Hay olor a almendras amargas. Un olor que recuerda a la novela de García Márquez, El amor en los tiempos del cólera, cuando “el refugiado Jeremiah de Saint-Amour (…), se había puesto al salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro”.
Una relación extraña se da entre el cianuro que se pega al oro. Desde los tiempos sin memoria se usa el cianuro para extraer el oro. Arrancarlo de la piedra. Lixiviarlo. Venerarlo a más de mil cien dólares la onza, un valor sin precedentes.
Hay olor a almendras amargas, sobretodo, cuando sopla el viento Zonda y vuela el polvo y algunos otros desechos que dejó la minería abandonada en San Juan.
Tierra de Francisco de Laprida y del autor de la frase “las ideas no se matan”, Domingo Faustino Sarmiento.
No se matan las ideas pero “muere gente por la minería en San Juan”, dice Oscar Ziade, físico químico e investigador que recorrió buena parte del mundo estudiando los efectos del día después de la minería.
El olor aumenta en la autopista, la que separa la capital del resto, la que te arroja en pocos minutos en las fincas de una de las mejores uvas del país –superiores que las mendocinas, dicen-; sauces de un lado, piedra viva y minerales del otro. Yendo hacia el sur, los caminos son una enseñanza perfecta para los puntos de vista. Más tarde, el desierto.
RIGUROSO, DESIERTO Y ABANDONADO
Es tedioso el desierto sanjuanino, tanto como el de Atacama, en Chile, o incluso del Sahara, en el África, dice Carlos González, que acompaña a la Unidad de Investigaciòn de FOPEA hasta la mina abandonada de Marayes, a unos 150 kilómetros de la capital sanjuanina. “Acá el sol te mata”, acota.
Te mata pero también da vida, recuerda el pueblo La difunta Correa,o que lleva el nombre de la madre que murió acosada por ese sol pero siguió amamantando a sus hijos hasta que fueron rescatados. Aguantaron las noches frías, gracias a los días de sol.
El olor a almendras es más fuerte y, enseguida, las ruinas del pueblo abandonado alrededor de las mina empiezan a asomarse entre pequeños cerros dónde rebota el sol que hace olas de calor, y de repente aparecen las casas todas juntas que se ven desde la ruta como si dijeran acá estamos.
Parece que explotó una bomba: casas de piedra destruidas, sin techo, envejecidas, abandonadas por el tiempo. Son el despojo de una mina. Los residuos del oro. Sus contradicciones. Y consecuencias.
Es como en las películas hollywoodenses que muestran esos pueblos utilizados para pruebas nucleares. Acá no. Acá lo utilizaron para sacar el oro, la plata y, después, la gente. Había unos 6000 habitantes y unas 1500 familias. Ahora quedan 35.
Había una escuela, un hospital, una estación de tren ahora tapada por el pasto y un cartel que dice “Marayes”. Paradójicamente, pintado en letras color oro -del ferrocarril San Martín- que instalaron los mismos ingleses, que explotaban la mina hace más de 30 años. Todos vivieron y murieron (o se esfumaron) con la mina.
De repente, aparece una mujer mayor que se hamaca en una silla vieja y una niña girando alrededor. La niña canta y salta pero no se escucha lo que dice. ¿Cómo hacen para vivir allí? Tal vez no quieran dejar el pueblo o su casa. O no quieran desprenderse de su historia.
IGUAL A NADA
Nada cambió en Marayes en los últimos años. El frente era azul y ahora está celeste, pero igual. Igual que la familia Herrera, quienes viven allí desde siempre, entre “restos de cianuro, arsénico, mercurio” y un almacén de provisiones para viajeros en muchos kilómetros de nada.
Los hijos de los Herrera no van a la escuela “porque está muy lejos” y porque no lo consideran necesario para vivir en Marayes donde cada día se repite: “Nos levantamos, vamos a buscar agua, regamos la tierra, le damos de comer a los animales –unas cuantas cabras flacas- y después duermen la siesta “para no terminar cocinados por el sol”. Más tarde cuentan las provisiones del almacén y llaman por el único teléfono que tienen –está en la escuela- a sus proveedores que vienen una vez por semana.
Tal vez no se viva tan mal en el pueblo fantasma de Marayes. Los Herrera tienen huellas de sol, pero están curtidos -sin protector- y Oscar y Silvina están flacos, sus hijos Lucía y Joaquín ya pegaron el estirón.
