Dedicada desde hace ocho años a la actuación, se replantea los parámetros estéticos que adquirió en su etapa de modelo y asegura que nunca se someterá a una cirugía estética. También hace un balance de su primera década junto a Nicolás Repetto, con quien aspira a envejecer, siempre y cuando el amor perdure.

Hoy, la vida de Florencia Raggi es puro remolino, compromiso y excitación. Además de cumplir con sus habituales responsabilidades familiares, participa los lunes del ciclo Teatro por la Identidad y, de jueves a domingo, sale de gira con la obra de Mario Vargas Llosa La señorita de Tacna. Si bien conoce toda la Argentina de sus tiempos de modelo, asegura estar descubriendo ahora la fisonomía del país en sus aspectos más íntimos, gracias al contacto directo con un público ávido de relacionarse cara a cara con los artistas de la capital. “Me da mucho placer llevar a sitios tan lejanos algo que me da tanto orgullo hacer”, asegura. “En algunas plazas me he ganado un aplauso a telón abierto, cuando finaliza la escena que comparto con Norma Aleandro, y eso no tengo con qué pagarlo”, comenta orgullosa. “Este es un tiempo de crecimiento profesional inmejorable y por nada del mundo lo pienso desaprovechar”, concluye. -¿Costó, sin embargo, tomar la decisión de separarte de tu familia durante la mitad de la semana? -No, la verdad que no. Pero creo que si existe una segunda oportunidad lo voy a pensar mucho más. Pensé que sólo se trataba de sábados y domingos, pero luego se agregaron dos días más y ahora, en el final de la gira, se me está haciendo un poco difícil. Por suerte tuve y tengo el apoyo incondicional de Nico (Nicolás Repetto, su marido) y de los chicos (sus hijos Renata y Francisco), sin lo cual no me podría ir tranquila. -Durante tu ausencia, ¿Nicolás se ocupa de la casa y del cuidado de los niños? -Sí, claro. Me extraña, pero con ellos la pasa bomba. Como es un buen padre, se arregla bastante bien. -¿Sobrellevás perfectamente el distanciamiento o a veces lo padecés? -Los primeros días de gira estaba en éxtasis porque, al estar sola, podía realizar cosas que hacía mucho tiempo no disfrutaba. Por ejemplo, caminar sola por Mar del Plata durante cinco horas, como si estuviera soltera otra vez. Cada fin de semana hacía cosas distintas, como levantarme un sábado recién al mediodía y quedarme el resto del día encerrada en la habitación leyendo, algo que, teniendo una familia, habitualmente no puedo hacer. Pero al tercer fin de semana ya no había nada que hacer y todo se me volvió una rutina; ya nada me divertía tanto y empecé a extrañarlos. Así que ahora, en cuanto concluya la gira, no quiero viajar más. Me quiero quedar acá. -¿A partir de esta experiencia planeas tomarte, de vez en cuando, un respiro familiar y disfrutar de un tiempo sola? -Por ahora no, porque durante estos tres meses me tomé muchas libertades y ya no tengo gran necesidad de algo así. Pero ahora sé que en cualquier momento me puedo tomar un tiempo para mí. Me da un alivio saber, por ejemplo, que me puedo ir un tiempo sola a Córdoba y nada se va a derrumbar. -¿Qué tal es Nicolás como amo de casa? -Correcto (risas). -¿Por qué sólo correcto? -Y… porque más de una vez se olvidó de dar un remedio o llevó tarde a uno de los chicos a algún cumpleaños. Pero esas son nimiedades. Yo siento un agradecimiento inmenso por Nico porque cubrió mi ausencia. -El tiempo que Nicolás estuvo sin pantalla, ¿te sentiste sostén de familia? -No, ni más ni menos que antes. Porque Nico tenga parates laborales y yo esté activa durante ellos no me siento más sostén de familia que él o directamente el único sostén de familia. Me parece que cada uno en su medida y según su trabajo, que es parecido pero a la vez diferente, aporta a la economía de la casa. – El trabajo y el dinero, entonces, no son temas conflictivos en la pareja. -Tampoco nada es perfecto… Pero no hay un reclamo porque uno esté trabajando y el otro no. A veces sí si uno quiere estar en un sitio