Signos Literarios
La necesaria africanización del ser
FRANCISCO TOMÁS GONZÁLEZ CABAÑAS
Desde antes que la ciencia occidental determinara que los primeros homínidos con características humanas (los que, de acuerdo al saber mencionado, los pondría en el eslabón perdido, en esa escala que determina qué deja de ser animal y pasa a ser humano) habrían podido tener su origen en el continente africano, este espacio en el mundo ha sido el reducto en donde depositamos todos nuestros temores, nuestras incertidumbres, inseguridades políticas, sanitarias, sociales y económicas que, como efecto secundario y letal, tiene como resultante no sólo haber enajenado de su africanidad al habitante de este continente, sino haberlos sentenciado a siglos de sometimiento, de esclavitud, de marginalidad, hambruna y de señalamientos peyorativos desde el ámbito mismo del saber occidental. Sin embargo, y producto de esto mismo, bien podría constituirse en lo subyacente a lo humano no sólo desde lo etnológico o antropológico, sino de lo filosóficamente explícito, tal y como lo entendemos, desde fuera de la africanidad.
No podemos abrir ninguna variante de análisis sin antes reparar en la razón de las primeras y de las últimas causas. Esto que se nos ha transmitido como filosofía occidental tiene que ver con el modo de entender y entendernos en el mundo. Desde este inquietud metafísica, inherente a nuestra condición, es que sin pretender arribar a ninguna conclusión cierta (y esta es una de las grandes diferencias con la ciencia) discurrimos por senderos harto explorados como inexplorados, y estos últimos son precisamente los catalogados como no oficiales, no santificados por la academia occidental, que no es más que otra herramienta de dominio y sometimiento, y que necesariamente nos impele a pensar desde esta sabana in extenso, en donde nuestra fragilidad se torna más evidente, nuestro desamparo aún más determinante y lo único que tenemos por delante es nuestra valoración de que debemos sobreponernos a lo que tengamos que enfrentar. Esto es básicamente filosofar, insistimos desde la posible asepsia que le podríamos realizar de sus condicionamientos, ergo contaminación, de la que ha sido víctima durante miles de años y que necesariamente nos conduce, en sentido figurado, a que el pensamiento, puro y duro, óntico o metafísico, es, ni más ni menos, que la Africanización del ser.
Este estado puro, al natural, despojado de la materialidad que supuestamente nos garantizaría aquellas certezas a las que desesperadamente pretendemos asirnos, nos lleva como humanidad a la construcción de mundos opuestos, disímiles, en paralelo, en donde en ciertos lugares llevamos a cabo, utilizando todos los recursos que tengamos a mano, acciones tendientes a que quiénes allí estén vivan rodeados de esas certezas, políticas, sociales y económicas.
Las mismas no sólo son fictas, que se ajustan más por expectativa de cumplimiento, que por cumplimiento real, sino que además precisan de que exista aquel otro terruño desde donde se obtiene tanto materia prima para consolidar el desarrollo que florece en el otro lugar, sino también su contrapartida figurada, su contraformato, su dimensión espejo, en donde las seguridades supuestas del lugar atiborrado de civilización o de occidentalidad se fortalecen al ausentarse en grado exponencial, en donde la humanidad se desangra con las inseguridades que dejan al ser develado, destemplado y que para colmo de males ni siquiera le autorizan la utilización del concepto del filosofar, haciendo uso de la herramienta ya señalada de sometimiento que pone en valor o bajo vara qué es lo pensable o bajo qué condiciones y que no.
Occidente ha pergeñado este sistema unívoco en donde extensos latifundios, continentes enteros, no pueden, al no estar autorizados, al no contar con ese grado de civilidad que impusieron como eje rector de acuerdo al báculo imperialista con el que determinan qué cosa significa y por sobre todo, cuánto vale qué cosa en el mundo, navegan entonces en sus propias aguas borrascosas que no son ni más ni menos que las aguas más claras, prístinas y auténticas en donde puede observarse el espíritu de lo humano.
