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No son Monstruos

ASESINATO DE LUCÍA (*)

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“Le dijo a su papá que iba a un lugar pero se fue de su casa en una camioneta con dos hombres”, nos cuentan. No es que no sea cierto, pero ¿qué explica eso sobre lo que ocurrió con Lucía Pérez, la joven marplatense violada y asesinada? ¿Cuál es el hilo conductor entre subirse a una camioneta en la puerta de su casa y morir desvanecida en un centro médico? Su propia responsabilidad, su culpa: se fue, mintió, como hicimos miles de veces muchas de nosotras, que tuvimos mejor suerte.


LA SUERTE

Las reacciones frente al hecho horroroso del que fue víctima Lucía Pérez, con su 16 cortos años -bajo el imperio de la lógica mercantilizada que distribuye importancia o desinterés frente a la vida- , centraliza una escena que está plagada de cuerpos femeninos muertos violentamente, sin contar todos los que no lograron atención mediática. Ya vemos como de forma más o menos subyacente la racionalidad de la “puta” está dando vueltas. Si consumía drogas, si se fue con unas personas que la sobrepasaban y mucho en sus cortos 16, si la entregó una amiga. Estos elementos son presentados velozmente para orientar la explicación por el lado de las propias responsabilidades. Ya sabemos: las niñas buenas van al cielo, las malas a todas partes, y lo que suceda fuera de lugar les sucederá por eso, por malas, “por putas”.

 

Leo una nota: “los hombres le dieron marihuana, entraron en confianza con ella y luego la drogaron con cocaína”. Amontonamiento de líneas de fuga, trampas discursivas, dirigidas a perpetuar encierro y confinamiento, domesticación. Una perversa forma de piedad que parece poner la responsabilidad en los otros. Ella está muerta ya, la muerte, dice el dicho popular, nos mejora: una buena víctima no se droga. El énfasis en su pasividad al respecto, además de habilitarla como buena víctima, nos advierte a las demás sobre el peso explicativo que tiene, cuando sufrimos violencia, nuestra propia contribución. “La drogaron” afirman. Pero no lo sabemos. ¿Y si se drogó sola? ¿Cómo conectar el consentimiento para meterse voluntariamente lo que quiera en el cuerpo con una violación con penetración múltiple a la fuerza?

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“Le dijo a su papá que iba a un lugar pero se fue de su casa en una camioneta con dos hombres”, nos cuentan. No es que no sea cierto, pero ¿qué explica eso sobre lo que ocurrió? Poco y nada. Pero dispara otros prejuicios ¿Cuál es el hilo conductor entre subirse a una camioneta en la puerta de su casa y morir desvanecida en un centro médico porque su sistema vagal dejó de funcionar? Su propia responsabilidad, su culpa: se fue, mintió, como hicimos miles de veces muchas de nosotras, con mejor suerte claro.

 

Recuerdo una cita con alguien que no conocía. Le dije “voy a tu casa”. Allá fui no sin antes diseñar con mi amiga más amiga un protocolo consistente en llamarla cada tanto tiempo avisando que estaba bien. Se lo conté al chico apenas llegué: “mirá, cada tanto tiempo la voy a llamar, porque a nosotras, nos matan por cosas así”. Me miró raro, pero lo entendió perfectamente. Así de horrible es el mundo en el que las mujeres nos movemos hoy. Yo misma me vi levantando el dedo contra mí. Me preguntaba ¿a dónde vas? ¿qué haces? La solución fue no del todo cómoda, pero pude salir, no me quedé y tuve suerte, como muchas otras veces, como cuando me duermo en los taxis: de más joven volviendo de fiesta, de grande agotada de trabajo, que es lo mismo o más dañino. Y siempre tuve “suerte”. A lo sumo, un reto machista, pero buena onda, por ser “tan” irresponsable. Pero ya vemos, la suerte es esquiva y cuando falla, ocurren casos como el de las Lucías de cada día, que confinan a la muerte a algunas y a la asfixia de la auto-represión y el miedo a muchas otras.

 

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Hay un eco misógino de fondo que oculta la ausencia total de vínculo razonable entre unas cosas y las otras, reforzando la idea de que evitar el daño es nuestra responsabilidad: mejor no ir, mejor quedarse, mejor no; pero si vamos, si no nos quedamos y en medio de todo decimos no, nos deberíamos haber dado cuenta antes, peor aún, es de histéricas. Curiosa forma de libertad que nos ofrecen: de un modo u otro se nos va la vida, encerradas con miedo o a expensas de algún “sí” fatal o que el macho de turno se crea un pase libre, un vale todo.

