Opinión
Algunos apuntes y dos confesiones
SOBRE MARKETING Y ARTE (*)
Disculpen que no traiga escrito lo que voy a decir. Ante un tema amplio y complejo como este prefiero que conversemos, que nos vayamos acercando a ciertas cuestiones y podamos avanzar entre todos. Para entrar en materia partiré de algunos apuntes y de dos confesiones de personas ajenas a nuestro medio pero que, creo, ilustrarán el fenómeno del que estamos hablando hoy.
Pese a lo que a veces suponemos, en Cuba llevamos años hablando del tema. Recuerdo que a mediados de los 90 Rafael de Águila, en aquel artículo aparecido en El Caimán Barbudo con el título de “¿Pathos o marketing?”, hablaba sobre las relaciones de literatura y mercado entre nosotros; el propio Riverón también en El Caimán Barbudo volvía sobre el tema, y Luisa Campuzano citaba a dos narradoras, Ena Lucía Portela y Karla Suárez, que hablaban con sorna del “mercadeo editorial” y del “fast food académico”. Como es natural, esas preocupaciones nos llegaron a partir del momento en que la literatura cubana y sus autores entraron de manera más persistente en un mercado internacional al que hasta entonces solo se habían asomado de manera esporádica. Cuando pensaba en la charla de esta tarde me daba cuenta de lo difícil que podría ser, no solo por el desconocimiento que pueda tener del tema que nos convoca, sino también por los riesgos que implica. Por ejemplo, hay una posible respuesta a la relación literatura-mercado, que yo llamaría la respuesta rudimentaria, la respuesta que daría un obtuso y que vendría a ser algo así como que nosotros no tenemos que vincularnos con el mercado, que nuestros escritores no tienen por qué entrar en él o que esa entrada los pervertiría. Otra respuesta posible y que debemos evitar también sería la del resentido, la del que se disfraza de escritor incomprendido por las grandes editoriales (digamos que españolas) y acusa de mercenarios, de vendidos, a quienes han penetrado en sus catálogos. Un tercer riesgo es el de la respuesta tautológica, porque es inútil organizar esta mesa para llegar a la conclusión de que las editoriales comerciales responden sobre todo a criterios comerciales: ese no es un punto de llegada, es un punto de partida, no es una conclusión sino un a priori. No tenemos que enfrascarnos en una discusión para llegar a un juicio como ese. Esas posibles respuestas al tema – la rudimentaria, la resentida y la tautológica – son tres de los riesgos que veo y por lo tanto me parece que lo más productivo es que desechemos esas opciones y tratemos de desnaturalizar aquello que parece imponerse como natural; ver el modo en que las editoriales disfrazan de razones estéticas, de fenómenos literarios, lo que en realidad responde a intereses comerciales, políticos o de otro tipo. Hace un rato estaba recordando una reflexión de George Steiner donde habla de la censura del mercado por oposición a lo que él tipifica como la censura estalinista. Siempre se habla de la censura política y, en cambio, se habla poco de esa censura del mercado que no es menos terrible para el escritor. A veces incluso, por paradójico que parezca, aquella censura le da a la palabra del escritor un peso que esta le niega. Recuerdo que cuando aún existía la Unión Soviética, el cineasta Nikita Mijalkov, de quien vimos aquí varias películas, estuvo en algún festival de cine europeo. Por supuesto, le hicieron la inevitable pregunta de si existía censura en su país, y él respondió que sí, que se trataba de una censura de la patria no muy distinta de la censura de la plata que padecían sus colegas de Occidente. Por supuesto, ni Steiner, ni Mijalkov ni nadie de nosotros va a defender ningún tipo de censura, pero me interesa llamar la atención sobre el hecho de que mientras esa censura estalinista se exhibe (y da la sensación de que es ejercida por oscuros funcionarios), la censura del mercado se oculta o se disfraza, y puede ser ejercida por elegantes ejecutivos. Una engendra un rechazo inmediato y general, mientras la otra con frecuencia no llega siquiera a ser percibida. Laidi ha tocado aquí el tema de los meridianos culturales, la vieja pregunta de por dónde pasa el meridiano cultural de América que en los años 20 se formularon los editores de La Gaceta Literaria de Madrid y que generó una polémica enorme en la América Latina. Como sabemos, la respuesta que indignó a los jóvenes de la revista argentina Martín Fierro y luego a los del resto del continente (incluidos los de la Revista de Avance) fue que tal meridiano pasaba por Madrid. Hace unos días leí en la revista Casa el artículo de Iroel que Laidi citaba, donde se recuerda que Unamuno, al intervenir en la discusión, decía