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Opinión

El problema del ingresante en la universidad. ¿Cuál problema?

GABRIEL EDUARDO OJEDA (*)

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Con bastante frecuencia leemos en los medios y escuchamos hablar del “problema del ingresante en la Universidad”. Estos comentarios arrecian sobre principios de cada año, cuando miles de jóvenes se aprestan a comenzar sus estudios en el nivel superior y por lo general se asocian a las cantidades de aspirantes a cada carrera y a las posibilidades concretas de acceder a la tan ansiada vacante.


En sesudos análisis, “especialistas” del tema opinan sobre los “bochazos”, sobre las tarifas que deben pagarse a ciertas academias que actúan en coordinación –o connivencia- con los docentes de la universidad, a la falta de preparación de los jóvenes en el nivel medio o polimodal, y a una amplia gama de aspectos relacionados. En varias entrevistas he opinado que me resulta doloroso que los medios de comunicación social (y los padres, y la sociedad toda) se ocupen de estos temas y otros como el presupuesto universitario, solamente en una época del año. Y me duele porque la educación es una cuestión de todos los días, permanente. Pero en esta oportunidad quiero referirme al llamado “problema del ingresante”. Al catalogarlo de esta manera, se está poniendo todo el centro, todo el énfasis y todo el análisis en un sólo elemento del proceso educativo. Como diría Miguel Ángel Santos Guerra, prestigioso pedagogo español, el único sujeto evaluado es el alumno. Que lo hagan los medios de comunicación, podría entenderse, pero que lo hagamos los docentes no tiene perdón de Dios. Los docentes tenemos bastantes dificultades para modificar lo que Peter Senge denomina “modelos mentales”, es decir aquellos “supuestos o prejuicios hondamente arraigados, generalizaciones e imágenes que influyen sobre nuestro modo de comprender el mundo y actuar, que nos impiden crecer, avanzar, crear, compartir”. Y eso nos ha estado pasando con la idea de qué es enseñar, qué es aprender, qué educación tenemos y queremos, hoy, con la aceleración tecnológica y los cambios sociales, políticos y económicos en la vida pública y privada. Sobre la educación, como sobre otros aspectos de las ciencias sociales, resulta sumamente fácil opinar, porque existen ciertos supuestos que se dan como hechos, que nos hacen creer que sabemos lo suficiente sobre ellos y por lo tanto tenemos autoridad para hacerlo. Entonces podemos decir que el problema del ingresante universitario es que carece de una “retroacción dimensional sistemática”, o de una “estrategia operacional insumida” o cualquiera de las famosas “frases al cohete” porque en definitiva nadie entenderá nada pero parece muy erudito. No ocurre lo mismo con la química, la física o el cálculo infinitesimal, ya que para opinar sobre ellas es necesario abordarlas como objeto de estudio. Podríamos afirmar que no hay tal “problema del ingresante”. Hay si un verdadero e importantísimo problema que consiste en la carencia de un sistema de educación, dicho esto en el más amplio sentido del término. Un sistema que contemple los objetivos que se propone la educación desde los primeros pasos del educando hasta los últimos días de su vida. Porque en el mundo actual, el aprendizaje sólo se concibe como tal si se lo piensa en un continuo, en el que permanentemente el sujeto desaprende saberes para aprender otros nuevos y más significativos. Lo que contamos en la Argentina, en cambio, es una serie de compartimentos estancos, una verdadera carrera de intervalos con obstáculos, en la que los estudiantes no son precisamente los primeros y principales destinatarios del acto educativo sino el eslabón más débil de toda esta perversa cadena. No existe coordinación entre objetivos, contenidos, estrategias, recursos, actos evaluativos ni siquiera dentro de un mismo ciclo. Mucho menos entre ciclos distintos. El estudiante transita como un barco a la deriva, tratando de sortear los escollos para llegar a la siguiente etapa, en la que las corrientes (reglas de juego) son absolutamente nuevas y distintas a las anteriores. Cuando concluye el ciclo medio o polimodal, el joven pleno de ilusiones pero también de temores, se lanza a la aventura de encarar una carrera universitaria con el convencimiento de que todo lo aprendido le servirá en los estudios superiores. Pocos días le bastarán a la gran mayoría, para comenzar a transitar un camino de angustias y desilusiones. Nadie le advirtió que en la Universidad se le exigirá un lenguaje académico, técnico, científico, muy lejano y muy distinto de su lenguaje cotidiano y doméstico que le resultaba suficiente para comunicarse con sus compañeros, sus familiares y hasta con sus profesores de secundaria. Pero ahora están en la Universidad, han encarado una carrera profesional y se les exigirá que estén a la altura de las circunstancias. Y estas carreras por lo general tienen un formato tubular sin ventanas. Existen muy pocas ofertas de carreras cortas, ciclos intermedios acreditables, articulaciones intercarreras, formaciones con salida laboral, etc. Por lo tanto tratarán de trepar por ese tubo que sólo tiene una boca de salida allá lejos, al final… de un comienzo elegido en un momento de su temprana vida, sin verdaderos conocimientos, consejos ni orientaciones. Desde las