A los británicos les cuesta creerlo: cinco de los ocho arrestados en vinculación con los atentados frustrados de los últimos días en Glasgow y Londres son médicos diplomados en Medio Oriente que trabajaban en hospitales locales.

El dato parece revelar una desfachatada traición al juramento hipocrático de “no dañar jamás a nadie”. Peor aún, la aparición de estos “médicos del terror” –o “de la muerte”, como ya los han apodado los tabloides– deja al descubierto la profundidad de dos legados de Tony Blair a su sucesor, Gordon Brown: las secuelas de la guerra de Irak y la crisis del sistema nacional de salud. Ambos temas se cruzan claramente en la figura del hombre que salió ileso tras estrellar un jeep en llamas en la entrada del aeropuerto de Glasgow el sábado: Bilal Abdullah, de 27 años, es un médico graduado hace tres años en Bagdad y que ejerce en Escocia desde principios de 2006. Su acompañante –todavía no identificado y que podría tratarse también de un médico– se encuentra actualmente internado con quemaduras de extrema gravedad en el hospital donde, justamente, se cree que Abdullah trabajaba con un contrato de un año renovable: el Royal Alexandra Hospital de la pequeña ciudad escocesa de Paisley. Es el mismo establecimiento donde anoche la policía escocesa confirmó haber arrestado a “dos residentes profesionales de 25 y 28 años” -probablemente médicos en pasantía-, y que también fuera escenario, horas antes, de una explosión controlada ante la presencia de un vehículo sospechoso. De acuerdo con la cadena de televisión Sky News, un joven de 26 años capturado en Liverpool también sería médico, de origen paquistaní o de la India y que atendía en el hospital Halton del norteño condado inglés de Cheshire. De quien se conocen más detalles entre todos los arrestados -que todavía no han sido formalmente inculpados- es del doctor Mohammed Jamil Abdelqader Asha, de 26 años, detenido junto con su esposa, de 27 años y su hijo de dos, mientras manejaba su automóvil Mercedes-Benz en la ruta M6 que une el sur de Escocia con el oeste de Inglaterra. Superinteligente, discreto y orgulloso de sus logros universitarios -como aseguran amigos y familiares-, Asha se recibió de médico neurólogo en 2004 en Jordania, donde vive actualmente su familia. De acuerdo con los archivos del Consejo Médico General Británico, Asha es de origen palestino-libanés y había obtenido en octubre de 2005 una licencia limitada para ejercer la medicina con supervisión -con miras a entrenarse como neurocirujano- en los hospitales del norte de Inglaterra, Royal Shrewsbury y Princess Royal de Telford. Mientras su padre, Jamil Asha, rogaba públicamente en Amman al rey de Jordania, Abdullah II, que interviniera para “salvar a un inocente que es un buen musulmán, no un fanático” y que “no tiene nada que ver con Al-Qaeda”, algunos de sus conocidos aquí no dudaban ayer en pintar a Mohammed Asha como el prototipo del terrorista pulcro y educado, capaz de pasar desapercibido, como los protagonistas de los atentados del 11 de Septiembre en Nueva York. Simon Platt, dueño de la casa que el neurólogo alquiló en agosto último en un barrio de clase media cerca de Telford, dijo que Asha era un “inquilino ejemplar” que pagaba los 1000 dólares de alquiler mensuales puntualmente. “Lo único que me llamó la atención es que, antes de mudarse, me preguntó si la gente aquí era racista. Parece que su mujer fue blanco de algunos insultos en Shresbury, donde habían vivido antes, y quería protegerla”, indicó. PAQUETES Y CARTAS Su cartero, Chris Shaw, dijo que durante los últimos tres meses Asha había recibido varios paquetes y cartas certificadas. “El siempre firmó todos los comprobantes sin decir nada. Su mujer siempre se escondía detrás de él, vestida con atuendo tradicional islámico.” Varios vecinos calificaron a la familia de “muy insular” y aseguraron que en las últimas dos semanas habían recibido la visita de “dos hombres de apariencia medioriental”. Jamil Asha, en contraste, dijo haber hablado por teléfono con Mohammed el día anterior a su arresto. Habían hablado de los regalos que iba a llevarle a mediados de mes, cuando pensaba ir a visitarlo en Amman. “A mí me sonó contento y sin problemas”, sostuvo el perplejo padre. Más de 150.000 médicos extranjeros ejercen en Gran Bretaña. Aquí la atención sanitaria es gratuita para todos, pero el crecimiento demográfico y de la edad promedio de la población han puesto un enorme peso sobre el sistema nacional de salud. Los problemas presupuestarios han tornado la carrera médica poco atractiva para los británicos. Por eso, un gran número tanto de médicos como de enfermeras que atienden en hospitales públicos son extranjeros. La ruta habitual para los graduados afuera de Europa consiste en aprobar un examen de competencia en inglés conocido como PLAB (Professional and Linguistic Assessments Board ) o ingresar como estudiante de posgrado en una institución hospitalaria. Estos últimos obtienen, como lo hizo Asha, una licencia de “registro limitado” para ejercer de parte del Consejo Médico General Británico. En 2003, cerca de 15.000 galenos extranjeros se sumaron así al personal de nosocomios británicos. Y esa cifra aumentó en un año a 20.000. El problema, para muchos, es que operan con contratos de corta duración, que en más de una ocasión no son renovados o, si lo son, reciben salarios inferiores a los que por su experiencia podrían merecer. Una razón para abrigar cierto resentimiento en contra del país que los emplea, aunque nunca una excusa para apelar al terror. Fuente: LA NACIÓN