 

“Paro cardíaco por empalamiento anal”, le dejó de funcionar el corazón, la reventaron. Ni las drogas, ni la edad de ella, ni la de esos dos violentos, ni su amiga, ni cuan “puta” pueda ser explican la muerte: sí la explican el empalamiento anal, el ensañamiento sexual, las prácticas violentas extremas pero regulares y reconocibles en una escena social, cultural y política llamada patriarcado, y ejecutadas por dos productos esperables de este modo de relacionarnos. Hacía ahí debemos orientar la búsqueda de explicaciones más cabales, las que contestan porqué pero sobre todo las que nos van a permitir construir otras posibilidades.

 

NO SON MONSTRUOS

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El exceso de autorreferencia no sé si será disculpado por quienes lean, pero tiene explicación. Semejante nivel de brutalidad, de humillación, de cosificación extrema materializada en unos cuerpos pero expresivamente dirigidos a cada una de nosotras y también los varones, me viene revolviendo todo. Hace rato decidí hacer del reconocimiento en primera persona de la experiencia de la violencia machista, tanto como víctima como victimaria, aunque con distintos grados de responsabilidad, una condición básica para pensar que un horizonte de transformaciones es realmente posible, aunque cueste mucho, pero posible.

Así como existe la densidad política de la “puta”, leyendo Virgine Despentes en “Teoría King Kong”  se comprende la “violación” en su sentido más político, más programático, más allá de tal o cual forma de materialización. La experiencia extrema, como la de los dos violadores que sometieron a Lucía, es más comprensible cuando es sacada del registro de lo excepcional para ser puesta bajo un cierto modo patrón general en el que se construye lo femenino: no todas somos alcanzadas por la experiencia material de la violación pero todas crecemos y nos constituimos bajo esa amenaza que comparte una matriz que se expresa y tiene sentido: el machismo. Ella lo dice así: “Nos obstinamos en hacer como si la
violación fuera algo extraordinario y periférico, fuera de la sexualidad, evitable. Como si concerniera tan sólo a unos pocos, agresores y víctimas, como si constituyera una situación excepcional, que no dice nada del resto (…) Es el proyecto mismo de la violación lo que hacía de mí una mujer, alguien esencialmente vulnerable”.

 

No se trata de una propuesta de identificación a partir de las formas legitimadas de victimización que nos obligan a mantenernos pasivas, en silencio. La propuesta es hacernos cargo en serio de que cuando tocan a una, empalan a otras, es para todas. Un reconocimiento del continuo de la violación como programa político para poder reclamar justicia pero liberarnos, romper el molde. Dejar claro que no estamos dispuestas a seguir viviendo con el guión de víctimas que nos vienen proponiendo, porque eso no tiene nada de reparador.

 

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También urge poner en cuestión el rol de los varones en el consentimiento directo o indirecto de esas prácticas, o de mínima la tolerancia que crece en la indiferencia.  Sobre todo en estos tiempos de creciente concientización que muchos desaprovechan poniéndose a la defensiva o 100% fuera de la experiencia violenta, como si tampoco hubiera fuerza en esa asignación de violencia que ejercen a cambio de sus privilegios.

 

Comprender esa densidad política de la que nos habla Despentes respecto de la “violación” como programa, implica reconocer que el carácter extremo de prácticas que llevan adelante violadores como los que atacaron a Lucía están sostenidas por el universo simbólico de la violencia machista que sostiene el régimen patriarcal y que alimentan muchos otros, por más que los horrorice tal o cual experiencia. Como ha enseñado hace tiempo la gran Rita Segato: “Cuando la crueldad es física, no puede prescindir del correlato moral: sin desmoralización no hay subordinación posible”.

 

No necesitamos vuestro horror, ni su desacople de esos otros etiquetándolos como “monstruos”, porque solo sirve para ocultar la regularidad violenta en la que vivimos. Más bien hay que ver las continuidades, no para golpearse el pecho, sino para reconocer y transformar.