Debemos ir en búsqueda al rescate de esta posibilidad, o de esta realidad, que estos continentes no sólo están libres de aquellas seguridades impuestas por el orden enciclopédico y ciencista, sino que esto mismo que a la luz los muestra tan profundamente inseguros para ellos mismos y para los otros, los transforma en los sitios en donde se acendran los aspectos más profundos y auténticos de la humanidad. Si tuviésemos que construir una metáfora a partir de esto mismo, diríamos que la humanidad posee en este continente, como la región latinoamericana que bien podrían conformar un solo bloque conceptual, histórico y filosófico, una puerta de ingreso tan seguro de sí que no necesita una llave de resguardo que proteja o ponga barreras o impedimentos a todos aquellos que queramos ingresar a la misma, que es en definitiva el ingreso a la experiencia humana. Claro que, una vez adentro, en determinados recintos en donde se especifica la condición de la humanidad, en donde reina el occidentalismo en su sentido más peyorativo, aquella ausencia de llave, aquel ingreso libre y no cifrado, es como una sustancial falta de un todo que básicamente se define como ausencia de seguridad.
Estableceremos tres pasos metodológicos para dar como verosímil lo que sostenemos. Partiremos desde la posibilidad ocluida (demostraremos esta clara y contundente oclusión) de que África, trabajado como un mismo eje conceptual e histórico que la región latinoamericana, no puede pensar o ejercer filosofía en términos occidentales o académicos o cientificistas, que es lo mismo. Continuamente, extenderemos ese concepto de “sabana” de lo incierto o indeterminado, desde donde la africanización del ser se encuentra catalogada como peligrosa para sí y para los demás o derredor, como para entender o comprender si finalmente esa incertidumbre se constituye como eje de lo maligno, de lo perjudicial. Finalmente interpretar la necesidad, que la Africanización de parte de la humanidad, la misma en donde sigue oculto el ser, es condición necesaria para que esos otros puedan constituirse como rectores de lo normal, de lo admirable, de lo referencial, de lo beneficioso, de lo seguro, por más que así no lo sea ni por asomo, pero que por esto mismo precisan de la recreación de esta suerte de espejos contrapuestos, o estas ideas proyectadas de lo real, tal como hace más de 2500 años atrás lo planteaba por ejemplo Platón en sus diálogos filosóficos.
Consideramos que la vinculación, o más convenientemente expresado, el sincretismo, de ambos conceptos (Filosofía y Latinoamérica o cualquier otro patronímico o gentilicio, filosofía y África) para elucubrar en claustros educativos la categoría de Filosofía Latinoamericana o Africana no es más que un ejercicio literario, poesía académica, material exquisito, en ciertos casos exótico y en otros necesario para reafirmar contra fácticamente el dominio conceptual de lo occidental o de su desprendimiento, el eurocentrismo o el lationamericanismo o africanismo como mera reacción que justifica aquello. Claro que no caprichosamente hemos vinculado dos espacios geográficos que a consideración política no tendrían una entidad común cuando en verdad desde el proceso que dio inicio a la tierra misma (Pangea) África como América Latina no eran más que un mismo bloque, una unidad territorial que más allá de los procesos geofísicos que la dividieron, océano mediante, forjaron miles de años después una historia común en donde ya los espacios territoriales, con sus habitantes y con ello su cultura propia, fueron masacrados, física y culturalmente, por una conquista que no tuvo reparos en arrasar todo lo que considerase no apropiado para sus categorías de comprensión del fenómeno humano.
Desde la inmemorialidad (que no debe ser entendida como inmoralidad, porque quizá ese término de moral plantea otro tipo de cuestiones que aquí no se ponen en juego) de la conquista que venimos peleando guerras que no son nuestras, ese famoso apotegma de ser hablados o ser pensados ha avanzado, o mejor dicho se materializo, en que seguimos siendo el cuerpo irresoluto, los jirones piltrafosos que se comercian en transacciones, muchas veces de metálico, como de productos o miles de nosotros que le pusimos y le seguimos poniendo el cuerpo a guerras que se han librado por esos conceptos, por esos intereses, por esas categorías que nada o muy poco tienen que ver con nosotros. Y en caso de que tengan que ver por el imperio de la praxis y por el peso de la historia con los millones de litros de sangre de nuestros ancestros, derramada, deberíamos al menos tener el derecho o la posibilidad de preguntarnos que es lo que compartimos, en qué es en lo que estamos de acuerdo, qué tomamos, de eso que nos impusieron allá lejos y hace tiempo.
