Más serena, más reflexiva, lejos de la imagen de mujer hiperquinética que mostró hasta hace poco tiempo, Araceli González termina un año que ella define como una etapa de grandes replanteos y de mucho crecimiento. Un año en el que decidió dedicarse a hacer un programa de televisión en Paraguay y apenas algunas campañas gráficas en la Argentina para dejar descansar su imagen en el país que la vio crecer. Un tiempo en el que, después de dos años de separación de su segundo marido, Adrián Suar (37), puso su firma en un comentado divorcio.

¿Siente que da una imagen de mujer fuerte? Mirá, hace un tiempo estábamos en México. Ahí nadie me conoce y yo iba por todos lados como una desconocida más. Para mí esa situación era como un juego. ¿Sabés cuánto hace que a mí no me pasa que un tipo comience a mirarme desde lejos y se me empiece a acercar de a poco, como a cualquier otra mujer? Y me pasó ahí, con un italiano. Cuando finalmente me tuvo cerca me preguntó: “¿Usted es alemana?” Me dijo que lo había supuesto por mi aspecto Y yo me deprimí. Pensé que si daba esa imagen estaba sonada. Porque pensá: ¿qué aspecto tiene una alemana? El de una mina fría, distante, impenetrable. Evidentemente, esa es la imagen que doy. Entonces, la exposición pública no es el problema. No, el problema soy yo. Soy muy temerosa a relacionarme. Siempre pienso cuál será la doble jugada del otro. Por eso, trato de rodearme de mis afectos de toda mi vida. Pensó en retirarse. ¿Siente que ya consiguió todo lo que quería? No. Siento que tengo una vida con mucha experiencia. ¿Qué desea y no puede tener? Una familia. Porque como hija de padres separados ese era mi mayor deseo: tener una familia perfecta, como la Familia Ingalls. ¿Y con sus hijos no basta? ¿Necesita instalar un señor en su casa para sentir que tiene una familia? La verdad es que yo no tuve esa imagen familiar y siempre me resultó difícil imaginármela. No sé cómo manejarme con un hombre en la casa. Quiero que todo sea tan perfecto que no sé qué hacer. Lo cierto es que hoy un hombre completaría su postal familiar. No por ahora. ¿Por qué? Es que tengo un hijo varón… Yo soy muy antigua, soy un desastre. ¿Qué tiene que ver que tenga un hijo varón? Lo respeto. Si le tengo que presentar un novio a Toto me muero. ¿Lo habló en terapia? Sí, y mi psicoanalista me dijo que era normal. Que cuando uno se separa, por un tiempo siente esa especie de respeto por el hijo varón. Con Florencia no me pasó. Igual, creo que son mis tiempos. No me parece que me vaya a pasar toda la vida. ¿Prefiere mantener relaciones más livianas, pasajeras? No, eso no. Pero va a costar que un hombre entre a mi casa. Ahí somos dos bombachas y un calzoncillo. Me gustaría enamorarme pero necesito tiempo. Yo vivo todo muy intensamente, no puedo estar con alguien porque sí. Si no ¿después qué? ¿Apretás un botón para que el tipo desaparezca? Esa experiencia que la vivan los hombres. A mí me parece un horror. El sexo es importante, pero también hay otras cosas. Pero hace ya dos años y medio que se separó… ¿Qué me vas a preguntar? ¿No tuvo alguna que otra relación….? Eso no te lo puedo contestar interrumpe Araceli mientras se cubre las mejillas con sus manos—. No me hagas poner colorada. ¿Querés hacerle el reportaje a mis amigas para que ellas te cuenten lo anticuada que soy? Nadie lo puede creer. ¿Y qué hace con todo su erotismo? No vamos a mentir: después de separarte hay un tiempo en el que te sentís horrible. No podés erotizar a nadie. Después de una relación de catorce años las cosas no se resuleven en un mes. Mi vieja dice que olvidar a mi papá le llevó tres años. Yo también me tomé mi tiempo. Y en esa etapa no jugué con mis sentimientos. Porque en ese tiempo uno está como en espera. No estás atenta a ver quién se te cruza. Y ese tiempo yo me lo respeto. Y sé que no por eso soy una tonta o una monja. ¿Sigue en espera? No, ya estoy muy bien. Es como si uno empezara a florecer desde