Opinión
El enemigo del alma
ABEL POSSE (*)
Si uno se atiene a las últimas semanas de vida argentina (es una forma de decir) parecería que nos desmoronáramos, no “de un grito, sino de un largo gemido”, como dice el verso de T. S. Eliot.
(Diario La Nación) No es un tsunami: es una incontenible inundación de aguas servidas. Después de lo de 2001, no pensábamos en una tan rápida recaída en el olor acre del nihilismo y de la anarquía. El hartazgo de Santa Cruz -en tránsito letal, como de avispas enfurecidas-, la idiotez futbolera transformada en catarsis de odios y resentimientos de masas angustiadas, la delincuencia y el crimen multiplicándose por causa de la inoperancia de un gobierno que prefiere amarrar al policía y dejar actuar al delincuente. Caída educativa y cultural, los rectores escondiéndose en el campo entre vacas y sembradíos para votarse. Para colmo, por las noches, el cardumen de bufones rientes con sus gritos y zafadurías interminables o el grupo de jóvenes gandules de uno y otro sexo tirados por los rincones de una casa lujosa, tan vacía como las mentes de sus habitantes, alquilados para el voyeurismo televisivo. El voyeurismo de la nada. En Constitución, todo un pueblo de regresantes se encontró otra vez con esas huelgas salvajes inventadas contra los más necesitados. La furia cundió. La indignación es contagiosa; el aullido se hizo coro. La fiesta destructiva es una satisfacción breve y una especie de suicidio que empieza por las cosas. Se destruyó, se apedreó a la autoridad, que debió refugiarse. Si la policía es una especie de símbolo del mal, como el Ejército, ¿a quién se van a arrojar las piedras y los insultos? Los que se ejercitan en insurrección alcanzaron a destruir boleterías, máquinas automáticas y probar sus molotov-cocacola con algún éxito incendiario. El desahogo fue breve como un orgasmo de odio. Retornó un silencio resignado. Un manchón triste, de miles de personas, se derramó por la noche fría con fondo de fuegos fatuos. Dejaban inusable el indispensable instrumento de tortura cotidiana, el andén y los vagones como para el holocausto. Los policías se recomponían de la golpiza, pero no de la impotencia de no poder mantener el orden ni defender la propiedad pública, ni impedir la humillación. Y esos miles en las colas de los colectivos, con paquetes, con hijos callados que presentían la desesperación, la indignación. Eran como un ejército derrotado en una misteriosa guerra civil. Se llegaría a la casa dos o tres horas después, se besaría al niño ya dormido en su cuna, se comería la cena recalentada. Se vive mal en la Argentina. Somos como extranjeros entre nosotros; hasta parecemos de galaxias distintas. Nuestra fatalidad no encuentra su diagnóstico. Reiteramos desastres inimaginables. Una indiferencia acristiana nos corroe. Vivimos una indiferencia de Estado, una indiferencia estructural. Buenos Aires es una colmena enloquecida, como si las abejas hubieran perdido los códigos genéticos que llevan del caos al orden. Nos subdesarrollamos tal vez con más rapidez que la que empleamos para salir del desierto y ser el país más avanzado y posibilitador de vida de América latina. De 1880 a 1910 nos consagramos como nación moderna: fueron los 30 años fundacionales. A partir de 1986, en 15 años logramos tener más de un 50 por ciento de pobres e indigentes y provocamos la mayor quiebra del siglo XX. Del país más vital -recordemos nuestra infancia, el colegio, el progreso educativo- a un curioso crecimiento con subdesarrollo y sin paz social. Nos parece una leyenda que hasta hace pocos años los trenes a La Plata sirvieran desayuno y comidas. Que los vagones tuvieran cristales biselados y el inspector, con gorra de coronel húngaro, recorriera “la formación” (como dice la cursilería actual) y multara al que fumaba en el vagón de no fumadores. Un poco más y extrañaremos el tiempo en que los aviones no se caían… Un enconado e indetectable enemigo del alma nos impide instalarnos en la normalidad que alcanzaron tantos otros pueblos con igual o menos capacidad. Nuestra involución es velocísima. Por suerte para el Gobierno, la gente perdió el reflejo democrático. No asocian el poder del voto, su