que se había torcido el tema principal; lo que estamos discutiendo, precisaba Unamuno, no es por dónde pasa el meridiano intelectual, sino por dónde pasa el meridiano editorial, es decir, no estamos hablando de arte sino de economía. Creo que de alguna manera la cuestión sigue latente hoy, yo diría que con más fuerza. Si en los años 20 había una independencia que permitía a los jóvenes escritores latinoamericanos sublevarse indignados, hoy las grandes editoriales, sobre todo las que generan más reconocimiento a nivel de la lengua, están en Madrid y sobre todo en Barcelona. Es por allí, lamentablemente, por donde pasa hoy nuestro meridiano editorial y, en no poca medida, también el intelectual. Tengo aquí una entrevista con el escritor austriaco Erich Hackel que publicó el periódico La Jornada hace unos días con un título que me parece elocuente: “El represivo mercado español es el filtro de las letras de América Latina en Europa”. Hackel lamenta, entre otros temas, que si antes las editoriales nos ayudaban a discernir, hoy propician la mezcla entre la buena literatura y la literatura light , ese punto – podríamos añadir- en que se confunden Fernando del Paso y Laura Esquivel, Coetzee y Coelho. Hackel insiste en que las decisiones que tomen los editores españoles son decisiones europeas, pues los editores no hispanohablantes buscan consejo en sus colegas españoles, de manera que es muy difícil para un escritor latinoamericano penetrar el mercado europeo sin antes haber pasado por España. Lo irónico es que el mercado español funciona también como filtro, en sentido general, entre nuestros propios países. En otro momento he señalado que la globalización ha provocado un provincianismo eficaz a nuestras letras; cuando las grandes casas editoriales instalaron sucursales en varias capitales de la América Latina, vivimos la ilusión de que la globalización nos salvaría como escritores y lectores. Sin embargo, en realidad se produjo el extraño fenómeno de que esas sucursales se dedican a publicar a los autores de los respectivos países, de modo que Alfaguara de Guatemala (por poner un ejemplo hipotético) publica a los guatemaltecos y con suerte a algunos otros centroamericanos que difícilmente pasan a México, ni qué decir a Buenos Aires y mucho menos a España. Funcionan como pequeñas editoriales que cumplen su cometido dentro de los limitados mercados nacionales. No sorprende a nadie, por tanto, que cuando la Feria del Libro de Bogotá selecciona los 39 autores menores de 39 años más representativos de América Latina, los cuatro cubanos elegidos (Wendy Guerra, Ronaldo Menéndez, Ena Lucía Portela y Karla Suárez ) hayan sido publicados en España. No se trata de que no tengan calidad por sí mismos o de que esa lista tenga más o menos trascendencia, pero el peso que otorga el reconocimiento en la Península es indudable. A Gustavo Guerrero, la ansiedad de los escritores del continente por ser publicados y reconocidos en España lo lleva a esta preocupación que les leo: “¿para quién están escribiendo hoy nuestros novelistas? Dentro de la aldea global, el destinatario primero de sus narraciones no es ya exclusivamente latinoamericano -no es ya necesariamente latinoamericano – , pues la tradicional solidaridad entre contexto de producción y contexto de recepción se ha ido debilitando”. Un dato adicional que conocemos de sobra es esa preferencia ostensible por la novela a costa de otros géneros como el cuento, la poesía y el teatro. Seguramente eso ayuda a explicar por qué tantos de nuestros autores tienen al menos una novela escrita o por escribir. Otro tema importantísimo que merece ser abordado en algún momento es el de los premios; volveré sobre esto cuando cite alguna de las “confesiones” que adelanté, pero me parece que en los años 90 se produjo un fenómeno de rescate de la literatura latinoamericana, que sucedió al boom de la narrativa española de los 80. Yo no conozco bien la narrativa española, pero quienes la han leído bastante dicen que no se justifica en términos literarios ese boom estruendoso y artificial. El hecho es que en los 90 vuelve a producirse un “redescubrimiento” de la literatura latinoamericana que viene precedido -como es fácil suponer – de determinados premios, algunos nuevos, otros renacidos como el premio Biblioteca Breve de Seix Barral. Así, el Premio Alfaguara se lanza premiando a dos autores conocidos como Sergio Ramírez y Eliseo Alberto, y el de Seix Barral es un premio que todos asociamos con el boom de los 60, puesto que algunas de las mejores novelas del período (incluidas La ciudad y los perros y Tres tristes tigres) lo obtuvieron. Ahora revive para repremiar a autores latinoamericanos, lo