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Todos los medios son públicos

MIGUEL BONASSO

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El amplio debate abierto sobre la “ley de radiodifusión”, alimentado por la inminencia de un proyecto de reforma o sustitución promovido por el Poder Ejecutivo, puede ayudar a enmendar un error generalizado: la creencia de que hay medios “públicos” y medios “privados”. En lo que hace a radio y TV, todos los medios son “públicos”.


En primer lugar, porque el Estado es el dueño del espacio radioeléctrico y por lo tanto concesiona frecuencias a los privados o se reserva el derecho de gestionar emisoras radiales o televisivas por sí mismo. Esto ocurre en todos los países del mundo y así lo establece la Unión Internacional de Telecomunicaciones con sede en Ginebra. En segundo lugar, porque los contenidos que emiten radios, canales abiertos y canales de pago (cable y satélite) se dirigen al público, compitiendo entre sí por las mayores audiencias. Esta verdad de Perogrullo, que ni valdría la pena señalar, resulta indispensable para contrastarla con la visión que la mayoría de los medios gestionados por privados quiere venderle a la sociedad acerca de ellos mismos. Omitiendo su carácter público, reivindicando su carácter privado, establecen una contraposición tácita con el “sector público” que es –por antonomasia– el Estado, a cargo transitoriamente de tal o cual gobierno. Contradicción que han explotado sabiamente desde el Río Grande hasta Tierra del Fuego, para presentarse –ante el menor intento de regulación– como víctimas de abusos presuntos o reales por parte de los gobiernos. Sus propietarios –concesionarios de los gobiernos– dejarían de este modo de ser hombres de negocios con intereses en la televisión o la radio, para convertirse en intocables paladines de la libertad de expresión. Esta definición irreal, ahistórica, cuasi metafísica, no sería onerosa para el conjunto de la sociedad si viviéramos en la época capitalista del laissez faire, laissez passé de Adam Smith, donde la comunicación social la ejercían a través de periódicos, libros y folletos, miles de laboriosos emprendedores que competían entre ellos y donde los propios explotados del sistema, organizados en los primeros sindicatos, podían acceder con relativa facilidad a la hoja impresa para agitar sus reivindicaciones. No es por cierto la situación imperante en esta época del capitalismo, en la que la libre concurrencia ha sido sustituida por la concentración monopólica, y la propiedad de los medios electrónicos supone una disponibilidad de capital que no está al alcance de los pequeños emprendedores, los trabajadores y para qué hablar de los marginados. Por si esto fuera poco, la hegemonía de los medios electrónicos se ha visto reforzada en las últimas décadas por severas limitaciones económicas que han alejado a las grandes mayorías de los libros, los diarios y las revistas. Una encuesta realizada en julio de 2004 por la Dirección General del Libro de la Ciudad de Buenos Aires, reveló que en esta capital –otrora orgullosa de su producción cultural– sólo el 25 por ciento de los ciudadanos se informaba regularmente a través de diarios y revistas. Es decir que el 75 por ciento lo hacía a través de los medios electrónicos, principalmente la televisión y la radio. Con semejante audiencia no es de extrañar que los medios –en particular la TV– influyan decisivamente en los hábitos de consumo de la población, alarmen más que Orson Welles con La guerra de los mundos, tranquilicen a piacere respecto de lo que debería alarmar y les marquen a la sociedad y a los poderes estatales cuáles son los puntos prioritarios de la agenda. Lo que no aparece en su pantalla no existe, lo que sale muchas veces vale por su sola reiteración, los noticieros se parecen cada vez más a las telenovelas o a los realities shows, sus comentaristas son los nuevos sacerdotes que opinan sobre todo lo divino y lo humano, contribuyendo a veces por ignorancia y otras por malicia a desinformar, a deformar, a diluir la ya castigada situación cultural de los argentinos, y hasta su identidad nacional, relegada por el peso abrumador de la oferta maiamera. Nunca tan pocos influyeron a tantos. El fenómeno, sin duda, es mundial y constituye uno de los efectos de la famosita globalización donde todo se globaliza menos el capital. Pero también responde a falencias autóctonas, de la sociedad y de los gobiernos. Y no me refiero solamente a la nefasta ley de radiodifusión que impide el acceso de nuevos actores a la comunicación social. Al fin la mentada ley, sancionada en 1980, fue modificada en 80 oportunidades por decretos del PEN, 126 veces por decisiones administrativas y sólo en 9 ocasiones por ley del Congreso. Responde también a causas estructurales que tienen que ver con la concentración de la economía, la mixtura inadmisible entre negocios y política y la copia servil del sueño americano, que las mentes más lúcidas de Estados Unidos denuncian como favorable para el big business, pero peligroso para un real ejercicio de la democracia. El especialista en comunicación Robert W. McChesney, profesor de la Universidad de Illinois, sostiene que “las economías de mercado pueden sobrevivir e incluso prosperar sin adoptar el estilo comercial norteamericano en sus sistemas de medios. La cuestión real es si la democracia puede sobrevivir como una simple hoja de parra que cubre la concentración del capital privado”. Para McChesney no hay otra solución que una participación activa del Estado en beneficio de la pluralidad. Porque el Estado siempre regula, aún cuando hable de desregulación. “El sector público –afirma el profesor de Illinois– debe involucrarse” activamente en el proceso de la comunicación. Lo cual conduce a un aspecto crucial de la nueva ley: ¿qué tipo de medios públicos gestionados por el Estado queremos tener? ¿Medios sin medios que para competir sin éxito imiten a los privados? O medios estatales poderosos como la BBC de Londres, que siguen aguantando las presiones a favor de la “desregulación” y compitiendo exitosamente en el desarrollo de la información y la cultura, sin descuidar por eso el factor “entretenimiento”. La Argentina tiene recursos para aplicar este modelo y grandes reservas de capital humano que sólo esperan ser convocadas. Ojalá que en la próxima ley de radiodifusión se establezcan los mecanismos institucionales para aprovechar de una buena vez esa ventaja comparativa.