primeras asignaturas que curse, se encontrará en general con docentes cuya formación académica seguramente será innegable, su formación pedagógica y didáctica actualizada y pertinente; cuya vocación será inquebrantable; como será indiscutible su posición de que “la Universidad no puede nivelar para abajo ni solucionar los déficit cognitivos de los ciclos anteriores”. Pero también se encontrará con docentes cuya formación es exclusivamente su disciplina o profesión; cuya misión y función no está claramente entendida; cuyo contrato didáctico no es claro, cuya metáfora de la autoridad y del saber estará por sobre todos los valores… Se encontrará con asignaturas cuyos objetivos y contenidos no son explícitos o no son claros; cuyos sistemas de evaluación no serán coherentes, y el estudiante nunca sabrá cómo será evaluado su aprendizaje…. Como si todo esto fuera poco, muchos de los jóvenes tendrán la preocupación por su subsistencia y muchas veces por la de su familia. Porque muchos de nuestros nuevos estudiantes son trabajadores, padres y madres de familia, sostén o colaboradores de su núcleo familiar que a veces quedó a cientos de kilómetros de su nuevo lugar de estudio. Y en medio de todas esas circunstancias, estará su tránsito por la Universidad, o su alejamiento de ella… Si logra quedarse, se convertirá en un nuevo corredor de carreras con obstáculos… y si sus fuerzas no son suficientes, no volverá a las aulas y será considerado estadísticamente como un “desertor”… Qué injusta calificación para alguien que quizás mantiene muy altas sus banderas, sus principios y sus objetivos, pero que no encontró un lugar adecuado en este perverso sistema. Por ello en todas mis referencias prefiero analizar el grado de retención de que es capaz la Universidad, es decir a cuántos estudiantes brinda el servicio educativo desde que ingresa y permanece en el sistema. Esta tasa de retención en la Argentina en general es muy baja (menor al 50 %) y nuestra Universidad no es una excepción, está en ese rango en términos generales, con algunas variaciones según carreras. Pero esta baja tasa de retención no es un problema del ingresante, es un problema del sistema educativo; un problema complejo; que no aparece a comienzos de cada año y luego desaparece, está vigente todo el tiempo y obedece a múltiples factores. Entre los factores que inciden en la baja tasa de retención de los nuevos ingresantes a una carrera podemos mencionar: Inherentes al sistema educativo: falta de política educativa; falta de articulación entre niveles educativos (nivel medio/universidad); recursos insuficientes o inadecuados (financieros, de infraestructura; tecnológicos, pedagógicos; laboratorios); falta de incentivos a los planes de mejora que surgen de los procesos de autoevaluación y evaluación externa; Inherentes a la Universidad: sistemas de ingreso inadecuados; planes curriculares deficientes; falta de flexibilidad de los diseños curriculares; falta de articulación entre carreras; falta de articulación entre asignaturas de una misma carrera; falta de articulación entre teoría y práctica; falta de prácticas guiadas y pasantías. Se carece además en general, de sistemas de servicio y de apoyo a los estudiantes; Inherentes a los docentes: deficiencias pedagógicas; formaciones casi exclusivamente profesionalizadas; pocos docentes con dedicación exclusiva; falta de atención personalizada; desactualización; falta de investigación en materia educativa; falta de coordinación entre objetivos, contenidos, estrategias pedagógicas y sistemas de evaluación de los aprendizajes; Inherentes a los estudiantes: preparación insuficiente para acceder a niveles superiores de educación; falta de orientación y motivación; elevación del umbral de adolescencia; pérdida del sentido de sacrificio para el estudio; escasa dedicación a los estudios; falta de planificación de sus actividades; facilismo; carencia de competencias para el aprendizaje significativo; uso inadecuado de las tecnologías; Inherentes a los padres o núcleo familiar: error conceptual respecto de sus roles y responsabilidades; falta de conciencia respecto del grado de exigencia en el cumplimiento del deber de estudiar de los jóvenes a su cargo; falta de controles en actividades, actitudes y aptitudes; falta de apoyo y contención; Inherentes a los actores de la sociedad civil: falta de conciencia del verdadero valor de la educación como factor de desarrollo y de eliminación de asimetrías; falta de preocupación por la problemática de los establecimientos y de los actores educativos; Sin embargo, si tratamos de explicar lo que llamamos el fracaso escolar por causas situadas sólo en el alumno, en el docente, en la institución educativa, en la familia, en la sociedad, no será posible comprender qué es exactamente lo que sucede. Porque estos procesos de análisis resultan claramente exculpatorios. Y no basta con modificar actitudes de cada sector o actor del proceso. Sólo será posible solucionar el “problema del ingresante” (y todos los relacionados), si cada uno de los actores conoce su función dentro del sistema educativo, detecta sus fortalezas y debilidades, asume plenamente su responsabilidad, advierte los obstáculos y lucha permanentemente, todos los días por solucionarlos. (*) Recibido por Corrientes al Día del Secretario General de Planeamiento de la UNNE, profesor Gabriel Eduardo Ojeda.