que es una manera de relanzar la literatura latinoamericana. Es difícil hablar de estos temas porque corremos el riesgo de simplificar las cosas o subvalorar libros valiosos. Por lo general las grandes editoriales también tienen en sus catálogos a los mejores autores, y sería absurdo devaluar un libro porque ganara determinado premio. Los galardones no garantizan calidad pero tampoco le restan al libro la que pueda tener. Lo interesante es ver cómo se arman estos premios y estos booms por razones a veces totalmente extraliterarias. No hablo, por tanto, de las razones estéticas implícitas en el libro sino de los factores externos que influyen en los premios. Me gustaría mencionar un caso que siempre me ha llamado la atención: el de Rubem Fonseca, ese excepcional escritor brasileño, un heterodoxo que se enfrentó al “sentido común” literario con un tipo de literatura que entonces parecía extraña en su contexto, esa literatura urbana, violenta que sigue escribiendo y a la que se sumaron después muchos otros narradores del continente. Fonseca tiene un cuento llamado “Intestino grueso” que es una especie de manifiesto en el que se queja de que cuando escribió sus primeros libros a principios de los 60 los editores le pedían escribir como un brasileño, le pedían escribir como Guimarães Rosa o como Machado de Asís, y él se negaba diciendo que vivía en medio de la urbe, en Río de Janeiro, y se negaba a escribir como esos maestros a quienes admiraba pero cuya literatura le resultaba ajena. Fonseca ganó la partida y al cabo de los años sus propuestas se convertirían en la literatura predominante al punto de que en Brasil los libros más exitosos son los que siguen esa estela. Hace poco conversando con unos escritores de ese país que vinieron al Premio Casa, ellos hablaban irritados del fenómeno. Lo que ha ocurrido es que una novela como Ciudad de Dios, de Paulo Lins, cuya película la ha hecho célebre, u otra novela como Infierno, de Patricia Melo, irritan a muchos porque ahora está teniendo lugar un proceso semejante al que padeció Fonseca pero de signo inverso, ahora la literatura brasileña debe centrarse en favelas, drogas, violencia extrema; se le hace muy difícil el panorama a los escritores brasileños que eligen otro camino. Ya no hay que escribir como Guimarães Rosa o como Machado de Asís, ahora hay que escribir, valga la paradoja, como Rubem Fonseca. Antes de pasar a lo que he llamado las “confesiones” quiero recordar que leí hace poco un libro del esloveno Slavoj Zizek en que este habla de cómo en los antiguos países socialistas se está recreando el pasado como fenómeno cultural; ya no se habla para nada de las cuestiones políticas, ni las favorables (el sueño emancipatorio) ni las desfavorables (el terror estalinista). Esos dos polos -según Zizek – ya no interesan; ahora las referencias a aquel mundo se limitan a la cultura de lo cotidiano, de la vida diaria. Han convertido en algo chic los objetos que antes veíamos con desprecio. Él pone el ejemplo de Alemania, donde se ha puesto de moda la loción Florena, que durante años representó para la gente de la RDA una patética versión de las colonias de la RFA. Recordé eso al pensar en el caso cubano, precisamente porque entre nosotros no se ha producido un fenómeno semejante. Cuba empuja a reflexionar en otro sentido y a avanzar por otros rumbos; genera opiniones favorables o desfavorables pero no ha despertado esa frivolización de que habla Zizek. Los símbolos cubanos de estas décadas no tienen precio de anticuarios ni a nadie se le ha ocurrido devolver a la vida, hasta donde sé, aquella colonia llamada Galeón, a la que un chusco denominó “la esencia del socialismo”. El tema Cuba despierta otros apetitos. Los editores suelen interesarse en un tipo de literatura en la cual adquiere protagonismo, digamos, una imagen ruinosa de La Habana, que podría funcionar como síntoma de una decadencia de mayores proporciones. Lo sorprendente es que esa estetización circula como si se tratara de un realismo veraz y documental. Quiero mencionar tres ejemplos menores de cómo el editor condiciona un tipo de lectura. Aclaro que la intromisión de los editores en los textos no solo es legítima, sino necesaria, y que el deber de un editor no es publicar lo que le llega. Ahora bien, ¿sobre qué es lo que trata de influir un editor? Me parece ilustrativo el ejemplo de Jorge Herralde, uno de los más prestigiosos editores españoles, con una editorial (Anagrama) que hasta donde sé no ha sido devorada por los grandes grupos, y con un catálogo excepcional. Herralde es quien recibe los tres libros de cuentos de Pedro Juan Gutiérrez y propone publicarlos bajo el nombre de Trilogía sucia de