Todos los Herreras utilizan pocas palabras para comunicarse como si hicieran economía hasta con el lenguaje. A Lucía, dice, le gustaría estudiar, pero papá Herrera aclara que “es muy difícil estando allí, porque hay que caminar muchos kilómetros para encontrar una escuela”.
EN ALEMANIA NO SE CONSIGUE
En eso aparece una pareja de ciclistas alemanes -sacados de otra escena- buscando “algo de comida y un lugar dónde acampar”. Los alemanes llevan recorridos “en tres meses 5578 kilómetros” de tierra argentina. En bicicleta y con una carpa y una mochila cada uno. Parecen grandes, pero menos de los 63 años que dicen tener ambos.
En tres meses volverán a sus casas y cuentan que Alemania está prohibida la minería, que hace poco en Alemania hubo un debate para instalar un teleférico en la montaña y no lo permitieron. Dicen que hasta en Croacia hubo un problema por una minera que no reparó el daño causado. Pero estamos en la Argentina. Y en San Juan.
EL PAÍS A LA MITAD
La provincia cuyana divide a la Argentina más pobre (la del norte) de la más rica. Es la única que contiene un proyecto nacional que lleva 40 años (desde el gobierno de Illía) y termina este 2010: está en Leoncito, dónde alguna vez aterrizó el Tango 01 y que tiene el cielo más limpio del hemisferio. Donde los científicos de la Universidad de Yale estudian el cielo y sus astros.
Más terrenal es la foto repetida del Día Después de la Minería. Una foto de dos caras. En una es difícil encontrar algo que este a la altura de tanta belleza en medio del desierto. La ruta que parte al medio esa aridez entre la cordillera y los badenes. Brillan y configuran rostros esas cumbres con un sol solitario. Las montañas con sus colores, gigantes de piedra que ayer, hoy y siempre (¿?) esconden el oro que buscaron Los Incas (uno de los primeros en venerarlos) y gran parte de las civilizaciones pasadas.
LAS MINAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA
Desde el Alto Perú, pasando por Potosí en Bolivia, la búsqueda del oro tiene su historia. E incluye un debate en el Primera Junta, en 1811, en donde se establecen los primeros acuerdos para la explotación minera en la Argentina. Sarmiento ofreció 25 mil pesos ley al que encontrara un yacimiento de minerales en nuestro país. Pero el primer Código Minero es de 1886, la ley 1919, en el gobierno de Julio Argentino Roca. La ley llega no sólo por la cuestión de la explotación y los derechos, sino también por el trabajo esclavo que incluía.
Otro presidente preocupado por la minería fue Juan Domingo Perón. Nacionalizó la industria a través del decreto 40 y lo dejó establecido en la Constitución del 49, donde decía “que los minerales extraídos en territorio nacional son propiedad imprescriptible del Estado Argentino”. Perón creó la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) que explota las minas de uranio en el país. Hasta ese momento las explotaciones mineras eran especialmente de Mica y Plomo.
Y, por supuesto, oro. Estaban en Malargüe, Mendoza; Jachal, San Juan; Abra Pampa en Jujuy y Chilecito en La Rioja. Más tarde, Eugenio Aramburu (el 1ero. de Mayo del 56) derogaría el decreto de Perón. En 1980 hubo una serie de reformas “al estilo napoleónico” con una ley sobre la minería de fomento para establecer normas sobre el derecho de propiedad y explotación. También se determinan las regalías hacia las provincias (con topes máximos y mínimos) y la formación de la Policía Minera para controlar que las empresas no se vayan luego de su explotación.
EL PLANO ESCONDIDO
En el otro plano aparecen las montañas, vulnerables a la dinamita mucho más que al pico y la pala de otro tiempo. Los cerros temen, como Superman a la criptonita, ser desconados, desollados, descabezados para que suelten el oro que esa cordillera escondió al salir del fondo del mar. Una vez explotadas las montañas ya no son sino gradas multicolores, tribunas que rodean un anfiteatro como una olla natural dónde se buscará el mineral tan deseado y que se logra por una cadena de explosiones y un posterior proceso de decantación o lixiviación con cianuro, agua y, más tarde, mercurio.
Esta foto de la depredación y el abandono de las minas que no están se repite en Marayes y en La Rinconada (San Juan); en Gonzalito (Río Negro); en Los Adobes (Chubut); en Los colorados (La Rioja) y en la Alumbrera (Catamarca), estas cinco, que recorrió la Unidad de Investigación de Fopea.