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Cuando el mérito no importa

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Dijo en San Juan el presidente Fernández: “lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres”.


Esto es tan falso, tan terriblemente insultante para la inteligencia, que es difícil decidir por dónde empezar a analizarlo.  Sólo diré que Steve Jobs (Apple), Bill Gates (Windows), Jeff Bezos (Amazon) y Marcos Galperin (Mercado Libre), son algunas de las fortunas más grandes del mundo y de Argentina, y NINGUNO fue hijo de rico.  Este pelotudismo socrático y retrógrado ha sido totalmente superado en los países desarrollados… ¡Y PRECISAMENTE PORQUE LO SUPERARON SON DESARROLLADOS!

 

Luego invocó a Alberdi y Sarmiento, reinterpretándolos con un pensamiento tan retorcido que los vuelve irreconocibles.  Dijo admirarlos porque “vislumbraron la importancia de la educación pública, que nada es más importante que el conocimiento humano” y del sanjuanino aseguró que “en un gesto inigualable de igualdad, resolvió que todos los que estudian en la escuela pública calcen un guardapolvo blanco para que las diferencias sociales allí donde se aprende no aparezcan.  Con todo eso nos dijo que el estado debe estar muy presente en el desarrollo humano y que finalmente lo que más vale es la igualdad, es propender a un sistema más igualitario”.

