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El debate ético por el sida: “Si no cede la Iglesia podría verse marginada”

MARIO VARGAS LLOSA

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Lo que parecía un paso de la Iglesia Católica con la bota de siete leguas del gigante del cuento para salir de la caverna y adaptarse a la modernidad ha quedado en agua de borrajas. La declaración de la Conferencia Episcopal Española, transmitida el 18 de enero por su vocero y secretario general, Juan Antonio Martínez Camino, según la cual el uso de preservativos estaría autorizado a los creyentes en el “contexto de una prevención integral y global del sida”, fue rectificada al día siguiente por la autoridad pontificia.


El obispo José Luis Redrado Marchite, secretario del Consejo Pontificio para la Salud del Vaticano, recordó en Roma que el condón “es un medio que la Iglesia Católica condena” y, poco después de recibir ese tirón de orejas, el propio monseñor Martínez Camino daba marcha atrás y afirmó en un comunicado que el empleo del condón sigue siendo, a juicio de la Iglesia, “inmoral”. Parecía cuando menos difícil, para no decir imposible, que la jerarquía católica de España, la más ortodoxa y leal a Roma, pudiera haberse atrevido a formular una toma de posición de esta índole sin la anuencia, o por lo menos el conocimiento previo, de las altas instancias vaticanas. ¿Fiel a su proverbial astucia, lanzó la Iglesia un globo de ensayo a partir de la complicada España de nuestros días para el catolicismo -donde un gobierno socialista con amplio apoyo de la opinión pública aprueba los matrimonios gays, reduce o anula los cursos de religión y promueve campañas que respaldan el sexo seguro- a favor de una actualización en una materia en la que su posición intransigente le acarrea más críticas y la aleja más de la realidad contemporánea, sólo para dar un paso atrás al advertir la conmoción que aquel anuncio causó en sus estratos más graníticos? VOCERO PRECAVIDO De todos modos, en su declaración a la prensa, el precavido vocero de la Conferencia Episcopal había dado a entender, de manera un tanto anfibológica, que no se trataba de un cambio radical de la postura de la Iglesia sobre el control de la natalidad por métodos artificiales, sino, más bien, de algo parecido a una licencia provisional y circunscrita, determinada por la gravísima emergencia que constituye la diseminación del sida en ciertas regiones del mundo, sobre todo en Africa. Y, citando un número reciente de la prestigiosa revista médica inglesa The Lancet, añadió que la Iglesia coincidía con la estrategia propuesta por esta publicación para combatir el sida combinando el uso de preservativos con la abstinencia sexual y la fidelidad conyugal. ¿Qué pasó exactamente? Ya se sabrá. Lo único que debe descartarse es una simple metida de pata de monseñor Martínez Camino, cura inteligente y astuto si los hay para resbalar de esa manera, y quien, sin duda, no ha sido más que un chivo emisario sacrificado en una operación de alto vuelo que falló. Sea como sea, y pese a la rectificación, hay que ver en este pequeño amago una resquebrajadura en la sólida muralla de la intolerancia vaticana por la que, más pronto que tarde, acabará por desmoronarse su resistencia feroz a admitir que el transparente e incómodo preservativo intervenga en la vida de la pareja a la hora de hacer el amor y libere a los cónyuges, además del riesgo de contagio de una enfermedad, de una gestación no querida. Porque éste es el fondo del problema. Para la Iglesia, el acto sexual no tiene ni puede tener otro objetivo que fecundar a la madre y traer a este valle de lágrimas nuevas almas que sirvan al Señor. La perpetuación de la especie, el mantenimiento de la vida humana, es lo que santifica a la familia y justifica el acto del amor. La sola idea de placer ha sido siempre motivo de recelo para la moral católica, y de escándalo y abominación si se trata específicamente de placer carnal. El goce de la pareja sólo es admisible, dentro del matrimonio, como consecuencia no buscada de la razón primera y única del encuentro amoroso: la procreación. Desaparecida esta razón por injerencia del discreto capuchón de plástico o, en el caso de la mujer, de la T de cobre, los parches anticonceptivos o el anillo vaginal, el acto sexual pierde todo asomo de espiritualidad, deja de ser una acción de servicio a favor de la vida y se convierte en refocilo animal, mera satisfacción de los bajos instintos y rendición a lo más material y sucio de lo humano. Hacer el amor por el mero deseo de gozar es fornicar, sucumbir a la concupiscencia, pecar. Esta concepción de la vida sexual, contrapartida inseparable del culto a la virginidad y a la castidad como virtudes supremas de la conducta humana, tan poco realista, y, en nuestro tiempo, en entredicho tan estruendoso con la liberación de las costumbres y de los parámetros morales reinantes en los países modernos, ha alejado de la Iglesia Católica a millones de hombres y mujeres, y ha ido convirtiendo la adhesión de un gran número de creyentes a la institución en una hipócrita representación de circunstancias, desprovista