En 1956, Dios creó a la mujer… y de propina le salió Saint-Tropez. Roger Vadim, con su mítica película, elevó a Brigitte Bardot del rango de mujer a mito e hizo de esta esquina edénica de la Costa Azul el eterno escenario de la belleza.

El perfil de costa escarpada de la B.B. siempre se confundirá con el paisaje rubio de este pueblo, porque por espectacular, vistosa y vanidosa, Saint-Tropez tiene alma de rubia. Y de ellas está lleno, aunque las Elle McPherson de ahora y otras Paris Hilton o Claudia Schiffer sean sólo remedos de aquella perfección de camiseta ajustada y piel de puerto que un día pisó la route des Canebiers. El caso es que de ello hace ya medio siglo y Saint-Tropez ha sobrevivido a su musa, aunque ésta siga dentro, rodeada de animales en su finca de La Garrigue, refugiada de un mundo que la mimó demasiado como para verla envejecer. Nueve meses al año pasa allí Bardot. Todos menos los tres del verano, justo cuando Saint-Tropez sirve de escaparate y hasta de descanso a estrellas de Hollywood, cantantes de moda, ricos de todo pelaje, financieros en yate, políticos a un objetivo pegados, escritores de playa como Frédéric Beigbéder y todo el carromato de lentejuelas que sale de feria veraniega acompañando al parné. UN RINCÓN DE PESCADORES En Saint-Tropez hay dos clases de famosos. Los que se dejan ver, casi todos, y los que prefieren atrincherarse, como Bono, de U2, en sus mansiones. Un sello, el del «glamour», que lleva cien años cincelados en las montañas que rodean lo que fue un rincón perdido de pescadores. Pocos recuerdan que, incluso antes que Bardot, pisaron y pincelaron Saint-Tropez los impresionistas. Paul Signac se inventó los colores de la «octava maravilla del mundo». Belleza que amasó con palabras Guy de Maupassant, verdadero descubridor de esta «hija del mar, que crece en el agua como una concha», cuando «tomó tierra» en 1888. Matisse, al que se podía ver pintando en su villa «Las Cigalas», Jean Cocteau, Prévert, Coco Chanel o Pablo Picasso se fueron luego pasando el testigo de la celebridad durante el siglo, apostados en las callejuelas del barrio de la Ponche, o en el quai de Suffren con un Campari mirando al puerto. Ellos dejaron como últimas relevistas a Bardot y Françoise Sagan, la «otra» rubia del lugar, que llegó en 1957 a bordo de su Jaguar para dar el contrapunto a su «Bonjour tristesse». Ahora los tiempos cambian, y la comidilla necesita prismáticos para saber de quién es cada yate. Traduzcamos Saint-Tropez al español. Coloquen ustedes un par de emires de Marbella y hasta algún ruso de reluciente billetera y cuentas opacas, un par de toneladas de sustancias ilícitas y todo el ruido de las macrodiscotecas de Ibiza, la estirpe real y las regatas de Mallorca, el «señoritingo» de las playas de Cádiz, las villas de lujo de la Moraleja frente al mar y la resonancia internacional que nunca tuvo España, junto a unos dorados años 60. POBRES IMITADORES Pobres imitadores. Por todo ello, Saint-Tropez se permite mirar de soslayo y con altivez a sus imitadores mundiales, como la berlusconiana Porto Cervo o la Capri «démodé». Que por no haber sabido renovarse, carecer de pasado o bien por envidia ante la aglomeración de personajes que se da cita en Saint-Tropez, siguen sin los galones del pequeño puerto de la Costa Azul. Si existe un competidor, dista de un tiro de piedra y se llama Montecarlo. «¿No vienen Andrea Casiraghi y Alberto de Mónaco en verano a “St-Trop”»? Por algo será», argumentan con retranca los incondicionales del lugar. Y decimos «St-Trop» porque, dentro del abstruso microcosmos del paraje, con sus códigos de honor y sus reglas no escritas como toda ciudad corsaria, decir Saint-Tropez equivale a pasar por provinciano. Los que llegan directos en ese teleférico imaginario que los transporta sin mancharse de humanidad desde el VI distrito de París hasta un velero de 30 metros frente a las playas de Pampelonne, ésos dicen St-Trop. Elija usted bando. Como escribió Colette en «Prisiones y paraísos», después de pisar la bahía de Canebiers en 1925 y comprar allí su madriguera de letras: «Yo conozco el otro Saint-Tropez. Existe todavía. Siempre existirá para lo que se despiertan al alba». Cada vez quedan menos en «St-Trop». NUEVAS BARDOT Carlota de Mónaco. La hija de Carolina tiene en Saint-Tropez uno de sus destinos favoritos en el que no pasa inadvertida por su personal estilo. Paris Hilton. Ella es como es: le gusta llamar la atención, aunque lo disimule. Es una habitual de las playas de la villa, por las que se pasea hablando constantemente por el móvil. Naomi Campbell. Cuando quiere descansar, que no alejarse del mundanal ruido, ya se sabe dónde buscar a la modelo, que recarga allí las pilas con baños de sol. Elle McPherson. Otra modelo retirada que no abandona la buena costumbre de frecuentar la villa siempre muy bien acompañada.