Que nuestro sistema funcione desde hace cientos de años con millones de pobres, excluidos, marginados un tercio cuando no casi la mitad de la población en vastos de nuestros terrenos no puede ser consuelo o perspectiva que nos incite a tener una mirada positiva. Y ya que estamos con ese término, tantas cosas bajaron de esos barcos como ese concepto de positividad que le debe resultar de tal forma a nuestros tuteladores, a los imperialistas, a los que sí les cierra la ciencia, desde la medicina hasta la industrial, para que nosotros sigamos poniendo los cobayos humanos, las dolencias más aberrantes y ellos se lleven sus curas circunstanciales y sus dividendos suculentos. Las usinas en las que se viene enseñando a nuestros niños que el mundo debe ser habitado y vivido tal como su entendimiento o sus talentos así lo han indicado nunca nos dieron resultados del que podamos estar mínimamente satisfechos. Ni la política, ni la juridicidad, ni la comunicación, tal como nos vienen enseñando desde esas perspectivas eurocéntricas, nos ofrecen respuestas a las demandas de nuestras poblaciones, que no casualmente además de las hambrunas y la desigualdad también padecen sus democracias inacabadas, sus sistemas punitivos que no redimen, ni expían, sino que exacerban las diferencias, las recrudecen en grado sumo. Tampoco sus técnicas, ni de riego, de cultivo, o de producción de elementos, puede ser vista como un avance (ese es otro de los engaños, como si la vida fuese una escalera o un dispositivo que tenga una bandera al final de llegada) dado que desde esa positividad de la técnica no hacen más que enfermar el cuerpo de quienes manipulan esos elementos como de los que los consumen, lo mismo que esos avanzados sistemas de detección temprana de problemas de salud, para que concluyan siempre en ese otro invento del stress que no puede ser visto ni medido por ninguna de sus máquinas que se preciaban de medirlo y observarlo todo.
Su mundo y su sistema, para no extendernos en cada uno de los campos en donde se aprecia que es un terreno fértil para que ellos se lleven la cosecha, producto del esfuerzo de nuestras siembra en nuestras tierras, no ha modificado en nada la profundidad de nuestra humanidad, es decir, no es que mediante sus lecciones su civilización vivimos muchos años más, o la calidad de los mismos puede considerarse como sustancialmente mejor. No somos más felices que antes cuando no nos cuestionábamos acerca de si lo éramos.
Partiendo de una de las aporías más decisivas de la historia de la humanidad, del discernimiento entre lo uno y lo múltiple, para el develamiento, interpretación, invención, deconstrucción, o cualquier término por el cual hayan surgido las más diversas corrientes de pensamiento (que no dejan de ser conversaciones, concatenadas con el fin, de dialogar de manera intergeneracional y corriendo lo sucedáneo del tiempo) nos encomendamos a la encomiable empresa, jactancia intelectual mediante, de invalidar la categoría de Filosofía Latinoamericana o Africana, no sólo desde la perspectiva etimológica, histórica y en definitiva discursiva, sino demostrando, bajo la lógica del razonamiento arriba señalado como uno de los puntos neurálgicos del juego de conceptos de las primeras y las últimas causas, validando por ello las infinitas filosofías que existirían dentro de esa delimitación latinoamericana o africana como decena de casos puntuales de que supuestas subcategorías, o no, existen en cuanto tales, es decir, como formando parte de un categorial que los englobe, que los enmarque (no podría nadie determinar su lazo de vinculación o pertenencia, nadie que no se pretenda dominante, como por contraposición o reacción, ante ese predominio de la filosofía occidental, o filosofía a secas que, per se, refiere a todas las filosofías, desde ese imperialismo intelectual, paradójicamente del que nacerían esos grandes concepto de filosofía latinoamericana o africana) o existen en forma múltiple, en todas las manifestaciones que así se pretendan y que mediante el uso de la semántica así lo señalen.
La multiplicidad de filosofías dentro de lo que geográficamente se considera Latinoamérica o África (aquí es donde podríamos entender que bien podrían haber sido tratado antes como una misma unidad conceptual, acaso no fueron un mismo lugar como lo expresamos en el proceso de la Pangea. Esta es una de las razones por las que lo consideramos un solo bloque inescindible a lo latinoamericano con lo africano no podría ser validada en una unidad (como todas las delimitaciones categoriales, surgidas desde los preceptos de la conquista como más luego del sincretismo, violencia mediante). Y aquí hacemos hincapié en este espacio geográfico concreto, pues es donde la tradición eurocéntrica más permeable o flexible se muestra como para aceptar la posibilidad de una filosofía que hable en sus mismos términos; huelga destacar que para nosotros no conlleva ningún interés particular, más allá del observable y destacable para corroborar nuestras hipótesis. Invalidada la posibilidad de la unidad pretendida por el alma académica que, obviamente, actúa por instituciones y usinas de poder que son generadas desde aquel imperialismo intelectual que se pretende, con la arrogancia del que plantea las reglas de la discursividad, como los únicos aptos para determinar cuáles son los límites del pensamiento. En el caso de que este tenga límites, claro está.