voto, con sus sufrimientos, sus postergaciones y sus esperanzas de progreso y cambio. Hasta el punto de que el Gobierno se cree venerado y adorado por un porcentual estalinista. Ojalá el pueblo crea en la única herramienta, el voto consciente, que es la esencia de la democracia. El misterioso enemigo interior nos hace perder el sentido común. Nos estamos volviendo un país disparatado. Así como surgimos del desierto en treinta años de voluntad y talento coordinado, ahora nos subdesarrollamos con parecida celeridad. Ante el mundo ya somos más el prestigio por lo que fuimos que por lo que somos. Y, ante nosotros mismos, debemos de ser el único pueblo que siente el futuro a sus espaldas. Estamos como paralizados y enmudecidos ante el futuro. Es como si hubiéramos perdido el libreto del tercer acto. La energía, aquella energía de sociedad organizada ahora se derrama en violencia, desde la cancha hasta la universidad. El virus indetectable nos corroe, nos frena. Nos transforma en baldados políticos. Somos incapaces de coordinar los dones y las fuerzas. Entramos en este siglo como pollos mojados. Sin entusiasmo renovador, perplejos, autodescalificados. En el umbral del 1900 fue todo lo contrario. Se nos había ocurrido nacer y ser. Ser grandes. El país cobró el impulso que lo lanzaría hacia adelante. Un afirmativo sentido de patria terminó unificando en el éxito a figuras tan disímiles como Mitre, Sarmiento, Roca, Pellegrini, Yrigoyen, Alvear, Justo, Perón, Frondizi. Hoy andamos perdidos. Perdimos hasta esa insolencia creadora que nos hizo ser sin pedir permiso al mundo. ¿Se termina esa Argentina? ¿Se nos cayó el alma a los pies? ¿Fuimos una llamarada que duró un siglo y que ya se extingue? Sabemos que los pueblos no desaparecen, pero muchas veces caen de su altura y sobreviven tristemente. Urge reconquistar aquel viento creador, dejar de ser este pueblo sin pasión, sin horizontes grandes, sin coraje, que concede el gatillo fácil al delincuente e inhibe al policía. Debemos convocarnos y convocar a los jóvenes a habitar esta maravillosa máquina de vida que se llama Argentina y que tenemos arrumbada en el gallinero. En octubre podremos votar por esencias democráticas: por la república, por el orden, por la vida, por reconquistar la alegría de vivir sin paranoia e histeria, contra la patanería y la corrupción. Es probable que el demonio interior pueda insistir. Pero no hay otra posibilidad que restablecer el principio de autoridad, desde la familia y el colegio hasta la burocracia y la actividad privada. La calle no puede ser tierra de nadie donde se imponen el delincuente y el piquetero que prefiere creer que “la protesta” da derecho a todo, hasta a la intimidación, el escrache y la suspensión del derecho constitucional de transitar libremente. Ya termina el mandato presidencial. El Presidente se empachó de auctoritas y la sociedad hoy está anarquizada, porque ni siquiera puede corregir a los chicos para que no negocien droga a la puerta de los colegios. Los argentinos hemos perdido el sentido del orden. Descendimos a un conglomerado marginal que debe reconquistar el orden moral, jurídico y creativo que fue la clave de la pasada grandeza de este país. Es una batalla profunda, difícil, que se debe librar con todas las fuerzas espirituales que nos quedan. Apoyemos en esta instancia política electoral a ese puñado de dirigentes que pretenden reconstruir la república burlada que vivimos. Diez o doce dirigentes que aportan eficiencia, una dimensión moral en un espacio político de tahúres, experiencia probada de gobierno ante una incapacidad de gestión insólita y, por sobre todo, reconstruir y respetar un Estado de Derecho. El viento económico mundial todavía nos lleva. ¿Qué mayor convocatoria para una generación caída en la melancolía y la negatividad que lanzarse a rescatar este país que cayó por debajo de sus realizaciones, de su alegría vital y de su confianza imprescindible? Citémonos los argentinos para una patriada renacentista. (*) Abel Posse. Su libro más reciente es el ensayo La santa locura de los argentinos
Dijo en San Juan el presidente Fernández: “lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres”.