Y la imagen de las ruinas, el saqueo y el abandono es una postal a modo de conclusión, que surge de esta investigación. Que recopiló al menos, 75 minas abandonadas sin reparar. Algo que ni siquiera el Estado tiene registrado (y mucho menos restaura) tal como surge del pedido de información basado en el decreto 1172 a la Secretaría de Energía de la Nación. Y así, a la vez, surgió el inédito Mapa de Minas Abandonadas de la Argentina que forma parte de este trabajo.
AYER Y HOY
Nos preguntamos si pasará lo mismo con las explotaciones mineras de hoy.
“Lo peor de la minería ocurre cuando termina la explotación, cuando se van del lugar”, le dijo a Fopea, Pino Solanas. Para el conocido cineasta y político “la minería sólo trae muerte”. Sin embargo en la otra orilla están los que piensan que una minería responsable es necesaria y posible “para todo lo que usamos”. Como para el abogado Mario Valls, quien hace 30 años, desde Perón hasta hoy trabaja en Derecho minero. “La minería es necesaria para casi todo. El problema es que nadie cumple la ley. Ni el Estado, ni las empresas. Y las empresas se van y dejan todo destruido.”
¿Y los encuentran?
Generalmente no. Desaparecen. Y nos dejan un clavo.
El mismo clavo oxidado y carcomido en el suelo multicolor de Marayes.
Parece pintoresco pero está contaminado.
Cuesta respirar dentro de la Planta abandonada. Es insoportable el olor: los labios y la boca se empiezan a secar y eso indica que está cerca el centro de la explotación, un sitio típico y simbólico de la minería vaciada de la Argentina, que suele repetirse siempre en tres planos: el pueblo abandonado (donde viven los Herrera y un par de familias más); el pozo de la mina que está en la montaña (que aquí dejaron los topos de la corona británica) y la Planta de extracción y tratamiento de los metales, dónde las ruinas y los desechos son la más clara postal del día después de la minería nacional.
LAS OTRAS MONTAÑAS
Hay montañas de restos de mercurio (que es lo que deja el cianuro cuando se desprende el oro y se rocía con zinc), arsénico y vaya a saber que otros residuos contaminantes. Todo eso en medio de paredes rotas y esqueletos de hierros oxidados del proceso de extracción del oro y plata y estragos no remediados.
Pero el desierto es tan riguroso como lejano y a nadie parece importarle demasiado este pasivo ambiental. “No restauramos porque vive poca gente”, reconoció Aníbal Núñez del Programa de Restauración de la Minería de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) refiriéndose las minas de uranio no restauradas aún.
Ahora aparece una procesión de cabras que pasean por las ruinas de la mina cual parque de diversiones. “Yo no dejo a mis cabras llegar hasta acá, porque cuando llueve y toman el agua, aparecen muertas”, dice Oscar Herrera, parado sobre una pila de escoria roja. A su lado, se descubre un pozo con varios tonos de amarillo:
¿Qué es eso?
“Ahí puede haber de todo, cianuro, ácido sulfúrico”, dice González.
PICA PICA
Fuera de la planta se ve a unos chicos jugando entre pilas de desechos químicos que parecen pirámides históricas sin ornamentos.
Los chicos van con su papá, que los lleva hasta una de las casitas abandonadas. Todos corren entre la tierra seca y algunas cabras flacas: “Acá nos tenemos agua, mire, mire”, dice Cintia Britos como pidiendo auxilio y abre una canilla que no es de utilería. “A veces nos traen agua en estos tanques pero ahora se nos acabó. Necesitamos un motor que nos traiga el agua porque así no podemos vivir”. Los chicos se le cuelgan a la mamá y ella levanta al que más grita: “Ellos suelen enfermarse de los bronquios (…) yo estuve con neumónia –el acento es textual- y ellos se enferman siempre y no sé porque”. El abuelo, desconfiado, al final habla: “Miré còmo tengo la piel (…), me dicen que es alergia y me mandan a casa”.
¿Pero que le responden cuándo usted le dice que vive frente a una mina abandonada?
“Me dan una crema y me mandan para casa”.
Lo único que sobra en Marayes son chicos y perros. Todos están flacos. Los Britos viven, como la mayoría de la gente, en casas de abobe (de barro multicolor) con techos de paja. Cintia dice que produce harina con el fruto de algunos algarrobos anémicos en los alrededores y come de la carne que sacan de aquellas cabras que paseaban por la Planta. Tose Cintia –mientras me cuenta que su padre murió en la mina-, mientras sus cinco hijos siguen corriendo alrededor de ella.
