar.
Es fundamental generar herramientas para crear una sociedad más igualitaria y solidaria y no solo como respuesta a la pandemia sino también pensando a largo plazo y abordando todos el compromiso de crear un cambio duradero.
Recuerda una crónica del diario perfil: “Eduardo Lorenzo Borocotó el 23 octubre de 2005 obtuvo una banca. Pero antes de asumir algo cambió. El 9 de noviembre visitó la Casa Rosada, acompañado por su hijo. ¿Con quién tenía cita? Con el actual presidente Alberto Fernández, quien era jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Borocotó se reunió con los dos. A Kirchner no lo conocía. A Fernández, sí.
El mismo día del encuentro en la Rosada, Borocotó anunció su partida del bloque macrista: armó un mono-bloque independiente, afín al kirchnerismo. Alberto Fernández explicó la jugada: "Tenemos que ser amplios. Hay muchos votantes y dirigentes de ARI que están descontentos con Carrió, por ejemplo. Y nosotros estamos abiertos a recibirlos, así como a los radicales, peronistas y a todos los que crean en el proyecto del Presidente".
En nuestras democracias actuales, se debería empezar a pensar en que los ciudadanos, en vez de elegir a personas que encarnen proyectos, ideologías, o letras muertas de lo establecido en partidos políticos, votemos directamente, proyectos, propuestas, modelos o formas de hacer las cosas y que la ejecución de las mismas, pase a ser un tema totalmente secundario, esto sí podría denominarse algo que genere una revalidación de lo democrático, pero no estamos en condiciones de hacerlo actualmente, primordialmente porqué el gobierno de ese pueblo, está en manos de uno sólo, a lo sumo, en cogobierno por un legislativo (con flagrantes problemas en relación a la representatividad, que sería todo un capítulo aparte el analizarlo) y supeditado a un judicial, que siempre falla, de fallar en todas sus acepciones, liberar la opción de ese pueblo, para que elija su gobierno, mediante las ideas que se le propongan, sin que sea esto eclipsado por la figura de un líder o lo que fuere, en tanto y en cuanto siga siendo uno, recién podrá ser posible, cuando su vínculo con la vida y la muerte, no tenga que ser anatematizado mediante la creencia o no creencia, que como vimos son las dos caras de una misma moneda, en un ser único y todo poderoso, creador de este mundo y de todos los otros, los posibles como los imposibles.
La violencia del estado que en la actualidad se traduce en su sobre-presencia en ciertos sectores a costa de la ausencia del mismo en vastas áreas y bolsones, la sobreactuación de un supuesto sentir o hacer democrático, en donde sólo se ejerce una dudosa aclamatoria de mayorías (sistemas de preselección de candidatos cerrada, como internas que no se llevan a cabo, que transfieren el sentido de elegir por el de optar, entre quiénes ellos, de acuerdo a sus reglas disponen que tengamos que optar, es decir elegir condicionados) debería estar tipificado en la normativa, como uno de los delitos más flagrantes contra las instituciones y el pleno ejercicio de la libertad, de tal manera, la ciudadanía no tendría excusas como para no levantarse en puebladas, en manifestaciones que dan cuenta de la total y absoluta anomia, en que la incapacidad de cierto sector de la clase política nos puede volver a conducir en cualquier otro momento u oportunidad. Propuestas es lo que sobra, se precisa de predisposición de estos para hacerles sentir a la ciudadanía que algo determinan, con el pago de sus impuestos y con sus votos. En tiempos electorales, una práctica que debería ser desterrada y que es una muestra expresa del democraticidio, es la compra de votos, sea mediante una dádiva, prebenda, por intermedio de corte de chapas, dinero, mercadería, merca o lo que fuere, como de las mentiras flagrantes e inconsistentes las que ofrecen por doquier. Como también lo es la no sanción de los hechos de corrupción, o la dilación en demasía para resolver los mismos, perpetrados por hombres que hayan pertenecido al funcionariado público.
Si somos presa de políticos corruptos seguiremos encarcelados en el imperativo de una sociedad penalizada y penalizante para sancionar delitos y no para reconvertir conductas que no nos lleven a ellas.
Hasta aquí sí se quiere, nada nuevo bajo el sol, o desconocido para todos aquellos a quiénes, Alfonsín nos prometió que con “la democracia se educa, se come, se cura, no necesitamos nada más, que nos dejen de mandonear…” la nueva modalidad, de estas suertes de “democraticidios” que nos afectan, es que el poder unipersonal del ejecutivo nacional, pasó a un sistema, tal como lo definió un constitucionalista “vicepresidencialista” y por tanto, Alberto, el creador del “borocotismo”, tal como Víctor Frankenstein, pasó a ser víctima de su propia creación, de su mutación práctica de lo representativo.
En la aceleración, profundización o intensificación del cristinismo, camporismo o kirchnerismo recargado, en el que recayó Alberto, no quedaría otro espacio en la historia para él, que un título de un libro escrito por Miguel Bonasso, acerca de Héctor Cámpora; “El presidente que no fue”.
La mayoría que se construyó a tales efectos, con una propagación mayor que la de un virus desconocido y contagioso, se reconstituye con proverbial dinámica y en las próximas elecciones demostrará cuán cerca o lejos puede estar de un poder político, en la actualidad, “borocotizado”.
(*) Por Francisco Tomás González Cabañas.