Esto es tan falso, tan terriblemente insultante para la inteligencia, que es difícil decidir por dónde empezar a analizarlo. Sólo diré que Steve Jobs (Apple), Bill Gates (Windows), Jeff Bezos (Amazon) y Marcos Galperin (Mercado Libre), son algunas de las fortunas más grandes del mundo y de Argentina, y NINGUNO fue hijo de rico. Este pelotudismo socrático y retrógrado ha sido totalmente superado en los países desarrollados… ¡Y PRECISAMENTE PORQUE LO SUPERARON SON DESARROLLADOS!
Luego invocó a Alberdi y Sarmiento, reinterpretándolos con un pensamiento tan retorcido que los vuelve irreconocibles. Dijo admirarlos porque “vislumbraron la importancia de la educación pública, que nada es más importante que el conocimiento humano” y del sanjuanino aseguró que “en un gesto inigualable de igualdad, resolvió que todos los que estudian en la escuela pública calcen un guardapolvo blanco para que las diferencias sociales allí donde se aprende no aparezcan. Con todo eso nos dijo que el estado debe estar muy presente en el desarrollo humano y que finalmente lo que más vale es la igualdad, es propender a un sistema más igualitario”.
Pobres Alberdi y Sarmiento. Si pensamos cuales referentes históricos argentinos estuvieron absolutamente en contra de la intromisión del estado (que debía ser pequeño) en el quehacer cotidiano de los ciudadanos, fueron sin dudas estas dos inmensas figuras de nuestra patria. Hacer semejantes distorsiones de su pensamiento es una ofensa a sus memorias y, como se hacía en la escuela, debería lavarse la boca con jabón para limpiar sus palabras.
Alberdi decía que “la omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual” y que “la grandeza del vecino, forma parte elemental e inviolable de la nuestra”, LO OPUESTO al igualitarismo y el desconocimiento del mérito.
¿Y qué pensaba Sarmiento?, al que dijo admirar. El sanjuanino dijo: “las cumbres se alcanzan doblando el empeño” y “toda la historia de los progresos humanos es la simple imitación del genio”; Don Domingo era un ferviente defensor del mérito, concepto que el señor presidente denigra.
Es increíble que en la actualidad, con lo fácil que es conocer la realidad de otros países, todavía existan personas “educadas” (en realidad son apenas instruidas, la educación implica pensamiento crítico algo que les es ajeno) que sean tan ciegas como para dejarse engañar así.
El presidente habla de defender el federalismo y a las provincias del “pulpo” del puerto, cuándo el mayor héroe de esta gente fue Rosas, quien prohibió los puertos del Paraná para que todo el comercio exterior pasara por Buenos Aires, empobreciendo a las otras provincias. Obsesión rosista por el monopolio del puerto porteño que condujo a la muerte a valerosos patriotas en la Vuelta de Obligado, sacrificio disfrazado con la mentira de la “defensa de soberanía”.
Valga la apostilla: ese fue el mismo Rosas que le quitó los sueldos a los docentes de las escuelas y universidades estatales, hundiendo en la ignorancia a los pobres y yendo en contra de la tan mentada “igualdad de oportunidades” con la que se llenan la boca.
¿Habla del federalismo y de trato igualitario para todas las provincias?, cuando el peronismo fue el mayor promotor del crecimiento del conurbano bonaerense y que le otorgó tantos subsidios a la luz, el gas y a los combustibles, que hacía que en Buenos Aires se pagara hasta 5 veces más barato los servicios públicos que en el resto del país. ¿En serio? ¿Se puede ser tan caradura? Y lo peor, ¿se puede ser tan idiota como para creerles?
También dijo Fernández: “lo que uno más debería desear como argentino, es que cada argentino tenga la oportunidad de nacer…”, ¿oportunidad de nacer?, ¿de qué oportunidad de nacer habla quien defiende el aborto?, ¿se puede ser más cínico y contradictorio? “…Y de morirse feliz después de haber vivido bien, en la provincia donde ha nacido”, ¿morirse feliz?, ¿Cómo Solange que murió sin ver a su padre?, ¿o Facundo Astudillo?, ¿o Franco Martínez?, ¿o Franco Isorni?, ¿o Luis Espinoza?, todos desaparecidos y muertos en democracia en este 2020.