La Habana, título que resonaría luego en la novela El Rey de La Habana. ¿Por qué esa recurrencia al nombre de La Habana? Es una pregunta que no voy a intentar responder ahora (ya en otro sitio he ensayado una respuesta) pero ese pequeño detalle induce a leer de cierto modo y crea una expectativa y una imagen concreta, y en cierta medida estereotipada de La Habana. Un caso menos sutil es el cambio de título de una novela de Amir Valle originalmente llamada Habana-Babilonia. Ese libro sobre la prostitución en Cuba circuló mucho por vía electrónica rodeado de una leyenda que involucraba al Premio Casa y que potenció su circulación. El hecho es que al publicarse en España le fue sustituido un título que me parecía bueno por otro tan pedestre como Jineteras. Más allá de la opinión que nos merezcan la propuesta de ese editor y la anuencia del autor, es obvio que el nuevo título escapa a una decisión de tipo literaria, y halla su explicación en los meandros del mercado y la política. Un ejemplo final me remite a un error mío. Hace poco, en una entrevista que reprodujo La Jiribilla y en la que me preguntaban sobre alguno de estos temas, me equivoqué al especular sobre la novela Todos se van, de Wendy Guerra. Yo tenía entendido que la novela narraba dos historias, una era el diario apócrifo de Anaïs Nin, del cual Wendy había adelantado un fragmento en La Gaceta ., y la otra era esa historia más cercana a lo autobiográfico que es Todos se van . Me parecía sorprendente que a Wendy le hubieran pedido separar la historia de Anaïs Nin. Luego ella aclaró que eran dos libros distintos, de manera que lo que ocurrió fue que priorizaron la publicación de Todos se van sobre el diario apócrifo. Reconozco que me equivoqué pero tengo la sensación de que mi pregunta sigue en pie. ¿Por qué si una autora cubana aparece con un libro cuya historia me parece fascinante, y muy bueno a juzgar por lo que leímos en La Gaceta, los editores no se lo arrebatan de las manos y optan por un libro más sobre la Cuba de estos años? Cualquiera puede pensar con razón que los agentes y los editores necesitan establecer prioridades y saben introducir a sus autores en el mercado literario (y que eso incluye el orden de aparición de los libros). Estoy de acuerdo, pero no es una respuesta convincente. O más bien, es convincente, pero no es literaria. Y en el caso de los escritores cubanos implica un plus al que no podemos sustraernos. Quiero terminar ahora con las dos confesiones que les anuncié. La primera está tomada de una conversación del escritor argentino Ricardo Piglia, donde le preguntan su opinión sobre el mundo editorial de hoy. Piglia habla de su experiencia con Jorge Álvarez, editor independiente que en los años 60 empezó a publicar libros de autores jóvenes: a Walsh, por ejemplo y también el primer libro de Puig, el primero del propio Piglia, es decir, que era una editorial que se arriesgaba y desafiaba – desde una posición bastante excéntrica – a grandes editoriales como Losada, Emecé , Sudamericana, en cuyos catálogos aparecían Borges, Cortázar, Neruda o Asturias. “De esa experiencia”, añade, “que también era la experiencia de una editorial de alternativa ligada a un espacio cultural que estaba en polémica con el establecido, yo fui en todos esos años “avanzando”, entre comillas, hacia editoriales más establecidas. Después publiqué en Sudamericana, que es una gran editorial, pero que tiene la tradición de ser de una familia de editores. Ellos han sido los editores de La vida breve, de Adán Buenosayres, de Rayuela. Hay que imaginar lo que era recibir una novela como Rayuela, por ejemplo. Ellos recibieron ese libro y decidieron publicarlo. Hoy sería imposible imaginar que alguien apenas conocido como Cortázar, que había publicado tres libros de cuentos y tenía prestigio en un círculo muy restringido, pudiera publicar una novela de 700 páginas si no fuera que el editor era alguien que tenía la idea de lo que debe ser un editor. Luego Piglia propone una especulación ilustrativa y penosa a la vez: “Hoy vivimos una realidad absolutamente distinta. Por supuesto ningún editor editaría hoy un libro como Ficciones, de Borges. Muy difícil, muy intelectual, y encima son cuentos, el autor además es conocido como poeta y como autor de pequeños ensayos herméticos y extravagantes. Eso diría el informe de un editor hoy, sobre un libro como Ficciones. No es negocio”. La segunda confesión la tomo de una entrevista a la persona que mejor conoce – mucho más, desde luego, que todos nosotros – ese mundo de las editoriales y sus normas de funcionamiento. Es una entrevista que le hicieron para el periódico La Vanguardia, de Barcelona (y que ahora reproduce la