No hay muchos estudios ni estadísticas de enfermos por la minería abandonada en San Juan, pero los casos saltan a la vista.
¿Seguro?
Para Alfredo Avelín, médico y ex gobernador de San Juan, “las minas hicieron aumentar los problemas en piel, los cánceres y hasta los abortos por la contaminación del agua”.
En las antípodas de Avelín, el actual gobernador, José Luis Gioja defiende la minería sanjuanina y, en particular, a la empresa canadiense Barrick que explota Veladero desde 2005 (y hasta el 2025) y está trabajando en el proyecto multinacional más grande de Latinoamérica: Pascua Lama.
Uno de los cuestionamientos mayores a la empresa es la falta de un seguro minero, tal como exige el Código de Minería y que el propio senador César Gioja reconoció que la Barrick Gold no tiene.
GONZALITO, RÍO NEGRO: EN LA DULCE ESPERA
Se ve igual, parece Marayes en San Juan, pero es Gonzalito en Río Negro. Hasta ahí también llegó la Unidad de Investigación de Fopea, para sacar casi la misma foto. Y ver las ruinas y la falta de remediación. Ese reservorio, de 9 hectáreas de extensión divididas en tres montículos, está en permanente contacto con la ría de mar que baña las costas de la localidad y los minerales que contiene se dispersan por el casco urbano, arrastrados por el viento del oeste que predomina en la Patagonia.
Esta situación ocurre desde que la desaparecida empresa minera Geotécnica SA explotara en Mina Gonzalito -a algo más de 100 kilómetros al sudoeste de San Antonio Oeste- un yacimiento de plomo, plata, vanadio, zinc y otros metales que eran fundidos en una planta situada en la localidad portuaria, hasta la cual se transportaban los materiales extraídos.
El proyecto fue alguna vez ambicioso. Expertos en minas habían llegado desde distintos puntos del país, para sumarse a los extranjeros, conformando así un extraño y pintoresco pueblo multicultural. “Había uno hombre que era de la India”, recuerda Néstor Chávez, quien hace 42 años nació en ese lugar, donde su padre era minero y su madre lavaba la ropa y cocinaba para los trabajadores. Gamelas y pequeñas casas se construyeron para los obreros y otras un poco más cómodas para los profesionales y jefes. Se creó una escuela, un destacamento policial y un pequeño centro de salud.
Durante 30 años, la comunidad empezó a echar raíces. “Pero es como siempre pasa con los pueblo mineros, las empresas extraen lo que necesitan, después se van y no les importa la gente”, dice Chávez, que días atrás regresó a ese sitio junto a la Unidad de Investigación de Fopea, tras tres décadas de ausencia”.
LA AMARGA ESPERA
A diferencia de lo que pasa en San Juan, en donde casi no existen estudios sobre las consecuencias de la minería abandonada, en Río Negro los científicos de la Fundación Patagonia Natural determinaron que en la Bahía San Antonio hay niveles elevadísimos de plomo, cinc y cadmio. Más tarde, la biòloga Nuria Vázquez descubrió que los mejillines contenían plomo.
Así representantes del Instituto de Biología Marina, la fundación ambientalista Inalafquen, medios de comunicación, profesionales de la salud, vecinos y autoridades conformaron un equipo multisectorial que comenzó a analizar la situación. Mediante un arduo y coordinado trabajo, sumado a la permanente insistencia ante los distintos organismos públicos, se logró la realización de plombemias en 200 niños de la ciudad. El muestreo arrojó que casi el 20 por ciento de ellos tenía más elevado el plomo en sangre que lo aceptado por la OMS.
Desde entonces, los Estados provincial y nacional, prometen la remediación del pasivo ambiental que dejó Geotécnica. Cuatro años después de los estudios en los niños, el 19 de enero pasado, se licitó el análisis profundo de la problemática. Pero el reloj sigue corriendo. Las secuelas de la minería irresponsable y sin control del Estado, perduran y son evidentes en Mina Gonzalito.
