Es innegable que quienes hoy esgrimen entre sus “cuadros políticos” más de 7.000 militantes en puestos políticos en el gobierno kirchnerista enrolados en la agrupación inventada por Máximo Kirchner conocida como “La Cámpora”, en realidad está reivindicando el nombre de un hombre que “protegió al terrorismo peronista” para permitir la vuelta de Perón en el ´73, quien luego se encargó csi personalmente de “mandarlos a la clandestinidad”. Esta es la historia de un hombre que provocó el inicio de casi dos décadas de violencia fraticida, ahora reivindicadas por Cristina y su hijo mayor.
QUIEN FUE CÁMPORA
Héctor José Cámpora nación un 26 de marzo de 1909 y falleció antes de la llegada de la democracia, un 18 de diciembre de 1980. En la jerga política era apodado “El Tío”, aún cuando muchos sostienen que por ser el número dos de la estructura cuasi mafiosa del peronismo en el exilio, era el cargo que ocupaba. Político de profesión odontólogo, nacido en la ciudad bonaerense de Mercedes, fue el Presidente de la Nación, que posibilitó la vuelta de Juan Domingo Perón a la Argentina, pero también sostienen, responsable de la “masacre de Ezeiza”.
Nacido en el seno de buena posición económica, quiso estudiar medicina en Rosario, pero no pudo ingresar y optó por cursar la carrera de Odontología en la Universidad Nacional de Córdoba, pero su vocación política lo llevó a convertirse en dirigente estudiantil, aunque sin adherir a ningún partido.
En 1944 fue designado comisionado municipal del gobierno de facto del que Perón, a quien conoció allí, era el Ministro de Trabajo, para luego integrar un agrupamiento independiente que, junto al laborismo y los radicales “renovadores”, contribuyó al triunfo electoral de 1946.
Posteriormente fue electo diputado en las elecciones generales de 1945 y presidió la Cámara de Diputados entre 1946 y 1952 para luego alejarse tras la muerte de Evita; cuando los sectores más reaccionarios y nacionalistas del peronismo, desplazaron a los moderados e izquierdistas, tanto en el Estado como en el entorno del presidente Perón.
Sin embargo en 1971 fue designado delegado personal de Juan Domingo Perón, en remplazo de Jorge Daniel Paladino y allí pergeño la estrategia para lograr que Perón, exiliado en España, retorne a la Argentina y luego al poder en 1973.
Su breve paso por la presidencia de la Nación, solo para llamar a elecciones para que Juan Domingo Perón retome el poder, le valió el “mote” de “Cámpora al gobierno, Perón al Poder”. Cámpora asumió el 25 de mayo de 1973 y tuvo que renunciar cuando el 13 de julio de ese mismo año, Perón le retiró el apoyo a su gobierno y lo obligó a llamar a elecciones anticipadas que como eran de prever, fueron ganadas por el propio Perón con su mujer, Isabelita por más del 60% de los votos.
Para sacarlo del país, ya que estaba enfrentado con la derecha peronista, encarnada en José López Rega, Perón lo “destierra” a la Embajada de Argentina en México. Luego del golpe de Estado de 1976 debió refugiarse en la embajada de México en la Ciudad de Buenos Aires, donde hubo de permanecer por más de tres años. Finalmente se le permitió volar a México, donde murió poco después.
CAMPORA Y LA IZQUIERDA VIOLENTA
Uno de los logros más importantes de Cámpora, además de lograr “el retorno triunfal del peronismo y de Perón a la legalidad y a la escena política”, fue reorganizar el movimiento, creando la rama juvenil que representaba el creciente peso de la izquierda peronista, a través de la organización político-militar Montoneros.
Por supuesto que su cercanía con la izquierda peronista lo enfrentó con la derecha partidaria, representada por los que después se conocieron como “los gordos de la CGT” y eso lo llevó a ser sindicado por la historia como el responsable de “la llamada Masacre de Ezeiza”, conocido así al brutal enfrentamiento entre ambas alas del peronismo, que se disparaban con armas de fuego por el control del palco. La cifra de muertos por esos enfrentamientos se estima en decenas e incluso centenas de personas, pero nunca fue especificada.