Entiendo (no comparto) que los que “están prendidos” defiendan “el modelo”… ¿pero el resto?, ¿el laburante que deja más de la mitad de su sueldo en impuestos para mantener punteros y para que le den por sus impuestos la porquería de salud, educación, seguridad y justicia que tenemos?, ¿el profesional que como universitario debería ser capaz de ver más allá de las mentiras de los demagogos? Cómo decía Sarmiento y se aplica a los “educados” que egresan de la universidad: “era el que más sabia… Pero el que menos entendía”.
Lo cierto es que a decir del gran sanjuanino: “la ignorancia es atrevida”, pero aún es más atrevida la avaricia, la soberbia y el despotismo de quienes conducen hoy el destino de nuestra patria y que lejos están de seguir el siguiente principio rector del cuyano: “fui criado en un santo horror por la mentira, al punto que el propósito de ser siempre veraz ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de ello dan testimonio todos los actos de mi vida”.
Quienes creemos en la Libertad, en la igualdad ante la Ley y no por la Ley, y en el Respeto por la vida y la propiedad del prójimo, no solo tenemos el deber ético y moral, sino también la impostergable necesidad de oponernos y manifestarnos en contra de los atropellos que se están cometiendo contra los argentinos y contra la República.
El momento es YA… antes de que terminen de hundirnos y de someternos, antes de que no quede nada por salvar.
(*) Rogelio López Guillemain
La pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto profundo en nuestras sociedades. Además de la crisis sanitaria, ha afectado la educación, la vida social y los medios de subsistencia. A una economía difícil, esto lo ha profundizado aún más.
Para nuestros jóvenes muchos de estos impactos será a largo plazo y multidimensionales: Por ejemplo, 191 países han implementado el cierre de escuelas a nivel nacional o local, y 1,5 mil millones de personas no pueden asistir a la escuela ya que no disponen de tecnología básica para acceder a las plataformas educativas.
Sin embargo, hay muchos jóvenes liderando esta crisis y no se han quedado de brazos cruzados. Hay una Juventud que está apoyando el diseño y la ejecución de programas sociales pensando en caminos creativos y de respuesta.
También debemos destacar la variedad de emprendimientos que han surgido adaptando propuestas comerciales a estos nuevos tiempos donde se pudo ver la creatividad y el desarrollo de productores locales.
Es fundamental continuar apoyando estos proyectos para que tengan continuidad formulando estrategias competitivas, incentivando y se conviertan en micro empresas sustentables económicamente.
Sumar programas de recuperación en base a economías locales y ver como su fuerza creativa comienza a enriquecer a instituciones, proyectos sustentables y caminos nuevos para salir adelante.
Pienso que un camino de desarrollo es no solo fortalecer las economías regionales sino volver a los oficios, capacitarnos y tener herramientas prácticas para generar recursos propios.
Estamos atravesando un momento de reinvención muy grande y donde más que nunca necesitamos estar unidos, sacar nuestras fortalezas y trabajar juntos como sociedad pensando en lo que queremos construir, diseñando la sociedad futura, poniendo foco en nuestros recursos y liderar.
Es fundamental generar herramientas para crear una sociedad más igualitaria y solidaria y no solo como respuesta a la pandemia sino también pensando a largo plazo y abordando todos el compromiso de crear un cambio duradero.
Recuerda una crónica del diario perfil: “Eduardo Lorenzo Borocotó el 23 octubre de 2005 obtuvo una banca. Pero antes de asumir algo cambió. El 9 de noviembre visitó la Casa Rosada, acompañado por su hijo. ¿Con quién tenía cita? Con el actual presidente Alberto Fernández, quien era jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Borocotó se reunió con los dos. A Kirchner no lo conocía. A Fernández, sí.
El mismo día del encuentro en la Rosada, Borocotó anunció su partida del bloque macrista: armó un mono-bloque independiente, afín al kirchnerismo. Alberto Fernández explicó la jugada: "Tenemos que ser amplios. Hay muchos votantes y dirigentes de ARI que están descontentos con Carrió, por ejemplo. Y nosotros estamos abiertos a recibirlos, así como a los radicales, peronistas y a todos los que crean en el proyecto del Presidente".