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POR PUTAS

Tracey Emin, antes de devenir en figura de la vanguardia artística inglesa, fue joven en una ciudad costera de Londres, Magrate. En 1995 filmó Why I never became a dancer, seis crudos y contundentes minutos testimoniando sobre lo que significó crecer allí,  con la osadía de hacer de su sexualidad lo que le dio la gana, siendo niña, que es el punto, claro. El atrevimiento de decidir acostarse con quien quisiera durante toda su adolescencia tuvo costos. Cuando decidió presentarse a un concurso de baile, en el que divisa una chance para saltar el cerco de la fantasía y poder salir de esa ciudad,  en el momento exacto en el que vio futuro, un grupo de tipos que la conocen, con muchos se acostó, no la alientan y le gritan fuerte “puta, puta, puta”, hasta vencerla y dejarla fuera.

 

Hace algunas semanas una chica italiana se ahorcó con su bufanda. ¿Por qué? Por muchas cosas, quizás, pero lo que todo el mundo sabe es que un chico la grabó mientras ella le practicaba una felatio en la intimidad y subió el video a la web. Consensuaron filmarse. La difusión corrió por cuenta del varón. No pudo con la pesadilla, se mudó de ciudad, cambió su nombre, lo intentó todo, pero la gran audiencia televisiva se burlaba, jugadores de la selección de fútbol y hasta algún funcionario público hacían chistes al respecto.

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Siempre hablamos de otras experiencias pero las reconocemos bien porque con distintas intensidades las recorrimos, las transitamos. Pienso, por ejemplo, cuántas veces yo en mi adolescencia en una ciudad chica estuve macerando la hipocresía suficiente para hacer lo que quisiera, sin que se note, porque todos se acuestan con todos y a las chicas nos gusta tanto como a los varones, pero ya sabemos bien que mientras unos son alentados a soltar riendas bajo el mito de que la naturaleza “tira”, son irrefrenables, otras somos convocadas a resistir, a cerrar las piernas, a no comportarnos como “putas”.

 

En realidad, lo que se premia no es la castidad, sino la simulación, hacerla bien, el sigilo, que no se note, no ser vistas. Y la amenaza se hace sentir porque de un minuto a otro, como a Tracey Emin, empiezan a llamarte “puta, puta, puta”. Cualquiera sabe lo cruel que eso puede ser: el ostracismo o la sobreadaptación con adhesión al estigma son las opciones posibles para la inmensa mayoría. En ninguno de los casos se sale indemne porque quedarse afuera, no pertenecer o adoptar el rol y quedar a merced de como los otros nos definan, a su disposición incluso física, se parece mucho a volvernos cosas, a no existir.

 

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No nos va mucho mejor a quienes creemos que logramos “hacerla bien”. El sigilo nos deja a expensas del varón que si se enoja o necesita reafirmar su hombría patriarcalmente entendida a costa de la humillación de nosotras, podrá de un minuto a otro, llamarnos “puta”. Probablemente su éxito se vea reasegurado porque muchos otros y otras concurriremos presurosos a alimentar a fuerza de chismes, mofa y repetición, el mote fijando la etiqueta a la que por indiscreta, por mala mujer, por cruel o despiadada, en definitiva, por “puta”, le corresponda.

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La reproducción de las mañas del patriarcado, en tanto relaciones de dominación es, sabemos, la condición misma de nuestra supervivencia. Tan tramposo que si falla será cargado a la cuenta de cada una porque siempre, por acción u omisión, algo de putas habremos puesto en juego. Si hay mucha juventud, clase, capital simbólico y somos preferentemente blancas, la inocencia o la estupidez que nos es asignada en dosis similares a nuestra condición de “putas”, nos auxiliarán un poco frente al manoseo y otras formas de vejación que las victimas de hechos de violencia sexual siguen padeciendo aún después de muertas.

 

Cuando digo “puta” aquí lo hago apelando a la potencia enunciativa que posee, mucho más allá de la identificación estigmatizante con la experiencia reconocible y concreta de la prostitución, recogiendo la enseñanza de  Sonia Sánchez y María Galindo cuando enseñan que “la palabra puta tiene ese poder de salir del mundo de la prostitución y explotar en todas las casas, en todos los rincones sociales y en nuestros corazones”.

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(*) Por Ileana Arduino – Revista Anfibia

 

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Opinión

Cuando el mérito no importa

OPINIÓN (*)

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Dijo en San Juan el presidente Fernández: “lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres”.


