Signos Literarios
Lugones, nuestro primer poeta
ABEL POSSE (*)
En una bochornosa tarde de febrero de 1938, precisamente el viernes 18, un hombre de traje marrón, con rancho de paja y camisa rayada, viajó en tren desde Retiro al Tigre. Allí tomó la lancha Egea, de helénicas reminiscencias, hasta el recreo El Tropezón, en la desembocadura del canal Arias, sobre el Paraná de las Palmas. El hombre llevaba su portafolio de poeta y un extraño paquete envuelto en papel de diario. Algo había comprado en alguna ferretería.
(lanacion.com.ar) El hombre aparentaba la sesentena que tenía, con sus anteojos de borde de metal que denunciaban al lector, al intelectual caído en el verde exuberante y ocioso del Delta. Ese hombre determinado y terminal era el mayor poeta en nuestra lengua. A veces, en el grupo de literatos que se recrea en cada generación, suelen aparecer los raros, los distinguidos. Son aquellos que superan el orden común y previsible de su tiempo. Los que a partir de los caminos más altos del lenguaje se proyectan hacia una visión de arte y de vida superior. Son seres “fundacionales”, en el orden estético y aun más allá: se arriesgan y aportan lo diferente. Hurgan tras la huella de dioses que aún no se revelan. De hombres de esta especie, como Tolstoi y Pushkin, se dice en Rusia que fueron “almas grandes”. Pertenecen a una jerarquía distinta de los escritores comunes, los que hacen su carrera literaria por caminos generales. Es una estirpe que sostiene y revitaliza todo el edificio cultural de su época, saltando sobre la decadencia o la monotonía espiritual. Podemos ejemplificar con los nombres de Victor Hugo, Rimbaud, Whitman, Hölderlin, Unamuno y Nietzsche. Entre nosotros, desde los comienzos del siglo XX, en nuestra bucólica provincia literaria hispánica, le tocó a Lugones ese duro destino de honor y grandeza. Desde sus primeros poemas, le fueron negadas las comodidades de la mediocridad. Partió de un formidable don de creatividad de lenguaje que lo ubicó junto a Darío en la cúspide de renovación idiomática, aquel modernismo finisecular. Luego elevó su voz poética hasta la dimensión de canto fundacional de la aventura argentina. La coronación de una voluntad de ser que había arrancado un país pujante de aquellos desiertos de los confines de Occidente, como escribió Canal Feijóo. Más allá de su proyección metafísica y de su inefable don poético, Lugones se sintió convocado a cantar esa Argentina que nacía pujante, heterogénea, cosmopolita y cuyo gran destino debía ser acompañado por cantos como los de Whitman o los de Virgilio en su Eneida y en Geórgicas , nada menos. Ni Sarmiento ni José Hernández se habían sentido escritores mayores o, siquiera, profesionales. Se sentían más bien hombres de acción, poetas “naturales”. Lugones se asume plena y totalmente como poeta. Y será poeta de acción, sea en el campo de la transformación estética como en el de la filosofía y el comportamiento político. Estamos bajo la eclosión de Lugones en su poiesis literaria y político-nacional. Un viento de amor patrio invade su obra máxima, las Odas seculares (1910) y aparece luego en Poemas solariegos y Romances del Río Seco . Lugones sabe que sin poesía ni fantasía no hay grandeza. En su fuerza poética recoge el impulso creador de Sarmiento (el educador) y de Roca (el organizador de nuestra modernidad política). En los poemas, en sus Odas , Lugones se deja inundar por el espíritu de la tierra patria. Anota lo mínimo, los personajes de aquel país fresco, naciente, confiado en una grandeza fundada en el trabajo. El sulky, con su estela de polvo y su perro incansable, el “papelito” de la mariposa en el aire caliente, el trueno que rueda con su peñón en la tormenta de verano. “Y entonces fue una dicha/ renacida en las eras laboriosas.” Su Argentina será el “corcel azul de la eterna aventura”. Lugones nombra a su Argentina y la produce. La palabra poética devela y crea. Para ser poeta hay que afrontar la insolencia de lo grande. Sus versos irán desde lo mínimo hasta el canto fundador. Como Neruda, Lugones será excesivo. A ambos les sobran versos, pero también una convicción de totalidad de lo poético. Ambos viven para nombrar el mundo, de lo mínimo a lo cósmico. Ambos son paganos. Neruda se ata -y se perjudica- esforzándose en la ortodoxia de una ideología. Lugones es heterodoxo y entusiasta: sucumbirá episódicamente al