Advertir que en verdad estamos en presencia de un fenómeno de perspectiva, de pensamiento, o de como queramos llamar, que pese a ser conquistado en otros sentidos no ha dejado de pensar, bajo sus propios términos tan interesantes, que alguna vez podríamos caer en cuenta que nuestro Occidente en crisis lo precisa como maná del cielo, pero que para esto debemos prescindir de sus formulismos, y por sobre todo de sus métodos y rigores, viciados de una significación que obliga al ocultamiento de lo pensable o filosofable que podríamos encontrar muros afuero de lo europeo u occidental.
“La filosofía latinoamericana no debe circunscribirse a aquellas reflexiones que solamente tienen como objeto el mundo cultural, ético, político, religioso, socioeconómico etc., de los países de esta parte de América, aunque algunos autores con argumentos válidos también así la conciben. Por supuesto que de algún modo tienen que aflorar tales problemas en el ideario de cualquier filósofo de esta región con suficiente dosis de autenticidad. Pero el hecho de que aborde estos temas no le otorga ya licencia de conducción para las vías de la universalidad”. (Guadarrama González, Pablo, 2008, p.3)
Consideramos que más allá de la necesidad latinoamericana, africana o asiática de reafirmar sus procesos de pensamiento, sus prioridades y por qué no con ello, la revisión de su historia con los elementos condicionares y por sobre todo vejatorios bajo la auto-asignación o el bautismo de sus corrientes, es una necesidad eurocéntrica que exista otro que prenda emular, tomar de suyo, o ser parte, sin el estigma de víctima, de la que siempre, por otro lado ese occidente intrusor, se ha adueñado bajo el término del universalismo.
Superado el obstáculo terminológico o metodológico para asumir o no una denominación acerca de una filosofía patronímica para que la misma sea aceptada en los reductos o claustros del saber descontamos de la necesidad de la misma, en un sentido estrictamente político, sobre todo en los supraorganismos internacionales que regulan el derecho internacional público y privado, el contratismo social a escala universal por llamarlo de alguna manera.
Neologismos, contradictorios en sí mismos, que surgen para acendrar la necesidad de la existencia de organismos internacionales que planteen la generalidad de lo humano a través de la fundamentación del logos como razón (valga la redundancia) fundante de lo jurídico y lo ético, que dan razón de ser a tales instituciones que se pronuncian cada tanto en documentos ceñidos como expresiones de deseo bajo términos categoriales provenientes de las academias que determinan la razón en sí en que deberíamos entendernos todos los seres humanos, la necesidad por tanto de que la explicación o aseveración de las primeras y últimas causas, es decir la filosofía como concepto y en su ulterioridad como piedra basal de imposiciones dialécticas que luego se transforman en imperativos de poder fáctico, existan en lugares como Latinoamérica y África como condición necesaria para la imposición de modelos de organización social (colectivos, por ende políticos) como de formas de vida (individuales, por ende, existenciales) cuando en verdad en la manifestación, sincretismo violento mediante, sus expresiones filosóficas (en caso de que las hubiere entendida desde el categorial de la filosofía del logos occidentecentrista) surgen desde manifestaciones poéticas o artísticas-danzantes. Organismos internacionales que regulan lo político, lo económico-comercial, lo vivencial (salud, expresión-comunicación etc.) amparados en la declaración de los derechos universales del hombre, acotados en sus maniobras fácticas o prácticas por tanto que solamente condicionan desde lo teórico o teorético, por la autodeterminación de los pueblos encuentran en el logos occidental, dialógico o que dialoga, de un tiempo a esta parte, con el Oriente adormecido o aletargado por el opio de la razón instrumental impuesta por aquel Occidente en los periodos de conquista, no han resuelto este dilema trascendental que vincula dos continentes, dos expresiones de ser ante el mundo; la latinoamericana y la africana. Si bien son dos procesos disimiles y en estadios diferentes, a través del relato filosófico, de la filosofía como discurso validante o validador para que se dispongan supuestos derechos universales que en verdad jerarquizan la relación entre clases distintas de hombres que no son como las corrientes europeas de pensamiento nos quisieron hacer entender (dominantes y dominados, opresores y oprimidos) sino más que bien son los que vivencian la existencia, desde los límites del lenguaje, de esa construcción iniciada con los primeros filósofos griegos, a diferencia de quienes lo vivencian desde la expresión poética, fundante de las aseveraciones estipuladas luego en esos logos fundante, imperantes y condicionadores.