Esto es tan falso, tan terriblemente insultante para la inteligencia, que es difícil decidir por dónde empezar a analizarlo.  Sólo diré que Steve Jobs (Apple), Bill Gates (Windows), Jeff Bezos (Amazon) y Marcos Galperin (Mercado Libre), son algunas de las fortunas más grandes del mundo y de Argentina, y NINGUNO fue hijo de rico.  Este pelotudismo socrático y retrógrado ha sido totalmente superado en los países desarrollados… ¡Y PRECISAMENTE PORQUE LO SUPERARON SON DESARROLLADOS!

 

Luego invocó a Alberdi y Sarmiento, reinterpretándolos con un pensamiento tan retorcido que los vuelve irreconocibles.  Dijo admirarlos porque “vislumbraron la importancia de la educación pública, que nada es más importante que el conocimiento humano” y del sanjuanino aseguró que “en un gesto inigualable de igualdad, resolvió que todos los que estudian en la escuela pública calcen un guardapolvo blanco para que las diferencias sociales allí donde se aprende no aparezcan.  Con todo eso nos dijo que el estado debe estar muy presente en el desarrollo humano y que finalmente lo que más vale es la igualdad, es propender a un sistema más igualitario”.

 

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Pobres Alberdi y Sarmiento.  Si pensamos cuales referentes históricos argentinos estuvieron absolutamente en contra de la intromisión del estado (que debía ser pequeño) en el quehacer cotidiano de los ciudadanos, fueron sin dudas estas dos inmensas figuras de nuestra patria.  Hacer semejantes distorsiones de su pensamiento es una ofensa a sus memorias y, como se hacía en la escuela, debería lavarse la boca con jabón para limpiar sus palabras.

 

Alberdi decía que “la omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual” y que “la grandeza del vecino, forma parte elemental e inviolable de la nuestra”, LO OPUESTO al igualitarismo y el desconocimiento del mérito.

 

¿Y qué pensaba Sarmiento?, al que dijo admirar.  El sanjuanino dijo: “las cumbres se alcanzan doblando el empeño” y “toda la historia de los progresos humanos es la simple imitación del genio”; Don Domingo era un ferviente defensor del mérito, concepto que el señor presidente denigra.

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Es increíble que en la actualidad, con lo fácil que es conocer la realidad de otros países, todavía existan personas “educadas” (en realidad son apenas instruidas, la educación implica pensamiento crítico algo que les es ajeno) que sean tan ciegas como para dejarse engañar así.

 

El presidente habla de defender el federalismo y a las provincias del “pulpo” del puerto, cuándo el mayor héroe de esta gente fue Rosas, quien prohibió los puertos del Paraná para que todo el comercio exterior pasara por Buenos Aires, empobreciendo a las otras provincias.  Obsesión rosista por el monopolio del puerto porteño que condujo a la muerte a valerosos patriotas en la Vuelta de Obligado, sacrificio disfrazado con la mentira de la “defensa de soberanía”.

 

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Valga la apostilla: ese fue el mismo Rosas que le quitó los sueldos a los docentes de las escuelas y universidades estatales, hundiendo en la ignorancia a los pobres y yendo en contra de la tan mentada “igualdad de oportunidades” con la que se llenan la boca.

 

¿Habla del federalismo y de trato igualitario para todas las provincias?, cuando el peronismo fue el mayor promotor del crecimiento del conurbano bonaerense y que le otorgó tantos subsidios a la luz, el gas y a los combustibles, que hacía que en Buenos Aires se pagara hasta 5 veces más barato los servicios públicos que en el resto del país.  ¿En serio?  ¿Se puede ser tan caradura?  Y lo peor, ¿se puede ser tan idiota como para creerles?

 

También dijo Fernández: “lo que uno más debería desear como argentino, es que cada argentino tenga la oportunidad de nacer…”, ¿oportunidad de nacer?, ¿de qué oportunidad de nacer habla quien defiende el aborto?, ¿se puede ser más cínico y contradictorio?  “…Y de morirse feliz después de haber vivido bien, en la provincia donde ha nacido”, ¿morirse feliz?, ¿Cómo Solange que murió sin ver a su padre?, ¿o Facundo Astudillo?, ¿o Franco Martínez?, ¿o Franco Isorni?, ¿o Luis Espinoza?, todos desaparecidos y muertos en democracia en este 2020.