anarquismo, al socialismo, al democratismo wilsoniano, al yrigoyenismo, al fascismo mussoliniano. Quiere rescatar la raíz grecolatina sepultada en nuestro Occidente por el judeocristianismo. Canta la grandeza de la Patria, pero se va quedando solo. Borges, su incondicional admirador, lo despedirá en su muerte con su mayor elogio: “Decir que ha muerto el primer escritor de nuestra República, decir que ha muerto el primer escritor de nuestro idioma, es la verdad y es decir muy poco. Muerto, debe ser sólo juzgado por su obra más alta. Su destino le impuso la soledad, porque no había otros como él, y en esa soledad lo encontró la muerte”. Hay en Borges un dejo de culpa porque alguna vez se había adherido al alegre coro de escritores porteños que aislaron a Lugones y hasta se burlaron de él por sus sucesivas incorrecciones políticas y por su personalidad hosca, orgullosa, hidalga. Lugones frecuenta los avances de Einstein y de Heisenberg. Traduce a griegos y latinos, lee a Nietzsche. Cultiva con permanencia el pensamiento de la tradición; desde la doctrina secreta de la señora Blavatsky hasta proclamar en aquellos tiempos de laicismo liberal: “¡Queremos religión, queremos que se nos ofrezca el Absoluto!”. ¿Quién podría comprender su tormenta espiritual en ese país que desde Alvear se transformaba en una republiqueta con hedonismo de tenderos, de ganaderos aristocratizantes y de estalinistas de “intención libertaria”? Lugones intuyó la enfermedad de los argentinos y su intento de democracia para perpetuar la hipócrita venalidad y esa mediocridad que llega hasta nuestros días. Aquellos inmigrantes laboriosos y los criollos dignos de las Odas seculares le parecían ya lejanos. Como Mishima décadas después, creyó en una heroica rebelión contra la sociedad de los mercaderes adueñados del poder tecnológico. Frente a esta realidad, ambos soñaron en el retorno del espíritu del guerrero. En 1924, en el festejo del centenario de la batalla de Ayacucho, Lugones, como describiendo el futuro inmediato, proclamó: “Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada”. Sentía en la formación y en la disciplina militar la sistematización del espíritu de sacrificio, la “religión de la Patria”. En un pueblo que se aplastaba en la seudodemocracia de los privilegiados de turno, creía poder reinstalar el sentido del heroísmo y la ética del dios de la Patria. Precisamente, ponía a la Nación por encima de las democracias del puesto público, de las ideologías o del mercantilismo. Su exaltación patriótica llega al extremo de exclamar ante los estudiantes de Córdoba: “¡Ama! ¡Arriésgate, peligra!”. Como Hölderlin, el mayor poeta alemán, no vacila en un llamado homérico ante los estudiantes de la casta Córdoba de la larga siesta: “¡Los dioses no han muerto y van a volver! El renacimiento pagano de las últimas décadas constituye una indicación trascendental. ¡Sentimiento y razón! Todo me indica que aquella cosa pagana puede ser también la cosa argentina Lo que nos falta a los argentinos es una civilización, una moral, un culto!”. Ante el estupor y la ironía de mercaderes y mediocres, tanto Mishima como Lugones se suicidaron. El heroísmo dejó de cotizar en las bolsas de valores. El hombre bajó de la lancha Egea y le pidió al administrador del recreo El Tropezón, el señor Giudice, un cuarto por dos o tres días. Lo tranquilizó de toda sospecha agregando días que su valentía y su hartura no le concederían. Le dieron un casto cuarto con esas camas de espaldar de hierro pintado de blanco. Anduvo por el lado del muelle, sentado hacia el agua, meditando. Lugones sintió seguramente aquello que escribiría Cioran: “Durar es disminuirse: la existencia es pérdida de ser. A partir de un momento dado, perseverar es consentir decaer”. Debe de haber evocado sus grandes momentos y luego ese lustro final de desilusiones, desde la conducta del hijo que confundió la espada del samurái con la picana eléctrica, hasta el ninguneo de sus pares y sus frustraciones eróticas. Al atardecer pidió un whisky y una jarra de agua. Lo encontraron con la cara violácea por el cianuro, echado entre la cama y la pared por las últimas convulsiones. Según el sumario policial, tenía siete pesos y monedas. Esto hace setenta años. Su destino le impuso la soledad, porque no había otros como él, y en esa soledad lo encontró la muerte. * * * 1974. Pasaron décadas. Borges estaba en