Signos Literarios
Por Miguel Ángel de Boer
LA Nº 2
Argentina-Comodoro Rivadavia: Mis vivencias y recuerdos se remontan desde 1958, año en el que comencé a asistir a la escuela, hasta 1961, en que terminé sexto [con “primero superior” incluido], etapa en la cual muchos nos despedimos también de nuestra infancia en camino a la adolescencia.
La escuela estaba [y sigue estando] ubicada en el denominado “Barrio Escuela [¿de qué otro modo se podía llamar?], lindante con Almacenes y Villa Obrera, de un lado, y la casa de Molinolo, del otro. Situada frente al mar, los ómnibus de YPF acarreaban hasta la misma a cientos de chicos de los distintos barrios del 3 que cumplían con la obligación de ir a estudiar. Aunque los que vivíamos en Barrio Muelle tuvimos un privilegio que le puso magia a nuestra ida al cole: porque a los del ‘muelle’ nos llevaban en la zorrita. La zorra era una suerte de vagoncito adaptado para llevar al personal que trabajaba en la punta del muelle, por una vía de trocha angosta. También se usaba para transportar a los pasajeros que viajaban por barco a Buenos Aires. Esa vía se utilizaba asimismo para que una pequeña máquina [la maquinita] trasladara, por medio de vagones de carga, la mercadería que venía por barco destinada a abastecer la Proveeduría [más de una vez hacíamos incursiones, abordándola con el fin de afanar algo] y la Cooperativa, como también de material para Almacenes de YPF. Pero la función más importante que cumplía la zorrita en nuestras vidas, era llevarnos y traernos de regreso al colegio. Para nosotros, el “ir a la escuela” comenzaba desde que subíamos a la zorra. Nos pasaba a buscar prácticamente casa por casa, y más de una vez hemos llegado tarde porque alguno del barrio se quedaba dormido y porque también, por lo general, el ‘zorrero’ no se movía hasta que no estuviéramos todos presentes. Uno al que siempre había que esperar era a Ernesto Petiso Conte Grand, a quien la madre solía traer a los empujones. Y también era una costumbre pedirle al zorrero que fuera más despacio cuando había alguna prueba esperándonos y teníamos que estudiar de apuro. Sino, aprovechábamos para realizar actividades varias durante el recorrido: intercambiar figus, pelear un poco [aunque no pocas veces nos agarrábamos a trompadas para resolver algún problema o bien para descargar nuestras energías], colgarnos de los arcos que se usaban para sostener la lona cuando llovía, cargarnos con las chicas, en fin, todo aquello que nos permitía el tiempo que llevaba el trayecto conforme a nuestras “necesidades” del momento. Pero la cuestión es que en algún momento llegábamos a nuestra Nº 2. Y entonces entrábamos a otro mundo, al mundo del cole. Tirar la cartera o el portafolios la mochila fue un invento muy posterior los más chicos, y los libros y carpetas que llevaban en la mano los más grandes [es decir los que sentían más grandes] y entrar a jugar, a caminar abrazados los varones, formando una especie de topadora humana dispuesta a arrasar con lo que se le pusiera adelante; a luchar y empujarse unos a otros, destrozando los guardapolvos y la paciencia de las maestras, era todo una sola cosa. Aún tengo la duda respecto a si las maestras nos tenían tolerancia debido a una actitud de estoicismo innato o nosotros, al fin y al cabo, no éramos tan salvajes como pensábamos. Me inclino por la primera hipótesis, porque creo que éramos lo más parecido a una horda de primates sometidos a descargas eléctricas. Aunque no todo era violencia en los recreos. Allí también se fecundaron nuestros primeros amores, nuestros primeros ejercicios de seducción, nuestros primeros apasionamientos. ¡Cuántas veces de un sí o un no, dependía la reafirmación de nuestra incipiente identidad o el esbozo de las primeras fantasías suicidas en nuestras vidas! Al que sí se le solía acabar la paciencia con cierta facilidad y bastante sadismo era al maestro Herrera, que tenía la costumbre de ponernos en fila y, a medida que nos hacía pasar al grado se ubicaba en la puerta y nos daba una suerte de tincazo [golpe con el nudillo] en la cabeza para serenarnos. Todavía evoco la habilidad