Si la experiencia se hace al andar, Nicole Neumann (28) transita el sendero indicado. Hace dos meses y medio que la vida la gratificó con el don de la maternidad, y ella le rinde los máximos honores: “Es como dicen, te cambia completamente. Indiana pasó a ser la prioridad absoluta, a tal punto que llego a olvidarme de mí misma. Por ejemplo, si se me pasa la hora de comer, no me importa. Se Madura un montón, y todo se planifica de a tres. A nivel personal y emocional me siento distinta. Veo todo con amor, no me quiero pelear con nadie ni me importa lo que puedan decir”.

Cada día su beba la sorprende minuto a minuto. Y la modelo apela a uno de sus máximos descubrimientos desde que la acuna en brazos, el instinto maternal. “La noche anterior a dejar la clínica, se me ahogó. Yo estaba sola en el cuarto, y me asusté muchísimo. Dije: ‘¿qué hago?’ Si levanto el teléfono y llamo a la nurse, se me ahoga. Entonces, la senté y empecé a darle palmaditas en la espalda, hasta que la desahogué. Fue el instinto de ser madre, y en él hay que confiar. A medida que pasan las cosas, te van surgiendo las respuestas. Y hay que hacerle caso a lo que una siente”. (caras.uol.com.ar) El calor de diciembre se hace sentir. Tanto como la brisa que sopla en el Museo de Arte Tigre, un clásico edificio de la Belle Epoque que exalta los sentidos. Es una de las primeras veces que Nicole lleva de paseo a su hija, y la pequeña se lo demuestra: “Como recién la empecé a sacar, se estresa un poco. Pero es una santa, nunca llora. Ni siquiera de noche, y eso que me llama mucho la atención. Una se imagina que los bebés se despiertan gritando, y ella nada. Si se empieza a mover un poquito y hace ruiditos, le doy la teta y sigue durmiendo. Es buenísima, y de a poco nos vamos entendiendo”. Indiana Cubero Neumann nació el 18 de octubre en la maternidad Suizo Argentina. Ya mide 54 centímetros y pesa 4,5 kilos, dimensiones que se acrecientan día tras día, y que le permiten vislumbrar a Nicole a una potencial heredera de su profesión: “Ya pinta para ser modelo (risas), es grandota y tiene toda la contextura. No digo que se va a venir la modelo porque, como dije, no se lo voy a permitir hasta que sea mayor. Pero, bueno, pinta para eso. Le encanta comer, se la pasa prendida a la teta. Un día me asusté, ¡porque estuvo cuatro horas! Le pregunté al pediatra qué pasaba, si mi leche no la llenaba. Y me dijo que no era nada, que tenía a una gorda pipona. Como nació ochomesina, soy libre demanda. Cuando quiere le doy. Y ya lo ves, no me suelta más”. — ¿Ya definió su fisonomía? —Cuando nació era igual a Fabián (Cubero, 30). Ahora la veo como cuando salí de la clínica: con mis ojos y mi boca, la nariz y la pera de Fabián. Salió una “mezcla” de cincuenta y cincuenta. Lo que sí, es rubiecita. Fabián dice que menos mal todavía no ve tan bien, porque lo va a ver en el espejo y va a decir, “¿este quién es?” (Risas). —¿Cómo es la relación padre-hija? —Fabián tiene mucha onda con los chicos, es algo que le nace. Es muy gracioso verlos, él la sienta sobre sus piernas, de frente, y le empieza a hablar, le canta, le hace jueguitos con las manos… Yo los espío, le digo: “entretenela que me voy a bañar”, y de curiosidad los espío. Veo cómo juegan, y ella, fascinada. Lo mira fijo, encantada. Es divino. Se da maña para todo, si el primer pañal en la clínica se lo cambió él. —Y ahora que está de vacaciones, ¿la puede disfrutar más? —Sí, igual las concentraciones son una o dos noches a la semana. Pero cuando vuelve a casa, está todo el tiempo con ella. Por lo general, después de almorzar, dormimos una siesta los tres juntos. Yo trato de que él participe, porque a esta edad, generalmente, los chicos se pegan más a la mamá. Entonces, a la noche la bañamos juntos, quiero que sepa bien quién es el papá. Estamos los tres muy integrados, y a Fabián eso le encanta. — ¿Notó también cambios en él con la paternidad? —Cuando salimos de la clínica estaba gaga. Pobre, te juro que le decías algo y te contestaba cualquier cosa. O le pedía algo y no me registraba. Ahora se acomodó de vuelta. —¿Indiana ya es un poco la estrella de la casa? —No, un poco no, es la reina total de la casa. Reina total y única. —Y de ambas familias, ¿ya la conocen todos? —Sí, mamá la ve bastante seguido, mi abuela y Geraldine también. Del lado de Fabián, su