Como un servicio público a la comunidad y debido a la epidemia de “malas camas”, transcribimos a continuación una de las lecciones de nuestro etnólogo designado, quien ahora coquetea con la idea de hacerse Love Coach.

(lacomunidad.elpais.com) Para hacer el amor, existe una precondición esencial, a saber, hay que ser humano. La razón de esta precondición estriba en que hacer el amor es un acto simbólico; requiere capacidades, como la imaginación y el deseo, que escapan al resto de los seres vivos. Los animales, por regla general, no hacen el amor, sólo copulan. En este punto, algunos lectores pueden sentirse inquietos. A ellos hay que decirles que no hay nada de qué preocuparse; esa inquietud indica que pertenecen a la categoría de los homo sapiens sapiens y que, por tanto, pueden hacer el amor, incluso si nunca antes lo han hecho. No obstante, y pese a la precisión a la que aspiran estas sencillas instrucciones, que la tarea que detallamos acá sea simbólica supone que no se percibe a simple vista. De hecho, los humanos, además de hacer el amor, pueden, simplemente, “tener sexo”. Esto complica terriblemente el panorama pues entre la primera acción, considerada excelsa, y la segunda, considerada rutinaria, no hay diferencias objetivas, al menos para el común de los observadores. Por esto, hacer el amor no puede aprenderse mediante herramientas audiovisuales –un video, por ejemplo–; requiere del método vivencial. Además, sólo es posible cuando el aprendiz es llevado de la mano por un mentor que, tal vez, ha recibido la guía de otro. Muchas veces, y esto es parte esencial del proceso, el mentor no sabe que posee las directrices, así como el aprendíz no sabe que está siendo iniciado. De allí que hacer el amor sea pensado por quienes lo hacen como “algo que surge”, que es “espontáneo” y que no ocurre en todas las oportunidades en las que se tiene sexo. He aquí, entonces, la primera indicación: consígase un mentor. Antes de hacerlo, tenga presente que esta elección no puede ser consciente. De hecho, abstengase de elegir. Para disipar la confusión que pueda surgir en este punto, valga acá la distinción entre consciente e inconsciente que hacen algunos modelos de la mente humana. Teniendo presente esta clasificación puede entenderse que la elección, si es que es tal, es hecha de manera inconsciente. En aras de la claridad, la indicación puede ponerse en una forma más simple, tal como, “busca a alguien que te guste”. Debe aclararse que el gusto, acá, no se refiere a un elemento específico de la morfología corporal del otro. No es tan simple como “me gusta porque tiene las tetas grandes” o “me encanta porque sus brazos son musculosos”. De hecho, cuando una persona le gusta a otra, al punto de querer hacer el amor con ella, no es posible identificar qué, en particular, causa la atracción. Hay quienes intentan localizarlo y terminan diciendo cosas como “la manera en la que mueve sus manos”, “su modo de mirar”, “su personalidad”, “eres tú” entre otras imprecisiones. En resumen, les atrae un aire, una atmósfera, un algo, un no-se-qué. Los psicoanalistas, que se han esforzado por dilucidar estas cuestiones, señalan que, efectivamente, lo que atrae es un objeto, pero que ese objeto no es físico, sino imaginario (1). Una vez conseguido el mentor –y tenga presente que, de acuerdo a lo anterior éste puede sorprender a su familia, sus amigos e incluso a usted mismo–, absténgase de decirle que requiere de su enseñanza. Al contrario, muéstrele que es usted quien posee “eso” que el otro busca. Con mucha sutileza, deberá insinuarle que será su mentor. No estaría mal, entonces, que la otra persona, también, siga estas instrucciones. En corto, estamos hablando de dos personas en igualdad de condiciones; carentes de algo que colocan en el otro y sin clara conciencia de este hecho. Dado este paso, el siguiente es crear el ambiente. De nuevo, no haga esfuerzos conscientes por tenerlo. Con esta actitud se arriesga a un fracaso estruendoso; no solo no hará el amor sino que se arriesga a tener lo que llaman un “mal polvo” o una “mala cogida”. La mejor manera de no caer en la artificialidad es “dejándose llevar por el momento”, disfrutar de lo que se hace, sólo por el placer de estar con la otra persona. Obviamente, un lugar íntimo facilita la transición al siguiente estadio, porque de lo que se trata es de esperar a que el lugar se cargue de erotismo antes de quitarse la ropa (2). Pongamos, por ejemplo, que están en la cocina sirviendo la comida. Sin darse cuenta, han pasado un buen rato cortando zanahorias, hablando trivialidades y revolviendo un guiso. Al momento de servir, uno pasa un plato al otro, rozándose mutuamente los dedos; no ha sido intencional, pero no ha sido fortuito. Cuando el plato viene de vuelta, no es solo con comida sino con una mirada. Listo, la atmósfera está cargada, se ha dado el salto de lo cotidiano a lo erótico. Pueden aguantarse hasta después de comer, con lo que se incrementará la carga durante la cena o, más bien, podrían dejar el plato a un lado y seguir adelante con estas instrucciones. Si continuan con la cena, esta será, de acuerdo al registro erótico, una metáfora de lo que harán al terminar de comer, “se comerán uno al otro”. Para resumir, permítase pasar del