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Entiendo (no comparto) que los que “están prendidos” defiendan “el modelo”… ¿pero el resto?, ¿el laburante que deja más de la mitad de su sueldo en impuestos para mantener punteros y para que le den por sus impuestos la porquería de salud, educación, seguridad y justicia que tenemos?, ¿el profesional que como universitario debería ser capaz de ver más allá de las mentiras de los demagogos?  Cómo decía Sarmiento y se aplica a los “educados” que egresan de la universidad: “era el que más sabia… Pero el que menos entendía”.

 

Lo cierto es que a decir del gran sanjuanino: “la ignorancia es atrevida”, pero aún es más atrevida la avaricia, la soberbia y el despotismo de quienes conducen hoy el destino de nuestra patria y que lejos están de seguir el siguiente principio rector del cuyano: “fui criado en un santo horror por la mentira, al punto que el propósito de ser siempre veraz ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de ello dan testimonio todos los actos de mi vida”.

 

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Quienes creemos en la Libertad, en la igualdad ante la Ley y no por la Ley, y en el Respeto por la vida y la propiedad del prójimo, no solo tenemos el deber ético y moral, sino también la impostergable necesidad de oponernos y manifestarnos en contra de los atropellos que se están cometiendo contra los argentinos y contra la República.   

 

El momento es YA… antes de que terminen de hundirnos y de someternos, antes de que no quede nada por salvar.

(*)  Rogelio López Guillemain

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Opinión

Reconvertir proyectos e innovar

POR MARIA EUGENIA MANCINI

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La pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto profundo en nuestras sociedades. Además de la crisis sanitaria, ha afectado la educación, la vida social y los medios de subsistencia. A una economía difícil, esto lo ha profundizado aún más.


Para nuestros jóvenes muchos de estos impactos será a largo plazo y multidimensionales: Por ejemplo, 191 países han implementado el cierre de escuelas a nivel nacional o local, y 1,5 mil millones de personas no pueden asistir a la escuela ya que no disponen de tecnología básica para acceder a las plataformas educativas.

 

Sin embargo, hay muchos jóvenes liderando esta crisis y no se han quedado de brazos cruzados. Hay una Juventud que está apoyando el diseño y la ejecución de programas sociales pensando en caminos creativos y de respuesta.

 

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También debemos destacar la variedad de emprendimientos que han surgido adaptando propuestas comerciales a estos nuevos tiempos donde se pudo ver la creatividad y el desarrollo de productores locales.

Es fundamental continuar apoyando estos proyectos para que tengan continuidad formulando estrategias competitivas, incentivando y se conviertan en micro empresas sustentables económicamente.

 

Sumar programas de recuperación en base a economías locales y ver como su fuerza creativa comienza a enriquecer a instituciones, proyectos sustentables  y caminos nuevos para salir adelante.

 

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Pienso que un camino de desarrollo  es no solo fortalecer las economías regionales sino volver a los oficios, capacitarnos y tener herramientas prácticas para generar recursos propios.

 

Estamos atravesando un momento de reinvención muy grande y donde más que nunca necesitamos estar unidos, sacar nuestras fortalezas y trabajar juntos como sociedad pensando en lo que queremos construir, diseñando la sociedad futura, poniendo  foco en nuestros recursos y liderar.

 

Es fundamental generar herramientas para crear una sociedad más igualitaria y solidaria y no solo como respuesta a la pandemia sino también pensando a largo plazo y abordando todos  el compromiso de crear un cambio duradero.

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Opinión

La “borocotización” de Alberto

(*) OPINIÓN

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Recuerda una crónica del diario perfil: “Eduardo Lorenzo Borocotó el 23 octubre de 2005 obtuvo una banca. Pero antes de asumir algo cambió. El 9 de noviembre visitó la Casa Rosada, acompañado por su hijo. ¿Con quién tenía cita? Con el actual presidente Alberto Fernández, quien era jefe de gabinete de Néstor Kirchner.  Borocotó se reunió con los dos. A Kirchner no lo conocía. A Fernández, sí.


El mismo día del encuentro en la Rosada, Borocotó anunció su partida del bloque macrista: armó un mono-bloque independiente, afín al kirchnerismo. Alberto Fernández explicó la jugada: "Tenemos que ser amplios. Hay muchos votantes y dirigentes de ARI que están descontentos con Carrió, por ejemplo. Y nosotros estamos abiertos a recibirlos, así como a los radicales, peronistas y a todos los que crean en el proyecto del Presidente".