Al asumir a la presidencia Cámpora marcó claramente un “antes” y un “después” del 25 de Mayo de 1973. Si bien se había arribado al fin de una dictadura, comenzaba una época de violencia encarnada en Montoneros, Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) hoy sigla de Binner presidente y al comienzo de un tiempo autoritario regido por la violencia callejera, social y universitaria de la Juventud Peronista y de la JUP, rama universitaria que “enrolaba luchadores contra el régimen”.
La muestra está marcada en su asunción como presidente cuando algunos gritaban “Perón- Evita, la patria socialista” mientras otros le contestaban: “Perón – Evita, la patria peronista”. Pero el mayor y atronador cántico era “Mon-to-neros carajo”.
La segunda demostración de que se venían tiempos difíciles para la Argentina se dio esa misma noche, cuando una inmensa multitud rodeó la cárcel de Villa Devoto y logró la salida de detenidos políticos, pero también ante la falta de contención de la guardia del principal penal de la nación, se escaparon todos los presos alojados en el Penal, que ya desde el día anterior, sabían lo que ocurriría.
Las reparticiones oficiales, aparecieron al día siguiente embanderadas con banderas de los Montoneros o la Juventud Peronista Revolucionaria. En medio de esa euforia, Rodolfo Galimberti, uno de los referentes máximos del peronismo, designado en 1972 por Perón, anuncia la conformación de las “Milicias Revolucionarias”.
Estas, que serían formadas por la Juventud Peronista, estaban destinadas a sustituir al Ejército Argentino, “pro imperialista”, por un verdadero “Ejército Revolucionario y Popular”.
Un agudo estudio de la obra dirigida por Andrés Cisneros y Carlos Escudé expresa lo siguiente: “En el ámbito interno, el peronismo pasó a jugar el papel de catalizador de las frustraciones que los distintos sectores de la sociedad argentina sentían respecto de la experiencia militar de la Revolución Argentina, asociada -en forma excesivamente simplista- con la política económica liberal de Adalbert Krieger Vasena, el ministro de Economía del gobierno de Onganía. Para los sectores de la derecha, el retorno del peronismo al poder permitiría llevar a cabo los objetivos estatistas, nacionalistas y corporativos presentes en la plataforma histórica del peronismo. Para los sectores de centro -y muy especialmente para los peronistas históricos-, las elecciones de marzo de 1973 cerraban 18 años de proscripción e implicaban la vuelta a los programas de política interna y exterior del período 1946-1955. Finalmente, para los sectores de la izquierda peronista -Juventud Peronista (JP) y Montoneros-, la vuelta del peronismo al poder era la llave para una revolución socialista.
Sólo el trotskista Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) desconfió del carácter “revolucionario” del peronismo tan pregonado por su líder durante los años de exilio, por lo cual se mantuvo en una actitud de expectativa, en espera de que el gobierno de Cámpora acelerara la transición hacia la “patria socialista”.
Cabe aclarar que, salvo el ERP, estas exageradas expectativas en torno de los alcances “revolucionarios” del peronismo de la mayoría de los sectores de izquierda se dieron en un contexto muy particular, donde el término “revolución” estaba de moda y prácticamente todos los partidos políticos lo usaron, aunque sin aclarar demasiado su alcance. Incluso expresiones políticas de signo relativamente moderado, como el radicalismo, en aquella época llegaron a sostener que “la Revolución tendrá lugar en la Argentina con las fuerzas armadas, sin las fuerzas armadas o contra las fuerzas armadas”.
A su vez, el contexto regional se caracterizó por el predominio de fórmulas nacionalistas y populistas con orientación izquierdizante y anti-norteamericana, percibidas por muchos militantes de izquierda como el prólogo de una revolución continental cuyos referentes eran los regímenes socialistas de Cuba y China y los procesos de descolonización afro-asiáticos. Las fórmulas de índole democrática eran impugnadas por estos mismos sectores como una máscara del imperialismo yanqui en tanto trababan la opción revolucionaria hacia el socialismo.