 

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Pobres Alberdi y Sarmiento.  Si pensamos cuales referentes históricos argentinos estuvieron absolutamente en contra de la intromisión del estado (que debía ser pequeño) en el quehacer cotidiano de los ciudadanos, fueron sin dudas estas dos inmensas figuras de nuestra patria.  Hacer semejantes distorsiones de su pensamiento es una ofensa a sus memorias y, como se hacía en la escuela, debería lavarse la boca con jabón para limpiar sus palabras.

 

Alberdi decía que “la omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual” y que “la grandeza del vecino, forma parte elemental e inviolable de la nuestra”, LO OPUESTO al igualitarismo y el desconocimiento del mérito.

 

¿Y qué pensaba Sarmiento?, al que dijo admirar.  El sanjuanino dijo: “las cumbres se alcanzan doblando el empeño” y “toda la historia de los progresos humanos es la simple imitación del genio”; Don Domingo era un ferviente defensor del mérito, concepto que el señor presidente denigra.

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Es increíble que en la actualidad, con lo fácil que es conocer la realidad de otros países, todavía existan personas “educadas” (en realidad son apenas instruidas, la educación implica pensamiento crítico algo que les es ajeno) que sean tan ciegas como para dejarse engañar así.

 

El presidente habla de defender el federalismo y a las provincias del “pulpo” del puerto, cuándo el mayor héroe de esta gente fue Rosas, quien prohibió los puertos del Paraná para que todo el comercio exterior pasara por Buenos Aires, empobreciendo a las otras provincias.  Obsesión rosista por el monopolio del puerto porteño que condujo a la muerte a valerosos patriotas en la Vuelta de Obligado, sacrificio disfrazado con la mentira de la “defensa de soberanía”.

 

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Valga la apostilla: ese fue el mismo Rosas que le quitó los sueldos a los docentes de las escuelas y universidades estatales, hundiendo en la ignorancia a los pobres y yendo en contra de la tan mentada “igualdad de oportunidades” con la que se llenan la boca.

 

¿Habla del federalismo y de trato igualitario para todas las provincias?, cuando el peronismo fue el mayor promotor del crecimiento del conurbano bonaerense y que le otorgó tantos subsidios a la luz, el gas y a los combustibles, que hacía que en Buenos Aires se pagara hasta 5 veces más barato los servicios públicos que en el resto del país.  ¿En serio?  ¿Se puede ser tan caradura?  Y lo peor, ¿se puede ser tan idiota como para creerles?

 

También dijo Fernández: “lo que uno más debería desear como argentino, es que cada argentino tenga la oportunidad de nacer…”, ¿oportunidad de nacer?, ¿de qué oportunidad de nacer habla quien defiende el aborto?, ¿se puede ser más cínico y contradictorio?  “…Y de morirse feliz después de haber vivido bien, en la provincia donde ha nacido”, ¿morirse feliz?, ¿Cómo Solange que murió sin ver a su padre?, ¿o Facundo Astudillo?, ¿o Franco Martínez?, ¿o Franco Isorni?, ¿o Luis Espinoza?, todos desaparecidos y muertos en democracia en este 2020.

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Entiendo (no comparto) que los que “están prendidos” defiendan “el modelo”… ¿pero el resto?, ¿el laburante que deja más de la mitad de su sueldo en impuestos para mantener punteros y para que le den por sus impuestos la porquería de salud, educación, seguridad y justicia que tenemos?, ¿el profesional que como universitario debería ser capaz de ver más allá de las mentiras de los demagogos?  Cómo decía Sarmiento y se aplica a los “educados” que egresan de la universidad: “era el que más sabia… Pero el que menos entendía”.

 

Lo cierto es que a decir del gran sanjuanino: “la ignorancia es atrevida”, pero aún es más atrevida la avaricia, la soberbia y el despotismo de quienes conducen hoy el destino de nuestra patria y que lejos están de seguir el siguiente principio rector del cuyano: “fui criado en un santo horror por la mentira, al punto que el propósito de ser siempre veraz ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de ello dan testimonio todos los actos de mi vida”.