revista Número en Bogotá), a Carmen Ballcels. Además de ser la más célebre de las agentes literarias del ámbito de la lengua española, me entero aquí de que ha creado una empresa llamada Barcelona Latinitatis Patria, la cual impulsa una especie de proyecto de Barcelona como capital cultural de Hispanoamérica. Allí irían a parar, según su deseo, los manuscritos, archivos y bibliotecas de escritores y editores de la América Latina. En pocas palabras: la memoria literaria del continente. No comentaré nada de esto, sino que me limitaré a leer un fragmento amplio de la entrevista, elocuente de por sí. El entrevistador, Xavi Ayén, comienza citándola: “Yo no tengo amigos, tengo intereses”. ¿Es una frase suya? Sí. Siempre he sido reticente a considerar amigos a gente con la que tengo un compromiso profesional, y ya no digamos los que son mi principal sostén económico. Un día, por teléfono, García Márquez me preguntó: “¿Me quieres, Carmen?” Yo le respondí: “No te puedo contestar, eres el 36.2% de nuestros ingresos”. ¿Cuál ha sido su objetivo en la vida? (.) el sueño de mi vida ha sido ser rica. Ha sido una obsesión: tener suficiente dinero como para no tener que pensar más en él. (.) Siempre he sentido fascinación por el dinero, por el poder que da, por la libertad de actuación que otorga. ¿Siempre quiso ser agente? (.) Yo lo que quiero ser de mayor es poderosa de verdad, de esa docena de personas que sientan a los presidentes a sus mesas y deciden nuestro futuro sin que nosotros lo sepamos. Alguien como Jesús de Polanco. Luego el periodista aborda el tema de los premios literarios en España, los cuales, en su opinión, sufren “una crisis de credibilidad”. Según él, “se dice que las agentes tienen parte de culpa, al negociar bajo la mesa quien se va a llevar tal o cual premio”. Balcells distingue entre los premios institucionales y los comerciales, aclaración que el periodista aprovecha para precisar la pregunta: ¿Y los premios comerciales, como el Planeta, el Alfaguara, el Nadal, el Herralde? Todo el mundo los critica sin conocer su funcionamiento. Explíquemelo usted. En España se da la situación insólita de que hay miles, porque cada editorial concede el suyo, cuando no varios. Cada premio tiene una dotación económica, a cuenta de las futuras ventas del libro. Tienen la enorme ventaja, para la editorial, de que el premio ocupa un número de páginas importante en la prensa y espacio en todas las televisoras y radios, que tienen mucha más eficacia que los anuncios, ya que la publicidad de un libro tiene muy poca repercusión sobre sus ventas, y es tan cara que un solo título no puede soportar su coste. Pero ¿cómo funciona el mecanismo de esos premios? Transcurrido un tiempo desde la publicación de las bases, si la editorial no ha encontrado ningún título que le plazca, se dedica a cortejar a los escritores que cree ideales para ganar. A veces se acercan a un escritor de otra editorial, lo que algunos consideran un acto de pillaje, aunque para mí es legítimo. Así, ¿son las editoriales las que buscan un ganador? En realidad, los directores literarios nunca garantizan el premio, hay que decirlo en su honor. Ellos están segurísimos de que el autor al que abordan lo ganará, pero no lo garantizan explícitamente, dejan la decisión en manos del jurado. Una práctica habitual es decir: “Te compramos la novela por una cantidad que es la mitad de la dotación del premio. Si pierdes, te la publicamos pagándote ese dinero. Y si ganas, ganarás el doble”. ¿Qué siente cuando mira a su alrededor, al mundo de la edición? La impresión es muy buena. La compraventa de editoriales es constante y seguirá, con los grandes grupos abriendo un amplísimo espectro o, para ser más gráficos, abarcando la totalidad de la cultura. Casi todos ganan dinero. Veo a las editoriales pequeñas esperando crecer, y a las minúsculas, creando un modelo o una línea lo más definida posible para que los lectores se identifiquen con ellos. La complicación es la librería, que se vuelve más grande, y las editoriales pequeñas acabarán vendiendo sus libros los domingos a la salida de misa de once, por internet, en pequeños clubes de suscriptores., pero siempre de manera difícil. Prefiero no abundar en comentarios antes de pasar al debate, así que me detengo en estas dos “confesiones” ilustrativas y sugerentes. Muchas gracias. Intervención a propósito del tema ” Escritores y mercado editorial en Iberoamérica”. (*) Recibido por Corrientes al Día de Jorge Fornet; CUBARTE; Espacio Ciclos en Movimiento, del Centro Cultural Dulce María Loynaz. La Habana, 24 de mayo de 2007
Dijo en San Juan el presidente Fernández: “lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres”.