“Además del contexto radicalizado en el que estuvo inmerso, otro rasgo definitorio del breve período del gobierno de Cámpora fue su carácter provisorio o transitorio. Si bien Cámpora llegó al gobierno con un porcentaje cercano al 50 % de los votos, frente a un radicalismo que captó menos de la mitad, lo cierto es que los distintos sectores de la sociedad que votaron la propuesta del FREJULI lo hicieron pensando en el retorno de Perón al poder. Como sostenía el propio lema de la campaña electoral de dicha alianza “Cámpora al gobierno y Perón al poder”, la candidatura de Cámpora a presidente fue una alternativa obligada por la proscripción que el titular del último gobierno militar, general Lanusse, hizo pesar sobre la figura de Perón.
El hecho de ocupar el cargo presidencial en nombre de Perón le quitó a Cámpora el margen de maniobra necesario para gobernar, situación que se vio agravada debido a que su principal -y único- sostén provenía de la JP vinculada a Montoneros y ésta tenía un grupo muy pequeño de adherentes en la Cámara de Diputados, en comparación con la numerosa representación de los sindicalistas y los sectores ortodoxos. La JP sólo había conquistado 18 % de los cargos en las elecciones internas efectuadas en marzo de 1973.
“Los Montoneros procuraron compensar esta débil presencia en el Parlamento a través de dos estrategias. La primera consistió en ocupaciones forzosas de hospitales, escuelas, correos, oficinas municipales, bancos estatales e incluso algunas empresas privadas, y la segunda fue lograr una importante influencia en algunos ministerios, gobernaciones y en el ámbito universitario. Esta segunda estrategia fue relativamente exitosa durante el gobierno de Cámpora.” (Historia General de las Relaciones Exteriores de la República Argentina – Tomo XIV: Las Relaciones Políticas, Capítulo 67, “Los gobiernos peronistas – 1973-1976”, Introducción.)
“A los pocos días de la llegada de Cámpora al poder, se firmó un acuerdo entre empresarios, sindicalistas y el Estado con el nombre de Pacto Social. Este debía disponer un aumento de salarios y su posterior congelamiento” (64). Gelbard gozó de la confianza de Perón; éste vio en el astuto empresario a una persona sumamente capaz como para elevar la economía del país. Sin embargo, López Rega , que tuvo un rol destacado en el gobierno, iría socavando esa imagen de Gelbard, así como de los otros funcionarios que no le eran afines. Además de ser secretario privado de Perón, “López Rega tenía ahora la posibilidad de construirse una base independiente de poder. Controlaría los nombramientos en la esfera de su ministerio y los enormes fondos de que disponía” (65).
Según Alain Rouquié, López Rega era de algún modo, el ojo de Perón dentro del Gobierno. A medida que transcurrieron los días, el plan económico fue arribando a un techo que demostraba su incapacidad para brindar las soluciones que el pueblo esperaba. Las movilizaciones se multiplicaron. Se presionó con la vuelta de Perón y la JP exigió la puesta en marcha de la tan ansiada Patria Socialista.
Las organizaciones armadas, por otra parte, tomaron diferentes caminos con relación a la política a seguir. FAR y Montoneros, quienes en Abril se habían fusionado, decidieron suspender la lucha armada pero, en la práctica no se desarmaron. En cambio remitieron una lista a Perón, con unos trescientos nombres, para que sean designados con cargos en la función pública, cosa que nunca se dio. La izquierda peronista consideró frustrada su victoria puesto que Perón no hizo caso al pedido de los Montoneros, en el sentido de “renovar” el movimiento. Como si esto fuera poco, Perón comenzó a dar muestras de alentar al ala derecha del peronismo (los sindicatos de la CGT y el lopezrreguismo) dándole espacio y poder a gente como Norma Kennedy, Alberto Brito Lima y el Coronel Osinde. La derecha comenzaba a desplazar aceleradamente a la izquierda, desalojándola del privilegiado sitio que supiera conquistar.