de contenido y convicción, en la que las prohibiciones de esta índole son poco menos que universalmente desobedecidas por los creyentes, aunque vayan a misa los domingos y se casen y entierren según los ritos católicos. No es de extrañar que la cuidadosa y rápida alusión del vocero de la Conferencia Episcopal española a la posibilidad de autorizar el uso de preservativos para combatir el sida haya provocado nerviosismo y cólera en las intimidades del Vaticano y precipitado un desmentido. Porque en el momento mismo en que se resigne a tolerar la presencia de aquel adminículo en la intimidad sexual, la Iglesia se verá obligada a reconocer esta verdad que siempre ha negado (pero que todos los católicos conocen de sobra): que la incitación primordial para hacer el amor, desde los apareamientos de la caverna primitiva hasta los sofisticados debates amorosos de la permisiva sociedad moderna, en todos los seres humanos sin excepción, ha sido la búsqueda del placer y no la fabricación de descendientes. Cuando el ser humano descubrió que había una relación de causa a efecto entre la cópula y el embarazo habían pasado muchos siglos que las parejas llevaban haciendo el amor, y no existe, ni ha existido nunca, espécimen humano capaz de experimentar una erección y producir un orgasmo inflamado sólo por la evangélica idea de fecundar a su cónyuge y engordar con nuevos cachorros a la humana grey. El rechazo sistemático de la Iglesia a admitir que la búsqueda del placer en el ámbito sexual es una legítima aspiración del ser humano y una de las predisposiciones de su naturaleza contrasta con la tolerancia que siempre ha mostrado con las debilidades de hombres y mujeres (de aquéllos sobre todo, con éstas ha sido siempre mucho más severa) en otros campos, como los placeres de la mesa, el apetito de poder, de riquezas, de lujo y de dominio, entre otros, y a pasar por alto, en muchas épocas de la historia, abusos y desafueros a veces enormes de tiranos y sátrapas que obtenían su bendición. Pese a, y acaso como consecuencia de ello, esa abjuración y horror del sexo y el placer carnal que ha mantenido, su historia se ha visto plagada de caídas en la tentación tan satanizada y combatida, al extremo de que, paradójicamente, la Iglesia Católica sea tal vez la materia prima que más ha enriquecido con sus ceremonias, escenarios, atuendos, príncipes, pontífices, mitrados y pastores a disparar la imaginación erótica -no hay pornografía ni erotismo dignos de ese nombre sin hábitos y conventos- y la institución religiosa que protagoniza, hasta nuestros días, los más sonados escándalos sexuales que registra la historia de las religiones en actividad. Tengo la convicción absoluta de que el condón y sus equivalentes acabarán por ganar la aquiescencia de la milenaria institución y profetizo que el desenlace de esta antigua guerra ocurrirá en un futuro más bien próximo. Veo en este confuso episodio sucedido en estos días en España el vislumbre anticipatorio de la gran revolución, en la que el Vaticano bendecirá el condón como terminó, a regañadientes al principio, por bendecir la democracia, la libertad, el mercado, que antes anatematizaba en nombre de la fe. El anacronismo que representa la doctrina de la Iglesia Católica en materia sexual es tan absoluto en nuestros días que, si Roma no cede y se adapta a la realidad, como le piden tantos católicos convictos y confesos, y como lo ha hecho en tantos otros campos, corre el riesgo de verse poco menos que acorralada y marginada como una reliquia vetusta por otras iglesias, las aguerridas, incansables y aburridas iglesias evangélicas por ejemplo, que de un tiempo a esta parte vienen arrebatándole la adhesión de los sectores más empobrecidos del Tercer Mundo. Conviene que lo haga y que se adapte a su tiempo, porque nada bueno sobrevendría a la humanidad si, por valetudinaria y reacia al progreso, la Iglesia Católica terminara siendo un cascarón vacío, sin audiencia. La religión es importante para encauzar la ansiedad y el desasosiego que produce a los seres humanos su condición mortal, su incertidumbre y su miedo frente al más allá, y para embridar aquellos instintos que, dejados en libertad, provocarían hecatombes y podrían retrocedernos a las formas más primitivas de la barbarie, como escribió Georges Bataille. Sólo una minoría de seres humanos puede vivir sin religión, suplantándola por la cultura. Para el común de los mortales, además, la moral sólo es comprensible, admisible y practicable encarnada en los preceptos de la religión. Pero, para poder seguir existiendo como esa fuerza viva y operante que fue en tantos momentos del pasado, cuando representó un progreso intelectual, político, científico y moral sobre los cultos y las religiones de la Antigüedad, o en la Edad Media, cuando fue prácticamente la sola institución capaz de aglutinar y dotar de un sentido y un orden a una comunidad estremecida por el miedo, la confusión y las guerras, la religión necesita adaptarse a las realidades de la vida y no exigir a sus adeptos lo imposible. ¿Acaso la supervivencia de la Iglesia Católica no vale un condón?. Fuente: LA NACION

