Opinión
¿Estado de bienestar o populismo criollo?
CRÓNICA POLÍTICA
¿Estado de bienestar o populismo criollo? Las diferencias son evidentes en cualquier parte del mundo, menos en la Argentina. La ignorancia, la mala fe, la alienación ideológica, suelen hacer su trabajo. Estado de bienestar y populismo criollo aluden a modelos de sociedades antagónicas. Las similitudes, si existen, sólo lo son en las apariencias, en la confusión que generan las consignas manipuladas, en el esfuerzo deliberado por confundir la virtud con el vicio, la justicia social con la demagogia o la preocupación por valorizar a los pobres con el afán por valerse de los pobres.
(www.ellitoral.com) Convengamos que el concepto “Estado de bienestar” posee un bien ganado prestigio histórico. En Europa se habla de ”los gloriosos treinta años”, para referirse al período transcurrido entre 1945 y 1975, cuando las contradicciones sociales y políticas que parecían irreconciliables pudieron procesarse sin perder su naturaleza contradictoria. Dicho de una manera conceptual, puede postularse que el Estado de bienestar se propuso resolver el antagonismo existente entre los principios de justicia y libertad o entre acumulación y distribución de la riqueza.
Los antecedentes de esta experiencia histórica pueden rastrearse en las iniciativas de Bismarck o los ensayos del laborismo británico y el socialismo democrático de los países escandinavos. El llamado “Nuevo trato” de Franklin Delano Roosevelt apuntaba en esa dirección, y algo parecido puede decirse de la experiencia “batllista” de Uruguay, experiencia digna de tener en cuenta, porque allí se probó que las reformas políticas y sociales eran posibles sin sacrificar la democracia, el régimen de propiedad y las instituciones republicanas. El “batllismo” oriental, en ese sentido, fue una experiencia de avanzada en estas tierras, una experiencia que se contrasta con ese otro modelo de poder que fueron las dictaduras bananeras, o sus primos hermanos políticos: los caudillos populistas.
De todos modos, no es casual que, a la efectiva mayoría de edad, los Estados de bienestar la hayan adquirido luego de la Segunda Guerra Mundial, con el auge de las ideas keynesianas y la derrota de las dos grandes experiencias totalitarias del siglo veinte: el comunismo y el fascismo. Nunca sabremos si las clases propietarias de entonces accedieron a ese modelo de sociedad porque eran sabias y sensibles. O, por qué no, miedosas, miedosas a la posibilidad real del avance del comunismo. A favor de ellas puede decirse que en lugar de optar por la dictadura, la represión o el genocidio, lo hicieron por la democracia y por la certeza de que al comunismo se lo derrotaba, como efectivamente sucedió, con más justicia y más democracia.
De todos modos, lo cierto es que el pacto entre un movimiento obrero que renunciaba a la revolución social, pero no a los derechos de los trabajadores y una burguesía que aceptaba consagrar esos derechos, fue efectivo y se tradujo en instituciones que establecieron derechos universales. Las consecuencias fueron visibles: mejores salarios, calidad educativa, servicios de salud y libertades civiles y políticas. Los errores no estuvieron ausentes, porque la perfección no existe en política.
¿Qué tiene que ver esto con nuestros populismos criollos y sus caudillos tropicales o líderes autoritarios enriquecidos, viciosos y narcisistas? ¿qué tienen que ver un José Batlle, un Felipe González, un Willy Brandt, un Ricardo Lagos o un Henrique Cardoso, con personajes como Chávez, Ortega, Correa o los Kirchner? ¿qué relaciones se pueden establecer con sociedades donde rige el Estado de derecho, la economía social de mercado, las instituciones republicanas y las libertades civiles, con regímenes que desconocen deliberadamente las leyes de la economía, desprecian a las instituciones republicanas y polarizan a la sociedad en antagonismos irreductibles? Nada. O casi nada.
Puede que algunos populistas se propongan sinceramente beneficiar al “pueblo”, pero esas buenas intenciones chocan periódicamente con concepciones ideológicas retrógradas, con un concepto de “pueblo” mitificado y en la mayoría de los casos más cercano al ideario fascista o comunista que a una versión democrática y abierta. Nunca lo olvidemos: para el populismo criollo el “pueblo” es siempre una masa orgánica, indiferenciada que delega el poder en el caudillo que lo interpreta y lo conduce. En esta versión, las clases sociales no existen, como tampoco existe el pluralismo, porque reconocerlo significaría admitir las diferencias, el debate y la alternancia, categorías que todos los populismos rechazan a libro cerrado.