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Cuando el mérito no importa

OPINIÓN (*)

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Dijo en San Juan el presidente Fernández: “lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres”.


Esto es tan falso, tan terriblemente insultante para la inteligencia, que es difícil decidir por dónde empezar a analizarlo.  Sólo diré que Steve Jobs (Apple), Bill Gates (Windows), Jeff Bezos (Amazon) y Marcos Galperin (Mercado Libre), son algunas de las fortunas más grandes del mundo y de Argentina, y NINGUNO fue hijo de rico.  Este pelotudismo socrático y retrógrado ha sido totalmente superado en los países desarrollados… ¡Y PRECISAMENTE PORQUE LO SUPERARON SON DESARROLLADOS!

 

Luego invocó a Alberdi y Sarmiento, reinterpretándolos con un pensamiento tan retorcido que los vuelve irreconocibles.  Dijo admirarlos porque “vislumbraron la importancia de la educación pública, que nada es más importante que el conocimiento humano” y del sanjuanino aseguró que “en un gesto inigualable de igualdad, resolvió que todos los que estudian en la escuela pública calcen un guardapolvo blanco para que las diferencias sociales allí donde se aprende no aparezcan.  Con todo eso nos dijo que el estado debe estar muy presente en el desarrollo humano y que finalmente lo que más vale es la igualdad, es propender a un sistema más igualitario”.

 

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Pobres Alberdi y Sarmiento.  Si pensamos cuales referentes históricos argentinos estuvieron absolutamente en contra de la intromisión del estado (que debía ser pequeño) en el quehacer cotidiano de los ciudadanos, fueron sin dudas estas dos inmensas figuras de nuestra patria.  Hacer semejantes distorsiones de su pensamiento es una ofensa a sus memorias y, como se hacía en la escuela, debería lavarse la boca con jabón para limpiar sus palabras.

 

Alberdi decía que “la omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual” y que “la grandeza del vecino, forma parte elemental e inviolable de la nuestra”, LO OPUESTO al igualitarismo y el desconocimiento del mérito.

 

¿Y qué pensaba Sarmiento?, al que dijo admirar.  El sanjuanino dijo: “las cumbres se alcanzan doblando el empeño” y “toda la historia de los progresos humanos es la simple imitación del genio”; Don Domingo era un ferviente defensor del mérito, concepto que el señor presidente denigra.

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Es increíble que en la actualidad, con lo fácil que es conocer la realidad de otros países, todavía existan personas “educadas” (en realidad son apenas instruidas, la educación implica pensamiento crítico algo que les es ajeno) que sean tan ciegas como para dejarse engañar así.

 

El presidente habla de defender el federalismo y a las provincias del “pulpo” del puerto, cuándo el mayor héroe de esta gente fue Rosas, quien prohibió los puertos del Paraná para que todo el comercio exterior pasara por Buenos Aires, empobreciendo a las otras provincias.  Obsesión rosista por el monopolio del puerto porteño que condujo a la muerte a valerosos patriotas en la Vuelta de Obligado, sacrificio disfrazado con la mentira de la “defensa de soberanía”.

 

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Valga la apostilla: ese fue el mismo Rosas que le quitó los sueldos a los docentes de las escuelas y universidades estatales, hundiendo en la ignorancia a los pobres y yendo en contra de la tan mentada “igualdad de oportunidades” con la que se llenan la boca.

 

¿Habla del federalismo y de trato igualitario para todas las provincias?, cuando el peronismo fue el mayor promotor del crecimiento del conurbano bonaerense y que le otorgó tantos subsidios a la luz, el gas y a los combustibles, que hacía que en Buenos Aires se pagara hasta 5 veces más barato los servicios públicos que en el resto del país.  ¿En serio?  ¿Se puede ser tan caradura?  Y lo peor, ¿se puede ser tan idiota como para creerles?