 

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Quienes creemos en la Libertad, en la igualdad ante la Ley y no por la Ley, y en el Respeto por la vida y la propiedad del prójimo, no solo tenemos el deber ético y moral, sino también la impostergable necesidad de oponernos y manifestarnos en contra de los atropellos que se están cometiendo contra los argentinos y contra la República.   

 

El momento es YA… antes de que terminen de hundirnos y de someternos, antes de que no quede nada por salvar.

(*)  Rogelio López Guillemain

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Opinión

Reconvertir proyectos e innovar

POR MARIA EUGENIA MANCINI

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La pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto profundo en nuestras sociedades. Además de la crisis sanitaria, ha afectado la educación, la vida social y los medios de subsistencia. A una economía difícil, esto lo ha profundizado aún más.


Para nuestros jóvenes muchos de estos impactos será a largo plazo y multidimensionales: Por ejemplo, 191 países han implementado el cierre de escuelas a nivel nacional o local, y 1,5 mil millones de personas no pueden asistir a la escuela ya que no disponen de tecnología básica para acceder a las plataformas educativas.

 

Sin embargo, hay muchos jóvenes liderando esta crisis y no se han quedado de brazos cruzados. Hay una Juventud que está apoyando el diseño y la ejecución de programas sociales pensando en caminos creativos y de respuesta.

 

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También debemos destacar la variedad de emprendimientos que han surgido adaptando propuestas comerciales a estos nuevos tiempos donde se pudo ver la creatividad y el desarrollo de productores locales.

Es fundamental continuar apoyando estos proyectos para que tengan continuidad formulando estrategias competitivas, incentivando y se conviertan en micro empresas sustentables económicamente.

 

Sumar programas de recuperación en base a economías locales y ver como su fuerza creativa comienza a enriquecer a instituciones, proyectos sustentables  y caminos nuevos para salir adelante.

 

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Pienso que un camino de desarrollo  es no solo fortalecer las economías regionales sino volver a los oficios, capacitarnos y tener herramientas prácticas para generar recursos propios.

 

Estamos atravesando un momento de reinvención muy grande y donde más que nunca necesitamos estar unidos, sacar nuestras fortalezas y trabajar juntos como sociedad pensando en lo que queremos construir, diseñando la sociedad futura, poniendo  foco en nuestros recursos y liderar.

 

Es fundamental generar herramientas para crear una sociedad más igualitaria y solidaria y no solo como respuesta a la pandemia sino también pensando a largo plazo y abordando todos  el compromiso de crear un cambio duradero.

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Opinión

La “borocotización” de Alberto

(*) OPINIÓN

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Recuerda una crónica del diario perfil: “Eduardo Lorenzo Borocotó el 23 octubre de 2005 obtuvo una banca. Pero antes de asumir algo cambió. El 9 de noviembre visitó la Casa Rosada, acompañado por su hijo. ¿Con quién tenía cita? Con el actual presidente Alberto Fernández, quien era jefe de gabinete de Néstor Kirchner.  Borocotó se reunió con los dos. A Kirchner no lo conocía. A Fernández, sí.


El mismo día del encuentro en la Rosada, Borocotó anunció su partida del bloque macrista: armó un mono-bloque independiente, afín al kirchnerismo. Alberto Fernández explicó la jugada: "Tenemos que ser amplios. Hay muchos votantes y dirigentes de ARI que están descontentos con Carrió, por ejemplo. Y nosotros estamos abiertos a recibirlos, así como a los radicales, peronistas y a todos los que crean en el proyecto del Presidente".

