Antes de seguir avanzando en este recuento, y en momentos en que aún las más recientes declaraciones de los funcionarios del gobierno y de los diplomáticos enviados a hacer cabildeo en Europa (Roy Chaderton, por ejemplo, señalando en días recientes en España que RCTV fue cerrada por golpista), vale la pena retroceder en la historia contemporánea venezolana, hasta febrero de 1992, fecha en que el teniente coronel paracaidista Hugo Chávez salta a la palestra pública, no precisamente por ofrecer una solución pacífica a la crisis política que vivía el país, sino por haber intentado dar un golpe de Estado contra un presidente constitucionalmente elegido, cuyo mandato terminaría menos de dos años después. Golpe de Estado de los de cañones, tanques de guerra, asalto armado y varios soldados muertos. Cruento, pues. Impopular, sordo, ineficaz, corrupto, al gobierno de CAP no se le podía endilgar ningún epíteto que no se le pueda endilgar, en forma amplificada, al actual.

(Ficción Caracas) La noche del 4 de febrero de 1992, un grupo de militares, que pertenecía a una logia secreta con visos de cursilería histórica (MBR-200), organizó una sublevación en distintos cuarteles de Maracaibo, Valencia y Maracay. A uno de esos grupos, con Chávez a la cabeza, se le encargó la misión de desplazarse hasta Caracas para tomar el Palacio de Gobierno. Las imprevistas noticias con las que el mundo se despertaría al día siguiente, luego de ser Venezuela una de las democracias formales más consolidadas de la región, destacaron que hubo entre 10 y 300 muertos, así como los planes concretos de asesinar a Carlos Andrés Pérez. Como se sabe, mientras Francisco Arias Cárdenas (en Maracaibo), y Jesús Urdaneta y Raúl Isaías Baduel, entre otros de los comandantes que formaban parte del MBR-200, tomaron efectivamente el control de las instalaciones militares de Maracay y Valencia, a Chávez le resultó imposible tomar el Palacio de Miraflores y La Casona, casa oficial presidencial de Venezuela. Al día siguiente, las cámaras de las televisoras venezolanas darían a conocer al militar que pedía a sus compañeros deponer las armas, con el famoso “por ahora” que daría la vuelta al mundo. Ese día, gracias a la libertad que tuvieron los medios de dar esa noticia, la gente conoció la cara del que, apenas seis años después, sería el presidente de Venezuela. Luego de una breve estadía en la cárcel de Yare, y de ser indultado por el presidente electo para el período 1993-1998, Rafael Caldera, Hugo Chávez dedica su actuación política a llamar a la población a la sublevación en contra del gobierno electo. Durante esa época se presentaba en programas de opinión, y expresaba libremente conceptos por los cuales los actuales ministerios del Interior o de Comunicaciones, hubiesen exigido a la Fiscalía una investigación por incitación a la rebelión. Aquí se le puede ver en un programa de opinión, en 1996, llamando a la gente a la calle, para exigir un referendo revocatorio contra Rafael Caldera, el presidente que lo indultaría apenas llegado al poder. En este punto se pone en evidencia una de las constantes más características de esos gobiernos que, como el de Chávez, tienen dos varas para medir la realidad: cuando los vientos están a favor y cuando están en contra. Ese Chávez que se sublevó e intentó un golpe de Estado, es el más feroz a la hora de acusar de golpista a todo el que disienta de su gobierno. Ese Chávez que llamaba a la gente a la calle a hacer “guarimbas”, es el mismo que acusa de desestabilización y de intento de golpe cualquier protesta callejera. Ese que fue perdonado, jamás perdona lo que considera un agravio. Dentro de su lógica, eso de ver las cosas con doble moral, tiene su sentido. Chávez encarna a ese clásico caudillo convencido de ser el elegido, ese caudillo rural típico de nuestro siglo XIX, que se siente iluminado por un ente superior, o ese caudillo teocrático que se deja ver por países