 

También dijo Fernández: “lo que uno más debería desear como argentino, es que cada argentino tenga la oportunidad de nacer…”, ¿oportunidad de nacer?, ¿de qué oportunidad de nacer habla quien defiende el aborto?, ¿se puede ser más cínico y contradictorio?  “…Y de morirse feliz después de haber vivido bien, en la provincia donde ha nacido”, ¿morirse feliz?, ¿Cómo Solange que murió sin ver a su padre?, ¿o Facundo Astudillo?, ¿o Franco Martínez?, ¿o Franco Isorni?, ¿o Luis Espinoza?, todos desaparecidos y muertos en democracia en este 2020.

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Entiendo (no comparto) que los que “están prendidos” defiendan “el modelo”… ¿pero el resto?, ¿el laburante que deja más de la mitad de su sueldo en impuestos para mantener punteros y para que le den por sus impuestos la porquería de salud, educación, seguridad y justicia que tenemos?, ¿el profesional que como universitario debería ser capaz de ver más allá de las mentiras de los demagogos?  Cómo decía Sarmiento y se aplica a los “educados” que egresan de la universidad: “era el que más sabia… Pero el que menos entendía”.

 

Lo cierto es que a decir del gran sanjuanino: “la ignorancia es atrevida”, pero aún es más atrevida la avaricia, la soberbia y el despotismo de quienes conducen hoy el destino de nuestra patria y que lejos están de seguir el siguiente principio rector del cuyano: “fui criado en un santo horror por la mentira, al punto que el propósito de ser siempre veraz ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de ello dan testimonio todos los actos de mi vida”.

 

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Quienes creemos en la Libertad, en la igualdad ante la Ley y no por la Ley, y en el Respeto por la vida y la propiedad del prójimo, no solo tenemos el deber ético y moral, sino también la impostergable necesidad de oponernos y manifestarnos en contra de los atropellos que se están cometiendo contra los argentinos y contra la República.   

 

El momento es YA… antes de que terminen de hundirnos y de someternos, antes de que no quede nada por salvar.

(*)  Rogelio López Guillemain

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Opinión

Reconvertir proyectos e innovar

POR MARIA EUGENIA MANCINI

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La pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto profundo en nuestras sociedades. Además de la crisis sanitaria, ha afectado la educación, la vida social y los medios de subsistencia. A una economía difícil, esto lo ha profundizado aún más.


Para nuestros jóvenes muchos de estos impactos será a largo plazo y multidimensionales: Por ejemplo, 191 países han implementado el cierre de escuelas a nivel nacional o local, y 1,5 mil millones de personas no pueden asistir a la escuela ya que no disponen de tecnología básica para acceder a las plataformas educativas.

 

Sin embargo, hay muchos jóvenes liderando esta crisis y no se han quedado de brazos cruzados. Hay una Juventud que está apoyando el diseño y la ejecución de programas sociales pensando en caminos creativos y de respuesta.

 

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También debemos destacar la variedad de emprendimientos que han surgido adaptando propuestas comerciales a estos nuevos tiempos donde se pudo ver la creatividad y el desarrollo de productores locales.

Es fundamental continuar apoyando estos proyectos para que tengan continuidad formulando estrategias competitivas, incentivando y se conviertan en micro empresas sustentables económicamente.

 

Sumar programas de recuperación en base a economías locales y ver como su fuerza creativa comienza a enriquecer a instituciones, proyectos sustentables  y caminos nuevos para salir adelante.

 

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Pienso que un camino de desarrollo  es no solo fortalecer las economías regionales sino volver a los oficios, capacitarnos y tener herramientas prácticas para generar recursos propios.

 

Estamos atravesando un momento de reinvención muy grande y donde más que nunca necesitamos estar unidos, sacar nuestras fortalezas y trabajar juntos como sociedad pensando en lo que queremos construir, diseñando la sociedad futura, poniendo  foco en nuestros recursos y liderar.

 

Es fundamental generar herramientas para crear una sociedad más igualitaria y solidaria y no solo como respuesta a la pandemia sino también pensando a largo plazo y abordando todos  el compromiso de crear un cambio duradero.

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Opinión

La “borocotización” de Alberto

(*) OPINIÓN

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Recuerda una crónica del diario perfil: “Eduardo Lorenzo Borocotó el 23 octubre de 2005 obtuvo una banca. Pero antes de asumir algo cambió. El 9 de noviembre visitó la Casa Rosada, acompañado por su hijo. ¿Con quién tenía cita? Con el actual presidente Alberto Fernández, quien era jefe de gabinete de Néstor Kirchner.  Borocotó se reunió con los dos. A Kirchner no lo conocía. A Fernández, sí.