La noción de universalidad aplicada a lo estricta o particularmente filosófico se lo debemos a Hegel (1970), uno de los alemanes eminentes que sí nos permite la digresión, no pueden eludir el haber conformado esa “conciencia alemana” que convalidaría con los votos, años luego, el horror plasmado con el régimen social y político más siniestro de la historia moderna. Su consideración acerca de esa universalidad la anatematiza escindiendo, apartando, colocando en una cámara de gas, a regiones enteras del globo, precisamente a todo un continente:
“Lo que por África propiamente entendemos es la carencia de historia y… lo que todavía se halla del todo confundido con el espíritu natural y lo que aquí debería ser mostrado como propio tan solo del umbral de la historia universal… Al sabernos ya desembarazados, de eso nos hallamos en el escenario auténtico de la historia universal.” (Hegel, Georg, 1970, p.62)
Podríamos extendernos en otros pasajes de la obra mencionada en donde se realizan apreciaciones antropológicas que orillan claramente lo proverbialmente discriminador y xenófobo. De todas maneras, es más interesante detenernos en esta construcción teórica de lo universal (desde ya que esta consideración proviene de la herencia inoculado por el poder del claustro que dispuso que la primera historia de la ciencia de la verdad sea el Libro I de la Metafísica de Aristóteles, como sabemos se podrían seguir escribiendo obras completas del aristotelismo en Hegel, desde la continuidad que hizo el teutón de los principios de tesis y antítesis propuesto por el estagirita como corolario simbólico de la síntesis, complementada por aquel, por ejemplo, que profundiza nuestra autor citado, desterrando de las fronteras de lo filosófico también a América:
“El nombre de nuevo mundo proviene del hecho de que América y Australia no han sido conocidas hasta hace poco por los europeos… este mundo es nuevo no solamente relativamente, sino absolutamente… Los americanos viven como niños que se limitan a existir, lejos de todo lo que signifique pensamiento y fines elevados. Las debilidades del carácter americano han sido la causa de que se hayan llevado a América negros para trabajos duros.” (Hegel, Georg, 1997, p. 170)
Finalmente y como si le cupiese algún tipo de duda a cómo consideraba la universalidad filosófica, nuestro autor lo deja expresamente narrado:
“En Occidente estamos en el verdadero suelo de la filosofía; allí tenemos que someter a consideración dos grandes formas, distinguir dos grandes períodos, a saber: 1) la filosofía griega y 2) la filosofía germánica.” (Hegel, Georg, 1984, p.211).
El mundo americano que fuera descubierto en virtud más por la intervención del azar como necesidad y de los caprichos de la aventura que de los progresos de una ciencia, supuestamente siempre en ciernes y brindando la posibilidad de extender la fronteras de lo humano (podríamos afirmar que un maridaje indisoluble, lo constituyen Occidente y la técnica que van a la postre en una suerte de carrera, alocada, hacia una finalidad que no presenta metas precisas, ni mucho menos naturales, sino que se impostan como espejismos que sostienen aquella unión ficta) funda la nueva territorialidad bajo el imperativo categórico de lo educativo y lo político. Debemos nuevamente desandar lo que nos deja la herencia, la tradición o los cánones academicistas y a su vez, no por ello, caer en ese exotismo que esa misma academia lo tolera o acepta como excepción a la regla y que definen como multiculturalismo. Es decir, no podemos, no debemos, poner o citar a un hermano originario, autóctono o primitivo, que por tradición oral haya recibido de sus ancestros el ritual que de acuerdo a sus concepciones del mundo lo acercaban al hombre con la eternidad. Esto sólo sería un apartado menor en un curso en una facultad europea de filosofía o antropología, la verdad correría por lo que quedó asentado, muchas veces por manos barbáricas (precisamente este término es una muestra cabal de cómo ha entendido siempre lo europeo lo ajeno y lo propio, bárbaros eran considerados los que habitaban fuera de la Roma imperial, el correrse de ese límite ya los hacía pertenecer a un submundo peyorativo) casi siempre manchadas de sangre, contaminadas por el hedor de lo peor de la condición humana, o lo que simplemente se entiende, o se trata como historial formal u occidentalmente aceptada.
