“Clarín” estuvo en el rodaje de la nueva película del director de “Un buda”, que cuenta con un elenco de lujo: Norma Aleandro, Tomás Fonzi, Romina Ricci y Leonora Balcarce, entre otros.

Cuáles son las ventajas de trabajar con un monje zen? ¿Gritará corten? ¿Lo susurrará? A cubrir un día de filmación de la nueva película de Diego Rafecas y a leer que es el autor de Un buda, que cursó la licenciatura de Filosofía, que tuvo su propio grupo de teatro y que -relieve, ¡letras de molde!, ¡¡3D!!- hace como una década se ordenó como monje zen. Todo esto, o parte, tiene que ver con que Rafecas, un pingazo que te hace sentir como en casa -“Tomate algo, che”, “Te presento a la señora Norma Aleandro”- atraviesa el último tramo del rodaje y se mueve como si en vez de una calle de Núñez esto fuera un empedrado tibetano. (clarín.com) Norma, hola, un segundito, usted que se las sabe todas, ¿cómo es trabajar con un tipo que es discípulo de un maestro heredero del Darma? ¿Es un rodaje más relajado? ¿Se toma mucho té verde? “La verdad, no tiene ni un solo gesto de monje”, sonríe ella. Este rodaje, estas escenas en un geriátrico tan lindo y tan cuidado que dan ganas de envejecer, son parte de Paco, tercera peli de Rafecas, que es un pingazo -¿lo dijimos?- y que ahora nos lleva a la sombra de un árbol para contarnos sobre la cruda historia de los suburbios mentales de la drogadicción y sus derivaciones. Paco es Tomás Fonzi, un físico cuántico que se relaciona con una chica que lo conduce hasta el desecho de la cocaína. ¿Por qué un físico cuántico consume paco y no alguna droga de diseño? “Consecuencias de un amor con una ordenanza que fuma paco”, cuenta el director. Fonzi, que nunca fue gordo ni ancho, pero que hizo una dieta y bajó un montón de kilos para el filme, te dice que “cuando consumís paco, lo único que importa es seguir consumiendo paco”. Cuatro pitadas de un rubio para hablarte del personaje y ya se está yendo con una guitarra criolla, hasta mañana. En el geriátrico de Núñez se le acercan a Norma Aleandro, y Norma fima y da besos. El geriátrico, que en el filme hace de un centro de rehabilitación, es compartido por ancianos y actores. Algunos pasillos están tomados por asistentes, equipos y cables; otros, por viejitos que cogotean para ver qué pasa ahí y “¿usted sabe dónde está Norma?”. A ese baño no se puede entrar, dicen. ¿A nosotros? “A ustedes también”. Pero nosotros somos periodistas, prensa y a pelar credenciales. “Hasta acá”, nos frenan. Vamos a perdernos la escena de sexo entre Leonora Balcarce y Guillermo Pfenning, dos adictos y amantes. ¿Y si no pasa el fotógrafo? “No se puede. El baño es muy chiquito”. Leonora, nada, antes de la escena andaba levitando con la armonía cool de quien no hace otra cosa más que escuchar el unplugged de Soda. ¿Siempre camina así?, pregunta el del remís. “Sí se entera Subiela, la invita a volar”. Norma Aleandro tiene una rutina armada para tiempos muertos: repasar su parte y traer literatura. Este año debe haber leído mucho. Se le acumularon cuatro películas y acá es Nina, que está al frente de una fundación que recupera adictos. “Estuve leyendo bastante y me llama la atención la ferocidad que tiene el paco para destruirte el cerebro”. ¿Y cómo es filmar con un monje zen? Rafecas debajo del árbol. “Mirá, vos podés ser un monje zen y ser un reverendo idiota. Eso es una práctica del silencio y acá lo que se necesita es un buen equipo y estar cubierto financieramente”. Películas de tiros, de suspenso, de drogas. Rafecas entiende la especulación. “¿Cuál sería mi aporte, decís? Las drogas bien usadas pueden ser una cura”. Políticamente incorrecto. “Pintar un cuadro que no sea trascendente no me interesa”.