Y al parecer, por la vehemencia de los que hablaban, la mayoría era kirchnerista, y los otros que no hablaban también lo parecían, porque asentían (aunque vos también asentías y no eras kirchnerista). Pero igual pensaste que todos eran kirchneristas, los que hablaban y los que no hablaban. Te habrás preguntado en ese momento ¿para qué voy a andar diciendo acá lo que pienso, si total es lo mismo? Dependiendo de lo firme que fueran tus ideas, incluso es probable que hayas dudado de lo que pensabas y hasta transformado de verdad tus criterios para alinearlos a los de la mayoría.
En 1951 el psicólogo Salomon Asch ideó un experimento que demostró por qué muchos de nosotros en una reunión nos inclinamos a repetir las cosas que dice la mayoría. Y si no estoy muy equivocado, el “experimento de conformidad de Asch” puede ayudar también a que podamos entender que la conducta silenciosa y aprobatoria que mantuvimos en reuniones con algunos kirchneristas persuasivos no tenía nada de peculiar, sino que era exactamente la esperable.
El experimento de Asch consiste en hacer creer a un sujeto que pasará junto a otros 9 voluntarios una prueba de agudeza visual. En la prueba se les muestran al grupo 18 pares de tarjetas. En unas tarjetas hay tres líneas de diferentes longitudes y en las otras una única línea. La prueba consiste en decir cuál de las tres líneas de la derecha es igual a la línea de la izquierda.
¿Cuál de las tres líneas mide lo mismo que la de la tarjeta de la izquierda? ¿La A, la B o la C?
La “C”, muy fácil. Pero en realidad esa no es la prueba. Lo que no sabe el voluntario es que los otros participantes son actores cómplices de la investigación y que lo que se está estudiado es su comportamiento frente a las respuestas equivocadas unánimes de la mayoría. En efecto, luego de las primeras dos tarjetas todos los cómplices elegirán de forma idéntica una opción equivocada, produciendo desorientación en el voluntario inocente: “¿Qué pasa? ¿Acaso no se dan cuenta de cuál es la línea correcta?”. Y acá viene la sorpresa. Aunque la opción que elige la mayoría es burdamente equivocada, algunos sujetos cambian su respuesta para hacerla coincidir con la de los demás. La primera versión del Experimento de Asch se hizo sobre 123 personas y el resultado demostró que un 36,8% de los voluntarios daban una o varias respuestas erróneas a propósito por efecto de la presión del entorno, es decir, por no querer contradecir a la mayoría. En entrevistas posteriores los participantes explicaron que lo hicieron por el miedo al ridículo, o por otorgarle a la mayoría un conocimiento superior al propio.
El video muestra una de las versiones del experimento de Asch
En 1962 Salomon Asch creó una versión graciosa de su experimento para un programa de televisión de cámaras ocultas que muestra hasta qué punto somos susceptibles a los otros. En un ascensor, un grupo de actores ingresa y se coloca de espaldas a la puerta, al contrario de lo usual. El hombre desprevenido al que le están haciendo la cámara oculta mira al frente, pero al ver a los otros empieza a sentirse incómodo, al rato se voltea y termina mirando a la pared del fondo, como hacen todos:
Y si en el ascensor todos miran hacia la pared ¿seguirías mirando al frente?
VOLVIENDO A DECIDIR
En las últimas elecciones el kirchnerismo obtuvo a nivel nacional un magro 26%. Si se lo compara con las elecciones presidenciales del 2011, la pérdida de votos fue enorme. ¿Se achicaron o eso es lo máximo que puede medir el kirchnerismo y el resto fue solo el resultado del “efecto de conformidad” (los que asentían pero no eran)? En algunas versiones del experimento de Asch, cuando los actores cómplices no eran unánimes en las respuestas erradas (daban respuestas equivocadas, pero premeditadamente no las mismas), el sujeto inocente tendía a responder correctamente con más frecuencia, a decir lo que realmente pensaba. La unanimidad es un factor clave para doblegar la voluntad del investigado.
Algo pasó entre 2011 y agosto de 2013 que pudo haber diluido la “sensación de mayoría” kirchnerista abriendo la posibilidad de descreer de su unanimidad ¿fueron las masivas marchas espontáneas que hicieron visibles a los críticos desperdigados? ¿fueron las redes sociales y la suma de posts críticos en los que prosperan ideas distintas a las del oficialismo? ¿Fue el cansancio de una década? ¿Fueron los medios -como dice el gobierno- que ahora lograron alinear de forma inexplicable lo que antes no habían podido? ¿Cómo saberlo?
Lo cierto es que algo impulsó a una parte de los electores a romper con la idea que ellos mismo tenían sobre dónde estaba la opinión de la mayoría y, liberados de la obligación del consenso, eligieron por su cuenta. Quienes eran kirchneristas por ahora siguen siéndolo, pero quienes no lo eran y sólo los preferían para no ser peculiares frente a los demás, de repente no los prefieren más. Falta saber si el magnetismo de la conformidad se puede recuperar o, por el contrario, una vez que se pierde es para siempre.
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