 

En nuestras democracias actuales, se debería empezar a pensar en que los ciudadanos, en vez de elegir a personas que encarnen proyectos, ideologías, o letras muertas de lo establecido en partidos políticos, votemos directamente, proyectos, propuestas, modelos o formas de hacer las cosas y que la ejecución de las mismas, pase a ser un tema totalmente secundario, esto sí podría denominarse algo que genere una revalidación de lo democrático, pero no estamos en condiciones de hacerlo actualmente, primordialmente porqué el gobierno de ese pueblo, está en manos de uno sólo, a lo sumo, en cogobierno por un legislativo (con flagrantes problemas en relación a la representatividad, que sería todo un capítulo aparte el analizarlo) y supeditado a un judicial, que siempre falla, de fallar en todas sus acepciones, liberar la opción de ese pueblo, para que elija su gobierno, mediante las ideas que se le propongan, sin que sea esto eclipsado por la figura de un líder o lo que fuere, en tanto y en cuanto siga siendo uno, recién podrá ser posible, cuando su vínculo con la vida y la muerte, no tenga que ser anatematizado mediante la creencia o no creencia, que como vimos son las dos caras de una misma moneda, en un ser único y todo poderoso, creador de este mundo y de todos los otros, los posibles como los imposibles.

 

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La violencia del estado que en la actualidad se traduce en su sobre-presencia en ciertos sectores a costa de la ausencia del mismo en vastas áreas y bolsones, la sobreactuación de un supuesto sentir o hacer democrático, en donde sólo se ejerce una dudosa aclamatoria de mayorías (sistemas de preselección de candidatos cerrada, como internas que no se llevan a cabo, que transfieren el sentido de elegir por el de optar, entre quiénes ellos, de acuerdo  a sus reglas disponen que tengamos que optar, es decir elegir condicionados) debería estar tipificado en la normativa, como uno de los delitos más flagrantes contra las instituciones y el pleno ejercicio de la libertad, de tal manera, la ciudadanía no tendría excusas como para no levantarse en puebladas, en manifestaciones que dan cuenta de la total y absoluta anomia, en que la incapacidad de cierto sector de la clase política nos puede volver a conducir en cualquier otro momento u oportunidad. Propuestas es lo que sobra, se precisa de predisposición de estos para hacerles sentir a la ciudadanía que algo determinan, con el pago de sus impuestos y con sus votos. En tiempos electorales, una práctica que debería ser desterrada y que es una muestra expresa del democraticidio, es la compra de votos, sea mediante una dádiva, prebenda, por intermedio de corte de chapas, dinero, mercadería, merca o lo que fuere, como de las mentiras flagrantes e inconsistentes las que ofrecen por doquier. Como también lo es la no sanción de los hechos de corrupción, o la dilación en demasía para resolver los mismos, perpetrados por hombres que hayan pertenecido al funcionariado público.

 

Si somos presa de políticos corruptos seguiremos encarcelados en el imperativo de una sociedad penalizada y penalizante para sancionar delitos y no para reconvertir conductas que no nos lleven a ellas.

 

Hasta aquí sí se quiere, nada nuevo bajo el sol, o desconocido para todos aquellos a quiénes, Alfonsín nos prometió que con “la democracia se educa, se come, se cura, no necesitamos nada más, que nos dejen de mandonear…” la nueva modalidad, de estas suertes de “democraticidios” que nos afectan, es que el poder unipersonal del ejecutivo nacional, pasó a un sistema, tal como lo definió un constitucionalista “vicepresidencialista” y por tanto, Alberto, el creador del “borocotismo”, tal como Víctor Frankenstein, pasó a ser víctima de su propia creación, de su mutación práctica de lo representativo.

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En la aceleración, profundización o intensificación del cristinismo, camporismo o kirchnerismo recargado, en el que recayó Alberto, no quedaría otro espacio en la historia para él, que un título de un libro escrito por Miguel Bonasso, acerca de Héctor Cámpora; “El presidente que no fue”.

 

La mayoría que se construyó a tales efectos, con una propagación mayor que la de un virus desconocido y contagioso, se reconstituye con proverbial dinámica y en las próximas elecciones demostrará cuán cerca o lejos puede estar de un poder político, en la actualidad, “borocotizado”.

 

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(*) Por Francisco Tomás González Cabañas.

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