registro cotidiano al registro erótico; interrumpa lo que estaba haciendo y déjese llevar. Si está muy centrado en los planes y las actividades (“estamos viendo una película, ¡por favor!”), téngalo por seguro, nunca conocerá el amor. Ahora si, proceda a quitarse la ropa. Esta instrucción, si bien es sencilla, en aras del fin propuesto debe complicarse un poco. No se ponga maniático con que necesita dejar el pantalón guindado porque es el que se va a poner mañana; no diga “vamonos al cuarto para no desordenar la sala”. Manténgase conectado con el otro, manténgase en ese registro erótico; mírelo mientras usted se desviste o, mejor aún, desvístanse mutuamente. Lo importante es hacerlo lentamente, como si no quisiera encontrar eso que, en el fondo, está buscando. Castíguese posponiendo el momento del encuentro, casi como si quisiera evitarlo. Juegue. No lo piense o le parecerá ridículo. Déjese llevar. Simultáneamente, y como sabe que lo que busca no se encuentra bajo de la ropa, vaya “más profundo”. Además de la mirada, elemento imprescindible, use otros instrumentos; sus labios en sus labios y en el cuello; sus piernas entre sus piernas; sus pies en sus pies. Algunos piensan que una estrategia más efectiva para el cumplimiento de la tarea es buscar con las manos entre sus cabellos, su cara y su cuello. No lo piense mucho –¡no piense para nada!–, sólo entréguese a la búsqueda. Un indicador de que va por buen camino es que, de repente, usted ha trascendido las convencionalidades y comienza a recorrer el terreno de múltiples maneras. Si lo está disfrutando, es que todo va viento en popa. De todos modos, vale recordar acá que el placer, si bien tiene su base en la fisiología, no se reduce a ella. De manera que no es solo “lo disfruto porque me estimula el clítoris” o “me excita porque me toca el frenillo del pene”. Recuerde, usted está en una búsqueda que no es precisamente la de un orgasmo. Esa persona le gusta y usted no sabe qué es exactamente lo que le atrae de ella. Así que se entrega a la tarea de encontrar “eso”. Lo está disfrutando, la otra persona también; ambos están en lo mismo. Según se ve, es una situación compleja; cada uno se encuentra, a la vez, en una doble posición, la de buscador y la de terreno de exploración. Con esto en mente, se comprende cómo tener sexo se convierte en hacer el amor. Cada una de las partes le dice a la otra, con sus movimientos y su mirada, “recórreme”, “explorame” y, a la vez, “entrégate”, “deja que te recorra, que te explore”. La penetración, con el objeto que sea, es, así, un ir más profundo en la búsqueda, tanto como un entregarse a la exploración; igualmente el dejarse penetrar, que sería llevar dentro de sí al otro para la exploración, ofrecerse a una búsqueda más exhaustiva. A la vez, el que es penetrado no solo “padece” la penetración, en el sentido de recibirla, la persona es activa en el acto de dejarse penetrar; la usa como otra vía de exploración, por ejemplo como “succión” o “acogimiento”, no sea que por ahí el otro le entregue “eso”. Ya lo que resta para usted, estimado lector, es que se mantenga buscando. Con un poco de tiempo, y suerte, intuirá su llegada. Lo percibirá en su compañero o compañera de viaje. Ambos estarán sincronizados y se darán las señales mutuamente hasta que de repente lo anunciarán. “Ahí viene, viene, viene..”. Con gran júbilo y espasmos epileptoides, ambos recibirán la fugaz aparición de un objeto que no existe. Por unos momentos se engañaran pensando que lo han encontrado y, más aún, que ese objeto los ha encontrado y los ha poseído. Todo se ha vuelto uno; el objeto, la persona que tiene arriba, abajo o al lado suyo con usted mismo. No tiene consciencia para más nada. No puede describirlo, lo sabemos, es una experiencia mística. Cuando se hace el amor, el orgasmo se transmuta y se convierte en un destello del Nirvana. Finalmente volvemos de nuestro viaje. Es posible que, si la experiencia ha sido lo suficientemente intensa, queden los destellos cuando recuperemos la claridad perdida a consecuencia del gozo. Agotado, debe tener presente que aparecerá, al final, una sensación de agradecimiento a nuestro compañero o compañera quien, sin saberlo, nos ha servido de puente, de medium, para conectarnos con esa otra dimensión. El agradecimiento es tan grande que abarca a la vida misma. Por esto le recomendamos, como indicación final, que celebre su victoria. Algunos lo hacen con un cigarrillo, otros con una copa de vino. En todo caso, no deje que pase desapercibido este evento porque es extraordinario. Después de esto, entréguese a un merecido descanso. No podemos cerrar estas instrucciones sin decirle lo más importante. Por nada del mundo lleve esta guía consigo. Apréndala de memoria y, por favor, olvídela. Buen viaje. NOTAS (1) Siguiendo esta línea puede entenderse por qué hacer el amor es algo entre dos individuos. Como se desprende de estas instrucciones, cuando hay más de dos sólo se puede tener sexo. (2) Francesco Alberoni, en su libro Sexo y Amor, contrapone la “realidad erótica” a la “realidad cotidiana” y dice: “El mundo erótico es un mundo separado en el que no sólo hay sensaciones propias y también un lenguaje propio, sino en el que todas las cosas cambian de significado y de tonalidad” (p. 24).