En los Estados de bienestar se habla de bienestar del pueblo, valga la redundancia, mientras que los populismos se habla de felicidad, ese adjetivo tan caro a los demagogos de todos los tiempos. La diferencia entre bienestar y felicidad no es semántica. El bienestar refiere a políticas públicas, la felicidad a estados subjetivos. Para un socialdemócrata o un liberal avanzado, la felicidad es cosa de cada uno, pertenece al ámbito privado, mientras que para el populismo la felicidad es cosa de los gobernantes o, para ser más preciso, de la manipulación de los gobernantes.
Tres principios guían los fundamentos del Estado de bienestar: sustentabilidad, legalidad e institucionalidad. Ninguno de estos principios están presentes en el populismo criollo. Al desprecio de la economía, el populismo le suma el desprecio a las leyes de la república y el rechazo a cualquier forma de legitimidad política. Los Estados de bienestar se construyeron a través de arduas negociaciones parlamentarias y corporativas, negociaciones que concluyeron con acuerdos mayoritarios y se cristalizaron en instituciones destinadas a prestar servicios universales.
A estos valores y servicios el populismo criollo le opone el clientelismo, el nepotismo, el patrimonialismo y el prebendalismo. Mientras el Estado de bienestar trabaja en el mediano y largo plazo, el populismo es hijo de la coyuntura y nunca va más allá de ella. Los Estados de bienestar se proponen la inclusión social y política; el populismo es faccioso por definición; agita fantasmas, inventa enemigos, atiza diferencias y convoca a las multitudes a librar batallas imaginarias. Detrás de toda esa retórica brilla incandescente la ambición del líder o el déspota.
Los procedimientos del Estado de bienestar son democráticos e institucionales; las libertades funcionan, los partidos políticos son los espacios reales de la democracia representativa y la alternancia es una realidad. Basta echar una mirada a la Argentina kirchnerista o la Venezuela chavista, para apreciar las diferencias: libertades amenazadas, partidos políticos postrados, instituciones devaluadas y corrompidas. Lo grave, en todos estos casos, es que esta decadencia no es producto de la casualidad o la mala suerte, sino de políticas deliberadas y de políticos que se benefician con ese estado de cosas.
El Estado de bienestar presta servicios universales sobre la base conceptual de que toda persona vale y toda persona merece la oportunidad de mejorar su calidad de vida en sociedades con movilidad social ascendente. En el populismo criollo, la apelación al pueblo suele ser un recurso demagógico asentado en una visión ideológica inmovilista y reaccionaria. Los pobres en el populismo no son sujetos, sino objetos, objetos de manipulación del líder.
A las asignaciones universales, el populismo le opone la asignación privada o facciosa. El pobre no es un ciudadano digno de ejercer sus derechos, sino un “grasita” al que hay que atenderlo para que nunca deje de ser pobre y, sobre todo, nunca se olvide de que a los beneficios no los obtiene porque tiene derechos, sino porque hay un líder -o una líder- que tienen la buena voluntad de acordarse de ellos.
Un político del Estado de bienestar, a la hora de brindar derechos se parece a esa persona que ejerce la caridad de manera anónima; un populista repartiendo se identifica con el personaje que exige que le den las gracias y le levanten un monumento. Como se puede apreciar, las diferencias son políticas, pero también éticas. Las sociedades de bienestar no están exentas de crisis, pero en lo fundamental mejoran la calidad de vida de los hombres y mujeres. Por el contrario, los populismos criollos dejan sociedades devastadas por la corrupción y la pobreza.
¿Para qué lado nos vamos a inclinar los argentinos? ¿continuaremos aferrados a los mitos y dogmas de un populismo tramposo y venal u optaremos por experiencias más nobles y justas? Las alternativas están planteadas, las diferencias son visibles. Lo demás pertenece al campo de la historia y la política. Nunca olvidemos que peleamos por un país más justo para todos, pero sobre todo por un país más justo para nuestros hijos y nietos.
