Olé llevó a Diego al búnker brasileño, y el plantel del campeón del mundo se arrodilló a sus pies. Ronaldinho casi se larga a llorar de la emoción, y Parreira dijo: “Muchachos, éste es Dios”

“I love Argentina”. La leyenda, escrita en letras rojas en medio de su pecho, era toda una declaración de principios. Diego Maradona entró al búnker de Brasil dejando las cosas claras. En adelante, la rivalidad de camisetas, el clásico más grosso del fútbol mundial, las cuentas pendientes, el bidón de Bilardo, todo, hasta el choque inminente, quedaron reducidos a la nada. El plantel del campeón del mundo, en un gesto que marca la humildad de éste y la grandeza del visitante, abdicó de sus ropas galácticas para reverenciar al Dios del fútbol. Vengan, saluden a papá. Y Maradona, que jamás se colocó por encima de ningún otro jugador (para él, todos los futbolistas, cracks o pataduras, son sus pares), repitió lo que había hecho en la final de la Champions League, y saludó uno por uno a los atribulados brasileños. Eran exactamente las 23 horas de un día que ninguno de ellos olvidará. El abrazo caluroso y lleno de afecto de Cafú (“Hola, monstruo”, le dijo), rompió el hielo. Faltaban Roberto Carlos y Ronaldinho, cumpliendo con la TV. Diego los esperó cinco minutos. El Pelado lo encaró y se abrazaron. El crack del Barsa, preso de la inhibición, esperó a que Maradona lo mirara. Recién ahí se rindió a la realidad. “No lo puedo creer”, repetía, ante la imagen de su ídolo que no paraba de sonreírle. Al toque aparecieron remeras del Scratch, un regalo para Maradona. “Muchachos, éste es Dios, ¿eh?”, sentenció la voz de Carlos Alberto Parreira. Clarito. REUNIÓN CUMBRE Los dos 10 hicieron una reunión aparte. Hubo intercambio de camisetas, pero Diego le dejó dos: una réplica de la de Boca del 81 y una azul de la Selección Argentina del 87, con idéntica leyenda: “Para mi amigo Ronaldinho”. La cara del brasileño estaba a punto de romperse por el llanto y la emoción. Ahí, Maradona copó la parada. Se le acercó a Kaká: “Vos seguí encarando, no cambies nunca tu manera de jugar”, le aconseja. Y le dijo al atribulado Ronaldinho: “Sos el mejor del mundo”. “Me voy muy feliz, muy feliz, porque me llevo el respeto de todos los jugadores brasileños y el cariño de Ronaldinho. Cuando él no jugaba todavía, yo hice un partido en La Plata con el hermano, con Roberto de Assis, vinieron en un avión privado”. Ese día se conocieron. Entonces, Ronaldinho jugaba en el Gremio y vinieron especialmente a conocer a Diego. Cuando Maradona lo vio en el picado, quedó deslumbrado: “¡Qué pedazo de jugador”, exclamó. Precisamente, el hermano y manager de Ronaldinho fue quien le inculcó el fanatismo por Maradona. Le mostraba videos, e incluso el sobrino de Ronaldinho se llama Diego en homenaje a Maradona. El brasileño colecciona cosas de Maradona, tiene una camiseta con una foto de Diego que dice “Dios existe” y otra de la iglesia maradoniana. Y cuando Diego estuvo mal de salud, le mandó dos libros. Uno de ellos, su biografía (en la que Diego tuvo el gesto de escribir el prólogo) y una camiseta del Barcelona autografiada. Hace poco, Diego lo llamó desde Madrid pero no pudieron verse porque Ronaldinho estaba concentrado y definía el título de Liga. “No tengo palabras para decir lo que siento, uno en la vida vive momentos especiales, mágicos, éste fue espectacular. Me emocioné porque forma parte de mi vida. Crecí mirándolo a él. Fue como mirar los dibujos animados y luego ir a la Disney. Me pasó eso”, dijo Ronaldinho. Ronaldinho no podía parar de hablar de El: “Escuchar un elogio siempre es bienvenido, y todavía más cuando viene de la boca de Diego. De los jugadores que tuve la oportunidad de ver jugar, para mí fue el más grande. Pelé es un fuera de serie, pero no tuve la oportunidad de verlo”. O visto Maradona, Ronaldinho. Fuente: Diario Deportivo Olé