y el otro en otro. Pero, bueno…vamos tratando de ceder un poco cada uno en diferentes momentos. A veces coincidimos, otras no. -Desde afuera da la sensación que hasta ahora fuiste vos la que más cedió. Por ejemplo, haciendo un impasse en tu carrera artística y acompañando a tu esposo en su año sabático en España. -Yo sé que aparezco frente al público como la que siempre ha cedido más pero no estoy tan segura de que haya sido así. Irme a España, en última instancia, también fue mi elección. La propuesta surgió de él, es verdad, pero cada tanto siento la necesidad corporal de moverme de sitio. Hoy pienso que tal vez la experiencia se extendió más de lo que yo hubiera querido, pero no me arrepiento para nada y podría volver a suceder. Ahora creo que es Nico el que más está cediendo porque yo sí o sí me quiero quedar acá. No le doy la opción de que me diga: “Flor, me quiero ir a vivir al campo”. No, no hay posibilidad de negociar eso. Este es mi tiempo. -¿Qué balance hacés de tus diez años de pareja? -Muy bueno. Con Nico nunca tuvimos una relación de altas y bajas, nunca tuvimos crisis. Todo fue muy parejo. Fueron diez años maravillosos y estoy súper feliz de que hayan sido como fueron y espero que sigamos así por mucho tiempo más. En todo este tiempo crecimos un montón y, por suerte, fuimos cambiando juntos. Apunto a que, mientras crecemos individualmente, nos sigamos complementando y acompañando tan bien como hasta ahora. -¿Te imaginás envejeciendo junto a él? -Ojalá. No soy de las que dan por seguro nada porque en el amor todo puede cambiar, pero me encantaría. Si el amor perdura, sí, si no no sería bueno vivir en la mentira. -¿A qué estás dispuesta y a qué no para sobrellevar mejor el paso del tiempo? -Nunca me operaría ni me pondría Botox. Ni loca. Me gustaba mucho como actriz Nicole Kidman, pero desde que empezó a abusar de las cirugías y del botox, y encima está anoréxica, me parece que la está pifiando. Yo creo que una actuación profunda produce belleza, el Botox no. A mí me faltan aún varios años para llegar a los 40, pero cada vez me convenzo más de lo que mi mamá me decía cuando era chica: de que si uno tiene una conducta en la vida, a partir de los 40 años sale a la luz la verdadera belleza, la interior, y si sos buena gente se te ve bella y si no, no, por más que te tiñas el pelo, vayas cinco veces a la semana al gimnasio y te operes todos los años. Yo prefiero creer en esa belleza más profunda, en la belleza que proviene de ser buena gente. -Para vos, que fuiste modelo, ¿la belleza física ya no es un valor? -Durante mi época de modelo la belleza física era “el valor”, porque de eso dependía el trabajo. Pero ahora no, para mí la belleza pasa por el equilibrio en todo sentido, el de la salud física y mental, en ser buena gente, hacer crecer el intelecto y en saber amar. Todo eso deviene en una persona bella. -¿Creés en el precepto new age de que en el futuro las personas más bellas serán las que más amen? -Absolutamente. Mi primera profesora de yoga era muy grande, pero yo la veía hermosa. Tenía una capacidad de amar inconmensurable. Yo ahora quiero ser como ella. Ella no había pasado por un cirujano ni se mataba en un gimnasio. Aspiro, como ella, a llegar a vieja con la salud mental necesaria como para no necesitar de una cirugía a fin de obtener seguridad en mí misma. Una cosa es que cuide mi aspecto y otra muy diferente es que consienta convertirme en un monstruo más. Porque después de las cirugías y del Botox quedan todas iguales, son una especie de monstruo. Me tiño todas las semanas las tres o cuatro canas que tengo, y me pongo cremas humectantes todas las noches para no tener la piel seca, pero no dejaría de disfrutar del sol por temor a arrugarme. No soy una hippie, pero hoy detesto estar demasiado pendiente de lo estético, como lo he estado durante mis tiempos de modelo. Hoy no pienso dejarme presionar por el medio y cuando tenga arrugas las luciré con orgullo. GUSTAVO LLADÓS.