que tenían algunos para eludirlo, cosa de que no se les despeinara el engominado con Brancatto [del gel o el “mousse” no existían ni noticias], como Flagel y Quintela [“el Pibe Cabeza”]. Y también estaba ¡imposible no recordarlo! el director Leiva. Porque si hubo alguien que mereció o mejor dicho que nació para ser director de escuela, ese fue, sin dudas, el director Leiva. Con sus negros bigotes, siempre de corbata, el guardapolvo impecable, era una especie de sargento de marines, de esos que en el fondo ama a sus muchachos y sabe que dispone de un tiempo perentorio para adiestrarlos antes de enviarlos al frente de batalla. Porque cuando el director Leiva decía:” ¡Basta!!”, era basta. Creo que en muchas oportunidades sentí miedo ante sus posibles reacciones. Aún recuerdo, tenebrosamente, la sensación de sofocamiento y terror que me invadía cuando por algún motivo me mandaban a la dirección para hablar con él. Algo parecido a tener una charla amistosa con Hannibal Lecter dentro de una jaula, con las “Variaciones de Goldberg” de Bach interpretadas en clavicordio como música de fondo. Pero, a la distancia, me parece que todos nos poníamos de acuerdo en hacerle creer que le temíamos porque, en el fondo, sabíamos que su tarea era insalubre y que un arrebato [solía ponerse colorado de la ira] bien podía costarle una hemiplejía. Porque además si el director Leiva no lograba dominarnos bien podíamos llegar a destrozar la escuela, tanto a las instalaciones como a la institución misma. Creo que fue una suerte de búsqueda espontánea e inconsciente del equilibrio del ecosistema. Aunque una vez lo tuvimos que frenar al Bocha Rodríguez porque quería encararlo a toda costa. Seguramente ya se estaría preparando para enfrentar partidos difíciles cuando, con el tiempo, se transformó en uno de los mejores arqueros que tuvimos en Comodoro. Se preguntará el lector como fue posible que pudiera ocurrir algo así. La verdad es que no tengo idea de la edad que tiene Bocha ahora. Lo que sí puedo asegurar es que en aquel entonces yo tenía la imagen de que bien podía ser un ‘reservista” con permiso para completar su primaria. Más aún, tengo la idea de que algún compañero tuvo que interrumpir el cole porque le tocó la colimba, que se hacía a los veinte años, en aquel entonces. Lo mismo me pasaba con Ignatoff, Pagano, Paqueca Córdoba, Horacio Aparicio, Palito Romero, Carlos Cattó, Canario Quiroga, Reynoso [mucho antes de convertirse en un líder de los petroleros privados], el Gordo Pachuli o el Beto Belllido. O yo era muy chico, o ellos eran muy grandes. Lo mismo me pasó con el “Colorado” Codelia, al que todavía estoy buscando porque se “olvidó” de devolverme algunas cosas que le presté [y creo que no soy el único], entre ellas un carrito mochilero [¡y eso que era el hijo de mi madrina: Doña Juana Marneweek! Muchos de ellos creo que siguieron después en la nocturna, adonde yo solía ir cuando estaba aburrido y no había nada que hacer en el barrio. Porque, cabe aclarar, en la Nº 2 no había ningún tipo de discriminación. Se contemplaban todas las situaciones posibles. Era un templo del saber y funcionaba como tal: el que quería estudiar, estudiaba. No importaba la edad, el estado civil, la raza ni el credo. Eso sí: había que estudiar. O más bien, hacer como que se estudiaba. Las que sí estudiaban en serio eran algunas chicas. Como por ejemplo Alicia Lema [mi querida Ali, que debe haber sido la primera mujer del mundo que se animó a usar un vaquero con bragueta], que fue abanderada y que además siempre la elegimos como mejor compañera. Era la que les hacía los deberes a los demás, la que soplaba en el momento justo, la que se dejaba copiar, y que además tenía un talento literario sorprendente. Carlos El Alemán Munnemann me confesó, ya siendo grandes, que no recuerda haber hecho jamás los deberes, y que todavía guarda un sentimiento de gratitud hacia Alicia y hacia Norma Uvieda, que era otra incondicional ayudadora de compañeros vagos. De paso recuerdo que con Lito Munnemann formamos un dúo “a capella y fuimos a actuar una vez a LU4, al programa de Casa Canela bajo la conducción