En su alocución dominical de este 18 de marzo y citando a Lucas 15, 1-3. 11-32, Monseñor Domingo Castagna sostuvo que, “¡Hay que decidirse: queridos cristianos ciudadanos, gobernantes y legisladores!, una sociedad, como la nuestra, que califica de mentirosa a la Iglesia porque dice la incómoda verdad del respeto a la vida, necesita, con un mayor compromiso por parte de los cristianos, recibir la auténtica versión del Evangelio.

EL REGRESO DEL HIJO Dios comprende la necesidad de los hombres más que los hombres. Los ama como nadie puede amar a otro. La cercanía de Jesús a “los publicanos y pecadores” expresa el amor entrañable que Dios profesa a todos los hombres. Los escribas y fariseos modernos, de dentro y de fuera de la Iglesia, no podrán explicarse esa misteriosa preferencia. Como les es habitual ponen en duda la ortodoxia de aquel joven Maestro aparecido en Nazaret. Jesús intuye lo que piensan – también se compadece de ellos – y saca de la secreta fuente de su sabiduría la admirable parábola del “hijo arrepentido y perdonado”. El texto de Lucas es suficientemente explícito para necesitar mayores comentarios. Es incalificable la decisión del joven hijo. La estimo cruel en vista a la extraordinaria bondad del Padre paciente y sufrido. El amor del Padre es fuerte hasta saltar las enormes vallas de la ingratitud y del desamor. Esperará que decida volver, no importa cómo, en qué estado y con qué sentimientos de vergüenza y desamparo. Decidido el regreso se restablecen las relaciones y se aligera el pedregoso camino de vuelta. El Padre no cambia de identidad, ni muda su rostro para aplicar una muy merecida sanción a su hijo díscolo, todo lo contrario. El Padre es bueno y no puede, ni quiere, dejar de serlo. EL PADRE BUENO QUE ESPERA Deshagamos la imagen absurda que nos transmiten de Dios y escuchemos a Jesús – el único Maestro – para recuperar la esperanza de encontrarlo al término de nuestros desolados caminos. Es preciso ponernos de lado de Jesús, el Hermano que Dios envía a los hombres para mostrarles su verdadero rostro y su ánimo perdonador de Padre. La Cuaresma, que ya casi concluye, nos prepara litúrgicamente para encontrarnos con el Padre, gozoso de recuperarnos. En la faz cruelmente lastimada del crucificado, está el amor de Dios, Padre bueno y anhelante de nuestro retorno. ¡Si pudiéramos transmitirnos, y transmitir al mundo, el mensaje esperanzador que inspira al joven de la parábola! Es posible. Si no lo fuera ¡qué inútil tanto dolor y tanta muerte! ¿Cómo llamar la atención de esa muchedumbre que vaga sombría y desorientada “como ovejas sin pastor”? Difícil y compleja respuesta. El único sendero, señalado por el principal Evangelizador: Jesucristo, es el de una vida dispuesta a responder a la atracción misteriosa del Padre. Nuestro pueblo cristiano, incluidos sus pastores y dirigentes, debe recuperar el ideal del regreso a los brazos de Dios Padre que nos invita a celebrar el encuentro. Ese camino, que requiere un generoso esfuerzo, desemboca en la Casa familiar donde se organiza el convite fraterno – sin “hermanos mayores” – y todos se gozan por estar finalmente de vuelta. La unidad que anhelamos extrae su factibilidad de la decisión de volver a Dios, si acaso nos hemos apartado de Él. EL SECRETO ES REGRESAR El llamado de esta Cuaresma ofrece, con especial énfasis este año, volver a los valores evangélicos que el enemigo pretende invalidar de manera torpe y falaz. Una sociedad, como la nuestra, que califica de mentirosa a la Iglesia porque dice la incómoda verdad del respeto a la vida, necesita, con un mayor compromiso por parte de los cristianos, recibir la auténtica versión del Evangelio. ¡Hay que decidirse: queridos cristianos ciudadanos, gobernantes y legisladores! El secreto está en el regreso a Dios. Para ello, guiados por la palabra de Jesús, es conveniente desarmar la falsa imagen de Dios, inexigente y formal o implacable y distante, que quizás hasta ahora nos convino o nos atormentó. La consecuencia de esa equívoca “religiosidad” es la cantidad de bautizados pasados al agnosticismo, al tarot y a la brujería, a la indiferencia y a la desesperación. Otros, más afortunados que los anteriores, han cedido a las ofertas ocasionales de otras expresiones religiosas. En este cuarto domingo de Cuaresma se abre el desafío de recorrer el camino de regreso al Padre, el Dios que nos revela Jesús. El mundo necesita encontrarse con el Dios Bueno de la parábola. Es imposible la paz sin ese reencuentro familiar. Muchos se sienten creadores del sendero que, según sus personales cálculos, conduce a la verdad. La fe cristiana abre la puerta, acierta con la llave y la cerradura, e invita a detener el andar acelerado para aceptar únicamente a Jesucristo. Después vendrá el ascenso fatigoso por el verdadero camino de regreso. IMAGINAR SU BONDAD La vida del cristiano constituye una ascensión riesgosa y esforzada. Vida cristiana y malicie se rechazan. Vida cristiana y fraude no conjugan. La Cuaresma es tiempo de sinceramiento. Duele el examen, más aún cuando arroja resultados desalentadores. No todos tienen el valor y la humildad de soportar la visión de las propias miserias. Pero es necesario, como el diagnóstico exacto para el médico que intenta iniciar un tratamiento que conduzca a la salud del enfermo. El texto evangélico de este cuarto domingo indica el término al que se quiere arribar. Me refiero a Dios, como un Padre ilusionado con el regreso de su hijo. Imaginarlo bueno – con toda su bondad – es comprobar la insuficiencia de la imaginación. Los sentidos no alcanzan para abrazar la realidad que la fe abarca. Bastará saber, gracias a los datos ofrecidos por la fe, que Dios es infinitamente bueno y tierno. La parábola es una humana aproximación, una indicación de la literatura para entender lo que supera nuestros sentidos y nuestra imaginación. Jesús no deja dudas cuando responde a quien lo llama bueno: “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno”. Si incorporáramos a nuestro pensamiento los datos que la fe nos ofrece ¡cuánta alegría experimentaría nuestro corazón, aún entre los sufrimientos y las tribulaciones que cotidianamente nos acosan! El estímulo principal para afrontar la dureza del regreso y la subjetiva humillación del reencuentro – que alienta la vuelta a casa de aquel joven descarriado – es el Padre bueno que aguarda con infinita paciencia. “SUMERGIDOS EN SU MUERTE” En tres semanas nos hallaremos celebrando el misterio de la muerte de Cristo. Su obediencia hasta ese extremo – la Cruz – no se entiende sin el conocimiento amoroso de su Padre Dios. El amor del Padre sostiene su valeroso combate. Por el Bautismo somos asociados a su muerte; “sumergidos en ella” dice San Pablo. La mejor manera de prepararnos para esa principal celebración de la fe es mirar, desde el martirio de Jesús, el rostro bueno, tierno y acogedor de su Padre y nuestro. No podemos pretender de nadie la conversión si no le ofrecemos, como lo hace Jesús, la visión conmovedora del rostro bondadoso del Padre que nos aguarda con los brazos abiertos.