Venecia. Era un espléndido día de verano. Caminamos por la calle de la Frezzeria, alcanzamos el espacio populoso del campo San Bartolomeo. Borges iba con su bastón, tomado de mi brazo. Pensé que tendría un recuerdo de Venecia como un film en blanco y negro, o color sepia, desde su lejana visita de adolescente. (Curiosamente, nadie recuerda en colores ) Vamos lentamente, esquivando turistas veraniegos. Borges habla de poetas, de Mastronardi, de Delmira Agustini. Lugones es inevitable. Me cuenta que, efectivamente, cuando lo visitó en el modesto despacho de la Biblioteca del Maestro se sintió inhibido, a tal punto de no dejarle un libro que le había llevado. En aquella caminata veneciana sentí que Borges era consciente de un Lugones de una dimensión física, humana, apasionada, que él mismo sólo había vivido en las metáforas de la literatura. Lugones había tenido un desembozado sentido de grandeza. Su relación con la Patria era física. Borges se sabía literariamente perfecto, pero conceptual, urbano, más porteño que argentino de grandes espacios. Lugones había convocado a “la hora de la espada”. Borges había aprobado los sucesivos golpes de Estado creyendo que afirmaba la libertad y la democracia. Por su sangre corría sangre de héroes, pero nunca había empuñado un sable. Lugones había “vivido en poeta”. Fue poeta hasta la última tormenta que clausuró con su suicidio. Borges murió en blancura de sanatorio y pidió ser enterrado en Suiza. Cuando llegamos a San Marcos comprendí la esencia de la honesta y total admiración de Borges por Lugones. Le admiraba que hubiese vivido en el riesgo de un poeta clásico en lo estético y romántico, apasionado ante la realidad. Lugones tuvo la magnitud titánica de un Tolstoi o de un Whitman. Borges creció en el sosiego de un calígrafo de Kyoto que vio la selva desde su inexpugnable monasterio. */ Para LA NACION Buenos Aires
En honor a los 120 años del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado entre Argentina y Japón el 3 de Febrero de 1898, se lanzará el jueves próximo desde el Jardín Japonés (Buenos Aires) el primer concurso internacional de Poesía Japonesa “Tierra de Haikus”. La iniciativa es impulsada por la Fundación E Jendú Arte y Cultura, Imagen Diplomática, la Fundación “Andresito de las Misiones” y el Observatorio Social por la Paz y cuenta con el auspicio de la Embajada Japonesa en Argentina.
Las organizaciones que impulsan el certamen desarrollan sus actividades con miras a la reafirmación y expansión en todo el mundo de la Cultura de paz, con especial atención a la filosofía y los objetivos de Naciones Unidas, representados en sus distintos estamentos y agencias, como así también en sus diversos Programas, Fondos y Organismos, que tienen por principal causa el derecho de todos los pueblos del universo a la paz duradera y definitiva.
Este Primer Concurso Internacional tiene como objetivo principal la exaltación de la poesía en general y de la poesía japonesa en particular; al mismo tiempo que busca reafirmar el espíritu de confraternidad y amistad entre el Japón y la Argentina, en Honor y Homenaje a los 120 años del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado entre ambos países el 3 de Febrero de 1898
Vale señalar que el milenario Haiku, es una composición poética japonesa que consta consecutivamente de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas (diecisiete en total).
Signos Literarios
Otra publicación en revista internacional para teórico correntino
FRANCISCO TOMÁS GONZÁLEZ CABAÑAS
La propuesta de reforma democrática, “El voto anticipado” del autor Francisco Tomás González Cabañas fue publicada por la prestigiosa Revista española de la transparencia, ISSN-e 2444-2607, Nº. 6, del año 2018, en las págs. 102-104. Para el creador del índice democrático, herramienta que mide las prácticas democráticas en los distintos poderes de los distritos auditados, se trata de la publicación número quince por parte de revistas internacionales que imponen estándares de exigencia y de calidad para publicar desarrollos teóricos, que como en otras elaboraciones de González Cabañas (voto compensatorio, gabinete ciudadano, cámara de dipunadores) sostienen novedosos criterios o categorías para remozar la democracia como la experiencia que puede, o debe, seguir siendo mejorada para representar, palmariamente, el gobierno del pueblo o de los ciudadanos.