Esto es tan falso, tan terriblemente insultante para la inteligencia, que es difícil decidir por dónde empezar a analizarlo. Sólo diré que Steve Jobs (Apple), Bill Gates (Windows), Jeff Bezos (Amazon) y Marcos Galperin (Mercado Libre), son algunas de las fortunas más grandes del mundo y de Argentina, y NINGUNO fue hijo de rico. Este pelotudismo socrático y retrógrado ha sido totalmente superado en los países desarrollados… ¡Y PRECISAMENTE PORQUE LO SUPERARON SON DESARROLLADOS!
Luego invocó a Alberdi y Sarmiento, reinterpretándolos con un pensamiento tan retorcido que los vuelve irreconocibles. Dijo admirarlos porque “vislumbraron la importancia de la educación pública, que nada es más importante que el conocimiento humano” y del sanjuanino aseguró que “en un gesto inigualable de igualdad, resolvió que todos los que estudian en la escuela pública calcen un guardapolvo blanco para que las diferencias sociales allí donde se aprende no aparezcan. Con todo eso nos dijo que el estado debe estar muy presente en el desarrollo humano y que finalmente lo que más vale es la igualdad, es propender a un sistema más igualitario”.
Pobres Alberdi y Sarmiento. Si pensamos cuales referentes históricos argentinos estuvieron absolutamente en contra de la intromisión del estado (que debía ser pequeño) en el quehacer cotidiano de los ciudadanos, fueron sin dudas estas dos inmensas figuras de nuestra patria. Hacer semejantes distorsiones de su pensamiento es una ofensa a sus memorias y, como se hacía en la escuela, debería lavarse la boca con jabón para limpiar sus palabras.
Alberdi decía que “la omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual” y que “la grandeza del vecino, forma parte elemental e inviolable de la nuestra”, LO OPUESTO al igualitarismo y el desconocimiento del mérito.
¿Y qué pensaba Sarmiento?, al que dijo admirar. El sanjuanino dijo: “las cumbres se alcanzan doblando el empeño” y “toda la historia de los progresos humanos es la simple imitación del genio”; Don Domingo era un ferviente defensor del mérito, concepto que el señor presidente denigra.
Es increíble que en la actualidad, con lo fácil que es conocer la realidad de otros países, todavía existan personas “educadas” (en realidad son apenas instruidas, la educación implica pensamiento crítico algo que les es ajeno) que sean tan ciegas como para dejarse engañar así.
El presidente habla de defender el federalismo y a las provincias del “pulpo” del puerto, cuándo el mayor héroe de esta gente fue Rosas, quien prohibió los puertos del Paraná para que todo el comercio exterior pasara por Buenos Aires, empobreciendo a las otras provincias. Obsesión rosista por el monopolio del puerto porteño que condujo a la muerte a valerosos patriotas en la Vuelta de Obligado, sacrificio disfrazado con la mentira de la “defensa de soberanía”.
Valga la apostilla: ese fue el mismo Rosas que le quitó los sueldos a los docentes de las escuelas y universidades estatales, hundiendo en la ignorancia a los pobres y yendo en contra de la tan mentada “igualdad de oportunidades” con la que se llenan la boca.
¿Habla del federalismo y de trato igualitario para todas las provincias?, cuando el peronismo fue el mayor promotor del crecimiento del conurbano bonaerense y que le otorgó tantos subsidios a la luz, el gas y a los combustibles, que hacía que en Buenos Aires se pagara hasta 5 veces más barato los servicios públicos que en el resto del país. ¿En serio? ¿Se puede ser tan caradura? Y lo peor, ¿se puede ser tan idiota como para creerles?