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Cuando el mérito no importa

OPINIÓN (*)

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Dijo en San Juan el presidente Fernández: “lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres”.


Esto es tan falso, tan terriblemente insultante para la inteligencia, que es difícil decidir por dónde empezar a analizarlo.  Sólo diré que Steve Jobs (Apple), Bill Gates (Windows), Jeff Bezos (Amazon) y Marcos Galperin (Mercado Libre), son algunas de las fortunas más grandes del mundo y de Argentina, y NINGUNO fue hijo de rico.  Este pelotudismo socrático y retrógrado ha sido totalmente superado en los países desarrollados… ¡Y PRECISAMENTE PORQUE LO SUPERARON SON DESARROLLADOS!

 

Luego invocó a Alberdi y Sarmiento, reinterpretándolos con un pensamiento tan retorcido que los vuelve irreconocibles.  Dijo admirarlos porque “vislumbraron la importancia de la educación pública, que nada es más importante que el conocimiento humano” y del sanjuanino aseguró que “en un gesto inigualable de igualdad, resolvió que todos los que estudian en la escuela pública calcen un guardapolvo blanco para que las diferencias sociales allí donde se aprende no aparezcan.  Con todo eso nos dijo que el estado debe estar muy presente en el desarrollo humano y que finalmente lo que más vale es la igualdad, es propender a un sistema más igualitario”.

 

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Pobres Alberdi y Sarmiento.  Si pensamos cuales referentes históricos argentinos estuvieron absolutamente en contra de la intromisión del estado (que debía ser pequeño) en el quehacer cotidiano de los ciudadanos, fueron sin dudas estas dos inmensas figuras de nuestra patria.  Hacer semejantes distorsiones de su pensamiento es una ofensa a sus memorias y, como se hacía en la escuela, debería lavarse la boca con jabón para limpiar sus palabras.

 

Alberdi decía que “la omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual” y que “la grandeza del vecino, forma parte elemental e inviolable de la nuestra”, LO OPUESTO al igualitarismo y el desconocimiento del mérito.

 

¿Y qué pensaba Sarmiento?, al que dijo admirar.  El sanjuanino dijo: “las cumbres se alcanzan doblando el empeño” y “toda la historia de los progresos humanos es la simple imitación del genio”; Don Domingo era un ferviente defensor del mérito, concepto que el señor presidente denigra.

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Es increíble que en la actualidad, con lo fácil que es conocer la realidad de otros países, todavía existan personas “educadas” (en realidad son apenas instruidas, la educación implica pensamiento crítico algo que les es ajeno) que sean tan ciegas como para dejarse engañar así.

 

El presidente habla de defender el federalismo y a las provincias del “pulpo” del puerto, cuándo el mayor héroe de esta gente fue Rosas, quien prohibió los puertos del Paraná para que todo el comercio exterior pasara por Buenos Aires, empobreciendo a las otras provincias.  Obsesión rosista por el monopolio del puerto porteño que condujo a la muerte a valerosos patriotas en la Vuelta de Obligado, sacrificio disfrazado con la mentira de la “defensa de soberanía”.

 

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Valga la apostilla: ese fue el mismo Rosas que le quitó los sueldos a los docentes de las escuelas y universidades estatales, hundiendo en la ignorancia a los pobres y yendo en contra de la tan mentada “igualdad de oportunidades” con la que se llenan la boca.

 

¿Habla del federalismo y de trato igualitario para todas las provincias?, cuando el peronismo fue el mayor promotor del crecimiento del conurbano bonaerense y que le otorgó tantos subsidios a la luz, el gas y a los combustibles, que hacía que en Buenos Aires se pagara hasta 5 veces más barato los servicios públicos que en el resto del país.  ¿En serio?  ¿Se puede ser tan caradura?  Y lo peor, ¿se puede ser tan idiota como para creerles?