Independientemente de los millones de litros de sangre derramadas para que desde la pluma podamos expresar esto mismo, como una nimiedad en el presente capítulo de lo humano, lo cierto es que deberán ser otros, más allá de los que ya han sido, quienes consignen estos actos despreciables con la vida y con la humanidad entendida, precisa y paradójicamente, bajo categoriales pura y exclusivamente occidentales, dada que nuestra intencionalidad discurre por dejar en claro que pese a tamaños actos de sujeción, esa misma conquista entronizada en cuerpo y alma mediante la violencia ha hecho que dos continentes conquistados puedan ser sometidos filosóficamente, es decir desde la esencia misma de la identidad de sus respectivos pueblos que forman unidades políticas en donde habitan y habitaron millones de personas a lo largo de siglos.
Para dejar aún más claro el planteo, referimos que pese a la imposición, a la ocupación y a la dominación en todos los órdenes y durante siglos no se ha podido obtener por parte de ese Occidente dominador el alma, el espíritu, la esencia, o en el más griego y por ende occidental de los conceptos, la ousía de los pueblos latinoamericanos y africanos.
Y en tal desasosiego social, cultural, económico y político que padecieron, padecen y padecerán en las sabanas africanas, como en todo el resto del continente, desde donde se dice que pudimos provenir como especie, puede emparentarse el desconcierto, o la desestructura, o lo incierto que nos produce en nuestra actual occidentalidad que nuestros sistemas, pese que nos dicen que son medibles, objetivos o van tras una finalidad, que pese a errores alcanzarán, es precisamente en donde podríamos asirnos de la piedra filosofal, el imposible de localizar la cosidad filosófica, el quid de la cuestión, en esa Africanidad destemperada, imposible de catalogar sin la liberación de nuestras formalidades o requisitos que nos inhabilitan en nuestra condición de sujetos. Allí es donde, en ese baile, en esa danza, en ese canto, en esa contemplación lisa y llana del horizonte, sin más que la conformación misma con el paisaje, en la reducción del uno en lo múltiple, es donde lo absoluto deja de ser tal para transformarse en la vida misma, un vivir filosofable mediante tal Africanización del ser.
En honor a los 120 años del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado entre Argentina y Japón el 3 de Febrero de 1898, se lanzará el jueves próximo desde el Jardín Japonés (Buenos Aires) el primer concurso internacional de Poesía Japonesa “Tierra de Haikus”. La iniciativa es impulsada por la Fundación E Jendú Arte y Cultura, Imagen Diplomática, la Fundación “Andresito de las Misiones” y el Observatorio Social por la Paz y cuenta con el auspicio de la Embajada Japonesa en Argentina.
Las organizaciones que impulsan el certamen desarrollan sus actividades con miras a la reafirmación y expansión en todo el mundo de la Cultura de paz, con especial atención a la filosofía y los objetivos de Naciones Unidas, representados en sus distintos estamentos y agencias, como así también en sus diversos Programas, Fondos y Organismos, que tienen por principal causa el derecho de todos los pueblos del universo a la paz duradera y definitiva.
Este Primer Concurso Internacional tiene como objetivo principal la exaltación de la poesía en general y de la poesía japonesa en particular; al mismo tiempo que busca reafirmar el espíritu de confraternidad y amistad entre el Japón y la Argentina, en Honor y Homenaje a los 120 años del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado entre ambos países el 3 de Febrero de 1898
Vale señalar que el milenario Haiku, es una composición poética japonesa que consta consecutivamente de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas (diecisiete en total).