Por aquel entonces, un riojano de 42 años con patillas al estilo Facundo Quiroga, electo gobernador de La Rioja, opinó de la situación diciendo: “el peronismo ha ganado las elecciones para que nunca más haya un pueblo hambriento y miserable. La revolución del 25 de Mayo tiene su sentido más profundo en la defensa que harán de ella, la Juventud, la FAR y los Montoneros. Hay aún muchos conservadores metidos en el Movimiento y en el Gobierno Nacional, y esta es una lucha a muerte”.
Desde Madrid, Perón manifestó su deseo de retornar definitivamente al país y su anhelo de estar el 20 de Junio en la Argentina. Esta fecha es importante para los Montoneros ya que que comenzaría su derrota estratégica. Allí se cerró una etapa, que se había inaugurado el 17 de Noviembre de 1972. El acto que se organizó para recibir a Perón, el 20 de Junio de 1973, fue uno de los más multitudinarios de la historia argentina. Millones de personas concurrieron de todo el país para recibir a su líder, en Ezeiza. Sin embargo, la tragedia empañó la fiesta. Sería un presagio de los años por venir.
LA MASACRE DE EZEIZA
El 20 de junio de 1973 el general Juan Perón regresó por segunda vez a la Argentina. Este segundo regreso tenía un contenido político diferente. En 1972 Perón todavía estaba en una posición combativa, dentro de su política burguesa, y vino a consagrar la fórmula presidencial Héctor Cámpora-Solano Lima. Dio inicio a una campaña electoral que prometía “Liberación o Dependencia” y hasta reivindicaba la libertad de los presos políticos de la guerrilla.
Lo de Ezeiza fue diferente. El retorno apuntaba a desplazar a Cámpora y a la izquierda, expresada dentro de su movimiento por la Juventud Peronista, los Montoneros y varios gobernadores progresistas: Obregón Cano en Córdoba, Martínez Baca en Mendoza, Oscar Bidegain en buenos Aires, Ragone en Salta. Como se dijo, Menem lo era pero no tanto. Por ello se reacomodaría enseguida.
Perón aceptó la “sugerencia” de López Rega en el sentido de que lo recibiera en Ezeiza una Comisión de Organización formada exclusivamente por la derecha peronista. Entre otros la integraban el general retirado Miguel Angel Iñíguez, el teniente coronel Jorge Osinde, el capitán Ciro Ahumada (ex jefe uturunco), Norma Kennedy, Alberto Brito Lima (del siniestro Comando de Organización-CdO), y los burócratas sindicales de SMATA, UOM, UOCRA y la Carne. Este sector organizó la masacre en las dependencias de Bienestar Social, los campings sindicales y hasta el hotel Internacional de Ezeiza, en cuyas habitaciones torturaron posteriormente a detenidos.
El aparato de “seguridad” estuvo nutrido por “la pesada” sindical, ex policías y ex militares. Hasta un grupo de mercenarios franceses, ex torturadores en Argelia, intervino en los tiroteos. El palco y los puestos de sanidad estaban repletos de armas largas, algunas de las cuales eran escopetas con cartuchos breneke para cazar elefantes.
El sentido de la matanza que había preparado el peronismo conservador era mostrarle a Perón que el movimiento estaba dominado por la derecha. Los millones de jóvenes que en todo el país se pronunciaban junto a JP por la Patria Socialista “no existían” o serían aniquilados.
Por su parte, el general retornaba con la idea de un gobierno moderado, de centro, que expresara la oligarquía su vocación renegociadora de la dependencia. Incluso había permitido que se filtrara sin desmentirlo el supuesto acuerdo con varios países europeos, para sustituir el capitalismo yanqui por otro del viejo continente. Perón quería poner fin al ciclo revolucionario inaugurado por el Cordobazo y la guerrilla.
En vez de “Liberación o Dependencia” venía a decir que “para un argentino no había nada mejor que otro argentino”. Traducido: “basta de lucha”. Ratificaba que el programa del peronismo eran “Las 20 verdades justicialistas” -sin socialismo alguno- y desautorizaba la ola de ocupaciones obreras de empresas y dependencias estatales producida luego del 25 de mayo de 1973. Atrás habían quedado las veleidades tercermundistas y las lisonjas para los “muchachos de las formaciones especiales” (léase FAR-FAP-Montoneros.