Dijo en San Juan el presidente Fernández: “lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres”.
Esto es tan falso, tan terriblemente insultante para la inteligencia, que es difícil decidir por dónde empezar a analizarlo. Sólo diré que Steve Jobs (Apple), Bill Gates (Windows), Jeff Bezos (Amazon) y Marcos Galperin (Mercado Libre), son algunas de las fortunas más grandes del mundo y de Argentina, y NINGUNO fue hijo de rico. Este pelotudismo socrático y retrógrado ha sido totalmente superado en los países desarrollados… ¡Y PRECISAMENTE PORQUE LO SUPERARON SON DESARROLLADOS!
Luego invocó a Alberdi y Sarmiento, reinterpretándolos con un pensamiento tan retorcido que los vuelve irreconocibles. Dijo admirarlos porque “vislumbraron la importancia de la educación pública, que nada es más importante que el conocimiento humano” y del sanjuanino aseguró que “en un gesto inigualable de igualdad, resolvió que todos los que estudian en la escuela pública calcen un guardapolvo blanco para que las diferencias sociales allí donde se aprende no aparezcan. Con todo eso nos dijo que el estado debe estar muy presente en el desarrollo humano y que finalmente lo que más vale es la igualdad, es propender a un sistema más igualitario”.
Pobres Alberdi y Sarmiento. Si pensamos cuales referentes históricos argentinos estuvieron absolutamente en contra de la intromisión del estado (que debía ser pequeño) en el quehacer cotidiano de los ciudadanos, fueron sin dudas estas dos inmensas figuras de nuestra patria. Hacer semejantes distorsiones de su pensamiento es una ofensa a sus memorias y, como se hacía en la escuela, debería lavarse la boca con jabón para limpiar sus palabras.
Alberdi decía que “la omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual” y que “la grandeza del vecino, forma parte elemental e inviolable de la nuestra”, LO OPUESTO al igualitarismo y el desconocimiento del mérito.
¿Y qué pensaba Sarmiento?, al que dijo admirar. El sanjuanino dijo: “las cumbres se alcanzan doblando el empeño” y “toda la historia de los progresos humanos es la simple imitación del genio”; Don Domingo era un ferviente defensor del mérito, concepto que el señor presidente denigra.
Es increíble que en la actualidad, con lo fácil que es conocer la realidad de otros países, todavía existan personas “educadas” (en realidad son apenas instruidas, la educación implica pensamiento crítico algo que les es ajeno) que sean tan ciegas como para dejarse engañar así.
El presidente habla de defender el federalismo y a las provincias del “pulpo” del puerto, cuándo el mayor héroe de esta gente fue Rosas, quien prohibió los puertos del Paraná para que todo el comercio exterior pasara por Buenos Aires, empobreciendo a las otras provincias. Obsesión rosista por el monopolio del puerto porteño que condujo a la muerte a valerosos patriotas en la Vuelta de Obligado, sacrificio disfrazado con la mentira de la “defensa de soberanía”.
Valga la apostilla: ese fue el mismo Rosas que le quitó los sueldos a los docentes de las escuelas y universidades estatales, hundiendo en la ignorancia a los pobres y yendo en contra de la tan mentada “igualdad de oportunidades” con la que se llenan la boca.
¿Habla del federalismo y de trato igualitario para todas las provincias?, cuando el peronismo fue el mayor promotor del crecimiento del conurbano bonaerense y que le otorgó tantos subsidios a la luz, el gas y a los combustibles, que hacía que en Buenos Aires se pagara hasta 5 veces más barato los servicios públicos que en el resto del país. ¿En serio? ¿Se puede ser tan caradura? Y lo peor, ¿se puede ser tan idiota como para creerles?
También dijo Fernández: “lo que uno más debería desear como argentino, es que cada argentino tenga la oportunidad de nacer…”, ¿oportunidad de nacer?, ¿de qué oportunidad de nacer habla quien defiende el aborto?, ¿se puede ser más cínico y contradictorio? “…Y de morirse feliz después de haber vivido bien, en la provincia donde ha nacido”, ¿morirse feliz?, ¿Cómo Solange que murió sin ver a su padre?, ¿o Facundo Astudillo?, ¿o Franco Martínez?, ¿o Franco Isorni?, ¿o Luis Espinoza?, todos desaparecidos y muertos en democracia en este 2020.