LOS ADOBES, CHUBUT: LOS DISTINTOS
Yendo hacia el sur, cambia la geografía en el centro de la Patagonia, pero la foto de la mina abandonada de Los Adobes se parece a la de Marayes y a la de Gonzalito. En cuestiones de remediación es una excepción. En Los Adobes, los informes técnicos y de los expertos aseguran que la actividad no tuvo consecuencias perjudiciales para el ambiente.
Y distintos organismos especializados realizan, desde hace décadas, periódicos monitoreos en el ambiente. Se analiza la presencia de minerales en el agua del río Chubut y en los pozos de agua y también los niveles de radón, un gas radioactivo relacionado con el uranio. Los informes oficiales indican que los niveles detectados en ambos casos varían pero están dentro de los límites tolerables.
En la antigua minera, los 60 empleados del lugar procesaban el mineral que traían los camiones cargados desde las minas. Para el proceso de lixiviado (separación del mineral) se regaban las pilas de mineral con ácido sulfúrico, el que decantaba en plateas especialmente diseñadas y que derivaban en diques de evaporación y de colas. Estos trabajos permitieron a la Comisión Nacional de Energía Atómica extraer 120 toneladas de uranio destinado a abastecer a la entonces flamante central de energía Atucha. Un reciente monitoreo ambiental de la CNEA, de septiembre de 2009, contiene lecturas de radioactividad en el lugar en el que funcionó la planta, “todas ellas muy por debajo de los límites establecidos por las normas internacionales para radiaciones. Quiere decir que ni en las inmediaciones de la planta ni en las aguas del río Chubut habría efectos sobre esto que operó hace casi 30 años”, sostuvo el ingeniero químico y ambientalista, Ariel Testino, quien entre 1977 y 1983 se desempeñó como jefe de la planta de concentración de uranio Pichiñán.”
La contracara, entonces, es cuando las minas son explotadas por el propio Estado (la CNEA en el caso del Uranio). Tal vez, por el impulso de la sociedad civil que, como en el caso de Esquel, se opuso a la minería a cielo abierto. Controles exhaustivos se hacen sobre la calidad del agua y del aire en la región, según coinciden técnicos de la CNEA, de la Autoridad Regulatoria Nuclear, de la secretaría de Energía de la Nación, del CONICET y del ministerio de Medio Ambiente de Chubut. Y si hay debate y control, hay esperanza.
MENDOZA NO ESTÁ PINTADA
Volvemos a Cuyo. San Rafael corre entre sus ríos, riscos y montañas que cuentan una geografía única. Una tierra generosa que tiene su contracara ni bien uno recorre el centro de la ciudad, cuando surge la incómoda pregunta por la mina de Sierra Pintada. San Rafael también tiene su pasivo ambiental, paradójicamente, en (una) Sierra Pintada. Allí las montañas de cianuro amarillos están al aire libre en un proyecto sin concluir.
“En Sierra Pintada desviaron el arroyo de tigre, porque debajo del arroyo se encontraban los yacimientos de uranio. Los técnicos de la Comisión Nacional de Energía Atómica me dijeron que le hicieron un bypass al arroyo. ¿Qué es un bypass? Desviarlo a través de un cerro y volver a su cauce, porque ahí tenían que sacar el uranio. El arroyo de tigre le da agua, le va vida al río Diamante, y del río Diamante vive todo San Rafael. Por eso el pueblo se puso de pie. Formaron una multisectorial, se movilizaron y de ahí salió la ley 7722 que prohíbe hoy el uso de compuestos tóxicos, como el cianuro, el ácido sulfúrico y otros”, le dijo a Fopea el periodista y escritor Javier Rodríguez Pardo.
Para Carlos Difonso, intendente de San Carlos en Mendoza y autor del proyecto de ley 7722, consultado por Fopea, “en Sierra Pintada se dejó un pasivo muy importante, que todavía no se ha remediado. Si bien tengo entendido que se han afectado partidas presupuestarias específicas, no ha llegado nunca la remediación a Mendoza, y es una preocupación latente de todos los vecinos”.
LOS COLORADOS, LA RIOJA: EN VERDE
La cuestión de la remediación de las minas abandonadas de uranio alcanza a la mina Los colorados, en la tierra del caudillo Facundo Quiroga, que se oponía a Sarmiento en el tema minería hace 140 años. Y siguiendo el modelo de Mendoza se oponen a la actual minería aunque en la vieja y abandonada mina de uranio en Los colorados esté, según dicen en la CNEA “Todo bajo control”.