Incluso había llegado en esa reciente etapa a escribirle una carta a Fidel Castro, con motivo de un aniversario de la muerte del Ché, donde le decía que ambos perseguían los mismos objetivos).
La masacre comenzó a las 14 de aquel 20 de junio, cuando la columna sur de la Juventud Peronista y Montoneros-FAR, compuesta por unas 50.000 personas, quiso acercarse al palco. Allí mismo fue tiroteada por los fascistas comandados en el terreno por el ex militar y ex uturunco Ciro Ahumada, quien por ese tiempo daba los toques iniciales para la formación de la AAA.
Los Montoneros y FAR sólo tenían palos y armas cortas, porque iban con otra idea sobre lo que sería la disputa física por acercarse al palco para que los viera “el General”. Creían que a lo sumo sería una cinchada de palos y empujones. Por eso llevaron la peor parte. Desde el palco los fascistas tiraban con escopetas y fusiles, no sólo a los Montoneros sino a todos los que se cruzaban en sus miras. Especialmente a quienes se habían subido a los árboles para ver mejor el acto. Uno de los primeros en caer fue quien marchaba delante de la columna sur, Horacio Simona, herido de bala y rematado a cadenazos por los fascistas.
Una vez producido el choque, varios detenidos fueron llevados para ser torturados en la habitación 108 del Hotel Internacional, según declaró Leonardo Favio, locutor oficial del frustrado acto. Leonardo Favio sufrió un ataque de histeria, pero aun así, llorando, poniéndose de rodillas ante los “fachos” y gritando por micrófono logró salvar a varios jóvenes de ambos sexos que estaban siendo torturados.
La política oportunista de los Montoneros en esta oportunidad se puede apreciar recordando la consigna que cantaban sus militantes: “Atención, atención, ha llegado un montonero que se llama Juan Perón”.
Montoneros denunció a los integrantes ya citados de la Comisión Organizadora, en “El Descamisado” Nº 6, del 26 de junio de 1973. Pero allí no cuestionaron a Perón, que según ellos habría sido totalmente ajeno a los hechos. Todo era responsabilidad de Osinde-Kennedy, según el editorial firmado por el director, Dardo Cabo (durante la dictadura militar posterior sería asesinado durante un “traslado” de presos).
Lo más importante de Ezeiza, además de la tragedia por la sangre derramada, fue el curso político que siguió el gobierno. Se terminó la “primavera” reformista de Cámpora, quien fue obligado por Perón a renunciar el 13 y 14 de julio, asumió Raúl Lastiri, presidente interino de Diputados y yerno del ultrafascista ministro de Bienestar Social, José López Rega. En el Ier Cuerpo de Ejército estaba como jefe el general Jorge Rafael Videla, futuro cabeza del golpe militar. En septiembre se votó por la fórmula Perón-Isabel Martínez de Perón, lo que afirmó el curso derechista y antipopular del gobierno peronista. Nació la Triple A, anticomunista, que empezó a matar militantes populares.
Los gobernadores progresistas fueron derrocados, comenzando por Obregón Cano-Atilio López en Córdoba con el “navarrazo” del jefe de Policía. Recién el 1 de mayo de 1974 la Juventud Peronista y Montoneros, al ingresar al acto de la Plaza de Mayo iban a gritar “¿Qué pasa general, está lleno de gorilas el gobierno popular?”. Serían expulsados por su líder, quien los iba a acusar de “imberbes, estúpidos, infiltrados”, en medio de una defensa explícita de la burocracia sindical.
A su llegada a la base aérea de Morón y en su discurso del día siguiente, Perón no condenó los asesinatos y se dedicó a criticar a “los infiltrados”, en referencia evidente a la JP y Montoneros. La derechización del peronismo había comenzado formalmente, bañada con la sangre de centenares de personas.