“Al establecer la posibilidad de un voto anticipado, se conseguirían modificaciones sustanciales, giros copernicanos en la política cotidiana, que al constituirse en concomitantes, complementarias o en paralelo, con el voto o sufragio clásico y tradicional, de ningún modo significara una ruptura conflictiva, una instancia revolucionaria traumática, sino simple y llanamente la consolidación de la democracia misma, resignificando, desde lo electoral su definición histórica como etimológica.
El voto anticipado, permitirá que el ciudadano, en los tiempos actuales en donde considera un valor positivo el compartir sus gustos, preferencias y elecciones, ante sus semejantes, por intermedio de plataformas virtuales o de redes, haga lo propio con su preferencia electoral o política. El voto o sufragio clásico, que en varias aldeas occidentales, sigue amparado por ley, para que se lo respete en su condición secreta, fungió con utilidad hace décadas atrás, cuando las realidades sociales y existenciales no habían sido gravitadas por la explosión del mundo digital y de la cada vez más influyente inteligencia artificial. Sería más que una falta de tino el señalar, como se vio modificada la vida diaria del occidental promedio, de dos décadas a esta parte, más bien, es incomprensible como aún no se haya generado, hasta esta oportunidad, la posibilidad para que el ciudadano moderno, pueda hacer visible, pueda exteriorizar sus elecciones políticas, y en el caso de que lo decida que lo comparte y difunda, tal como lo hace con todos los otros (al menos tiene tal posibilidad) aspectos de su vida que no solo son considerados públicos, sino también áreas o zonas privadas”.
Estos párrafos que hacen mención al desarrollo teórico de Francisco Tomás González Cabañas, publicados por la revista internacional de marras, evidencian el grado de audacia teórica, de arriesgada creatividad, sostenidas en giros arguméntales y en razonamientos acendrados en la historia del pensamiento que lo preceden al correntino, construyendo para sus consideraciones y categorías un sendero en donde seguramente tantos más que vengan con él o detrás suyo, erigirán bajo estos pilares una nueva consideración de lo político como de lo democrático.
El texto “Crónicas de Bosque” de Francisco Tomás González Cabañas, fue publicado en la Revista editada en el Perú “Dúnamis”, en su número 8 del año 9, correspondiente a Septiembre del año en curso.
Con la presente el autor suma 8 publicaciones en revistas internacionales (la mayoría de ellas especializadas en filosofía) en menos de un año, como dos libros de filosofía política publicados, uno de ellos (El Voto Compensatorio) editado en Alemania, y la aceptación a más de una veintena de diferentes congresos internacionales de diversas ponencias oportunamente enviadas y aceptadas.
Crónicas de Bosque, es un relato ficcional, que vislumbra una crítica social que encierran al autor en sinuosos laberintos de persecución e indiferencia por parte de quienes pretenden una sociedad sesgada, en donde las decisiones son tomadas por facciones con poder circunstancial y por tanto el ejercicio ciudadano y la vida democrática, pasan también a ser literatura o filosofía ficcional.
CRÓNICAS DE BOSQUE
Se estima que tiempo antes de la existencia de los guaraníes nuestras tierras fueron habitadas por una civilización que ha dejado muy pocos rastros de su existencia. Alcanzando el grado de mito, como la célebre Atlantis, daremos cuenta, de la información que contamos acerca de la cultura que podríamos dar en llamar como de los “Gentereí”.
En un tiempo no precisado de la historia, en lo que actualmente se conoce como el litoral argentino, una cultura de peculiares características, tuvo su apogeo y extinción, bajo sinuosidades sociales y políticas, que en la actualidad nos pueden parecer, casi familiares y cotidianas, por lo que no es demasiado arriesgado suponer, que pese a los siglos transcurridos y por más que las evidencias materiales no sean contundentes, tenemos una carga genética o arrastramos signos de quiénes serían nuestros antepasados directos; los Gentereí.