En nuestras democracias actuales, se debería empezar a pensar en que los ciudadanos, en vez de elegir a personas que encarnen proyectos, ideologías, o letras muertas de lo establecido en partidos políticos, votemos directamente, proyectos, propuestas, modelos o formas de hacer las cosas y que la ejecución de las mismas, pase a ser un tema totalmente secundario, esto sí podría denominarse algo que genere una revalidación de lo democrático, pero no estamos en condiciones de hacerlo actualmente, primordialmente porqué el gobierno de ese pueblo, está en manos de uno sólo, a lo sumo, en cogobierno por un legislativo (con flagrantes problemas en relación a la representatividad, que sería todo un capítulo aparte el analizarlo) y supeditado a un judicial, que siempre falla, de fallar en todas sus acepciones, liberar la opción de ese pueblo, para que elija su gobierno, mediante las ideas que se le propongan, sin que sea esto eclipsado por la figura de un líder o lo que fuere, en tanto y en cuanto siga siendo uno, recién podrá ser posible, cuando su vínculo con la vida y la muerte, no tenga que ser anatematizado mediante la creencia o no creencia, que como vimos son las dos caras de una misma moneda, en un ser único y todo poderoso, creador de este mundo y de todos los otros, los posibles como los imposibles.
La violencia del estado que en la actualidad se traduce en su sobre-presencia en ciertos sectores a costa de la ausencia del mismo en vastas áreas y bolsones, la sobreactuación de un supuesto sentir o hacer democrático, en donde sólo se ejerce una dudosa aclamatoria de mayorías (sistemas de preselección de candidatos cerrada, como internas que no se llevan a cabo, que transfieren el sentido de elegir por el de optar, entre quiénes ellos, de acuerdo a sus reglas disponen que tengamos que optar, es decir elegir condicionados) debería estar tipificado en la normativa, como uno de los delitos más flagrantes contra las instituciones y el pleno ejercicio de la libertad, de tal manera, la ciudadanía no tendría excusas como para no levantarse en puebladas, en manifestaciones que dan cuenta de la total y absoluta anomia, en que la incapacidad de cierto sector de la clase política nos puede volver a conducir en cualquier otro momento u oportunidad. Propuestas es lo que sobra, se precisa de predisposición de estos para hacerles sentir a la ciudadanía que algo determinan, con el pago de sus impuestos y con sus votos. En tiempos electorales, una práctica que debería ser desterrada y que es una muestra expresa del democraticidio, es la compra de votos, sea mediante una dádiva, prebenda, por intermedio de corte de chapas, dinero, mercadería, merca o lo que fuere, como de las mentiras flagrantes e inconsistentes las que ofrecen por doquier. Como también lo es la no sanción de los hechos de corrupción, o la dilación en demasía para resolver los mismos, perpetrados por hombres que hayan pertenecido al funcionariado público.
Si somos presa de políticos corruptos seguiremos encarcelados en el imperativo de una sociedad penalizada y penalizante para sancionar delitos y no para reconvertir conductas que no nos lleven a ellas.
Hasta aquí sí se quiere, nada nuevo bajo el sol, o desconocido para todos aquellos a quiénes, Alfonsín nos prometió que con “la democracia se educa, se come, se cura, no necesitamos nada más, que nos dejen de mandonear…” la nueva modalidad, de estas suertes de “democraticidios” que nos afectan, es que el poder unipersonal del ejecutivo nacional, pasó a un sistema, tal como lo definió un constitucionalista “vicepresidencialista” y por tanto, Alberto, el creador del “borocotismo”, tal como Víctor Frankenstein, pasó a ser víctima de su propia creación, de su mutación práctica de lo representativo.
En la aceleración, profundización o intensificación del cristinismo, camporismo o kirchnerismo recargado, en el que recayó Alberto, no quedaría otro espacio en la historia para él, que un título de un libro escrito por Miguel Bonasso, acerca de Héctor Cámpora; “El presidente que no fue”.
La mayoría que se construyó a tales efectos, con una propagación mayor que la de un virus desconocido y contagioso, se reconstituye con proverbial dinámica y en las próximas elecciones demostrará cuán cerca o lejos puede estar de un poder político, en la actualidad, “borocotizado”.
(*) Por Francisco Tomás González Cabañas.