“Ezeiza contiene en germen el gobierno de Isabel y López Rega, la triple A, el genocidio ejercido a partir del nuevo golpe militar de 1976, el eje militar-sindical en que el gran capital confía para el control de la Argentina” (68). Ezeiza también sirvió para que la dirigencia Montonera pudiese esbozar una comparación que se remontó a 1951, “cuando se produjo el renunciamiento de Evita que significó un freno al ascenso al poder de aquel movimiento obrero. Ahora, Ezeiza significaba lo mismo para la nueva alianza social gestada después de muchos años de resistencia y que se había expresado en el retorno de Perón, en el luche y vuelve, en la campaña electoral, en el triunfo del 11 de Marzo y en la Plaza de Mayo el 25 de Mayo de 1973” (70).
De a poco Perón empezó a hacer sentir su presencia dentro del Movimiento lo que puso a las claras que la suerte de Cámpora estaba sellada. Cada vez más, Perón mostraba que -como dijera en su discurso del 17 de octubre de 1945- “no había honra mayor (para él) que ser militar”. Poco tiempo después contradiría otra de las expresiones lanzadas aquella vez (el 17 de octubre). En esa oportunidad había dicho que renunciaba (con gran dolor) a su carrera militar, “pues prefería seguir siendo para siempre el coronel Perón”, debido a que los militares no le permitían candidatearse a la presidencia.
Ahora sugirió que ambicionaba las palmas de Teniente General, cosa que finalmente obtuvo, pasando por sobre las reglamentaciones. Perón comenzó a exigir a los peronistas que se definan entre el ERP o el Peronismo Ortodoxo. Como no podía ser de otra manera, los muchachos que se habían jugado la vida por él se resistieron a optar. Circulaba en aquel tiempo una anécdota que lo pinta de cuerpo entero: “su chofer le preguntó: ¿Qué dirección tomo, General? La misma de siempre -fue la respuesta de Perón: guiñe a la izquierda y doble a la derecha”.
Los primeros días de junio de 1973 buenos Aires amaneció empapelada con afiches que reclamaban la vuelta de Perón al poder. Cada uno, a su debido tiempo, comenzó a “serrucharle el piso” a Cámpora y por carácter transitivo a Righi, quién era Ministro del Interior y mostraba una clara orientación hacia la izquierda. A medida que avanzaban las horas, el giro a la derecha de Perón se hizo más evidente. Primero se había reunido con el Gral. Carcagno quién en 1969 encabezara la represión del Cordobazo.
Posteriormente, “Victorio Calabró, dirigente metalúrgico y vicegobernador de la provincia de buenos Aires, pidió que el Presidente de la República se vaya. Los sindicatos habían vuelto a tomar la iniciativa, pero no eran los únicos: el Ejército también deseaba la vuelta de Perón, pues estaba preocupado por la infiltración marxista”.
Con todo lo que sucedía a Cámpora y Solano Lima no le quedaba otra alternativa que renunciar. Esto se produjo el 13 de Julio de 1973. Raúl Lastiri, yerno de López Rega, se convirtió en el Presidente Provisorio y convocó a elecciones para “lo antes posible”.
“El complot ha salido a la perfección. Las Fuerzas Armadas están satisfechas. Los militares, siempre fanáticos de la unanimidad y la unidad nacional, desearían que para las elecciones, se formara una unión bajo la dirección de Perón y el líder radical Ricardo Balbín. El General Perón dice que no. Sea lo que fuere, el peronismo parece haber recuperado sus dos pilares tradicionales: el Ejército y los sindicatos” (73).
La juventud maravillosa puso al mal tiempo buena cara. Crearon la teoría del cerco, la cual descansaba en la idea de que Perón estaba rodeado por un entorno, en el que las figuras claves eran López Rega -“el brujo”- e Isabel, quienes no le permitían poseer datos reales de lo que sucedía en el país. Por tal motivo, la conducción de montoneros entendió que era importante entrevistarse con Perón, para lo cual organizó una marcha hacia Vicente López.
López Rega, mientras tanto, ya se había despachado contra la JP diciendo que eran homosexuales y drogadictos. Los cánticos, en dicha marcha, arreciaron contra el brujo: “No somos putos/no somos faloperos/somos soldados de FAR y Montoneros”. “Si Evita/viviera/mataría a López Rega”. “El Brujo nos decía/que a Perón lo engualichó/ y Perón le contestaba:/la puta que te parió”.