Signos Literarios
Otra publicación en revista internacional para teórico correntino
FRANCISCO TOMÁS GONZÁLEZ CABAÑAS
La propuesta de reforma democrática, “El voto anticipado” del autor Francisco Tomás González Cabañas fue publicada por la prestigiosa Revista española de la transparencia, ISSN-e 2444-2607, Nº. 6, del año 2018, en las págs. 102-104. Para el creador del índice democrático, herramienta que mide las prácticas democráticas en los distintos poderes de los distritos auditados, se trata de la publicación número quince por parte de revistas internacionales que imponen estándares de exigencia y de calidad para publicar desarrollos teóricos, que como en otras elaboraciones de González Cabañas (voto compensatorio, gabinete ciudadano, cámara de dipunadores) sostienen novedosos criterios o categorías para remozar la democracia como la experiencia que puede, o debe, seguir siendo mejorada para representar, palmariamente, el gobierno del pueblo o de los ciudadanos.
“Al establecer la posibilidad de un voto anticipado, se conseguirían modificaciones sustanciales, giros copernicanos en la política cotidiana, que al constituirse en concomitantes, complementarias o en paralelo, con el voto o sufragio clásico y tradicional, de ningún modo significara una ruptura conflictiva, una instancia revolucionaria traumática, sino simple y llanamente la consolidación de la democracia misma, resignificando, desde lo electoral su definición histórica como etimológica.
El voto anticipado, permitirá que el ciudadano, en los tiempos actuales en donde considera un valor positivo el compartir sus gustos, preferencias y elecciones, ante sus semejantes, por intermedio de plataformas virtuales o de redes, haga lo propio con su preferencia electoral o política. El voto o sufragio clásico, que en varias aldeas occidentales, sigue amparado por ley, para que se lo respete en su condición secreta, fungió con utilidad hace décadas atrás, cuando las realidades sociales y existenciales no habían sido gravitadas por la explosión del mundo digital y de la cada vez más influyente inteligencia artificial. Sería más que una falta de tino el señalar, como se vio modificada la vida diaria del occidental promedio, de dos décadas a esta parte, más bien, es incomprensible como aún no se haya generado, hasta esta oportunidad, la posibilidad para que el ciudadano moderno, pueda hacer visible, pueda exteriorizar sus elecciones políticas, y en el caso de que lo decida que lo comparte y difunda, tal como lo hace con todos los otros (al menos tiene tal posibilidad) aspectos de su vida que no solo son considerados públicos, sino también áreas o zonas privadas”.
Estos párrafos que hacen mención al desarrollo teórico de Francisco Tomás González Cabañas, publicados por la revista internacional de marras, evidencian el grado de audacia teórica, de arriesgada creatividad, sostenidas en giros arguméntales y en razonamientos acendrados en la historia del pensamiento que lo preceden al correntino, construyendo para sus consideraciones y categorías un sendero en donde seguramente tantos más que vengan con él o detrás suyo, erigirán bajo estos pilares una nueva consideración de lo político como de lo democrático.
El texto “Crónicas de Bosque” de Francisco Tomás González Cabañas, fue publicado en la Revista editada en el Perú “Dúnamis”, en su número 8 del año 9, correspondiente a Septiembre del año en curso.
Con la presente el autor suma 8 publicaciones en revistas internacionales (la mayoría de ellas especializadas en filosofía) en menos de un año, como dos libros de filosofía política publicados, uno de ellos (El Voto Compensatorio) editado en Alemania, y la aceptación a más de una veintena de diferentes congresos internacionales de diversas ponencias oportunamente enviadas y aceptadas.
Crónicas de Bosque, es un relato ficcional, que vislumbra una crítica social que encierran al autor en sinuosos laberintos de persecución e indiferencia por parte de quienes pretenden una sociedad sesgada, en donde las decisiones son tomadas por facciones con poder circunstancial y por tanto el ejercicio ciudadano y la vida democrática, pasan también a ser literatura o filosofía ficcional.
CRÓNICAS DE BOSQUE
Se estima que tiempo antes de la existencia de los guaraníes nuestras tierras fueron habitadas por una civilización que ha dejado muy pocos rastros de su existencia. Alcanzando el grado de mito, como la célebre Atlantis, daremos cuenta, de la información que contamos acerca de la cultura que podríamos dar en llamar como de los “Gentereí”.
En un tiempo no precisado de la historia, en lo que actualmente se conoce como el litoral argentino, una cultura de peculiares características, tuvo su apogeo y extinción, bajo sinuosidades sociales y políticas, que en la actualidad nos pueden parecer, casi familiares y cotidianas, por lo que no es demasiado arriesgado suponer, que pese a los siglos transcurridos y por más que las evidencias materiales no sean contundentes, tenemos una carga genética o arrastramos signos de quiénes serían nuestros antepasados directos; los Gentereí.