de Carlos Omar y Juan Carlos Negri, donde cantamos Chakai Manta. ¡Si, una chacarera a capella! Al otro día nos recibieron en el grado como si hubiésemos triunfado en Cosquín, aunque, pensándolo bien, no sé si el festival ya existía. De lo que tampoco se olvida Lito es del cachetazo que le dio la señora de Molinolo por andar corriendo por la galería. Además de los mencionados, otros compañeritos de grado fueron: Eduardo Cataldo, Mirta Thomas, Marina Lorenzo, Echazarreta [el tamber], Yuro Martínez, Marta Adad, Munuera, Perea, “Tito” Torres [que ya comenzaba a tocar el “saxo”], María Esther Simeoni [con quien éramos pareja de baile en las fiestas patrias], Ana Costa, Ana María Sayago, Irma Díaz, Acosta, Oscar Macías, Rosita Casalla, Avendaño, Mirta Luz Clara [con quien también bailamos en las fechas patrias], Olga Orquero, Álvarez, Cerezo, Torrecillas, Chacoma, Silvia Leanza [otra de mis parejas de danzas tradicionales] Rosa Rementería, María Coronel, el “Pate” Iglesias, Luis Kraan, Sicard, Norma González, Bufarini y Oscar Perea, entre los que recuerdo. Fue por aquella época nunca me voy a olvidar que fui por primera vez en mi vida a ‘un cumpleaños de quince”: el de Marta Estela Barrios. Asistí como ‘observador no participante’ de una experiencia inédita y ansiosamente esperada, con una alegría que aún retengo. Si mal no recuerdo, además de Ana [la hermana] estaba Roberto Salinas, que era el novio de Marta. Si: el novio. Porque entonces no existían categorías como: pareja, amigovio/a o cosas por el estilo. Se era novio/a o esposo/a; y había compromiso y/o casamiento. Todo sí, ¡todo! lo demás era marginal y pecaminoso. Bueno, sigo: también estuvieron ”Teo” Berger, ”Nito” Freile [y seguramente el “Flaco” Galán], “Pitusa” y “Michel” Roulier [que creo que ya en ese entonces no había colegio que lo aguantara], Venturini, Luis y Gabriel “Gaby” Dalianegra, Carlitos Alegre, Susana Faisca, Maricich, Kallis, Heriberto “Herber” Flagel [que también era compañero de grado y cada tanto abanderado, cosa que alguna vez también me tocó, pero que era bastante “travieso” en aquella época, como muchos recordarán]. Entre otros que asistieron estaban: Estela Ávila, Marta Jones, el “Bocha” Bonahora, el “Mono” Gardella, Susana Álvarez y Alberto Lateulade con quien “Susa” Berger, según ella me contó, iban al cine del 3 juntos, y solían usar un pañuelo …”para no tocarse la piel en forma directa”!! [¡Oh! ¡God! ¡Todos los psicólogos, psiquiatras, sexólogos, terapeutas de las más diversas escuelas, gurües de la “new age”, chamanes, tarotistas, de las décadas del setenta, ochenta, noventa y porque no la actual, que se han beneficiado y se benefician por tantos traumas no superados gestados en aquella época: superagradecidos!] Pero todo eso y mucho más era la 2. Con los partidos en el ‘patio de arriba’ donde dejábamos la vida por hacer un gol. Donde también hacíamos los”picnics”, que solían convertirse en algo parecido a una bacanal de vikingos alcoholizados, tal el desastre que hacíamos. Con doña Rosa la portera, que, como una madre alimenticia, nos repartía las facturas y el mate cocido con leche. Todavía siento en los dedos el insoportable ardor que me producía el jarrito de aluminio y el temor de soltarlo y teñir el guardapolvo de verde. Con las clases de música de la señora de Varando o la ímproba tarea que se proponía la señora de Eisele tratando de que aprendiéramos a cantar en el coro obras como Barcarola, La Serrana[”Con un resplandor de incendios saluda el sol la mañana”…],Dos palomitas[…”se lamentabaannnn…. llooooo…. raaaannnn…. doooooo”….],Pueblito mi pueblo [”Querido pueblitooo….no puedo olvidaaaarteeeee…”] o El Pala Pala a tres voces. Donde cada vez que se distraía por mirar la partitura aprovechábamos para pegarnos piñas o hacer avalanchas en las tarimas. A la señora de Eisele también le debo haber descubierto mi placer por la música clásica, pues creo que fue ella la que una vez se tomó el trabajo de hacernos escuchar, por primera vez para mí, la Obertura Guillermo Tell, para que luego hiciéramos un comentario por escrito. Algo así como haber hecho el intento de