 

También dijo Fernández: “lo que uno más debería desear como argentino, es que cada argentino tenga la oportunidad de nacer…”, ¿oportunidad de nacer?, ¿de qué oportunidad de nacer habla quien defiende el aborto?, ¿se puede ser más cínico y contradictorio?  “…Y de morirse feliz después de haber vivido bien, en la provincia donde ha nacido”, ¿morirse feliz?, ¿Cómo Solange que murió sin ver a su padre?, ¿o Facundo Astudillo?, ¿o Franco Martínez?, ¿o Franco Isorni?, ¿o Luis Espinoza?, todos desaparecidos y muertos en democracia en este 2020.

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Entiendo (no comparto) que los que “están prendidos” defiendan “el modelo”… ¿pero el resto?, ¿el laburante que deja más de la mitad de su sueldo en impuestos para mantener punteros y para que le den por sus impuestos la porquería de salud, educación, seguridad y justicia que tenemos?, ¿el profesional que como universitario debería ser capaz de ver más allá de las mentiras de los demagogos?  Cómo decía Sarmiento y se aplica a los “educados” que egresan de la universidad: “era el que más sabia… Pero el que menos entendía”.

 

Lo cierto es que a decir del gran sanjuanino: “la ignorancia es atrevida”, pero aún es más atrevida la avaricia, la soberbia y el despotismo de quienes conducen hoy el destino de nuestra patria y que lejos están de seguir el siguiente principio rector del cuyano: “fui criado en un santo horror por la mentira, al punto que el propósito de ser siempre veraz ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de ello dan testimonio todos los actos de mi vida”.

 

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Quienes creemos en la Libertad, en la igualdad ante la Ley y no por la Ley, y en el Respeto por la vida y la propiedad del prójimo, no solo tenemos el deber ético y moral, sino también la impostergable necesidad de oponernos y manifestarnos en contra de los atropellos que se están cometiendo contra los argentinos y contra la República.   

 

El momento es YA… antes de que terminen de hundirnos y de someternos, antes de que no quede nada por salvar.

(*)  Rogelio López Guillemain

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Opinión

Reconvertir proyectos e innovar

POR MARIA EUGENIA MANCINI

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La pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto profundo en nuestras sociedades. Además de la crisis sanitaria, ha afectado la educación, la vida social y los medios de subsistencia. A una economía difícil, esto lo ha profundizado aún más.


Para nuestros jóvenes muchos de estos impactos será a largo plazo y multidimensionales: Por ejemplo, 191 países han implementado el cierre de escuelas a nivel nacional o local, y 1,5 mil millones de personas no pueden asistir a la escuela ya que no disponen de tecnología básica para acceder a las plataformas educativas.

 

Sin embargo, hay muchos jóvenes liderando esta crisis y no se han quedado de brazos cruzados. Hay una Juventud que está apoyando el diseño y la ejecución de programas sociales pensando en caminos creativos y de respuesta.

 

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También debemos destacar la variedad de emprendimientos que han surgido adaptando propuestas comerciales a estos nuevos tiempos donde se pudo ver la creatividad y el desarrollo de productores locales.

Es fundamental continuar apoyando estos proyectos para que tengan continuidad formulando estrategias competitivas, incentivando y se conviertan en micro empresas sustentables económicamente.

 

Sumar programas de recuperación en base a economías locales y ver como su fuerza creativa comienza a enriquecer a instituciones, proyectos sustentables  y caminos nuevos para salir adelante.

 

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Pienso que un camino de desarrollo  es no solo fortalecer las economías regionales sino volver a los oficios, capacitarnos y tener herramientas prácticas para generar recursos propios.

 

Estamos atravesando un momento de reinvención muy grande y donde más que nunca necesitamos estar unidos, sacar nuestras fortalezas y trabajar juntos como sociedad pensando en lo que queremos construir, diseñando la sociedad futura, poniendo  foco en nuestros recursos y liderar.

 

Es fundamental generar herramientas para crear una sociedad más igualitaria y solidaria y no solo como respuesta a la pandemia sino también pensando a largo plazo y abordando todos  el compromiso de crear un cambio duradero.

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Opinión

La “borocotización” de Alberto

(*) OPINIÓN

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Recuerda una crónica del diario perfil: “Eduardo Lorenzo Borocotó el 23 octubre de 2005 obtuvo una banca. Pero antes de asumir algo cambió. El 9 de noviembre visitó la Casa Rosada, acompañado por su hijo. ¿Con quién tenía cita? Con el actual presidente Alberto Fernández, quien era jefe de gabinete de Néstor Kirchner.  Borocotó se reunió con los dos. A Kirchner no lo conocía. A Fernández, sí.