mamá vino varios días a quedarse en casa, por ahí es la que más tiempo real pasó con Indiana. Ella mira embelesada a su abuela paterna, a tal punto que Fabián se puso un poco celoso. “A mí no me mira así, ¿por qué a vos sí?”, le dijo a su madre más de una vez (risas). Yo se la doy a todo el mundo, me gusta que la levanten y que sea una nena sociable. —Su padre, Bernd, ¿vino finalmente? —Sí, llegó a los cuatro o cinco días de haber nacido. Yo ya estaba en casa, y apenas la vio la levantó a upa y la llevó para todos lados. Quedó tan fascinado que en febrero quiere volver, con su mujer y su hija, para verla nuevamente. Ah, me olvidaba… Gracias al nacimiento de Indiana, pasé el primer cumpleaños de mi vida junto a mis padres. —Cuéntenos cómo fue. —Fue el mejor cumpleaños de mi vida. Por primera vez, los dos juntos y con mi hija. Un regalo impresionante. Primero no quería hacer nada para no dejarla de lado a Indiana, que apenas tenía dos semanas. Pero después dije no, no puedo desaprovechar este momento único. Así que hicimos un té relindo, con la familia y los amigos más íntimos. Mira que cosa: como regalo del Día de la Madre, se adelantó y nació Indiana. Y como regalo de cumpleaños, mis padres juntos. Fue un cierre de año increíble y completísimo. —Entonces, a Papá Noel no tuvo mucho que pedirle. —No, no le pedí nada. Lo único que tuve para poner en el arbolito son cartitas diciéndole: “¡Gracias, gracias y gracias!”. Este fin de año, más que pedir, tuve todo para agradecer. Entre los detalles que Nicole tuvo en cuenta al nacer su hija, conservar las células madres fue uno de ellos. Y contrató los servicios de MaterCell, el primer banco de células madre de cordón umbilical de América del Sur. Durante el parto, se le extrajo sangre del cordón, que será de suma utilidad para tratar cualquier enfermedad que padezca la criatura. “Ahora es una novedad, pero en el futuro va a ser usual. Dicen que en Europa se hizo casi una costumbre, es una manera de reasegurar la salud del bebé”, confesó la modelo de Chekka Buenos Aires, que mantiene su postura de no firmar contratos publicitarios para Indiana. “Las marcas de ropa nos ofrecieron de todo, pero es un tema que ya lo decidimos con Fabián. Igual, quiero agradecerles todos los regalos que mandaron. Creo que hasta los 3 años no tengo que comprarle ropa”. —A dos meses y medio del parto, ¿de qué manera se reacomoda su cuerpo? —Ahora hay que restar kilos. No me vuelvo loca, y a los treinta días, cuando me dieron el alta, empecé a entrenar de a poquito. El peso no me obsesiona, si bien quiero volver a tener el cuerpo de antes. La verdad bajé rápido, porque de la clínica salí con una panza importante. No sé con cuántos kilos, pero parecía que estaba embarazada de nuevo (risas). Ahí dije bueno, de acá a dos años no voy a poder hacer una foto ni en ropa interior ni en traje de baño. Pero con la gimnasia y comer sano recuperé las esperanzas. — ¿Le gustaría que Indiana fuera vegetariana como usted? —Sí, trataré de inculcárselo, pero más que nada por un concepto de amor a la vida, a la Naturaleza, y de respeto a los seres vivos. Tampoco voy a ser súper estricta y prohibirle que pruebe la carne. Al padre le encantan los asados, y si algún día ella quiere probar, probará. De ahí en más, decidirá. —Por lo visto, sus mascotas le tienen mucho cariño a la beba. ¿No se pusieron celosas de tener que compartir a “la mamá”? —Al principio, sí, pero ahora no sabes cómo la cuidan. Por eso vine a la producción con las dos principales, “Luna”, la que traje de Milán hace años, y “Almendra”, una Chichuahua mexicana que se terminó imponiendo. Ya es un clásico que cuando le doy la teta a Indiana, “Almi” se suba al almohadón y, espalda con espalda, le da calor. También cuando se acerca al sillón alguien que no conocen, los dos salen a chumbarlo, protegiendo a la gorda. La lamen, le dan besos, le chupan los piesecitos. Ella las mira, y casi que ni se asusta con los ladridos, se ve que ya los asimiló desde la panza. —¿Teme que tanto amor sea igual a malcriarla? —Trato de buscar el equilibrio, aún es chiquita para decir que una la malcría. Pero en cierto punto te toman el tiempo. Ella quiere estar todo el día en brazos o en la cama. Yo antes decía: “No, nunca voy a poner al bebé en mi cama”. Y lo más lindo es que siempre termina durmiendo conmigo…