También dijo Fernández: “lo que uno más debería desear como argentino, es que cada argentino tenga la oportunidad de nacer…”, ¿oportunidad de nacer?, ¿de qué oportunidad de nacer habla quien defiende el aborto?, ¿se puede ser más cínico y contradictorio? “…Y de morirse feliz después de haber vivido bien, en la provincia donde ha nacido”, ¿morirse feliz?, ¿Cómo Solange que murió sin ver a su padre?, ¿o Facundo Astudillo?, ¿o Franco Martínez?, ¿o Franco Isorni?, ¿o Luis Espinoza?, todos desaparecidos y muertos en democracia en este 2020.
Entiendo (no comparto) que los que “están prendidos” defiendan “el modelo”… ¿pero el resto?, ¿el laburante que deja más de la mitad de su sueldo en impuestos para mantener punteros y para que le den por sus impuestos la porquería de salud, educación, seguridad y justicia que tenemos?, ¿el profesional que como universitario debería ser capaz de ver más allá de las mentiras de los demagogos? Cómo decía Sarmiento y se aplica a los “educados” que egresan de la universidad: “era el que más sabia… Pero el que menos entendía”.
Lo cierto es que a decir del gran sanjuanino: “la ignorancia es atrevida”, pero aún es más atrevida la avaricia, la soberbia y el despotismo de quienes conducen hoy el destino de nuestra patria y que lejos están de seguir el siguiente principio rector del cuyano: “fui criado en un santo horror por la mentira, al punto que el propósito de ser siempre veraz ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de ello dan testimonio todos los actos de mi vida”.
Quienes creemos en la Libertad, en la igualdad ante la Ley y no por la Ley, y en el Respeto por la vida y la propiedad del prójimo, no solo tenemos el deber ético y moral, sino también la impostergable necesidad de oponernos y manifestarnos en contra de los atropellos que se están cometiendo contra los argentinos y contra la República.
El momento es YA… antes de que terminen de hundirnos y de someternos, antes de que no quede nada por salvar.
(*) Rogelio López Guillemain
La pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto profundo en nuestras sociedades. Además de la crisis sanitaria, ha afectado la educación, la vida social y los medios de subsistencia. A una economía difícil, esto lo ha profundizado aún más.
Para nuestros jóvenes muchos de estos impactos será a largo plazo y multidimensionales: Por ejemplo, 191 países han implementado el cierre de escuelas a nivel nacional o local, y 1,5 mil millones de personas no pueden asistir a la escuela ya que no disponen de tecnología básica para acceder a las plataformas educativas.
Sin embargo, hay muchos jóvenes liderando esta crisis y no se han quedado de brazos cruzados. Hay una Juventud que está apoyando el diseño y la ejecución de programas sociales pensando en caminos creativos y de respuesta.
También debemos destacar la variedad de emprendimientos que han surgido adaptando propuestas comerciales a estos nuevos tiempos donde se pudo ver la creatividad y el desarrollo de productores locales.
Es fundamental continuar apoyando estos proyectos para que tengan continuidad formulando estrategias competitivas, incentivando y se conviertan en micro empresas sustentables económicamente.
Sumar programas de recuperación en base a economías locales y ver como su fuerza creativa comienza a enriquecer a instituciones, proyectos sustentables y caminos nuevos para salir adelante.
Pienso que un camino de desarrollo es no solo fortalecer las economías regionales sino volver a los oficios, capacitarnos y tener herramientas prácticas para generar recursos propios.
Estamos atravesando un momento de reinvención muy grande y donde más que nunca necesitamos estar unidos, sacar nuestras fortalezas y trabajar juntos como sociedad pensando en lo que queremos construir, diseñando la sociedad futura, poniendo foco en nuestros recursos y liderar.
Es fundamental generar herramientas para crear una sociedad más igualitaria y solidaria y no solo como respuesta a la pandemia sino también pensando a largo plazo y abordando todos el compromiso de crear un cambio duradero.
Recuerda una crónica del diario perfil: “Eduardo Lorenzo Borocotó el 23 octubre de 2005 obtuvo una banca. Pero antes de asumir algo cambió. El 9 de noviembre visitó la Casa Rosada, acompañado por su hijo. ¿Con quién tenía cita? Con el actual presidente Alberto Fernández, quien era jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Borocotó se reunió con los dos. A Kirchner no lo conocía. A Fernández, sí.
El mismo día del encuentro en la Rosada, Borocotó anunció su partida del bloque macrista: armó un mono-bloque independiente, afín al kirchnerismo. Alberto Fernández explicó la jugada: "Tenemos que ser amplios. Hay muchos votantes y dirigentes de ARI que están descontentos con Carrió, por ejemplo. Y nosotros estamos abiertos a recibirlos, así como a los radicales, peronistas y a todos los que crean en el proyecto del Presidente".