El mismo día del encuentro en la Rosada, Borocotó anunció su partida del bloque macrista: armó un mono-bloque independiente, afín al kirchnerismo. Alberto Fernández explicó la jugada: "Tenemos que ser amplios. Hay muchos votantes y dirigentes de ARI que están descontentos con Carrió, por ejemplo. Y nosotros estamos abiertos a recibirlos, así como a los radicales, peronistas y a todos los que crean en el proyecto del Presidente".

 

En nuestras democracias actuales, se debería empezar a pensar en que los ciudadanos, en vez de elegir a personas que encarnen proyectos, ideologías, o letras muertas de lo establecido en partidos políticos, votemos directamente, proyectos, propuestas, modelos o formas de hacer las cosas y que la ejecución de las mismas, pase a ser un tema totalmente secundario, esto sí podría denominarse algo que genere una revalidación de lo democrático, pero no estamos en condiciones de hacerlo actualmente, primordialmente porqué el gobierno de ese pueblo, está en manos de uno sólo, a lo sumo, en cogobierno por un legislativo (con flagrantes problemas en relación a la representatividad, que sería todo un capítulo aparte el analizarlo) y supeditado a un judicial, que siempre falla, de fallar en todas sus acepciones, liberar la opción de ese pueblo, para que elija su gobierno, mediante las ideas que se le propongan, sin que sea esto eclipsado por la figura de un líder o lo que fuere, en tanto y en cuanto siga siendo uno, recién podrá ser posible, cuando su vínculo con la vida y la muerte, no tenga que ser anatematizado mediante la creencia o no creencia, que como vimos son las dos caras de una misma moneda, en un ser único y todo poderoso, creador de este mundo y de todos los otros, los posibles como los imposibles.

 

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La violencia del estado que en la actualidad se traduce en su sobre-presencia en ciertos sectores a costa de la ausencia del mismo en vastas áreas y bolsones, la sobreactuación de un supuesto sentir o hacer democrático, en donde sólo se ejerce una dudosa aclamatoria de mayorías (sistemas de preselección de candidatos cerrada, como internas que no se llevan a cabo, que transfieren el sentido de elegir por el de optar, entre quiénes ellos, de acuerdo  a sus reglas disponen que tengamos que optar, es decir elegir condicionados) debería estar tipificado en la normativa, como uno de los delitos más flagrantes contra las instituciones y el pleno ejercicio de la libertad, de tal manera, la ciudadanía no tendría excusas como para no levantarse en puebladas, en manifestaciones que dan cuenta de la total y absoluta anomia, en que la incapacidad de cierto sector de la clase política nos puede volver a conducir en cualquier otro momento u oportunidad. Propuestas es lo que sobra, se precisa de predisposición de estos para hacerles sentir a la ciudadanía que algo determinan, con el pago de sus impuestos y con sus votos. En tiempos electorales, una práctica que debería ser desterrada y que es una muestra expresa del democraticidio, es la compra de votos, sea mediante una dádiva, prebenda, por intermedio de corte de chapas, dinero, mercadería, merca o lo que fuere, como de las mentiras flagrantes e inconsistentes las que ofrecen por doquier. Como también lo es la no sanción de los hechos de corrupción, o la dilación en demasía para resolver los mismos, perpetrados por hombres que hayan pertenecido al funcionariado público.

 

Si somos presa de políticos corruptos seguiremos encarcelados en el imperativo de una sociedad penalizada y penalizante para sancionar delitos y no para reconvertir conductas que no nos lleven a ellas.

 

Hasta aquí sí se quiere, nada nuevo bajo el sol, o desconocido para todos aquellos a quiénes, Alfonsín nos prometió que con “la democracia se educa, se come, se cura, no necesitamos nada más, que nos dejen de mandonear…” la nueva modalidad, de estas suertes de “democraticidios” que nos afectan, es que el poder unipersonal del ejecutivo nacional, pasó a un sistema, tal como lo definió un constitucionalista “vicepresidencialista” y por tanto, Alberto, el creador del “borocotismo”, tal como Víctor Frankenstein, pasó a ser víctima de su propia creación, de su mutación práctica de lo representativo.

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En la aceleración, profundización o intensificación del cristinismo, camporismo o kirchnerismo recargado, en el que recayó Alberto, no quedaría otro espacio en la historia para él, que un título de un libro escrito por Miguel Bonasso, acerca de Héctor Cámpora; “El presidente que no fue”.

 

La mayoría que se construyó a tales efectos, con una propagación mayor que la de un virus desconocido y contagioso, se reconstituye con proverbial dinámica y en las próximas elecciones demostrará cuán cerca o lejos puede estar de un poder político, en la actualidad, “borocotizado”.

 

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(*) Por Francisco Tomás González Cabañas.

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