que un grupo de bosquimanos apreciaran una pintura de Picasso o comprendieran con claridad a Federico Klein explicando la influencia dadaísta en la obra de Joan Miró. Entre otras de las abnegadas maestras que hubieron de soportarnos, recuerdo a las señoras de Ojea, la ya mencionada de Molinolo, Balmaceda, Berger, Medrano, Nievas [a quien teníamos la costumbre de interrumpirle las clases a cambio de ofrecerle de regalo ‘flores robadas en Almacenes’] y la señora de Campelo. Con las clases de labores [no existían los talleres todavía], donde las chicas aprendían a bordar con punto “yerba” o “cruz” y nosotros nos convertíamos en expertos en calado [repisas y fosforeras preferentemente] o telar [alfombras y posafuentes con hilo sisal] y donde no era raro que se sintiera un olor a quemado debido un guardapolvo pirograbado. Con el arduo trabajo de las maestras tratando de que aprendiéramos, aunque sea a palos, razón por la cual más de uno hubo de pasar al rincón en “penitencia”, por tirar tizas o el borrador, o en un ataque de impulsiva audacia haber clavado el compás en el pizarrón. O por haber tocado la campana o el timbre en horario de clase, cosa que hice alguna vez cuando me dejaron solo en penitencia en la dirección, aunque no estoy seguro de si fue en esta o en alguna de las otras escuelas por las que anduve. Eso fue la 2: teatro, arte, cultura. Acá, en este pedazo del mundo. Por eso es y seguirá siendo uno de los recuerdos mas preciados de nuestra infancia y pese al tiempo transcurrido, la amistad y el compañerismo de entonces continuaran anidando por siempre en una parte de nuestro corazón.
En honor a los 120 años del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado entre Argentina y Japón el 3 de Febrero de 1898, se lanzará el jueves próximo desde el Jardín Japonés (Buenos Aires) el primer concurso internacional de Poesía Japonesa “Tierra de Haikus”. La iniciativa es impulsada por la Fundación E Jendú Arte y Cultura, Imagen Diplomática, la Fundación “Andresito de las Misiones” y el Observatorio Social por la Paz y cuenta con el auspicio de la Embajada Japonesa en Argentina.
Las organizaciones que impulsan el certamen desarrollan sus actividades con miras a la reafirmación y expansión en todo el mundo de la Cultura de paz, con especial atención a la filosofía y los objetivos de Naciones Unidas, representados en sus distintos estamentos y agencias, como así también en sus diversos Programas, Fondos y Organismos, que tienen por principal causa el derecho de todos los pueblos del universo a la paz duradera y definitiva.
Este Primer Concurso Internacional tiene como objetivo principal la exaltación de la poesía en general y de la poesía japonesa en particular; al mismo tiempo que busca reafirmar el espíritu de confraternidad y amistad entre el Japón y la Argentina, en Honor y Homenaje a los 120 años del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado entre ambos países el 3 de Febrero de 1898
Vale señalar que el milenario Haiku, es una composición poética japonesa que consta consecutivamente de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas (diecisiete en total).
Signos Literarios
Otra publicación en revista internacional para teórico correntino
FRANCISCO TOMÁS GONZÁLEZ CABAÑAS
La propuesta de reforma democrática, “El voto anticipado” del autor Francisco Tomás González Cabañas fue publicada por la prestigiosa Revista española de la transparencia, ISSN-e 2444-2607, Nº. 6, del año 2018, en las págs. 102-104. Para el creador del índice democrático, herramienta que mide las prácticas democráticas en los distintos poderes de los distritos auditados, se trata de la publicación número quince por parte de revistas internacionales que imponen estándares de exigencia y de calidad para publicar desarrollos teóricos, que como en otras elaboraciones de González Cabañas (voto compensatorio, gabinete ciudadano, cámara de dipunadores) sostienen novedosos criterios o categorías para remozar la democracia como la experiencia que puede, o debe, seguir siendo mejorada para representar, palmariamente, el gobierno del pueblo o de los ciudadanos.