El foco principal de la atención de las ‘Asambleas Ciudadanas por la Vida’ de La Rioja se organizó contra las exploraciones y posibles explotaciones de oro y otros minerales a cielo abierto con uso de sustancias contaminantes, como el cianuro; contra las exploraciones de uranio, donde intentan construir acuerdos básicos.
Llegamos al lugar indicado, en el momento justo.
Cuando se trata de uranio, la Comisión Nacional de Energía Atómica, además de explotar las minas, es la responsable de su remediación. Sin embargo, todo está a resolverse en Chubut, Mendoza y La Rioja (dónde en mayor o menor grado las minas no fueron remediadas). Por esto Fopea entrevistó, primero, al Gerente de Relaciones Institucionales de la Comisión Nacional de Energía Atómica, Gabriel Barceló. Y luego a Aníbal Núñez a cargo de la Coordinación del Programa de Restauración de las Minas de la Comisión Nacional de Energía Atómica.
-“¡Acá tengo el Boletín Oficial!”-, dijo exultante Núñez al asegurar que minutos antes de la entrevista le habían otorgado oficialmente los 30 millones de dólares para restaurar y remediar las 7 minas abandonadas de uranio que dependen del CNEA.
– Pero el PRAMU que se creó hace 14 años, ¿qué hizo hasta ahora?
– Bueno, estamos controlando las minas (…) pero hemos trabajado especialmente la remediación de la mina de Malargüe ¿Quiere visitarla? Quedó hermoso el lugar-, dice Nuñez.
– De nuestra recorrida -le dijimos- surge que en San Rafael, Chubut y de La Rioja las minas abandonadas no fueron remediadas como corresponde.
-Bueno, en San Rafael el proyecto está parado y a resolverse (…) en el resto hacemos controles y no detectamos contaminación (…) además vive poca gente ahí (sic)”. Así es: poca gente.
-¿La CNEA necesitó del Banco Mundial para llevar adelante su trabajo?
-No, pero hicimos lo que pudimos con nuestro presupuesto.
-Ahora que llegó el crédito, ¿en cuanto tiempo van a remediar las minas?
-En siete u ocho años, máximo.
Creer o reventar.
En el PRAMU aseguran que habrá solución pero sólo a las siete de minas de uranio, sobre un total de 75 explotaciones mineras de otros metales que registró el equipo de investigaciones de FOPEA en todo el país.
Y la responsabilidad del Estado sobre las minas no termina ahí. Más bien, ahí empieza, ya que es la Secretaría de Minería la responsable e remediar las más de 60 minas explotadas y abandonadas.
ALUMBRERA, CATAMARCA: LA PRUEBA
El día después de la actual minería ya empieza a mostrarse. La más grande de la Argentina terminará en 2017 y 8 años más tarde, en 2025 la de Veladero en San Juan.
La preocupación de todos es qué pasará el Día Después. Ya hay denuncias de filtración de los desechos químicos en el dique de cola de La Alumbrera, pero la versión de la empresa es que “el dique filtra pero porque está diseñado así. Tiene en su fundación unos caños ranurados que se denominan caños de drene de fundación, que permiten pasar el agua y no el sólido”, asegura Montaldi, en representación de la empresa que asegura contar con un plan de cierre ya diseñado para morigerar todo impacto ambiental y dice con las reservas económicas para afrontarlo.
El Gobierno de Catamarca asegura estar monitoreando esos planes y promete controlarlos hasta que se remedien todos los pasivos ambientales que deje la explotación. Pero las preocupaciones acerca de la suerte del mineraloducto, del dique de colas, del agua y el aire del que se sirven las poblaciones aledañas, quita el sueño a mucha gente.
El dique de colas es, junto con las escombreras, el lugar adonde van a parar todos los desechos –líquidos y sólidos- mineros. El de Alumbrera no fue impermeabilizado y por tanto, ya en las pruebas operativas de la mina, se advirtieron filtraciones. Alumbrera y la Dirección de Minería de la Provincia aseguran que se solucionó el problema con la pileta de captación de líquidos estanca que se construyó aguas abajo y con un sistema de pozos de retrobombeo que devuelve el agua filtrante al dique. Otros especialistas aseguran lo contrario.