de África y Asia, que recibió un llamado divino (de Dios o de los Padres de la Patria, da lo mismo) para gobernar con mano dura un país, sin atender al diálogo o las exigencias de la sociedad civil, porque sólo escucha “palabras superiores”. Un caudillo heredero de nuestra mitología judeo-cristiana. Una muestra alucinante y clara de sus convicciones mesiánicas, y de su lógica delirante, quedaría atestiguada en sus declaraciones a un periodista que lo entrevistaba para CNN, cuando se tocó el tema del golpe de Estado de 2002. El periodista, ante el discurso encendido de Chávez, condenando con pasión y ardor el golpe ejecutado en su contra, lo interrumpió para comentarle: “Presidente, pero usted también dio un golpe de Estado”. Chávez, con la mirada puesta más allá de la cara del periodista, más allá del estudio de grabación, puesta quizá en algún Aleph ubicado en la remota historia, se tornó solemne y, luego de un teatral silencio, y ante la mirada impávida de su interlocutor, comentó meditabundo y sereno: “Sí, pero nosotros fuimos golpistas de la luz, y ellos son golpistas de la oscuridad”. LA VERDAD QUE COMPLACIÓ A ALGUNOS (COMIENZA LA BATALLA DECISIVA, PARTE 2) Obviemos la cantaleta de Chávez, luego de volver al poder en 2002, acusando de golpismo a los medios cada vez que no le gustaba una noticia. Obviemos los comodines clásicos del discurso castrista del chavismo: lacayos del imperio, agentes de la CIA, golpistas. Obviemos, incluso, insultos de mal gusto, impropios de un jefe de Estado. Como decirle a Andrés Mata, dueño de El Universal, que podía enrrollar su periódico y metérselo. A esas perretas y malacrianzas ya nos tenía acostumbrados. Pero el primer capítulo de la historia que nos ocupa se remonta a ese amargo diciembre de 2006, cuando en una declaración pública (vale acotar que Chávez tiene la, para él, peligrosa costumbre de hacer declaraciones y anunciar decisiones al calor de los aplausos de su auditorio, en medio de gestos teatrales y entonaciones dramatizadas) tildó a RCTV de ser un “canal golpista”, al que no renovaría la concesión. Nótese con qué facilidad el héroe de la “izquierda” europea y latinoamericana, en un alarde de narcisismo enfermizo, personaliza en él las decisiones gubernamentales. Su ego le impide tener la astucia de poner enfrente al “equipo del gobierno”, porque necesita que se sepa que él decide sobre la vida de todos los venezolanos. Nótese, además, las estrafalarias reducciones de las que es capaz. ¿Puede ser golpista un canal? Sería interesante tratar de entender la lógica jurídica de ese razonamiento. Es decir, no se trata de que una persona utilizó un medio a su alcance, o una propiedad, para cometer un delito estipulado en las leyes. Se trata de que una abstracción, una razón social, llena de complejas ramificaciones en las que es muy difícil establecer responsabilidades colectivas, es golpista. ¿Quién en particular cometió el delito que no llegó a comprobar ningún juez? Cada directivo, cada accionista, cada empleado administrativo, cada actor, cada cámara, cada cenital, cada decorado, cada cable, cada lámina de anime estaba incurso en el delito de conspiración. ¿La sentencia? No la cárcel según el tamaño de la pena. El cierre. Ese veredicto es más propio de un emperador absolutista del siglo XV, que de un jefe de Estado en una democracia moderna. Ahora veamos, ¿Cuál es el golpismo de RCTV? Esa peregrina acusación se basa en la actuación de las televisoras venezolanas, durante el 12 y el 13 de abril de 2002, que silenciaron las manifestaciones de apoyo que le ofreció a Chávez un sector de la población a las afueras de Miraflores y del Fuerte Tiuna. La coyuntura era compleja. En un confuso episodio, una serie de sucesos ocurrieron a tal velocidad que cualquier decisión que se tomara podía agravar más la delicada situación. El Alto Mando militar, encabezado por su General en Jefe y hombre de confianza de Chávez, solicitó