El mismo día del encuentro en la Rosada, Borocotó anunció su partida del bloque macrista: armó un mono-bloque independiente, afín al kirchnerismo. Alberto Fernández explicó la jugada: "Tenemos que ser amplios. Hay muchos votantes y dirigentes de ARI que están descontentos con Carrió, por ejemplo. Y nosotros estamos abiertos a recibirlos, así como a los radicales, peronistas y a todos los que crean en el proyecto del Presidente".

 

En nuestras democracias actuales, se debería empezar a pensar en que los ciudadanos, en vez de elegir a personas que encarnen proyectos, ideologías, o letras muertas de lo establecido en partidos políticos, votemos directamente, proyectos, propuestas, modelos o formas de hacer las cosas y que la ejecución de las mismas, pase a ser un tema totalmente secundario, esto sí podría denominarse algo que genere una revalidación de lo democrático, pero no estamos en condiciones de hacerlo actualmente, primordialmente porqué el gobierno de ese pueblo, está en manos de uno sólo, a lo sumo, en cogobierno por un legislativo (con flagrantes problemas en relación a la representatividad, que sería todo un capítulo aparte el analizarlo) y supeditado a un judicial, que siempre falla, de fallar en todas sus acepciones, liberar la opción de ese pueblo, para que elija su gobierno, mediante las ideas que se le propongan, sin que sea esto eclipsado por la figura de un líder o lo que fuere, en tanto y en cuanto siga siendo uno, recién podrá ser posible, cuando su vínculo con la vida y la muerte, no tenga que ser anatematizado mediante la creencia o no creencia, que como vimos son las dos caras de una misma moneda, en un ser único y todo poderoso, creador de este mundo y de todos los otros, los posibles como los imposibles.

 

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La violencia del estado que en la actualidad se traduce en su sobre-presencia en ciertos sectores a costa de la ausencia del mismo en vastas áreas y bolsones, la sobreactuación de un supuesto sentir o hacer democrático, en donde sólo se ejerce una dudosa aclamatoria de mayorías (sistemas de preselección de candidatos cerrada, como internas que no se llevan a cabo, que transfieren el sentido de elegir por el de optar, entre quiénes ellos, de acuerdo  a sus reglas disponen que tengamos que optar, es decir elegir condicionados) debería estar tipificado en la normativa, como uno de los delitos más flagrantes contra las instituciones y el pleno ejercicio de la libertad, de tal manera, la ciudadanía no tendría excusas como para no levantarse en puebladas, en manifestaciones que dan cuenta de la total y absoluta anomia, en que la incapacidad de cierto sector de la clase política nos puede volver a conducir en cualquier otro momento u oportunidad. Propuestas es lo que sobra, se precisa de predisposición de estos para hacerles sentir a la ciudadanía que algo determinan, con el pago de sus impuestos y con sus votos. En tiempos electorales, una práctica que debería ser desterrada y que es una muestra expresa del democraticidio, es la compra de votos, sea mediante una dádiva, prebenda, por intermedio de corte de chapas, dinero, mercadería, merca o lo que fuere, como de las mentiras flagrantes e inconsistentes las que ofrecen por doquier. Como también lo es la no sanción de los hechos de corrupción, o la dilación en demasía para resolver los mismos, perpetrados por hombres que hayan pertenecido al funcionariado público.

 

Si somos presa de políticos corruptos seguiremos encarcelados en el imperativo de una sociedad penalizada y penalizante para sancionar delitos y no para reconvertir conductas que no nos lleven a ellas.

 

Hasta aquí sí se quiere, nada nuevo bajo el sol, o desconocido para todos aquellos a quiénes, Alfonsín nos prometió que con “la democracia se educa, se come, se cura, no necesitamos nada más, que nos dejen de mandonear…” la nueva modalidad, de estas suertes de “democraticidios” que nos afectan, es que el poder unipersonal del ejecutivo nacional, pasó a un sistema, tal como lo definió un constitucionalista “vicepresidencialista” y por tanto, Alberto, el creador del “borocotismo”, tal como Víctor Frankenstein, pasó a ser víctima de su propia creación, de su mutación práctica de lo representativo.

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En la aceleración, profundización o intensificación del cristinismo, camporismo o kirchnerismo recargado, en el que recayó Alberto, no quedaría otro espacio en la historia para él, que un título de un libro escrito por Miguel Bonasso, acerca de Héctor Cámpora; “El presidente que no fue”.

 

La mayoría que se construyó a tales efectos, con una propagación mayor que la de un virus desconocido y contagioso, se reconstituye con proverbial dinámica y en las próximas elecciones demostrará cuán cerca o lejos puede estar de un poder político, en la actualidad, “borocotizado”.

 

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(*) Por Francisco Tomás González Cabañas.

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