Pero un grupo de médicos, algunos de los cuales trabajan en el hospital de la zona, elaboró un informe inquietante en el que denuncian la existencia de casos de enfermedades raras y cánceres en Andalgalá por encima de la prevalencia ‘normal’. Luis Flores es uno de esos profesionales. Como trabajo de tesis de una maestría en Salud Pública se puso a estudiar la incidencia de los casos de cáncer en Andalgalá y asegura que treparon en un promedio del 800 %. Dice tener todo registrado: nombres, diagnósticos, pronósticos y demás (…) En Catamarca hay dos causas judiciales en contra de Alumbrera. En Tucumán otras dos, en Rosario una y en Santiago del Estero otra.
LA RINCONADA, SAN JUAN: AL TACHO
Volvemos a San Juan, hasta la mina abandonada de La Rinconada. Está más cerca de la ciudad y es más chica que Marayes. Sin embargo si uno la busca en el Google Earth, se ven los diques de cola de La Rinconada, mientras que Marayes aparece como tapada por una extrañas ramas: “eso es porque allí hay oro y no quieren que se sepa”, dice el suspicaz González. Ahí nomás, pasando las fincas, se puede reconocer que va llegando a la mina por los grandes tachos que hay en la puerta de cada casa. Algunas casas tienen uno, las más ambiciosas dos y hasta tres. Todos están en la puerta expectantes, esperando al camión de la Municipalidad que llegue con el agua potable.
La provincia de San Juan se alimenta especialmente de dos ríos: el San Juan y el Jachal. También por el agua subterránea que permite el riego artificial de los campos de cebolla, de los olivos, viñedos y otros cultivos de los deshielos que provienen de los glaciares. “Nos quieren tomar de tontos. Nos dicen que van a correr los glaciares para permitir la explotación minera (…) como si le pudiéramos poner rueditas a los glaciares”, dice enojado Pino Solanas al referirse al controvertido veto de la ley que prohíbía la explotación minera en donde están los glaciares.
Pero nuestra investigación está relacionada con las minas abandonadas, las que se explotaron hace 10, 20 o 30 años. Y para el ingeniero químico Juan José Ramos el problema es que “por la minería estamos perdiendo la poco agua que tenemos en la agricultura. Pero lo peor es que ya tenemos algunas muestras de ríos contaminados por la vieja actividad minera que, además deja zonas muertas, desérticas”.
¿Y EL AGUA?
Cruzamos un puente. Abajo debía cruzar un río que ya no está. Más adelante aparecen más casitas, más deterioradas y la foto es la misma, chicos corriendo en la tierra seca, multicolor, lleno de desechos de la mina que se ven mejor más arriba, en la montaña.
Vuelve el olor a almendras amargas. Los vecinos no toman el agua. Antes le ponían lavandina, pero ya no. Ahora esperan que el municipio les arrime agua potable.
Verónica tiene 31 años y 6 hijos. Como casi todos los habitantes de alrededor de las minas abandonadas, su esposo sale a trabajar a las fincas y no vuelve en semana. Ella vive comiendo gallinas que cría enla casa de adobe y piso de tierra, donde ahora cmainan sus hijos, descalzos.
– ¿Son tus hijos?
– Sí.
– ¿Cuánto hace que vivís acá?
– Siete años. Me vine cuando estaba embarazada de Joel. No tenía donde vivir y terminé acá (…) Pero Joel tiene hemofilia (la sangre no le coagula) y tengo miedo porque a veces no puedo darle el remedio que necesita. Porque es muy caro.
Lo que dice es esto: si Joel, hemofílico, se corta, entonces puede desangrarse.
La tarde se pierde con el sol detrás de la montaña y recorriendo los restos de la mina que muchos conocieron como “La cormina” en La rinconada, lo primero que asombra es una gran montaña color verde. Se nota que no es natural, sino restos de desechos químicos con olor a podrido.
González, el anfitriòn de la Unidad de Investigación de FOPEA, dice que el gobierno de San Juan intentó remediar esta mina y para eso plantó algunos algarrobos que ya se secaron. Las ruinas, demasiado similar a la de Maraye, Gonzalito, Los Adobes, Sierra Pintada, Los colorados, cuentan la desolación y el olvido. Volvemos a Verónica, la mamá de Joel.
– ¿Tenés esperanza de vivir en un lugar mejor?
– La esperanza es lo único que se pierde. Pero pienso en cada día.
Llega la noche a San Juan. Hoy Verónica está preocupada porque no sabe qué van a comer y por el medicamento que necesita Joel.
Lo más probable es que lo peor del día después de la minería no sea la falta de control, sino el olvido.
(*) http://investigaciones.fopea.org/mineras/mineras/home.php