otro lugar. Recién cuando el duelo termina es posible empezar una etapa diferente. En este tiempo de mirar hacia adentro, Araceli González descubrió un nuevo placer: escribir. Por eso, casi todas las noches se sienta en su escritorio y, cigarrillo y mate de por medio, le da forma de relato a sus recuerdos, a sus emociones y a sus sueños. Tan entusiasmada está que, con esos escritos que hasta ahora sólo leyó su hija Florencia (16), piensa editar un libro: “Para que la gente me conozca a través de mis palabras y no por medio de lo que dicen los demás”, cuenta. “A partir de esta experiencia descubrí que escribo muy bien y que me gusta mucho hacerlo. Es un trabajo de mucha soledad”. ¿Se está acostumbrando a estar sola? Y, uno se va adaptando a la soledad. Se pone mañoso. Por ejemplo ya no sé si me bancaría un: Uy, hay que irse a acostar ahora porque sino él se ofende. Yo me acuesto a la hora que tengo ganas y camino por la casa cuando mis hijos duermen. ¿Le parece un logro haberse acostumbrado a estar sola o la entristece? A veces lo disfruto y a veces me pongo triste, por ejemplo, cuando veo una familia constituída en la que todo funciona normalmente. Aunque entiendo que lo que muchas veces parece normalidad en realidad tiene que ver con que mucha gente está dispuesta a ceder más cosas, a bancar. Hay veces en que estoy sola un sábado a la noche, mirando tele y la soledad me pesa más. Toto se va con su papá, Florencia sale con sus amigos y yo me quedo mirando tele, sola, y me da una cosa acá en el estómago. No lloro, pero me gustaría tener alguien a mi lado para conversar. ¿Cree que esa persona no apareció o que usted no la puede ver? Creo que puedo salir a la calle y encontrarme con alguien que se me clave en el pecho como un puñal. Ahora estoy más abierta, siento que estoy más cerca. Sé que para mí se cerró una etapa, un proceso. Ahora quiero dejar que la vida me sorprenda. Siempre planeé todo: ser la mejor modelo, la mejor actriz. Ahora quiero dejarme llevar un poquito. Hacer un poco la plancha. Sé que el universo es sabio que va a ponerme en el lugar en el que tengo que estar. Entre las cosas que ayudaron a Araceli a cerrar esta etapa, bien podría incluirse su divorcio. Un divorcio del que mucho se dijo, que algunos relataron como conflictivo y del que recién hoy Araceli se atreve a hablar. “No fue conflictivo como se dijo por ahí”, aclara. “Nada que ver. Que entre nosotros se haya terminado una etapa no convierte al otro en una mala persona. Tanto es así que en mi casa podés encontrar al papá de Florencia —Rubén Torrente— tomando mate y, otros días, a Adrián”. ¿También toman mate juntos? Podrían. Son re amigos. Yo por suerte, en ese sentido soy muy clara. ¿Para usted fue más fácil separarse o divorciarse? Lo más fácil es casarse. ¿Y separarse o divorciarse? Separarse es más duro. El divorcio es una cuestión de papeles. Sin embargo, hay un dicho popular que dice que los maridos realmente se conocen en el divorcio. No en mi caso. El siguió siendo siempre la misma persona. Cree en el casamiento para toda la vida. ¿También cree que el divorcio es para siempre? No sé. No me lo planteé. Dice que su divorcio no fue conflictivo. ¿Eso fue porque cedió más de la cuenta para evitar las confrontaciones? ¿Supo defender lo suyo o la traicionó el afecto? Creo que uno tiene que defender lo suyo siempre. El día que decidimos divorciarnos yo ya estaba plantada en otro lugar. No me iba a divorciar hasta que no sintiera que había cortado de verdad. Uno se divorcia cuando sabe que ya no hay chance, cuando ya no está en juego el afecto. Además, los dos nos psicoanalizamos mucho, hicimos terapia de pareja, aunque no seamos el mejor ejemplo de los buenos resultados que esa clase de terapia puede dar. ¿Cree que su ex marido se quedó con algo que no le correspondía? No. ¿Y que el divorcio le dejó a usted algo que no es suyo? Tampoco. Siento que fue justo. Eso: todo fue justo y necesario.