Ya no es una nena. Pero todavía guarda restos de infancia en su mirada. Y ése, probablemente, sea uno de sus mayores encantos. La picardía, la espontaneidad, la risa fácil, la lágrima fácil también, son algunos de los territorios que Natalia Oreiro (28) conservó casi intactos frente al paso del tiempo.

Sin embargo, lo que realmente la distingue es esa cualidad tan suya de haber preservado hasta los sueños, aquellos que tenía cuando era una nena. Que el amor de una pareja, que ser artista, que ir por la vida contagiando alegría. Natalia lo soñó de chica y lo sigue soñando de grande. Aún hoy cuando dice haber conseguido todo lo que soñó. “¿Si siento que lo tengo todo? Sí, la verdad que sí. Por lo general es difícil que la vida personal y la profesional de una persona estén bien. Y a mí en este momento las dos cosas me funcionan. Estoy súper bien en mi vida personal y estoy trabajando con un muy buen equipo de gente. Este es un momento muy particular en mi vida en el que estoy tranquila y puedo disfrutar de lo que me pasa. He tenido situaciones de éxito profesional donde yo estaba tan loca que no podía disfrutar de nada. Hoy no me pasa eso. ¿Qué deseos pediría? Diría que quiero seguir recontraenamorada como hasta ahora, pediría alegría y salud para poder seguir trabajando. Y no pediría nada más. Desear lo que uno no tiene no te permite ver lo que tenés. Y yo tengo una vida re linda. En verdad, nunca fui tan feliz”, dice la actriz. Y no es para menos. En su presente personal, Natalia cuenta con la estabilidad afectiva que siempre quiso y que desde hace cuatro años le brinda su pareja con Ricardo Mollo (48).“Con él siento que tengo una relación desde siempre. Fantaseo con que nos conocemos de otra vida. Porque la confianza y el cuidado son cosas que se van construyendo con el tiempo y con Ricardo tuve todo eso aun antes de enamorarme. Desde un principio sentí que me quería cuidar sin que hubiera una historia que lo justificara. Y esa sensación sigue estando”, cuenta Natalia. En lo profesional, destaca su trabajo como protagonista de “Sos mi vida”, la comedia romántica en la que no sólo se reencontró con su exitoso compañero de fórmula, Facundo Arana, sino también con un género por el que ella siente predilección. “Me gusta reírme y con el equipo de trabajo con el que estoy nos divertimos mucho. Pensá que este año me estoy levantando todos los días a las seis menos cuarto de la mañana. Hasta que termino de estudiar los guiones no me acuesto.Y aunque duermo muy poco me levanto de muy buen humor, con ganas de ir a trabajar. Será que para mí la risa siempre fue tan importante. Tanto que es una de las cosas que primero busco para un personaje. Por eso mis fans graban la risa de la Monita y la ponen en su celular. A mí siempre me gustó hacer reír. Cuando de chiquita me llamaban para una publicidad no lo hacían porque era la más linda sino la más simpática”. Como si fuera poco, además de volver a la televisión con una tira diaria, este año Natalia se animó a interpretar un nuevo rol: el de empresaria. Por un lado, abrió una oficina desde la cual ella misma maneja su carrera. Por otro, puso en marcha un proyecto que la llevará a concretar otro de los sueños que tenía en su infancia: tener su propia línea de ropa. —¿Ya no tiene manager? —No. Puse una oficina al lado de mi casa, en espacio que tenía sin uso. En ese lugar, trabajan dos personas en forma permanente y después hay otros que lo hacen desde afuera: una jefa de prensa, mi contador, un abogado. También tengo un representante para cine, una en Rusia y en la música estoy en conversación con una compañía discográfica. Pero con respecto a la televisión creo que yo conozco el medio demasiado bien. La mía es una pequeña empresa que maneja mi imagen y mi carrera. Pero también es un generador de proyectos. Me gustaría producir contenidos para cine o para televisión. —¿Usted es quien le pone valor a su trabajo? —En el caso de “Sos mi vida” fue así. ¿Quién mejor que uno para darle un valor al propio trabajo? Esta vez, no tuve ninguna complicación. Adrián (Suar) me estaba buscando y casi no tuve que negociar. No fue necesario convencerlo de que ese proyecto era para mí. —¿Ese mismo impulso la llevó a concretar el sueño de tener su marca de ropa? —Esta es una historia que viene desde siempre. Con mi hermana, Adriana, que me lleva cuatro años, estudiábamos corte y confección, en Uruguay. Entonces, yo tenía 12 años. Hacía dibujos y dibujos, y juraba que iba a ser diseñadora. Desde ese momento tuvimos la fantasía de hacer algo juntas. Mientras yo diseñaba la ropa para mis shows y, a veces, para mi vida, mi hermana se casó, se fue a vivir a México y ahí desarrolló la carrera de diseño. Se acaba de recibir. Le fue muy bien. Ya obtuvo varios premios. Pero hace poco me dijo que creía que México no era su lugar en el mundo. Y yo le propuse cumplir el sueño que teníamos cuando éramos chicas. Ella casi se