ante las cámaras de televisión la renuncia del mandatario, luego de unos sangrientos sucesos que costaron la vida a decenas de venezolanos. El jefe máximo de la Fuerza Armada, Lucas Rincón, se desapareció de la escena luego de haber solicitado la renuncia de Chávez. Un empresario señalado a dedo por un grupo de esos militares que desconocen al presidente, torpemente disuelve los poderes constituidos. Otro grupo de militares, estos adeptos a Chávez, se niega a desconocer al nuevo presidente. Un número cada vez más creciente de chavistas comienza a concentrarse en Miraflores y en Fuerte Tiuna. En ese contexto, varios canales de televisión optan por trasmitir comiquitas (dibujos animados) y películas viejas. Bien o mal hecho, ético o poco ético, esa fue la actuación de las televisoras. Entre ellas, RCTV. Y Venevisión, cuya concesión fue renovada al día siguiente de salir del aire su competencia. Ese fue su golpismo. El mismo de muchos funcionarios públicos de alto nivel, que respiraron aliviados cuando se vieron libres del loco narciso que insistía (e insiste) en llevar al país a un cruento enfrentamiento entre ciudadanos. Es el mismo golpismo que, día a día, efectúan todos los canales del Estado, silenciando las protestas estudiantiles y manipulando las noticias para hacer ver (mediante imágenes trucadas y descontextualizadas) que las concentraciones de opositores son minúsculas e insignificantes. El golpismo diario que acaso será falta de ética, que si bien es condenable, también es el pan diario de los canales del Estado. El golpismo sin pruebas y al cual no se le puede acusar a una empresa en pleno, y menos condenarla al cierre, ni negar a sus espectadores el derecho a disfrutar de su programación. ¿Qué pasó con la Comisión de la verdad de los sangrientos sucesos de abril de 2002? ¿Qué juez determinó la participación de los directivos de RCTV, con pruebas irrebatibles, en planes con claros objetivos de desestabilización del sistema de gobierno? El gobierno juzgó más conveniente cambiar la Comisión de la Verdad por panfletos repetidos hasta el hastío, colmados de verdades tergiversadas y manipuladas, y por un costoso cabildeo internacional, que incluyó una película dirigida por unas documentalistas irlandesas de izquierda, para difundir “su verdad”. Es decir, el gobierno cambió la verdad comprobable por un discurso machacón y maniqueo. En ese entonces, esa izquierda caviar se sintió aliviada: La imagen de su héroe permanecía intacta. Y no sólo eso: también había volteado hábilmente las acusaciones de dirigir los asesinatos de venezolanos durante la tarde del 11 de abril. Nunca más podría comprobársele, después de todo. De inmediato, esa izquierda europea, que cifraba sus esperanzas en su buen salvaje latinoamericano, y el cual (porque no sólo de pan vive el hombre) siempre estaba dispuesto a soltar unos dolarcillos para financiar las más estrambóticas organizaciones civiles, volcó toda su fuerza en repetir que, los mafiosos y poderosísimos empresarios venezolanos de los medios, que tanta mentira decían del paladín, habían incurrido en golpismo al pasar comiquitas mientras “millones de venezolanos” salían a la calle a exigir el retorno del héroe. Esa verdad complacía sus tiernos corazones. Esas complicaciones, llegadas desde estas lejanías, de militares visitando los apartamentos vecinos a Miraflores, colectando evidencias y pintando y frisando paredes; esas imágenes “seguramente trucadas” de bandas de choque armadas disparando desde la avenida Baralt contra la marcha de la oposición, o esas leyendas de que aún permanecen detenidos una decena de funcionarios uniformados que usaban sus armas de reglamento, mientras que los civiles que disparaban a la vista de todo el mundo (gracias a las cámaras de. hay que decirlo: Venevisión) fueron puestos en libertad; toda esa truculencia, es demasiado intrincada para que sea importante intentar desentrañarla. Lo