Entiendo (no comparto) que los que “están prendidos” defiendan “el modelo”… ¿pero el resto?, ¿el laburante que deja más de la mitad de su sueldo en impuestos para mantener punteros y para que le den por sus impuestos la porquería de salud, educación, seguridad y justicia que tenemos?, ¿el profesional que como universitario debería ser capaz de ver más allá de las mentiras de los demagogos? Cómo decía Sarmiento y se aplica a los “educados” que egresan de la universidad: “era el que más sabia… Pero el que menos entendía”.
Lo cierto es que a decir del gran sanjuanino: “la ignorancia es atrevida”, pero aún es más atrevida la avaricia, la soberbia y el despotismo de quienes conducen hoy el destino de nuestra patria y que lejos están de seguir el siguiente principio rector del cuyano: “fui criado en un santo horror por la mentira, al punto que el propósito de ser siempre veraz ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de ello dan testimonio todos los actos de mi vida”.
Quienes creemos en la Libertad, en la igualdad ante la Ley y no por la Ley, y en el Respeto por la vida y la propiedad del prójimo, no solo tenemos el deber ético y moral, sino también la impostergable necesidad de oponernos y manifestarnos en contra de los atropellos que se están cometiendo contra los argentinos y contra la República.
El momento es YA… antes de que terminen de hundirnos y de someternos, antes de que no quede nada por salvar.
(*) Rogelio López Guillemain
La pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto profundo en nuestras sociedades. Además de la crisis sanitaria, ha afectado la educación, la vida social y los medios de subsistencia. A una economía difícil, esto lo ha profundizado aún más.
Para nuestros jóvenes muchos de estos impactos será a largo plazo y multidimensionales: Por ejemplo, 191 países han implementado el cierre de escuelas a nivel nacional o local, y 1,5 mil millones de personas no pueden asistir a la escuela ya que no disponen de tecnología básica para acceder a las plataformas educativas.
Sin embargo, hay muchos jóvenes liderando esta crisis y no se han quedado de brazos cruzados. Hay una Juventud que está apoyando el diseño y la ejecución de programas sociales pensando en caminos creativos y de respuesta.
También debemos destacar la variedad de emprendimientos que han surgido adaptando propuestas comerciales a estos nuevos tiempos donde se pudo ver la creatividad y el desarrollo de productores locales.
Es fundamental continuar apoyando estos proyectos para que tengan continuidad formulando estrategias competitivas, incentivando y se conviertan en micro empresas sustentables económicamente.
Sumar programas de recuperación en base a economías locales y ver como su fuerza creativa comienza a enriquecer a instituciones, proyectos sustentables y caminos nuevos para salir adelante.
Pienso que un camino de desarrollo es no solo fortalecer las economías regionales sino volver a los oficios, capacitarnos y tener herramientas prácticas para generar recursos propios.
Estamos atravesando un momento de reinvención muy grande y donde más que nunca necesitamos estar unidos, sacar nuestras fortalezas y trabajar juntos como sociedad pensando en lo que queremos construir, diseñando la sociedad futura, poniendo foco en nuestros recursos y liderar.
Es fundamental generar herramientas para crear una sociedad más igualitaria y solidaria y no solo como respuesta a la pandemia sino también pensando a largo plazo y abordando todos el compromiso de crear un cambio duradero.
Recuerda una crónica del diario perfil: “Eduardo Lorenzo Borocotó el 23 octubre de 2005 obtuvo una banca. Pero antes de asumir algo cambió. El 9 de noviembre visitó la Casa Rosada, acompañado por su hijo. ¿Con quién tenía cita? Con el actual presidente Alberto Fernández, quien era jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Borocotó se reunió con los dos. A Kirchner no lo conocía. A Fernández, sí.
El mismo día del encuentro en la Rosada, Borocotó anunció su partida del bloque macrista: armó un mono-bloque independiente, afín al kirchnerismo. Alberto Fernández explicó la jugada: "Tenemos que ser amplios. Hay muchos votantes y dirigentes de ARI que están descontentos con Carrió, por ejemplo. Y nosotros estamos abiertos a recibirlos, así como a los radicales, peronistas y a todos los que crean en el proyecto del Presidente".