En nuestras democracias actuales, se debería empezar a pensar en que los ciudadanos, en vez de elegir a personas que encarnen proyectos, ideologías, o letras muertas de lo establecido en partidos políticos, votemos directamente, proyectos, propuestas, modelos o formas de hacer las cosas y que la ejecución de las mismas, pase a ser un tema totalmente secundario, esto sí podría denominarse algo que genere una revalidación de lo democrático, pero no estamos en condiciones de hacerlo actualmente, primordialmente porqué el gobierno de ese pueblo, está en manos de uno sólo, a lo sumo, en cogobierno por un legislativo (con flagrantes problemas en relación a la representatividad, que sería todo un capítulo aparte el analizarlo) y supeditado a un judicial, que siempre falla, de fallar en todas sus acepciones, liberar la opción de ese pueblo, para que elija su gobierno, mediante las ideas que se le propongan, sin que sea esto eclipsado por la figura de un líder o lo que fuere, en tanto y en cuanto siga siendo uno, recién podrá ser posible, cuando su vínculo con la vida y la muerte, no tenga que ser anatematizado mediante la creencia o no creencia, que como vimos son las dos caras de una misma moneda, en un ser único y todo poderoso, creador de este mundo y de todos los otros, los posibles como los imposibles.
La violencia del estado que en la actualidad se traduce en su sobre-presencia en ciertos sectores a costa de la ausencia del mismo en vastas áreas y bolsones, la sobreactuación de un supuesto sentir o hacer democrático, en donde sólo se ejerce una dudosa aclamatoria de mayorías (sistemas de preselección de candidatos cerrada, como internas que no se llevan a cabo, que transfieren el sentido de elegir por el de optar, entre quiénes ellos, de acuerdo a sus reglas disponen que tengamos que optar, es decir elegir condicionados) debería estar tipificado en la normativa, como uno de los delitos más flagrantes contra las instituciones y el pleno ejercicio de la libertad, de tal manera, la ciudadanía no tendría excusas como para no levantarse en puebladas, en manifestaciones que dan cuenta de la total y absoluta anomia, en que la incapacidad de cierto sector de la clase política nos puede volver a conducir en cualquier otro momento u oportunidad. Propuestas es lo que sobra, se precisa de predisposición de estos para hacerles sentir a la ciudadanía que algo determinan, con el pago de sus impuestos y con sus votos. En tiempos electorales, una práctica que debería ser desterrada y que es una muestra expresa del democraticidio, es la compra de votos, sea mediante una dádiva, prebenda, por intermedio de corte de chapas, dinero, mercadería, merca o lo que fuere, como de las mentiras flagrantes e inconsistentes las que ofrecen por doquier. Como también lo es la no sanción de los hechos de corrupción, o la dilación en demasía para resolver los mismos, perpetrados por hombres que hayan pertenecido al funcionariado público.
Si somos presa de políticos corruptos seguiremos encarcelados en el imperativo de una sociedad penalizada y penalizante para sancionar delitos y no para reconvertir conductas que no nos lleven a ellas.
Hasta aquí sí se quiere, nada nuevo bajo el sol, o desconocido para todos aquellos a quiénes, Alfonsín nos prometió que con “la democracia se educa, se come, se cura, no necesitamos nada más, que nos dejen de mandonear…” la nueva modalidad, de estas suertes de “democraticidios” que nos afectan, es que el poder unipersonal del ejecutivo nacional, pasó a un sistema, tal como lo definió un constitucionalista “vicepresidencialista” y por tanto, Alberto, el creador del “borocotismo”, tal como Víctor Frankenstein, pasó a ser víctima de su propia creación, de su mutación práctica de lo representativo.
En la aceleración, profundización o intensificación del cristinismo, camporismo o kirchnerismo recargado, en el que recayó Alberto, no quedaría otro espacio en la historia para él, que un título de un libro escrito por Miguel Bonasso, acerca de Héctor Cámpora; “El presidente que no fue”.
La mayoría que se construyó a tales efectos, con una propagación mayor que la de un virus desconocido y contagioso, se reconstituye con proverbial dinámica y en las próximas elecciones demostrará cuán cerca o lejos puede estar de un poder político, en la actualidad, “borocotizado”.
(*) Por Francisco Tomás González Cabañas.