único que vale la pena repetir, la única verdad que vale, es que a Chávez lo quieren los pobres y que los poderosos echan mano de todo su poder, su soberbia y su cinismo, para que el mundo no se entere de ese idílico amor. Y aún hoy, con unas seis televisoras de su propiedad y otras dos o tres aliadas, se sigue repitiendo la vieja leyenda de que los poderosos Goliat quieren pisar al diminuto pero valiente David. En este episodio de esa historia se impuso el discurso mesiánico, el del gran vindicador. El que les resulta romántico a algunos. Punto a favor para el siglo XIX, que salió robustecido gracias a sus aliados internacionales. / Imagen: Tomada del video de Venevisión que dio la vuelta al mundo. CUANDO YO ERA MUCHACHO NO HABÍA INTERNÉ (COMIENZA LA BATALLA DECISIVA, PARTE 1) “El pueblo lo dice / y tiene razón / ahora le toca / a Globovisión” voceaba un grupo de alumnos de la Universidad Bolivariana, reuniéndose en torno a la periodista de ese canal cuando cubría una manifestación de adeptos al gobierno, en las afueras del Palacio de Miraflores. Dos días antes, el domingo previo, otro grupo, esta vez de actores de varios canales de televisión, desfilaba frente a las pantallas de RCTV para dirigirse a Hugo Chávez, solicitándole unos, rogándole otros, que no cerrara el canal más antiguo de Venezuela. Unos solicitaban que no cerrara RCTV, otros le piden que ahora cierre Globovisión. Ambas escenas permiten inferir que sus protagonistas, ubicados en posiciones enfrentadas, comparten una idéntica percepción, un mismo criterio: el cierre de RCTV es estrictamente una decisión presidencial que no requiere trámite previo, ni jurídico, ni administrativo, ni de ningún tipo. Tanto, que hasta el día de hoy, cuarto de una serie de protestas estudiantiles en todo el país, y de declaraciones de censura venidas de gremios y gobiernos de todas partes del mundo, el régimen nunca llegó a ponerse de acuerdo en la razón oficial de la medida. Que se venció la concesión, que acumuló expedientes de violaciones a la Ley Mordaza, que es golpista, que por ahí me dicen Teniente Coronel. Bueno, yo sí soy apenas un teniente coronel, eso es lo que soy ¿Qué pasa con eso? ¿Que tus padres no me quieren por ser pobre? En una lucha de titanes, el mayor histrión de la historia del país, el más grande manipulador conocido, el ególatra mayor, se enfrentó a la más aceitada industria de las emociones y de la creación de mitos de la cultura popular contemporánea. Esa industria que, con sus ídolos y sus historias televisadas, representa el último reducto de los códigos conocidos que el chavismo no ha podido suplantar por los suyos, luego de pulverizar a la oposición política, obligar a bajar la cabeza al sector económico, y someter a un sector del movimiento artístico (no demasiado significativo, hay que decirlo) y a buena parte del mundo deportivo. A partir de este post intentaré organizar unas notas con una cronología de los hechos, con intención de registrar este momento que marca el inicio del primer paso en firme de Chávez en su pulso con la sociedad venezolana, hacia el aplastamiento de la disidencia y la supresión de la pluralidad. La batalla está planteada ¿Control total de la sociedad, o ruptura total de esa sociedad con el líder mesiánico? La inesperada irrupción de un liderazgo estudiantil, organizado y con líderes bien formados, configura un factor de mucha relevancia en esta historia. ¿Bastarán las armas, el dinero y el poder mediático para que una visión medieval de la relación del poder con la sociedad prevalezca sobre la sociedad de youtube, del ipod, del messenger y de los mensajes sms? ¿El líder premoderno con sus historias de su infancia en el campo o la sociedad ubicua y virtual? ¿El jefe militar con sus soluciones militares o la sociedad plural y contestataria con su necesidad de ser escuchada? Definitivamente, nada está escrito. Por el contrario, la historia apenas comienza.