En nuestras democracias actuales, se debería empezar a pensar en que los ciudadanos, en vez de elegir a personas que encarnen proyectos, ideologías, o letras muertas de lo establecido en partidos políticos, votemos directamente, proyectos, propuestas, modelos o formas de hacer las cosas y que la ejecución de las mismas, pase a ser un tema totalmente secundario, esto sí podría denominarse algo que genere una revalidación de lo democrático, pero no estamos en condiciones de hacerlo actualmente, primordialmente porqué el gobierno de ese pueblo, está en manos de uno sólo, a lo sumo, en cogobierno por un legislativo (con flagrantes problemas en relación a la representatividad, que sería todo un capítulo aparte el analizarlo) y supeditado a un judicial, que siempre falla, de fallar en todas sus acepciones, liberar la opción de ese pueblo, para que elija su gobierno, mediante las ideas que se le propongan, sin que sea esto eclipsado por la figura de un líder o lo que fuere, en tanto y en cuanto siga siendo uno, recién podrá ser posible, cuando su vínculo con la vida y la muerte, no tenga que ser anatematizado mediante la creencia o no creencia, que como vimos son las dos caras de una misma moneda, en un ser único y todo poderoso, creador de este mundo y de todos los otros, los posibles como los imposibles.
La violencia del estado que en la actualidad se traduce en su sobre-presencia en ciertos sectores a costa de la ausencia del mismo en vastas áreas y bolsones, la sobreactuación de un supuesto sentir o hacer democrático, en donde sólo se ejerce una dudosa aclamatoria de mayorías (sistemas de preselección de candidatos cerrada, como internas que no se llevan a cabo, que transfieren el sentido de elegir por el de optar, entre quiénes ellos, de acuerdo a sus reglas disponen que tengamos que optar, es decir elegir condicionados) debería estar tipificado en la normativa, como uno de los delitos más flagrantes contra las instituciones y el pleno ejercicio de la libertad, de tal manera, la ciudadanía no tendría excusas como para no levantarse en puebladas, en manifestaciones que dan cuenta de la total y absoluta anomia, en que la incapacidad de cierto sector de la clase política nos puede volver a conducir en cualquier otro momento u oportunidad. Propuestas es lo que sobra, se precisa de predisposición de estos para hacerles sentir a la ciudadanía que algo determinan, con el pago de sus impuestos y con sus votos. En tiempos electorales, una práctica que debería ser desterrada y que es una muestra expresa del democraticidio, es la compra de votos, sea mediante una dádiva, prebenda, por intermedio de corte de chapas, dinero, mercadería, merca o lo que fuere, como de las mentiras flagrantes e inconsistentes las que ofrecen por doquier. Como también lo es la no sanción de los hechos de corrupción, o la dilación en demasía para resolver los mismos, perpetrados por hombres que hayan pertenecido al funcionariado público.
Si somos presa de políticos corruptos seguiremos encarcelados en el imperativo de una sociedad penalizada y penalizante para sancionar delitos y no para reconvertir conductas que no nos lleven a ellas.
Hasta aquí sí se quiere, nada nuevo bajo el sol, o desconocido para todos aquellos a quiénes, Alfonsín nos prometió que con “la democracia se educa, se come, se cura, no necesitamos nada más, que nos dejen de mandonear…” la nueva modalidad, de estas suertes de “democraticidios” que nos afectan, es que el poder unipersonal del ejecutivo nacional, pasó a un sistema, tal como lo definió un constitucionalista “vicepresidencialista” y por tanto, Alberto, el creador del “borocotismo”, tal como Víctor Frankenstein, pasó a ser víctima de su propia creación, de su mutación práctica de lo representativo.
En la aceleración, profundización o intensificación del cristinismo, camporismo o kirchnerismo recargado, en el que recayó Alberto, no quedaría otro espacio en la historia para él, que un título de un libro escrito por Miguel Bonasso, acerca de Héctor Cámpora; “El presidente que no fue”.
La mayoría que se construyó a tales efectos, con una propagación mayor que la de un virus desconocido y contagioso, se reconstituye con proverbial dinámica y en las próximas elecciones demostrará cuán cerca o lejos puede estar de un poder político, en la actualidad, “borocotizado”.
(*) Por Francisco Tomás González Cabañas.