muere. Ahora se está viniendo a vivir acá con su marido. —¿En qué estado está ese emprendimiento? —Este año queremos dedicarlo a hacer una investigación de mercado. Sabemos que la línea de ropa no llevará mi nombre pero contará con mi participación directa. Yo estaré más en la parte creativa y ella hará el seguimiento. No queremos que nuestra marca llegue a los shoppings, queremos tener un solo local, hacer algo más pequeño. El estilo de la ropa nos va a representar a las dos. Mi hermana es más fina, más minimalista. Yo soy súper recargada, más freak. Y queremos que lo que esté en nuestro local sea ropa que nos daría ganas de usar a las dos. Para mí esta es una inversión muy grande que no sé si me va a dar rédito. Pero lo hago porque la moda para mí es un hecho artístico y tenía la necesidad de poner esta parte creativa mía en un proyecto, en una pequeña PYME. Antes de comenzar este nuevo año de trabajo, Natalia pudo disfrutar de un largo período lejos de le televisión. “Pero no es que no hice nada, ¿eh? Esa es la sensación que tiene la gente pero no es así. En ese tiempo también estuve trabajando, probando un demo, una canción. Yo también tengo una vida fuera de la tele. Es más, si estoy en casa tampoco puedo hacer ocio. Cuando pasa el tiempo y me quedo en Buenos Aires siempre tengo algo para hacer. Arreglo la casa todo el tiempo y me dedico a mis flores. Sigo con mi cultivo de rosas y orquídeas. Tengo 24 orquídeas. Y todas con sus fotos”. —¿Con sus fotos? —Sí. Yo les saco fotos a todas las flores de mi jardín en cada temporada. Pero no le saco a la planta sino al centro. Me parece que es ahí, en el corazón de la flor, de donde nace todo, el universo. Las flores no se reconocen a simple vista. Me divierte que otra persona no sepa de qué flor es cada imagen. Yo sí las reconozco. Soy como una madre que distingue a los gemelos que a todo el mundo le parecen idénticos. Les sé los nombres a cada una y armo álbumes con las fotos. A pesar de haber preservado ciertos dominios, Natalia Oreiro admite los efectos del paso del tiempo en ella.“Sí, me veo más grande”, dice. “Lo noto en mi manera de pensar, en la forma en que me tomo las cosas. Será que me conozco más. Y así es como estoy aprendiendo a poner límites. Antes por ahí me daba cuenta de que algo me hacía ruido y dudaba qué hacer. Ahora rápidamente sé que tengo que dejarlo. También lo noto en que pienso más antes de contestar. Podría decirse que aprendí a callar”, dice. “Yo siempre fui una persona amable y diplomática, a no ser cuando me faltan el respeto. Sigo siendo una persona verborrágica, ésa es mi impronta. Pero me di cuenta de que no todos son amables con mi espontaneidad. Ahora sé que hay lugares en los que puedo hablar más y otros en los que no. Es eso.” —Y ahora, a partir del personaje de boxeadora que hace en “Sos mi vida”, cuenta con otro recurso para enfrentar a quienes son poco amables con usted: aprendió a pegar. —Entrené con Marcela “La tigresa” Acuña. La llamé al otro día de aceptar este proyecto. Antes de empezar a grabar entrené con ella de lunes a viernes de 8 a 11. Hacía ring, bolsa, abdominales, técnica de boxeo. Después, a la tarde, salía a correr por el KDT. Y ahora sigo algunos días a la noche. Jamás había reparado en el boxeo pero enseguida me di cuenta de que más allá de lo que parece, es como una partida de ajedrez, un juego de inteligencia donde lo principal es conocer al otro en sus puntos débiles. También entendí que cuando uno está sobre el ring está haciendo un espectáculo y tiene que ser agresivo y conciso en el golpe. No puede pasarte lo que me pasaba a mí. —¿Qué le pasaba? —Pegaba y pedía perdón. Es que me daba cuenta de que tenía la mano fuerte. Entonces, le pegaba y paraba en el medio del round para pedirle perdón al contrincante. Me angustiaba. —¿Alguna vez había pegado antes? —A mi hermana. Cuando éramos chicas ella me pegaba hasta que un día le pegué yo y no lo hizo más. Ya te digo que pegaba fuerte. Tengo mucha fuerza. Imaginate que en mi casa, por ejemplo, soy yo la que abre los tarros. Aún hoy siento que a veces se me va la mano. Un día peleé con el sparring de Marcela y se fue con los ojos todos hinchados. Lo había matado a tortazos. Por eso todos en el canal me respetan desde ese lugar. —¿Quiere decir que los técnicos tienen miedo de que les pegue? —No sé si tienen miedo, pero saben que pego bien. —Ahora que sabe golpear, ¿en qué circunstancias le gustaría pegarle a alguien? —Aunque tenga ganas no lo hago. Es que antes que nada soy inteligente. Y si alguien se propasa conmigo, ¿sabés lo que pasa? —¿Qué? —Que soy Natalia Oreiro y si le pego a alguien que se pasa de vivo al otro día me mete un juicio tremendo. Hay veces que me encantaría darle trompadas a alguien, pero me hacen un juicio que termino peor. Prefiero que se corra la bola de que puedo hacerlo. ¿Sabés qué? En verdad, prefiero hacerme temer. Viviana Andón | NORA LEZANO Y SEBASTIAN ARPESELLA