“Al establecer la posibilidad de un voto anticipado, se conseguirían modificaciones sustanciales, giros copernicanos en la política cotidiana, que al constituirse en concomitantes, complementarias o en paralelo, con el voto o sufragio clásico y tradicional, de ningún modo significara una ruptura conflictiva, una instancia revolucionaria traumática, sino simple y llanamente la consolidación de la democracia misma, resignificando, desde lo electoral su definición histórica como etimológica.
El voto anticipado, permitirá que el ciudadano, en los tiempos actuales en donde considera un valor positivo el compartir sus gustos, preferencias y elecciones, ante sus semejantes, por intermedio de plataformas virtuales o de redes, haga lo propio con su preferencia electoral o política. El voto o sufragio clásico, que en varias aldeas occidentales, sigue amparado por ley, para que se lo respete en su condición secreta, fungió con utilidad hace décadas atrás, cuando las realidades sociales y existenciales no habían sido gravitadas por la explosión del mundo digital y de la cada vez más influyente inteligencia artificial. Sería más que una falta de tino el señalar, como se vio modificada la vida diaria del occidental promedio, de dos décadas a esta parte, más bien, es incomprensible como aún no se haya generado, hasta esta oportunidad, la posibilidad para que el ciudadano moderno, pueda hacer visible, pueda exteriorizar sus elecciones políticas, y en el caso de que lo decida que lo comparte y difunda, tal como lo hace con todos los otros (al menos tiene tal posibilidad) aspectos de su vida que no solo son considerados públicos, sino también áreas o zonas privadas”.
Estos párrafos que hacen mención al desarrollo teórico de Francisco Tomás González Cabañas, publicados por la revista internacional de marras, evidencian el grado de audacia teórica, de arriesgada creatividad, sostenidas en giros arguméntales y en razonamientos acendrados en la historia del pensamiento que lo preceden al correntino, construyendo para sus consideraciones y categorías un sendero en donde seguramente tantos más que vengan con él o detrás suyo, erigirán bajo estos pilares una nueva consideración de lo político como de lo democrático.
El texto “Crónicas de Bosque” de Francisco Tomás González Cabañas, fue publicado en la Revista editada en el Perú “Dúnamis”, en su número 8 del año 9, correspondiente a Septiembre del año en curso.
Con la presente el autor suma 8 publicaciones en revistas internacionales (la mayoría de ellas especializadas en filosofía) en menos de un año, como dos libros de filosofía política publicados, uno de ellos (El Voto Compensatorio) editado en Alemania, y la aceptación a más de una veintena de diferentes congresos internacionales de diversas ponencias oportunamente enviadas y aceptadas.
Crónicas de Bosque, es un relato ficcional, que vislumbra una crítica social que encierran al autor en sinuosos laberintos de persecución e indiferencia por parte de quienes pretenden una sociedad sesgada, en donde las decisiones son tomadas por facciones con poder circunstancial y por tanto el ejercicio ciudadano y la vida democrática, pasan también a ser literatura o filosofía ficcional.
CRÓNICAS DE BOSQUE
Se estima que tiempo antes de la existencia de los guaraníes nuestras tierras fueron habitadas por una civilización que ha dejado muy pocos rastros de su existencia. Alcanzando el grado de mito, como la célebre Atlantis, daremos cuenta, de la información que contamos acerca de la cultura que podríamos dar en llamar como de los “Gentereí”.
En un tiempo no precisado de la historia, en lo que actualmente se conoce como el litoral argentino, una cultura de peculiares características, tuvo su apogeo y extinción, bajo sinuosidades sociales y políticas, que en la actualidad nos pueden parecer, casi familiares y cotidianas, por lo que no es demasiado arriesgado suponer, que pese a los siglos transcurridos y por más que las evidencias materiales no sean contundentes, tenemos una carga genética o arrastramos signos de quiénes serían nuestros antepasados directos; los Gentereí.