 

En nuestras democracias actuales, se debería empezar a pensar en que los ciudadanos, en vez de elegir a personas que encarnen proyectos, ideologías, o letras muertas de lo establecido en partidos políticos, votemos directamente, proyectos, propuestas, modelos o formas de hacer las cosas y que la ejecución de las mismas, pase a ser un tema totalmente secundario, esto sí podría denominarse algo que genere una revalidación de lo democrático, pero no estamos en condiciones de hacerlo actualmente, primordialmente porqué el gobierno de ese pueblo, está en manos de uno sólo, a lo sumo, en cogobierno por un legislativo (con flagrantes problemas en relación a la representatividad, que sería todo un capítulo aparte el analizarlo) y supeditado a un judicial, que siempre falla, de fallar en todas sus acepciones, liberar la opción de ese pueblo, para que elija su gobierno, mediante las ideas que se le propongan, sin que sea esto eclipsado por la figura de un líder o lo que fuere, en tanto y en cuanto siga siendo uno, recién podrá ser posible, cuando su vínculo con la vida y la muerte, no tenga que ser anatematizado mediante la creencia o no creencia, que como vimos son las dos caras de una misma moneda, en un ser único y todo poderoso, creador de este mundo y de todos los otros, los posibles como los imposibles.

 

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La violencia del estado que en la actualidad se traduce en su sobre-presencia en ciertos sectores a costa de la ausencia del mismo en vastas áreas y bolsones, la sobreactuación de un supuesto sentir o hacer democrático, en donde sólo se ejerce una dudosa aclamatoria de mayorías (sistemas de preselección de candidatos cerrada, como internas que no se llevan a cabo, que transfieren el sentido de elegir por el de optar, entre quiénes ellos, de acuerdo  a sus reglas disponen que tengamos que optar, es decir elegir condicionados) debería estar tipificado en la normativa, como uno de los delitos más flagrantes contra las instituciones y el pleno ejercicio de la libertad, de tal manera, la ciudadanía no tendría excusas como para no levantarse en puebladas, en manifestaciones que dan cuenta de la total y absoluta anomia, en que la incapacidad de cierto sector de la clase política nos puede volver a conducir en cualquier otro momento u oportunidad. Propuestas es lo que sobra, se precisa de predisposición de estos para hacerles sentir a la ciudadanía que algo determinan, con el pago de sus impuestos y con sus votos. En tiempos electorales, una práctica que debería ser desterrada y que es una muestra expresa del democraticidio, es la compra de votos, sea mediante una dádiva, prebenda, por intermedio de corte de chapas, dinero, mercadería, merca o lo que fuere, como de las mentiras flagrantes e inconsistentes las que ofrecen por doquier. Como también lo es la no sanción de los hechos de corrupción, o la dilación en demasía para resolver los mismos, perpetrados por hombres que hayan pertenecido al funcionariado público.

 

Si somos presa de políticos corruptos seguiremos encarcelados en el imperativo de una sociedad penalizada y penalizante para sancionar delitos y no para reconvertir conductas que no nos lleven a ellas.

 

Hasta aquí sí se quiere, nada nuevo bajo el sol, o desconocido para todos aquellos a quiénes, Alfonsín nos prometió que con “la democracia se educa, se come, se cura, no necesitamos nada más, que nos dejen de mandonear…” la nueva modalidad, de estas suertes de “democraticidios” que nos afectan, es que el poder unipersonal del ejecutivo nacional, pasó a un sistema, tal como lo definió un constitucionalista “vicepresidencialista” y por tanto, Alberto, el creador del “borocotismo”, tal como Víctor Frankenstein, pasó a ser víctima de su propia creación, de su mutación práctica de lo representativo.

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En la aceleración, profundización o intensificación del cristinismo, camporismo o kirchnerismo recargado, en el que recayó Alberto, no quedaría otro espacio en la historia para él, que un título de un libro escrito por Miguel Bonasso, acerca de Héctor Cámpora; “El presidente que no fue”.

 

La mayoría que se construyó a tales efectos, con una propagación mayor que la de un virus desconocido y contagioso, se reconstituye con proverbial dinámica y en las próximas elecciones demostrará cuán cerca o lejos puede estar de un poder político, en la actualidad, “borocotizado”.

 

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(*) Por Francisco Tomás González Cabañas.

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